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viernes, 28 de febrero de 2020

Costa Rica en la II Guerra Mundial.

Costa Rica en la Segunda Guerra Mundial.
Carlos Calvo Gamboa.
Editorial de la Universidad Estatal a Distancia.
San José, Costa Rica. 1983
Los grandes batallas de la Segunda Guerra Mundial se libraron en distintos países de Europa, el norte de Africa y diferentes puntos del Oceáno Pacífico. Los efectos del conflicto armado, sin embargo, se hicieron sentir en todo el mundo. Aunque no hubo ningún enfrentamiento en el continente americano, todos los países de la región, de alguna manera, se vieron afectados, no solamente en asuntos económicos o políticos, sino incluso en su vida cotidiana. 
Todas las personas mayores con las que en algún momento pude conversar sobre esa época, coincidían en recordar una gran escasez de productos elementales. Muchas panaderías cerraron porque no había harina. Era muy difícil conseguir llantas nuevas o gasolina. En los tiempos de la Segunda Guerra Mundial, los costarricenses se percataron de que la gran mayoría de artículos de consumo cotidiano eran importados. Hasta la manteca para cocinar, que venía en grandes latas cuadradas y que vendían en las pulperías por libras, empezó a escasear. Además del comercio, la agricultura también se contrajo. Los bananales de la zona cercana a Parrita y Quepos, que fueron sembrados poco antes de la guerra, empezaron a dar frutos justo cuando los barcos cargueros dejaron de navegar por el Pacífico. La producción de café, que era la principal actividad económica de Costa Rica, perdió de golpe a su principal comprador, que era Alemania. 
Dos barcos de guerra del eje, uno alemán y otro italiano, fueron hundidos por su propia tripulación en Puntarenas y una explosión en un carguero anclado en Limón desató una paranoia colectiva. Las familias alemanas, italianas y hasta españolas residentes en Costa Rica fueron perseguidas, muchos de sus miembros fueron encarcelados y deportados mientras sus propiedades eran confiscadas. La población en general vio limitados sus derechos, las Garantías Individuales fueron suspendidas y la policía recibió órdenes de hacer uso de la fuerza para suprimir cualquier manifestación pública. La economía se vino al suelo y el ambiente en general se tornó tenso. Todo lo que ocurría, se decía entonces, era a causa de la guerra que, pese a librarse tan lejos de Costa Rica, acabó cubriendo el país como una densa y oscura sombra.
El historiador Carlos Calvo Gamboa explora ampliamente esa complicada época en su libro Costa Rica en la Segunda Guerra Munidal, publicado en 1983 por la Editorial de la Universidad Estatal a Distancia. La obra es breve y, aunque no llega a profundizar en muchos de los temas que plantea, brinda valiosas revelaciones.
De primera entrada, se le puede reclamar el que no se haya referido con mayor amplitud a las actividades del Club Alemán de Costa Rica, dentro del cual funcionó una agrupación nazi. El tema se menciona, pero con demasiada timidez. Es una verdadera lástima que no se haya atrevido a dar nombres, porque si lo hubiera hecho, habría mostrado una situación sorprendente. Contra lo que comúnmente se piensa y se ha dicho, solamente algunos, realmente pocos, de los alemanes o descendientes de alemanes residentes en Costa Rica eran simpatizantes nazis y la mayor parte de los integrantes del grupo nazi que se reunía en el Club Alemán eran ticos. Algunos de ellos, por cierto, de reconocido prestigio. En su defensa, cabe señalar que estos nazis de primera hora en los años treinta, dejaron de serlo en los años cuarenta. Si se tragaron el cuento con la propaganda de la época del inicio, abrieron los ojos al contemplar lo que vino luego. 
Arthur Bliss Lane. (1894-1956)
Embajador de Estados Unidos en Costa Rica
de 1941 a 1942.
