lunes, 8 de febrero de 2016

Dos antologías poéticas.

Martes de Poesía en el Cuartel de la
Boca del Monte. Osvaldo Sauma.
Tomo I. Costa Rica, 1998.
Tanto el origen como el destino de la poesía es ser pronunciada en voz alta. Los primeros poetas no buscaban ser leídos sino escuchados. La poesía, como la literatura en general, es anterior a la escritura. Imaginando aquel origen remoto, Alejo Carpentier sostenía que las manifestaciones artísticas primitivas, tanto la poesía como la narrativa, junto con el teatro, la música y la danza, nacieron juntas como una sola cosa. La expresión de la creatividad no era algo que se plasmaba en un documento para que llegara posteriormente a un lector lejano, sino un acontecimiento que ocurría en medio de la comunidad.
Poco a poco las artes se fueron segregando y, ya en tiempos medievales, los poetas se clasificaban en dos grupos: los que recorrían el mundo con sus versos y los que componían sus versos alejados del mundo. 
No sé por qué razón en los siglos posteriores el oficio de poeta se fue asociando cada vez más con el ermitaño de reflexiones profundas alejado del mundanal ruido, y cada vez menos con el juglar provocador, alegre y andariego. La poesía, que formaba parte de la fiesta comunitaria, se fue convirtiendo en una excentricidad de cofradía de iniciados. 
En el siglo XIX y principios del XX hubo grandes poetas, pero sus creaciones, pese a ser sublimes (o quizá precisamente por ello) no despertaron el interés del público de la calle. En todo caso, a los poetas no les interesaba lucirse en la plaza pública, sino en los salones. No buscaban fama ni popularidad, sino el elogio de los entendidos. Bertrand Russell llegó a definir a un poeta como alguien que insiste en proclamar lo que a nadie le interesa escuchar.

