La Colmena. Camilo José Cela. Alianza Editorial, España, 1992. |
La Colmena es la mejor muestra de que una novela compleja no es, necesariamente, una lectura pesada. Desde la primera página, la prosa avanza sin prisa pero fluidamente. Se mencionan personajes pintorescos y situaciones algo cómicas. El libro promete ser entretenido y ameno. Al inicio, hasta da la impresión de ser una obra ligera, de esas que se disfrutan con deleite porque su lectura no exige mayor concentración. Conforme avanzan las páginas, van desfilando frente a nuestros ojos pequeños dramas cotidianos, situaciones sin importancia, podría decirse, cuyos protagonistas son gente del montón. Los personajes, que tienen apariciones breves, pero recurrentes, no se llegan a conocer a profundidad, pero logran inspirar simpatía, cierto cariño y, especialmente, mucha lástima. La vida de todos ellos es complicada y difícil y acabamos conociéndola solamente un poco al acompañarlos apenas por unos instantes. Quienes han tenido la paciencia de contarlos, afirman que en La Colmena hay más de trescientos cincuenta personajes. Esos lectores minuciosos han descubierto además que todo lo que se cuenta ocurre en un espacio y un tiempo muy reducido. El espacio es de apenas pocas calles en Madrid que bien podrían recorrerse a pie en una hora y el tiempo es de tres días y medio a finales de 1943.
Ubiquémonos por un momento en ese lugar y esa época: la Guerra Civil española había terminado poco antes, la dictadura ya estaba acomodada pero la destrucción y el dolor del conflicto estaba lejos de cicatrizar. A la Segunda Guerra Mundial, en ese momento, no se le veía ni un pronto final ni un claro vencedor. Escaseaba todo: el alimento, el trabajo, las medicinas. En esa situación tan compleja, la vida continuaba, los jóvenes se enamoraban, los familias mantenían de alguna forma su rutina y sus maneras, los comerciantes abrían sus negocios y los idealistas no dejaban de soñar. Tal vez porque la necesidad los golpeaba a todos por igual, ninguno se permitía caer de manera ostensible en la desesperación. En todas las ciudades hay personas que pasan hambre y deambulan por las calles sin un centavo en el bolsillo, pero en el Madrid de La Colmena esa era la norma general.
Doña Rosa, la propietaria del café La Delicia, donde la gran mayoría de los personajes de la novela pasa las horas muertas, se molesta por sus bajas ganancias. El café está permanentemente lleno pero no se vende casi nada. Hay repostería y bocadillos, pero los clientes solamente piden café solo. En todo caso, ellos van allí a congregarse y no a consumir.
La Colmena es una novela de la que no se puede ofrecer un resumen. ¿Quién podría decir, en pocas palabras, lo que le sucede a más de trescientos cincuenta personas en tres días? Uno pierde algo y otro lo encuentra. Una muchacha se prostituye, con permiso de su novio tuberculoso, para comprarle medicinas. Un poeta flaco y ojeroso, que ya no aguanta más el hambre, pide algo de comer a sabiendas de que no podrá pagarlo. El viejo sentado en el rincón repasa datos que aprendió en la escuela. El limpiabotas le lustra los zapatos a un hombre que le debe dinero. La madre vieja muere mientras su hijo anda echando una canita al aire. La guardia civil arresta e interroga. En fin, uno está con un personaje en un sitio en determinado momento y, tras echar el vistazo a lo que ocurre, salta a un lugar distinto, en otra hora, a ver qué le está sucediendo a otro desdichado.
Definitivamente, La Colmena es una novela de estructura muy compleja. Cela tardó cinco años escribiéndola y él mismo confesó, en alguno de los prólogos, que el trabajo fue agotador. Sin embargo, como ya se dijo, la obra que fue difícil de escribir, no es difícil de leer. La curiosidad morbosa por lo que ocurre en la vida ajena o en el apartamento del vecino, mantiene despierto el interés. No podemos decir que al cerrar el libro nos enteramos de todo lo que ocurrió en esos tres días y medio en aquellas pocas manzanas madrileñas. Naturalmente debieron haber ocurrido muchas más cosas de las que leímos, pero acabamos la lectura con una imagen amplia y clara de la vida cotidiana en aquella época.
