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domingo, 24 de abril de 2016

Literatura mexicana del Siglo V (o XX).

Tiros en el concierto.
Christopher Domínguez Michael
Biblioteca Era. México, 1999.
La literatura mexicana del siglo XX es tan rica y variada que, si alguien pretendiera ser exhaustivo al comentarla en conjunto, correría el riesgo de no ofrecer más que una lista de autores y títulos. Quizá por ello el reconocido crítico Christopher Domínguez Michael, al hacer un repaso del desarrollo literario de su país durante el siglo XX, optó por concentrarse en solamente unas cuantas figuras que fueron protagonistas principales durante ciertos momentos clave.
Tiros en el concierto es una colección de ensayos reveladores e inquietantes cuya lectura, ciertamente cautivadora, facilita la comprensión de la literatura mexicana del último siglo. No se trata de uno de esos aburridos estudios de corte académico, que tanto abundan, obsesionados en poner etiquetas y en agrupar las obras por tendencias o generaciones. Es, más bien, un libro apasionado, escrito por un lector obsesivo y voraz, que conoce a fondo el tema y quien, tras mucho leer y mucho pensar, expone de manera sustentada y convicente, las conclusiones a las que ha llegado.
Para ser crítico literario, lo importante no es leer sino haber leído. Los juicios del crítico no son más que su opinión personal, pero cuando se trata de un crítico serio, inteligente y culto, como Christopher, hasta las valoraciones más subjetivas están sólidamente fundamentadas. Las reacciones llenas de entusiasmo o de rechazo, no responden al gusto, sino al criterio.
El subtítulo del libro, Literatura Mexicana del Siglo V, enigmático de primera entrada, responde al hecho de que los primeros documentos escritos en México en lengua española fueron las Cartas de relación de Hernán Cortés quien, en 1521, culminó la conquista de Tenochtitlan. El siglo XX, entonces, es el quinto de la literatura mexicana escrita en español.
En esa centuria intensa, México, además de vivir la primera revolución del siglo de las revoluciones, fue cuna de grandes literatos cuyas vidas, ideas, motivaciones, pretensiones e intensiones abarcaron todo un amplio espectro de gran diversidad.
La muestra que ofrece Christopher Domínguez, es bastante representativa.
Empieza por Alfonso Reyes, el sereno erudito helenista. Sigue con José Vasconcelos, cuyas actuaciones como revolucionario y político, así como sus devaneos filósoficos y teológicos, hacen que su vida sea más interesante y asombrosa que todas sus novelas juntas. Martín Luis Guzmán, autor de El águila y la serpiente, La sombra del caudillo y Memorias de Pancho Villa, es en buena medida el cantor épico de la revolución mexicana. Los poetas del grupo Los contemporáneos, exploran y difunden nuevas tendencias con resultados irregulares. Rubén Salazar Mallén, hecho a un lado por sus controversiales ideas fascistas y la vehemencia con que las proclamaba, es el típico escritor despreciado en vida y olvidado tras su muerte. En la esquina opuesta, José Revueltas, pese a ser comunista que pensaba con su propia cabeza era tan obediente al partido que retiró de circulación Los días terrenales por las críticas de los camaradas y, pese a ser oficialmente agnóstico o ateo, su obra El luto humano (sobre la Cristiada) es de gran contenido místico y está llena de referencias bíblicas.
Christopher Domínguez retrata a estos autores de cuerpo entero. La información que ofrece sobre sus vidas, brinda la clave para comprender las razones por las que cada uno fue abrazando sus particulares ideas éticas, estéticas y políticas. Cada uno de estos literatos tiene, como cualquier ser humano, aciertos notables y errores garrafales, facetas admirables y episodios oscuros. Los libros que publicaron, son reseñados tanto individualmente como dentro de una perspectiva de conjunto. La carrera de cada escritor traza una curva distinta que no siempre es ascendente. Hay quienes, tras debutar con el pie derecho, pierden el norte o el cuidado y cada libro que escriben está peor logrado que el anterior. Otros muestran, en su producción literaria, una secuencia de altos y bajos.    
