Te di la vida entera. Zoe Valdés. Seix Barral. Argentina. 1997. |
En los años noventa del siglo pasado, durante el tristemente célebre Período Especial, los cubanos, al conversar sobre las duras condiciones en que vivían, intercalaban una y otra vez la expresión "No es fácil." No la decían en tono de protesta ni de lamento sino, simplemente, como muletilla. El servicio eléctrico se interrumpía con tanta frecuencia que, en vez de apagones, lo que tenían más bien era alumbrones. El puñado de arroz y de café que obtenían por medio de la libreta de racionamiento, que se suponía era para todo el mes, no alcanzaba ni para dos días. Quienes vivían en pisos altos, debían subir el agua por las escaleras en un balde. Las guaguas y camellos iban siempre hasta el tope. Con el sueldo de un mes completo no se podía comprar ni un minúsculo pedazo de carne pero, en todo caso, no había tampoco dónde encontrarlo, porque los mercados estaban vacíos. Hasta los boniatos y plátanos escaseaban. Cada mañana los cubanos salían a la calle a ver qué podían hacer para lograr comer algo ese día, "para resolver", decían ellos. No protestaban ni se quejaban, pero, a cada segundo repetían "No es fácil, no es fácil."
De los muchos recuerdos que guardo de mis viajes a Cuba, el eco de esa expresión, que escuché cientos de veces de distintos labios y con distintas voces, es uno de los más imborrables. Quizá por ello, me llamó muchísimo la atención que Cuquita Martínez, la protagonisa de la novela Te di la vida entera, de Zoe Valdés, pese a hablar de manera cubanísima, no la dijera ni una sola vez. Vivir en Cuba, ya se sabe, no es nada fácil, pero a la buena de Cuquita Martínez le tocó todo el camino cuesta arriba.
Nació en Las Villas y muy temprano aprendió que la vida era dura y que tendría que arreglárselas sola como mejor pudiera. Fue abandonada tanto por su padre como por su madre y acabó viviendo en casa de su madrina quien, aunque le daba de comer y la cuidaba, no podía ofrecerle mayor cosa. La niña le cosía ropa a una botella, para vestirla como muñeca. Siendo muy pequeña, intentaron violarla. Se salvó de puro milagro, pero ese episodio violento fue solamente el inicio de una serie de acontecimientos, cada uno más complicado que el anterior, de los que siempre, de alguna manera, lograba caer de pie. Cuquita Martínez nació, creció, maduró y envejeció expuesta al peligro. Su supervivencia es su mayor y único éxito en la vida.
Era una muchachita todavía con el pecho plano cuando se trasladó a vivir por su cuenta a La Habana. No se crea, sin embargo, que esta novela es un relato más, de los muchos que hay, que cuentan las andanzas de una guajira recién llegada a la capital, con todo lo trágico y cómico que ese traslado implica. Para empezar, la ciudad ni siquiera logró impresionarla. Sin mirar alrededor, apenas llegó se dirigió directamente a la pensión en que la que iba a trabajar limpiando pisos a cambio de comida y un lugar donde dormir. Allí conoció a la Menchunguita y la Punchunguita, dos mujeronas hermosísimas que vivían como si no hubiera mañana, quienes no solo la cuidaron cuando estuvo enferma ("eso sí, no te acostumbres, que la sirvienta eres tú y no nosotras") sino que también la llevaron a conocer los cabarés en que la noche no solo es joven, sino que parece eterna. Cuquita, que nunca había bailado, acabó dando sus primeros pasos en la pista durante un fiestón amenizado por la orquesta de Beny Moré y, dicho sea de paso, no lo hizo nada mal. La misma noche de su primer baile dio su primer beso. La experiencia fue hermosa, a pesar de que el galán tenía un terrible mal aliento.
Con Juan Pérez, apodado "el Uan" (porque era el number one), su primer novio y gran amor de su vida, Cuquita encontró con quien pasar las noches calientes y dulzonas de La Habana, la ciudad azucarada. Quien ha caminado por La Habana, seguramente habrá experimentado la magia y encanto de ese cielo azul tan limpio y claro que dan ganas de tocarlo, de la brisa salada que viene del mar y del olor dulzón que inunda el ambiente. Pero lo más maravilloso, es que desde el momento mismo en que "habanece", está claro que entre todo ese hormigueo humano que deambula bajo los balcones, en el nuevo día se abre la posibilidad de que ocurra hasta lo más inesperado.