Hay dos detalles de La Colmena que me impresionaron profundamente, uno literario y otro histórico. El literario es que, en varias ocasiones, el mismo episodio se repite con bastantes páginas de diferencia, pero narrado desde otra perspectiva. Se cuenta el altercado de un cliente del café con un mesero. Más tarde se repite pero no con la visión del cliente, sino con la del mesero. Después aparece el hecho visto por el señor de la mesa vecina y, naturalmente, no falta la impresión de doña Rosa, la dueña del café. En ocasiones ocurre que, al mencionar de pasada a un personaje en segundo plano, gracias a lo leído hasta el momento, sabemos quién es, de dónde viene y hacia dónde va.
El detalle histórico es que en toda la novela nunca se menciona a Francisco Franco. Esa omisión tiene su mérito. ¿Sería alguien capaz de escribir una novela sobre lo que le ocurre a trescientos cincuenta personajes de La Habana durante tres días y medio sin mencionar a Fidel Castro? Aunque la sombra de ambos dictadores fue, y en un caso sigue siendo, omnipresente en su país, los de a pie tienen sus propios asuntos en qué pensar y el tirano, en la solución de sus problemas cotidianos, ni suma ni resta.
Cela, que sabía lo que podía esperar de la censura franquista, ni siquiera presentó la obra y la primera edición de La Colmena fue publicada en Argentina, en 1951.
Dicen que para ver el bosque no hay que prestarle atención a los árboles. ¿Será la analogía válida también para una colmena? Cela nos demuestra lo contrario. Al permitirnos asomarnos a la realidad íntima de cada individuo, a sus pequeños dramas y conflictos personales, logró retratar la vida de una ciudad entera en uno de sus momentos más difíciles.
Quienes hacen análisis literarios de manera tradicional (tema central, ubicación espacial y temporal, tipo de narrador etc.) se han atrevido a afirmar que en La Colmena no hay un personaje principal. Quienes así opinan no fueron capaces de ver el conjunto. Es verdad que ninguno de los cientos de desdichados que viven sus penurias sin esperanza de encontrarles pronta solución tiene un protagonismo destacado. La historia de cada uno de ellos no pasa de ser una más del montón. Pero en La Colmena sí hay, por supuesto, un personaje principal. Ese personaje es Madrid, la ciudad entera, la colmena y, más que personaje principal, es el personaje único, aunque múltiple.
Los libros de historia se distraen en hechos particulares y pocas veces logran brindar una visión amplia e integral de una época. ¿Cuántos investigaciones y ensayos se han escrito sobre España en los años posteriores a su guerra civil? Todos ellos se refieren al aislamiento internacional, a la intensa represión de la dictadura, a la complicada posición de no beligerante durante la II Guerra Mundial. Al leer libros de historia nos enteramos de datos estadísticos y le seguimos el hilo a complicadas estrategias militares, políticas y diplomáticas, pero toda esa información apenas nos brinda la base para imaginar lo que vivió el pueblo en aquel momento. Los historiadores estudian el desarrollo de la sociedad y no se supone que le presten atención al ciudadano de a pie ni, mucho menos, al pobre diablo. Para eso están los novelistas. Lo curioso es que con mucha frecuencia, comprendemos mejor un periodo histórico gracias a una obra de ficción más que a una investigación minuciosa.
A los libros de historia, en todo caso, uno se acerca en busca de información. A las novelas, en busca de deleite. La Colmena, además de toda su riqueza, complejidad y maestría, es un lectura deliciosa.
INSC: 1997
¡Hola!
ResponderBorrarÉste es un libro que me viene apeteciendo de un tiempo a esta parte y que pronto habré de leer.
Estupenda reseña.
¡Nos leemos! :)
Hola Abracalibro. Gracias por la visita y el comentario. Ya me di también un paseo por tu blog. Te aseguro que no te arrepentirás de leer La Colmena. Saludos.
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