Reyes, Vasconcelos, Guzmán, los contemporáneos, Salazar Mallén y Revueltas son mexicanos, pero sus actitudes, tanto humanas como literarias, tienen sus equivalentes en escritores de otras latitudes.
Los ensayos de este libro, facilitan la tarea de apreciar títulos fundamentales de la literatura mexicana, así como la de comprender la mentalidad de su autor y el contexto de la época en que fueron escritos.
Una vez trazadas las coordenadas de referencias, Christopher plantea interesantes consideraciones sobre la creación literaria en general, en que se vale, para brindar ejemplos, de los autores y obras reseñados. Su mirada no se ciñe a lo local y, en la segunda parte del libro, dedica un largo apartado a Stendhal, en el que, lejos de alejarse del tema de la literatura mexicana, aclara conceptos sobre su desarrollo.
Pese a brindar abundante información y plantear temas filosóficos profundos, el estilo conciso, provocador, contundente y apasionado de Christopher, permite que las más de quinientas páginas de Tiros en el concierto se lean con interés creciente y verdadero deleite. 
Al final, para que el lector cierre el libro con una sonrisa, hay un divertido cuento, titulado precisamente Tiros en el concierto, que es una verdadera obra maestra de ingenio y fino humor.
INSC; 1162

miércoles, 23 de marzo de 2016

¿Qué le pasó a José Vasconcelos?

Tiros en el concierto.  Literatura Mexicana
del Siglo V. Christopher Domínguez.
Biblioteca Era, México.
 Segunda edición, 1999.
Todos los personajes históricos, incluyendo hasta los que han alcanzado las categorías de próceres o de héroes, tienen su lado oscuro. Los encargados de mantener el culto y la admiración por figuras ilustres suelen maquillar, o silenciar del todo, los aspectos cuestionables que pudieran manchar la imagen de quienes han subido al pedestal. Hay quienes, por el contrario, se deleitan en destacar las ideas o acciones más escandalosas de quienes gozan de la admiración general.
José Vasconcelos es un buen ejemplo. Filósofo, místico, revolucionario, político y novelista, llegó a ser conocido como "El maestro de América" por su intensa y fructífera labor en los campos de la educación y la extensión de la cultura. Las biografías oficiales y semioficiales de Vasconcelos, suelen concentrarse en su participación juvenil en el Ateneo, el protagonismo que tuvo antes, durante y después de la Revolución Mexicana, en la influencia que alcanzó su pensamiento en todo el continente y, con muy especial énfasis, en su labor como Ministro de Instrucción Pública y Rector de la Universidad Nacional.
Al leer esas biografías oficiales, da la impresión de que Vasconcelos no hizo ni dijo nada en los últimos treinta años de su vida. El periodo que va desde 1929, año en que perdió las elecciones presidenciales, hasta su muerte, en 1959, ni siquiera se menciona.
Los detractores de Vasconcelos, en cambio, suelen recordar que participó en oscuras conspiraciones políticas y subrayan que en muchos de sus escritos defendió posiciones racistas, despreció las culturas precolombinas y fue propagandista de la Alemania Nazi.
Con similar actitud que los de la acera apuesta, quienes remarcan los aspectos más oscuros e indefendibles de Vasconcelos, no mencionan su aporte a la alfabetización y el desarrollo cultural de México.
Ambas posiciones, por incompletas, llegan a ser injustas. Las figuras históricas deben ser recordadas y analizadas de manera integral. Pretender borrar de las biografías todas las virtudes o todos los defectos del personaje no ayuda a comprenderlo.
Por eso quedé muy impresionado por el largo y profundo estudio que Christopher Domínguez dedica a Vasconcelos en su libro Tiros en el Concierto. Con su brillante estilo, Christopher retrata a Vasconcelos de cuerpo entero y ofrece un panorama completo de su vida, su pensamiento, su obra, sus actuaciones y su ideario.
José Vasconcelos (1882-1959) nació en Oaxaca, pasó su infancia en Sonora y estudió durante su juventud en Campeche. Lector voraz y dotado de una extraordinaria inteligencia, llegó a convertirse en un exitoso abogado. Muy joven se integró a la actividad intelectual del recién fundado Ateneo mexicano. Lector de Herbert Spencer y amirador, con reservas, de Auguste Comte, se formó con pensamiento positivista y desarrolló, por otra parte, un obsesivo interés por las culturas clásicas griega y latina.