Tampoco le presta la atención que debiera a la figura de Arthur Bliss Lane (1894-1956), embajador de Estados Unidos en Costa Rica de 1941 a 1942. Graduado de Yale y diplomático de Carrera, Bliss Lane ocupó diferentes puestos en las embajadas americanas de Roma (poco antes del ascenso del fascismo), Varsovia, Londres, México y París. Era el jefe de la legación americana en Nicaragua en el tiempo en que fue asesinado Augusto César Sandino. Cuando el Presidente Juan Bautista Sacasa le pidió explicaciones a Anastasio Somoza sobre ese lamentable suceso, Tacho le echó el muerto a Bliss Lane quien, según él, le había dado la orden. Naturalmente, Bliss Lane negó rotundamente haber ordenado semejante cosa y afirmó que Tacho había actuado por iniciativa propia. En todo caso, su participación en el asunto nunca quedó clara. Después de Costa Rica, Bliss Lane fue Embajador en Colombia de 1942 a 1944 y, finalmente, embajador en Polonia en el último año de la Segunda Guerra Mundial. Profundamente defraudado por el hecho de que Polonia hubiera quedado sometida al comunismo, consideró que Polonia había sido traicionada. La guerra, que empezó por liberar a Polonia de los nazis, acabó dejando a Polonia dominada por los soviéticos. Bliss Lane escribió duras críticas contra los acuerdos de Yalta y acabó enemistado con Franklin D. Roosevelt. El asunto es que Bliss Lane era un hombre que no se andaba con rodeos y, durante los dos años que fue Embajador en Costa Rica, que coincidieron con la entrada de los Estados Unidos en la guerra, acabó desempeñando un papel protagónico. El Dr. Rafael Angel Calderón Guardia, entonces Presidente de la República, se mostró siempre dispuesto a cumplir dócilmente todo lo que Bliss Lane le dijera que debía hacerse y esta actitud sumisa, le valió severas críticas de sus adversarios políticos.
Un punto verdaderamente serio, que el libro no explora con profundidad, es el de las famosas "Listas Negras", suscritas por el Gobierno, que aparecían en los periódicos, indicando los nombre de personas y empresas con las que se debía cortar todo trato por ser enemigas de la libertad, la democracia y la causa aliada. Al igual que en el asesinato de Sandino, la participación de Bliss Lane en este asunto no está del todo clara y hay quienes sospechan que Bliss Lane fue el autor de esas listas.
Cualquier costarricense sabía, por ejemplo, que los Federspiel, los Lehmann y los Sauter eran impresores y libreros, que los Niehaus tenían una industria azucarera, que los Peters comerciaban café y que los Musmanni eran panaderos, pero tal parece que el Embajador norteamericano recién llegado justo en el año que su país entraba en guerra se asustó por los apellidos. El propio don Ricardo Jiménez Oreamuno se manifestó en contra de las listas negras, argumentando que los nombres que aparecían en ellas como sujetos peligrosos, eran en realidad trabajadores y empresarios ejemplares, muchos de ellos nacidos en Costa Rica.
El alegato del patriarca liberal, tres veces Presidente de la República, no fue escuchado y el gobierno arrestó y confinó en un campo de concentración, situado donde ahora se encuentra el Mercado de Mayoreo, a cuanta persona apareciera en la lista negra. Entre los cautivos se contaron, desde un caballero de reconocida conducta ejemplar e intachable, como don Eberhard Steivorth, hasta el joven padre adoptivo de la escritora Virginia Grutter que, irónicamente, se había radicado en Puntarenas huyendo de la Alemania Nazi. Todos los bienes de los detenidos fueron confiscados sin indemnización y pasaron a ser administrados por un organismo llamado Junta de Custodia de la Propiedad Enemiga, que empezó tomando control de todas las actividades financieras, agrícolas, comerciales e industriales de las empresas intervenidas y, al final, acabó vendiendo los activos por mucho menos de su valor. Hasta a un pobre japonés que tenía una pequeña nave en Puntarenas dedicada a la pesca y al turismo, le decomisaron el barquito. Un buque mercante alemán, el Wesser, anclado en Puntarenas, logró salir a tiempo rumbo a México. Otro, el Stella, no tuvo tanta suerte y, tras ser decomisado, el gobierno lo vendió en Nicaragua.