Si algún crítico literario le recriminara a Zoe Valdés lo absurdas y descabelladas que son las historias que cuenta, será seguramente porque nunca ha estado en Cuba, donde lo absurdo y descabellado es cosa de todos los días.
La Habana, en los tiempos en que Cuquita Martínez vivía su romance con el Uan, era la capital más bella y más rica del continente americano. Durante toda la primera mitad del Siglo XX, Cuba era un país que recibía grandes oleadas de inmigrantes pero, después de la revolución, más bien los cubanos empezaron a irse. Entre ellos, uno de los primeros, el propio Uan.
Abandonada primero por su padre y su madre, luego por el amor de su vida y, posteriormente, hasta por su hija, que se le salió de las manos, Cuquita Martínez, prematuramente envejecida, acabó convertida en una anciana medio loca, sin dientes, que deambulaba por las calles en busca de algo que echar a la olla. No quedaba en ella nada que recordara a la muchachita de vestido amarillo que todos miraban en el cabaret Montmatre. No estaba sola en el deterioro. El Montmatre, elegante y lujoso en su tiempo, se llamaba ahora el Moscú y era un restaurante en que servían una sopa intragable. Los edificios de apartamentos estaban en ruinas, sostenidos por palos que, muy frecuentemente resultaban inútiles y la estructura acababa cayéndose a pedazos o derrumbándose de plano. Al caminar por las calles de La Habana, con todo su deterioro, es difícil imaginar lo hermosa que fue antes. Al ver a Cuquita Martínez con sus harapos y su boca desdentada, cuesta creer que en algún momento tuvo quince. En uno de sus paseos, Cuquita recogió un dólar en la calle que apareció empujado por un vendaval. Ella misma era ya una hoja seca arrojada en un torbellino. Las necesidades eran tantas y el dinero tan poco, que en vez de gastar el dólar decidió guardarlo. Lo había olvidado, pero en su casa tenía otro dólar guardado que, en algunos momentos de la historia, parece ser un motivo de esperanza y, en otros, la causa que desencadenaría la tragedia.
Te di la vida entera es un relato profundamente humano concentrado en una vida llena de dolor que transcurrió en medio de circunstancias adversas. Sin distraerse del hilo central de la historia, que es la vida de Cuquita Martínez, inevitablemente aparecen alusiones a la revolución cubana. Fidel Castro, aunque nunca aparece citado por su nombre, es un personaje protagónico del libro. El "Comediante en Jefe", uno de muchos los apodos usados en el libro para referirse a él, envolvió al país en un torbellino de ocurrencias y promesas. Ocurrencias que no funcionaban y promesas que no se cumplían. En la novela, sin embargo, lo político no llega a ser relevante.
Cuando la protagonista no tiene en la mente otra idea más que encontrar algo qué comer, no queda ni tiempo ni energía para pensar en nada más. Tal vez Cuquita Martínez tenga cáncer de seno, la bolita que se palpa en uno de sus pechos se menciona con tanta frecuencia a lo largo de toda la novela, que llega a adquirir la categoría de personaje. Pero ella no le presta mayor atención. Está demasiado ocupada resolviendo la realidad del día a día como para pensar en una protuberancia que, a fin de cuentas, ha estado allí por largo tiempo sin causarle mayores molestias. Ni siquiera se pregunta si se trata de un tumor ya que, en todo caso, la dichosa bolita no es un factor determinante en su andar por la vida ni tendrá nada que ver con el final de su existencia.
La sabiduría de Cuquita Martínez es simple y concreta. Sabe que un dolor puede convertirse en muchos. Se repite que quien vive de ilusiones muere de desengaños y tiene claro que en esta vida no hay más que echar palante.
Desdichada en el amor y con la familia rota y dispersa, Cuquita Martínez se consuela en la amistad, no solo de la Menchunguita y la Punchunguita, quienes nunca la abandonaron, sino de otras dos buenas amigas, tan locas como ella misma, a quienes conoció posteriormente, apodadas El Fax y La Fotocopiadora. Para vencer las largas horas de soledad en su apartamento, incluye en su círculo a amistades a una cucaracha y un ratón.