La rigidez del Porfiriato asfixiaba a los intectuales y la primera participación política de Vasconcelos fue dentro del Club Antirrelecionista, al que ingresó invitado por Francisco Madero. Cuando estalla la revolución, por un breve período estuvo al lado de Pancho Villa y estuvo a cargo, posteriormente, de importantes gestiones encargadas por Venustiano Carranza.
En 1920, Vasconcelos llega a ser rector de la Universidad Nacional y, al año siguiente, Secretario de Instrucción Pública. Desde estos puestos desarrolla su obra titánica. Vasconcelos aspiraba en la unidad iberoamericana pero, desilusionado del caos que siguió a la revolución y tras viajar por todo el continente, llegó a la conclusión de que el sueño de Bolívar no se concretaría por medio de la espada, sino del libro. El mayor problema de América Latina no era tanto el caciquismo o la injusta distribución de la riqueza, sino la ignorancia en que permanecía sumida la mayor parte de la población.
La educación pública, que era una responsabilidad municipal, Vasconcelos la convirtió en prioridad federal. Por toda la República Mexicana se levantaron escuelas, museos, teatros y bibliotecas. El Estado se convirtió en el mayor editor de libros de México. Hay quienes, con una sonrisa burlona, cuestionan la efectividad de que Vasconcelos haya puesto en manos de campesinos que acababan de dejar de ser analfabetos, ediciones de La Odisea o La Eneida, pero lo cierto es que la obra de difusión cultural que llevó a cabo tuvo alcances gigantescos. El Maestro, publicación dirigida personalmente por Vasconcelos, a la que llamaba "revista continental de cultura universal", llegó a circular en todos los países de América Latina. En uno de sus viajes, Vasconcelos tuvo la satisfacción de encontrar ejemplares de El Maestro en una escuelita rural de una remota aldea de Bolivia.
Respetado y admirado por todos los intelectuales latinoamericanos, a Vasconcelos le llovían los elogios. Su teoría de La Raza Cósmica (1925) era, a decir verdad, más aplaudida que estudiada o comprendida. Densa, ambigua, divagatoria y poco estructurada, la propuesta filosófica de Vasconcelos contenía una serie de prejuicios bastante peligrosos que nadie notó en su momento pero que salieron a relucir posteriormente.
Confiado quizá en que su prestigio y sus logros eran credenciales más que suficientes, en 1929 Vasconcelos se postula como candidato presidencial. El momento no podía ser más convulso. México llevaba ya tres años sumido en la guerra cristera. El presidente Plutarco Elías Calles no estaba dispuesto a entregarle el poder a quien, por muchos y fuertes motivos, consideraba su enemigo. Los resultados oficiales le dieron a Vasconcelos menos del diez por ciento de los votos. Los historiadores sostienen que, definitivamente, hubo fraude, pero no está claro si Vasconcelos ganó realmente esas votaciones. Defraudado, dolido e indignado, Vasconcelos se declara ganador, pero sus simpatizantes aceptan, resignados, la derrota.
Tras fracasar en su intento por llegar a la Presidencia, la figura de Vasconcelos inició su declive. Repasando su biografía, da la impresión de que, después de 1929, no había lugar en México para él. Christopher Domínguez sostiene que la sed de venganza lo trastornó. El Maestro de América, acabó esperando una reivindicación que nunca llegó, en un país en que cada vez menos lo tomaban en serio. Llegó al extremo de conspirar junto a Calles, su enemigo de la víspera, contra Lázaro Cárdenas.
Cuando publicó Ulises Criollo (1935), la primera de una serie de novelas autobiográficas en que expone sin modestia ni tapujos sus ideas, su vida y sus miserias, los lectores quedaron estupefactos ante aquellas ochocientas páginas de pasión política y pasión erótica en que Vasconcelos, de manera cruda, llegó a hacer públicas facetas íntimas de su vida personal.
Vendrían luego La Tormenta (1936), El Desastre (1938), El proconsulado (1939) y La Flama (1959).