Cuando los presos fueron muchos, empezaron a enviarlos a campos de concentración en Estados Unidos. Lo delicado del asunto es que iban acompañados de sus esposas e hijos, que eran costarricenses. La escritora Virginia Grutter, que pasó una larga temporada de su juventud en uno de esos campamentos, se refiere al asunto en sus memorias. Tristemente célebre fue el caso de doña Esther Pinto de Amrheim. Era una verdadera ironía histórica que una descendiente de Tata Pinto, el marino portugués que tanto sirvió a Costa Rica y que llegó hasta a gobernar el país por un breve período tras la caída de Morazán, fuera recluida como prisionera simplemente por el apellido de su marido. Don Herberh Knhor planteó un recurso de Habeas Corpus, que fue votado de manera favorable por la Corte Suprema de Justicia. Presionados por el gobierno, que tenía las Garantías Individuales suspendidas, los magistrados se echaron atrás y, en un acto de coherencia, ante lo que consideraba un atropello a los derechos fundamentales de un ciudadano, el Presidente de la Corte, don Víctor Guardia Quirós, renunció a su cargo.
El libro relata con gran amplitud el hundimiento de dos buques de guerra, el Eisenach y el Fella,  uno alemán y otro italiano, anclados en Puntarenas. Ambas embarcaciones navegaban por el Pacífico cuando se enteraron de la noticia de que los Estados Unidos habían entrado en la guerra. En espera de órdenes, decidieron refugiarse en el puerto más cercano. Su presencia, como es fácil de imaginar, generó intranquilidad. Tal parece que el propio Bliss Lane fue quien le ordenó al gobierno que confiscara los barcos y encarcelara a los tripulantes. Un grupo de cincuenta guardias civiles armados con rifles fue enviado en tren a Puntarenas a cumplir la orden. Aunque de primera entrada la situación pueda parecer cómica, pudo haber tenido un final trágico. ¿Qué podían hacer cincuenta policías ticos, que eran campesinos con uniforme, frente a dos tripulaciones de soldados bien armados y entrenados que los superaban en número? Afortunadamente no hubo enfrentamiento. Enterados de los planes, los capitanes pidieron instrucciones y recibieron la orden de entregarse y hundir las naves. El hecho, que sorprendió y defraudó a las autoridades costarricenses, es perfectamente normal en la marina de guerra, ya que es preferible hundir un barco que abandonarlo en otras manos. El gobierno quedó entonces sin las naves que pretendía confiscar y con un numeroso grupo de prisioneros a los que fue bastante complicado sacar del país.
En cuanto a la famoso caso del vapor San Pablo, anclado en Limón, en el que murieron veinticuatro personas por una explosión el 2 de julio de 1942, hay en este libro dos inexactitudes demasiado grandes como para pasarlas por alto. En primer lugar, menciona repetidas veces la palabra "hundimiento" y, como es sabido, el San Pablo no fue hundido. Ni siquiera quedó inservible, ya que casi inmediatamente después de la explosión, apenas le repararon los daños sufridos, navegó a Panamá y continuó funcionando sin problemas durante años. En segundo lugar, en el libro se da por un hecho la leyenda urbana que circuló en ese tiempo, de que que el San Pablo fue torpedeado por un submarino alemán. El asunto acabó siendo pieza clave de la historia política de la década de los cuarenta porque dos días después, el 4 de julio, hubo manifestaciones de protesta contra el supuesto ataque que acabaron en saqueos de los negocios de alemanes, italianos y españoles de San José, A raíz de estos saqueos fue que don José Figueres Ferrer pronunció el famoso discurso por el que fue arrestado y expulsado del país. Hay historias similares, de submarinos alemanes atacando barcos anclados en otros países latinoamericanos. Sin embargo, investigaciones posteriores no le encuentran sentido a que los pocos submarinos con que Alemania disponía en 1941, anduvieran tan al sur de la zona en conflicto realizando ataques de un único tiro.  Por otra parte, no hay manera de explicarse cómo un torpedo pudo haber causado una explosión en la bodega de un barco sin lastimar el casco, como fue en el caso del San Pablo. La verdadera tragedia del Vapor San Pablo, y esto el libro lo explica muy bien, es que murieron veinticuatro humildes trabajadores, no hubo una investigación sobre los hechos y los familiares de las víctimas no recibieron indemnización alguna.