Decía don Joaquín Gutiérrez que escribir una novela no es contar historias sino crear personajes. Las historias que se leen en las novelas se olvidan, pero los personajes se recuerdan siempre. Zoe Valdés ha creado, en Cuquita Martínez, un personaje entrañable e inolvidable. A Cuquita se le acompaña, se le toma cariño y se le respeta. A pesar de todo lo que ha sufrido, nunca inspira lástima, porque es fuerte. Las ansias de vivir se manifiestan en su erotismo y el ingenio y energía se ponen de manifiesto en su sentido del humor. Es una derrotada que no se rinde, una sufrida que no llora, una mujer que, incluso con el estómago vacío, sin un solo diente en la boca y con la mente medio perdida, aún es capaz de caminar con la frente en alto y sonreírle a quien se le ponga por delante.
Escrita de principio a fin en cubano, la novela ha sido bien acogida en España y otros países. La edición que tengo fue publicada en Argentina. A veces. tal vez como una concesión a los lectores de otras latitudes, Zoe Valdés explica algunos términos, como cuando aclara que al mencionar "la bolita", no se refiere al tumorcillo que Cuquita lleva en el pecho, sino a la lotería clandestina de Cuba. Sin embargo, prefiero cuando utiliza las expresiones cubanas sin explicarlas. Quien ha estado en Cuba sabe lo que es "luz brillante" o "chispa e tren". El que no lo sepa, que vaya o lo averigüe por su cuenta. Por cierto, me llamó mucho la atención que en Cuba, al igual que en Costa Rica, se les llame "bolas" a los rumores.
Quienes hayan estado en La Habana, al leer Te di la vida entera, de Zoe Valdés, además de conocer la traqueteada vida de Cuquita Martínez, revivirán en su memoria escenas de sus paseos por esa bella ciudad. Me impresionó mucho que Reglita, la hija de Cuquita Martínez, viviera en Empedrado, entre Villegas y Aguate, ya que una vez, hace ya muchos años, me hospedé en una casa situada en ese sitio. La casa de Reglita ya no existe. Espero que la de mis amigos todavía esté en pie.
Además de la vida de Cuquita, la novela está llena de relatos paralelos, fiestas de disfraces frente al cementerio, la Menchunguita y la Punchunguita capturadas en alta mar como balseras y presas por una temporada en Guantánamo, el amor no correspondido de Ivo, el chofer, quien casi logra su objetivo de casarse por que la pretendida consideró conveniente, ante el desastre que era el transporte público, echarse un marido que tuviera automóvil, los enredos del Uan en New York, y un asesinato a plena luz del día que no termina de aclarse. En este libro hay de todo, como en la vida, tramas detectivescas, extrañas alianzas de poderosos, escenas eróticas ardientes, salidas de humor que hacen soltar la risa y relatos mágicos que trascienden las barreras de la realidad.
De las muchas historias fascinantes y encantadoras que tiene este libro, hay una verdaderamente conmovedora y fantástica. En medio de lo más duro del Periodo Especial, una joven periodista que acaba de perderlo todo, se traslada al campo para hacer un reportaje. El viaje es largo y, en la carretera, nota que todo está cambiando. Sus pantalones de mezclilla se convierten en una falda amplia, el Lada se transforma en Chevrolet, conforme pasan los kilómetros, ya no hay murales con lemas revolucionarios sino anuncios comerciales. Al llegar a un pueblito y ver cómo las personas se visten y se comportan, descubre que no solo ha viajado en el espacio, sino también en el tiempo. Ha llegado al pasado. Empieza a entrevistar a una mujer que vive en una casa azul, pero la alucinación termina abruptamente. De regreso en La Habana, la periodista quiere repetir la experiencia. Regresa al campo, hace la misma ruta, pero esta vez nada cambia, sigue en el presente. En el pueblito reconoce la casa azul, allí vive una anciana que desde hace muchos años, desde antes de la revolución, está esperando que regrese la joven periodista para que termine de entrevistarla. La muchacha comprende que la cita es con ella. Termina entonces la entrevista que empezó muchos años de haber nacido. Pero descubre también, que ella no podrá publicarla porque tanto la vieja como ella están en una dimensión fuera de este mundo. Da entonces la impresión de que el final de este relato va a ser trágico o triste, pero, afortunadamente, la historia tiene un final feliz, porque la periodista logra ingeniárselas para encontrar a alguien que escriba la historia y esa persona fue, sin lugar a dudas, la más indicada.
INSC: 1454
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