Martes de Poesía en el Cuartel de la
Boca del Monte. Osvaldo Sauma.
Tomo II. Costa Rica, 1998.
Aunque se solían organizar veladas poéticas en que se recitaban versos y hubo hasta declamadores profesionales que llegaron a grabar discos para ser transmitidos en la radio, durante la primera mitad del Siglo XX había más oportunidades de leer poesía que de escucharla.
La poesía llegó a convertirse en una rara flor de invernadero que nunca se encontraba a la orilla del camino. 
La generación Beat, en los años cincuenta, decidió romper el encierro y realizó lecturas de poemas en bares, cafés y estaciones de tren. Otros poetas, en distintas latitudes, siguieron su ejemplo. Si el público no iba al encuentro de los poetas, los poetas debían aproximarse al público. No bastaba con publicar un libro para ponerlo en los estantes en espera del comprador. Había que buscar al vecino para entregarle el poema de viva voz.
Quien va a la librería, en busca de poemas, inevitablemente termina leyendo a los mismos autores de siempre. Pero a quien tiene la oportunidad de asistir a una lectura de poesía, se le abre la posibilidad de conocer voces nuevas que no están (y tal vez nunca estén) incluidas en catálogo alguno.
En Costa Rica, las lecturas de poesía eran más bien esporádicas y, de todas a las que asistí, recuerdo con especial nostalgia los martes de poesía en el Cuartel de la Boca del Monte.
El Cuartel es un bar restaurante que, en los años noventa, no sé por qué razón, solía estar lleno a reventar los lunes. Ese día, resultaba difícil dar un paso en medio de la multitud que se aglomeraba para beber y conversar de pie, prácticamente codo con codo. Quien no llegaba temprano se quedaba afuera. El resto de la semana, era un lugar tranquilo en que siempre había mesas disponibles. Quizá para atraer un público distinto en un día con pocos clientes, los dueños de lugar, Luis Quirós y Mario Herrera, acogieron la iniciativa del poeta Osvaldo Sauma para realizar lecturas de poesía los martes. 
Lamentablemente me perdí el primer encuentro, el 15 de abril de 1997, en que leyeron el propio Osvaldo, Julio Heredia y Ana Istarú. El martes siguiente, sí tuve la oportunidad de asistir a la lectura de María Montero, María Amanda Rivas y Jorge Arturo. Ese día conocí a Osvaldo Sauma, lo felicité por la iniciativa y, por seguirnos viendo y conversando cada martes, cuando nos dimos cuenta nos habíamos hecho buenos amigos. El propio día que nos conocimos, Osvaldo me obsequió Madre fértil tierra nuestra, que acababa de publicar junto con Freddy Jones. Luego conseguí Retrato en familia y Asabis. Las huellas del desencanto es un libro que aún no he podido encontrar, pero no pierdo la esperanza de hallarlo. Era 1997 y faltaban aún tres años para que Osvaldo publicara esa obra maestra llamada Bitácora del Iluso.
Cada semana, de tres en tres, los poetas fueron ubicándose frente al micrófono. Diana Ávila, Macarena Barahona, Luis Chaves, Alejandra Castro, Roxana Pinto, Mauricio Molina, Alfonso Chase, Jorge Charpentier, Ricardo Ulloa Garay, Juan Antillón, Popo Dada, Norberto Salinas, Esteban Ureña y muchos otros asistieron a la cita semanal con la poesía que llegó a ser un verdadero éxito. La voz se fue corriendo y el público no tardó en hacerse presente. Sin llegar a las dimensiones de verdadero tumulto, típicas de los lunes, quien no llegara temprano a los martes de poesía corría el riesgo de escuchar de pie.  
En las charlas que los asistentes prolongaban hasta altas horas de la noche, me convencí de que mi admirado Bertrand Russell, se equivocó en su definición de poeta. Un poeta es alguien que, si solicita que le presten atención porque quiere decir algo, es escuchado por quienes lo rodean.
Mocambo Nights. Brittis Columbia Arts
Council, Canadá, 2003.
Los martes de poesía se celebraron durante tres meses. La última lectura se realizó el 17 de junio de 1997. Más o menos un año después, fueron publicadas, en dos tomos, las poesías leídas en aquellas noches inolvidables. En el prólogo que presenta la colección, Osvaldo escribió: "Esta antología es el resultado de diecisiete noches. No hay en ella ningún rigor academicista, tampoco pretende cartografiar un mapa de la actual poesía costarricense, ni dar noticia de un género determinado. Devino bajo el azar de los martes, en busca de un auditorio que se mereció escuchar, a viva voz, la tesitura de más de cincuenta lectores. Es decir, hubo un público consciente, participativo y atento, lo que propició su continuación y una alegre complicidad entre el hablante y el receptor."
Con optimismo, en el mismo texto Osvaldo anuncia que este renovado interés por la palabra va a cobrar mayor vitalidad, que se multiplicarán los festivales de poesía y abundarán las lecturas públicas. Dichosamente, sus palabras se cumplieron. Tuve la oportunidad de estar cerca de Osvaldo en los encuentros La Frontera, convocados por Adriano Corrales, en las Lunadas poéticas de Armando Rodríguez Ballesteros, así como de viajar con él a Managua, en el 2002, al encuentro poético centroamericano, organizado por Blanca Castellón, como a Granada, en 2005, al I Festival Internacional de Poesía, convocado por nuestro querido amigo el poeta Francisco de Asís Fernández, Chichí. 
Las lecturas de poesía en espacios públicos han dejado de ser esporádicas. Los festivales poéticos de Costa Rica, Nicaragua, Guatemala, El Salvador, Bogotá y Medellín en Colombia, organizan lecturas en parques, plazas, asilos de ancianos y cárceles. Recuerdo con particular simpatía la vez que, junto con Joan Bernal, asistí a una increíble presentación, organizada por Luis Chaves, en la que, en un cuadrilátero, se alternaba la lectura de poesía con lucha libre. Inolvidable también, la lectura de poesía que presidió Blanca Castellón en la calle frente al mercado de Granada, en que las vendedores de frutas, en vez de pregonar su mercancía, respondían tanto con aprobación como con rechazo a los versos que escuchaban.
Cuando se saca la poesía a la calle, el eco puede llegar lejos. En el año 2000, cuando Osvaldo publicó la Bitácora del Iluso, Claire Yoo, una coreana residente en Brittish Columbia, Canadá, se hallaba de paso en Costa Rica. Se interesó por conocer al poeta y en la reunión, a la que asistí, se mencionó la experiencia de los martes de poesía en el Cuartel. Claire era propietaria del Café Mocambo, en la isla de Victoria y, de regreso a su país, se puso a buscar a los poetas locales y organizó lecturas en su establecimiento. En el año 2003 Osvaldo y yo recibimos por correo sendos ejemplares de Mocambo Nights, la antología que recoge las creaciones de los setenta poetas canadienses que respondieron a su convocatoria. En su carta, Claire se mostraba sorprendida no solo de que en la pequeña isla de Victoria hubiera tantos poetas, sino también tantas personas interesadas en escuchar poesía.
Los libros de poesía son difíciles de vender y tardan en agotarse. Las antologías de Martes de Poesía en el Cuartel de la Boca del Monte y Mocambo Nights, tuvieron una tiraje grande y la edición se agotó en poco tiempo, quizá porque existe mayor interés en leer con detenimiento lo que antes se ha escuchado con atención.
INSC: 1050, 1051, 1382.

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