Durante los años de la guerra se intentó establecer en Costa Rica el cultivo de abacá y madera de balsa, pero esas iniciativas se quedaron en la intención. El gobierno americano facilitó recursos financieros, técnicos y de maquinaria para la construcción de la carretera interamericana. Se decía entonces que el propósito era establecer una ruta terrestre hasta el Canal de Panamá, pero cuando la guerra terminó la carretera ni siquiera había llegado al Cerro de la Muerte. A propósito de la visita a Costa Rica del Vicepresidente de Estados Unidos Henry Wallace se estableció el CATIE en Turrialba. Sin embargo, a nivel de seguridad interna, el principal cambio durante la guerra fue el establecimiento de un cuerpo militarizado de policía, llamado la Unidad Móvil, que efectuó operaciones represivas y, años después, se enfrentó a los rebeldes de don Pepe durante la guerra civil de 1948. Tras ser vencida, la Unidad Móvil dejó de existir.
Verdaderamente reveladores son los datos que este libro ofrece sobre la economía durante los años de guerra. Dicen que una imagen vale más que mil palabras. Algo parecido podría decirse de los números. Las tablas que aparecen en el capítulo quinto pintan un panorama desolador. Para resumirlas, basta decir que, en apenas cuatro años, el costo de la vida se duplicó, el dinero circulante se triplicó, el déficit fiscal aumentó sin control, la deuda externa llegó al doble y la economía en general cayó en picada. Al terminar la guerra, Costa Rica, que antes tenía un comercio diversificado con distintos países, acabó dependiendo de las compras de Estados Unidos, que se convirtió en su principal socio comercial. La producción para consumo interno tampoco anduvo muy bien y, de manera frecuente y creciente, el país debió importar hasta arroz, frijoles y azúcar. 
La lectura del libro Costa Rica en la Segunda Guerra Mundial, de Carlos Calvo Gamboa, permite descubrir, entre líneas, una revelación verdaderamente esclarecedora.  El Dr. Rafael Angel Calderón Guardia fue electo en 1940 por una amplia mayoría. Era un médico graduado en Europa querido y respetado por todo el país. Su primer año de gobierno fue brillante, con la fundación de la Universidad de Costa Rica y la Caja Costarricense de Seguro Social, así como con el tratado limítrofe con Panamá. Sin embargo, ya a mediados de su segundo año de gobierno su popularidad caía en picada y era cada vez mayor el número de quienes lo criticaban y adversaban. Después de la declaratoria de guerra de Costa Rica a Japón, el 8 de diciembre de 1941, y a Alemania e Italia, el 11 de diciembre siguiente (las mismas fechas de las declaraciones de guerra de Estados Unidos), los costarricenses empezaron a sufrir situaciones que les resultaban inaceptables. Escasez de productos básicos, aumentos de precios, cierre de negocios, garantías individuales suspendidas, listas negras, arrestos sin derecho a Habeas Corpus, expulsiones del país de ciudadanos nacidos en Costa Rica y confiscaciones de propiedades sin indemnización. La policía, que miraba hacia otro lado ante los saqueos y el vandalismo, disolvía reuniones y manifestaciones políticas por la fuerza. Si alguien cuestionaba la situación en que se vivía, se le respondía que todo era debido a la guerra. Si alguien criticaba al gobierno, se le tildaba se simpatizante nazi. Antes de la guerra, el Dr. Calderón Guardia gozaba del apoyo general. Por las políticas locales, durante la guerra, fue perdiendo simpatizantes y ganando adversarios. 