La opinión de Christopher Domínguez sobre la obra de Vasconcelos es severa. Estos libros, extraña mezcla de opinión, arenga, panfleto, confesiones personales, catarsis, memorias y repaso histórico, aunque fueron leídas originalmente como testimonio, deben considerarse obras de ficción.
"Vasconcelos miente como buen testigo presencial", afirma Domínguez, para quien esta serie de obras no solamente ofrece una imagen tergiversada de hechos conocidos sino que cada entrega es peor que la anterior. La crítica que hace Christopher a La Flama es demoledora. Para él, "Vasconcelos vive peligrosamente y al escribir toma los mismos riesgos" y "En su vida hay más arte que en su obra".
Pero volvamos al pensamiento de Vasconcelos. Al igual que muchos intelectuales de los años veinte, Vasconcelos descreía, o al menos desconfiaba, de las democracias liberales. Resaltaba el concepto de "raza" como fundamento de la cohesión social y exaltaba el nacionalismo. Despreciaba a los masones, miraba con recelo a los judíos y se horrorizaba con verdadero pánico ante el comunismo bolchevique. Poniéndolo todo junto, no sorprende que Vasconcelos haya mirado con simpatía a Adolfo Hitler. De hecho, Vasconcelos estuvo al frente de Timón, la revista de propaganda nazi que publicó en México diecisiete números entre febrero y julio de 1940.
Apartado del protagonismo que una vez tuvo, cada vez más olvidado tanto en su país como fuera de él y alineado con los perdedores en la II Guerra Munidial, el pensamiento de Vasconcelos, expuesto de manera categórica por él mismo, lejos de moderarse, se volvió más amargo. En defensa de lo que consideraba cultura y civilización, aprobó que los conquistadores hubieran destruido ídolos y códices precolombinos. Después de haber sido divulgador de un humanismo clásico enraizado en la filosofía griega, Vasconcelos se convirtió en un místico que pretendía terciar en las discusiones de los Padres de la Iglesia de los primeros siglos y acabó proponiendo una teología desfasada y anacrónica que a la que nadie, salvo Christopher Domínguez, que la analiza de manera admirable, se molestó en tomar en serio.
Vasconcelos rechazó la procreación, elogió la esterilidad y desarrolló una repulsión al cuerpo físico y a toda la parte orgánica de la existencia humana. El simple hecho de comer, era para él un acto asqueroso. En uno de sus últimos artículos, afirmó que lo mejor que le podría pasar al mundo es que la humanidad se destruyera a sí misma con la recientemente inventada bomba de hidrógeno.
¿Qué le pasó a José Vasconcelos? Arrojado, valiente, heroico y realizador de grandes logros antes de 1929. Amargado, pesimista y negativo después de las elecciones que perdió. Su frustración y resentimiento acabaron llevándolo a borrar con el codo prácticamente todas sus propuestas y acciones de juventud. Algunos, como ya se dijo, prefieren rendir tributo al joven e ignorar al viejo. Otros, minimizan sus acciones como revolucionario, rector de la Universidad y Secretario de Instrucción horrorizados ante las declaraciones de sus últimos años.
Christopher Domínguez brinda la visión más completa que he leído sobre el hombre, el literato, el filósofo, el teólogo y el político y, en cada faceta, descubre y demuestra revelaciones sorprendentes. La figura de Vasconcelos es tan compleja que en verdad recomiendo leer las más de cien páginas que, sobre él, aparecen en Tiros en el concierto poder comprenderlo mejor. La tesis que desarrolla Christopher Domínguez es que Vasconcelos quiso ser el padre de la patria, pero sus hijos no lo reconocieron.
Si Vasconcelos hubiera muerto en 1929, probablemente tendría más y mayores monumentos. Si sus enemigos lo hubieran matado, habían hecho de él un mártir. Al seguir viviendo tras haber sido marginado, acabó convertido en un fantasma de otra época que deambuló por el mundo real durante el resto de su vida como un alma en pena.
José Vasconcelos (1882-1959) Filósofo, novelista, revolucionario y gran
impulsor de la educación pública en México.
INSC: 1162

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