Muchos de los temas que este libro plantea, merecerían ser desarrollados más ampliamente. En la obra hay, además, un capítulo pendiente que podría ser más bien un libro aparte. Esperaba encontrar algún apartado en que se refiriera a los costarricenses que combatieron en la Segunda Guerra Mundial pero, lamentablemente, en ninguna parte se refiere a este tema. El prestigioso genealogista don Guillermo Castro Echeverría, que sirvió en el ejército norteamericano en Europa y que, al respecto, publicó un libro de memorias noveladas, contaba que fueron muchos los ticos que prestaron servicio en la infantería y muchos más los que sirveron en la marina. Sus nombres han sido recogidos en listas. Yo tengo una a la que no termino de agregar nombres y fechas. El libro sigue aún pendiente.
INSC: 0317
8 de diciembre de 1941. Tras el ataque a Pearl Harbor Costa Rica declara la Guerra
a Japón. De izquierda a derecha: Alfredo Volio Mata, Alberto Echandi Montero, el
Presidente Rafael Angel Calderón Guardia, Luis Demetrio Tinoco Castro, Carlos Manuel
Escalante, Durán, Mario Luján Fernández y Francisco Calderón Guardia.



domingo, 9 de julio de 2017

El controversial presidente León Cortés Castro.

León Cortés y su época.
Carlos Calvo Gamboa. EUNED
Costa Rica, 1982.
En 1917, primer año de la dictadura de Federico Tinoco, el gobernador y comandante de plaza de Alajuela cometía tantos abusos de autoridad y excesos de violencia, que el propio Joaquín Tinoco, ministro de Guerra que lo había nombrado en el cargo, debió enviarle un telegrama ordenándole que procediera con cautela, ya que sus acciones le estaban creando antipatías al gobierno.
Como los arrestos, palizas y registros de domicilios y comercios continuaron, los hermanos Tinoco acabaron removiéndolo del cargo.
Con apenas treinta y cinco años, León Cortés Castro, el comandante destituido, ya se había dado a conocer por su carácter hosco, su temperamento autoritario y la severidad con que disciplinaba a cualquiera que considerara bajo su autoridad. Primogénito de los seis hijos del Dr. Roberto Cortés Cortés y de doña Fidelina Castro Ruiz, había nacido en Llano Grande de Alajuela el 8 de diciembre de 1882. Su padre era colombiano y, durante sus estudios de medicina en Alemania, había sido compañero del médico costarricense Pánfilo Valverde, quien lo invitó a pasar una temporada en Costa Rica. Durante la visita, que se suponía iba ser breve, el Dr. Cortés conoció a quien sería su esposa, contrajo matrimonio y se radicó definitivamente en el país. 
El Dr. Roberto Cortés Cortés, su esposa Fidelina Castro Ruiz
y cuatro de sus hijos. A la izquierda Hernán y Adriana. A la
derecha León y Claudio.
Tal parece que la familia gozaba de buenas relaciones sociales, puesto que el presidente Bernardo Soto y su esposa, doña Pacífica Fernández Guardia, fueron los padrinos de bautizo de León Cortés.
Aunque el sueño de juventud de León Cortés era convertirse en médico, como su padre, no le fue posible alcanzarlo. En Costa Rica no se impartía la carrera de medicina y su familia no disponía de recursos suficientes como para costearle estudios en el exterior. Además, por razones que no conocemos, tuvo cierta demora en obtener el bachillerato. Se graduó de bachiller en 1902 en el Colegio San Luis Gonzaga de Cartago, cuando ya contaba con veinte años de edad, mientras que lo normal, en aquel tiempo, era ser bachiller poco después de los quince.
Trabajó como maestro de primaria y fue director de la escuela de Grecia. En 1905, contrajo matrimonio con Julia Fernández Rodríguez, con quien tuvo dos hijos: Otto y Javier.
Ya casado, inició sus estudios de Derecho que también se prolongaron más de lo normal. Se graduó como abogado en 1916.  
Su carrera política, que había iniciado como munícipe, iba en ascenso. Fue diputado tres veces. La primera de 1914 a 1917, en que fue un severo opositor al gobierno de Alfredo González Flores. Tras su tristemente célebre paso por la comandancia de Alajuela, volvió al Congreso de 1922 a 1926 y fue reelecto para el perído siguiente, de 1926 a1932.
De 1925 a 1926, fue presidente del Congreso y los diputados sufrieron, aunque no tanto como los alajuelenses, su temperamento autoritario y enérgico. Trataba a los legisladores como niños de escuela y controlaba hasta extremos obsesivos los menores detalles del funcionamiento del plenario. El poder legislativo está compuesto por representantes electos por el pueblo que sostienen distintas posiciones. Es natural que haya desacuerdos y el Presidente del Congreso debe ser quien facilite la discusión y les garantice a todos su derecho a ser escuchados. Con caballerosidad, cortesía y gentileza, eso era lo que hacía don Arturo Volio Jiménez, quien presidió el Congreso de 1920 a 1925, por lo que, tras el único año de León Cortés en el cargo, los congresistas volvieron a poner a don Arturo al frente del Congreso de 1926 a 1929.
A pesar de sus maneras bruscas, sus discursos violentos y su actitud autoritaria, León Cortés llegó a gozar de buena fama como hombre honesto, trabajador y eficiente.  Fue Secretario de Fomento de don Cleto González Víquez y de don Ricardo Jiménez Oreamuno, cargo en el que demostró su capacidad para ejecutar obras de infraestructura sin que se perdiera ni un minuto ni un centavo.
En 1932, León Cortés mostró interés por llegar a la presidencia de la República, pero su candidatura no prosperó. Tres años más tarde, cuando ya parecía tener posibilidades reales de alcanzar el poder, cundió la alarma. El 21 de junio de 1935, el Dr. Ricardo Moreno Cañas, el poeta Rogelio Sotela, don Carlos María Jiménez Ortiz y el expresidente Alfredo González Flores, convocaron y encabezaron una manifestación para impedir que "se entronice un régimen tiránico en Costa Rica."
Manuel Mora Valverde quiso ser
candidato presidencial en 1936.
pero no tenía la edad requerida.
Las elecciones de 1936 fueron las primeras en que participó el partido comunista que, originalmente inscribió la candidatura de Manuel Mora Valverde, pero como la Constitución exige que para ser presidente se deben tener treinta años cumplidos y don Manuel solamente tenía veintiséis, debió ser sustituido por Carlos Luis Sáenz. La vieja guardia liberal lanzó la candidatura de Octavio Beeche, presidente de la Corte Suprema de Justicia, pero no logró detener el triunfo de León Cortés Castro, quien ganó la presidencia con amplio margen de ventaja.
El gobierno de León Cortés se distinguió por realizar numerosas obras de infraestructura, entre las que destacan el aeropuerto de La Sabana y el balneario de Ojo de Agua, así como numerosos edificios municipales y escuelas. Se decía que su administración era de cemento y varilla, no solo por las construcciones, sino por el rígido estilo autoritario que lo caracterizaba. Los empleados públicos, incluso los de alto nivel, sabían que contradecirlo o mostrar el más mínimo desacuerdo con él, significaba el despido inmediato.
Además de inflexible, don León era desconfiado. Colocó a sus hermanos, cuñados, sobrinos e hijos en puestos clave del gobierno. En su afán por tener el país bajo su control, llegó hasta a quebrantar la legislación vigente. En las elecciones de medio periodo de 1938, destituyó a los miembros del Consejo Electoral y anuló la elección de Carlos Luis Sáenz como diputado. Persiguió a don Joaquín García Monge por haberse atrevido a publicar, en el Repertorio Americano, artículos antifascistas. También intentó cerrar el diario La Tribuna, de don José María Pinaud. En un desplante de bravuconería, cuando dejó la presidencia, retó al Sr. Pinaud a enfrentarse con él en otro terreno, pero el periodista, muy elegantemente, le respondió que él criticó a León Cortés como presidente, pero no tenía nada personal contra León Cortés como ciudadano.
En 1937, el buque de guerra alemán Schleswing visitó Costa Rica. La bandera nazi con la svástica ondeó junto al pabellón tricolor y los marinos presentaron armas al presidente Cortés en una parada militar frente al Monumento Nacional. Los jóvenes comunistas que protestaron fueron encarcelados. Apenas un año antes, su hijo Otto había estado presente en los juegos olímpicos de Berlín de 1936 y, por carta, le había manifestado a su padre los progresos que había logrado Alemania bajo el control severo de Adolfo Hitler.  Aquellas olimpiadas, por cierto, fueron las primeras en que participó un costarricense, ya que Bernardo de la Guardia compitió en esgrima.
León Cortés Castro. 1882-1946/
Presidente de Costa Rica de 1936 a 1940.
A petición de la Embajada Alemana, León Cortés prohibió la proyección de películas que pudieran perjudicar la imagen de la Alemania Nazi, pero cuando el Sr. Enrique Yankelewitz le llamó la atención sobre el aumento de publicaciones antisemitas en los periódicos, el presidente le respondió que nada podía hacer porque eso iría contra la libertad de prensa.
Prohibió las reuniones del partido comunista y quiso además impedir que circularan publicaciones comunistas por correo. Entre los opositores a esta medida, además de los líderes de izquierda, destacaron los periodistas Joaquín Vargas Coto y Otilio Ulate Blanco, el escritor Mario Sancho y hasta el padre Rosendo Valenciano. A liberales, conservadores y católicos les preocupaba que se creara un organismo que tuviera la autoridad de decidir cuáles publicaciones podían circular y cuáles no. La libertad de reunión, por otra parte, era un derecho constitucional.
Pese a la resistencia general, la mano dura se hizo sentir. Cuando, en agosto de 1939, invitó al General Anastasio Somoza García a visitar Costa Rica, tomó medidas para que no hubiera protestas ni en las calles, ni en las páginas de los periódicos, ni en las emisoras de radio.
Una actuación suya verdaderamente inexplicable fue haber interrogado personalmente a Beltrán Cortés, asesino de su adversario político el Dr. Ricardo Moreno Cañas, la misma noche de los hechos.
En la memoria de Gobernación de 1936, aparece la afirmación de que los judíos son propagadores del socialismo y se propone restringir su ingreso al país. Quizá sin conocer el dato, una organización humanitaria de Estados Unidos, Refugee Economic Corporation, propuso al gobierno costarricense, en 1937, un proyecto para ubicar en Costa Rica mil quinientas familias judías procedentes de Alemania. La iniciativa no le costaría ni un centavo al país, más bien la organización estaba dispuesta a pagar lo que le pidieran y a comprar la finca Tenorio para crear allí una colonia. La respuesta no solo fue negativa sino que, en 1939, el gobierno ordenó la salida de todos los judíos procedentes de Alemania y Austria que estuvieran en Costa Rica, a quienes les recomendaba trasladarse a Bolivia, país que no exigía requisitos para su ingreso.
La firma de don Manuel Francisco Jiménez Ortiz, ministro de Relaciones Exteriores, en un documento continental a favor de la democracia y en contra de las dictaduras, le costó el puesto.
El período presidencial de León Cortés terminó en mayo de 1940. La elección de su sucesor, el Dr. Rafael Angel Calderón Guardia, fue apoyada por Cortés pero no tardaron en aparecer las diferencias. Para empezar, en diciembre de 1941, tras el ataque a Pearl Harbor, Costa Rica le declaró la guerra a las potencias del eje y cualquier simpatía por la Alemania Nazi empezó a ser mal vista. El Dr. Calderón Guardia, además, se había aliado con el partido comunista, acérrimo enemigo de Cortés.
Con todo y todo, había un punto en que Cortés salía ganando en la comparación. Si bien es cierto que su gobierno fue autoritario y abusó del poder, su gestión se caracterizó por una eficiente e incuestionable administración de los recursos públicos. En el gobierno de Calderón Guardia, en cambio, imperó un desorden administrativo y fiscal y los casos de corrupción fueron frecuentes, notorios y a gran escala. La alianza con los comunistas, por otra parte, no acababa de gustarle a un amplio sector del electorado, especialmente por las acciones violentas que protagonizaban las brigadas de choque comunistas contra los opositores, en un tiempo en que, con el pretexto de la guerra mundial, las garantías individuales estaban suspendidas.
León Cortés fue candidato presidencial de nuevo en 1944, pero perdió ante Teodoro Picado en unas elecciones generalmente consideradas como fraudulentas en las que hasta hubo muertos. En las elecciones para diputados de 1946, León Cortés figuró de nuevo como líder de la oposición. Se repitieron las irregularidades y la violencia de los comicios anteriores. Prematuramente envejecido y enfermo, León Cortés murió el 3 de marzo de 1946.
Tras la guerra civil de 1948, su figura fue exaltada a nivel de héroe. Nadie recordaba entonces los abusos de su administración, sino su honradez como gobernante y su papel como líder de la oposición a los gobiernos de Calderón y Picado. Se le levantó el monumento en La Sabana y hasta se le dio su nombre a un cantón.

León Cortés Castro, su esposa Julia Fernández
Rodríguez y sus dos hijos Otto y Javier.
Sobre su figura, el historiador Carlos Calvo Gamboa publicó el libro León Cortés y su época. Se trata de un estudio minucioso y profundo al que, sin embargo, se le puede reclamar su posición sesgada. Más que una biografía, Calvo Gamboa quiso plantear una defensa del exgobernante. En su obra repasa las acciones del gobierno de Cortés, tanto las admirables como las cuestionables, pero trata siempre de explicar, justificar, hacer comprender las circunstancias y hasta invita a pasar por alto ciertas situaciones graves. En su afán por limpiar la imagen de Cortés, llega a justificar la censura de prensa, el afectuoso recibimiento a los marinos alemanes y la dura represión contra el partido comunista. Carlos Calvo Gamboa, incluso, se permite entrar en el pensamiento de los personajes históricos, especula sobre sus intenciones y motivos para actuar como lo hicieron. Minimiza las acciones antisemitas de Cortés afirmando que durante el período de Calderón Guardia fueron peores. Trata de hacer parecer como normal, lo que definitivamente fue irregular. Según él. cuando León Cortés ordenó disposiciones arbitrarias lo hizo por haber sido mal asesorado y todas las acciones ilegales de su administración fueron hechas a sus espaldas y sin su consentimiento. Considera injustas las críticas que ha recibido la administración Cortés, aunque su propio libro es una buena fuente de argumentos para criticar el gobierno que intenta defender. 
Atribuye que León Cortés haya sido etiquetado como nazi a una campaña de difamación del partido comunista. En su argumentación logra, eso sí, destruir parte de la leyenda negra en torno a su figura. Mucho se ha hablado de la influencia de los colaboradores alemanes en el gobierno de Cortés. Algunos de los que comentan su gobierno se han dejado decir, sin documentos que lo prueben, que Max Effinger fue quien estuvo a cargo de la restricción de ingreso a inmigrantes judíos, cuando en realidad Effinger, ingeniero de profesión y director general de obras públicas durante el gobierno de Cortés, fue el responsable de instalar, entre otras muchas obras, la cañería de Puntarenas. Carl Hoelkenmayer y Albert Foortuniak, coordinaron trabajos eléctricos en el ferrocarril al Pacífico. Estos tres alemanes, además, fueron contratados durante la administración de don Cleto González Víquez y Cortés no hizo más que dejarlos en su cargo. Irónicamente, el libro no es capaz de mejorar la imagen de Cortés, pero sí logra limpiar el nombre de estos tres profesionales alemanes, cuyas ideas políticas no llegaron a conocerse.
En el prólogo del libro, don Carlos Meléndez Chaverri afirma que la severidad con que se juzga a León Cortés no deja de ser injusta. Innegablemente, durante su gobierno cometió errores, pero al haber sido víctima de un fraude en las elecciones de 1944. acabó convirtiéndose en el símbolo de la lucha por la pureza del sufragio. Ante esta aseveración, se podría recordar que, en las elecciones de 1938, el propio Cortés pasó por alto la voluntad popular manifestada en las urnas.
Sin lugar a dudas un personaje polémico y controversial, León Cortés no deja de ser una figura propia de su tiempo. En muchos países del mundo, los gobernantes autoritarios eran la norma general durante los años treinta y Costa Rica no fue la excepción y tuvo el suyo.
INSC: 1239
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