domingo, 28 de diciembre de 2014

Las memorias de don Pepe Figueres.

El espíritu del 48. José Figueres Ferrer.
Editorial Costa Rica, 1987.
Para componer y redactar este libro, don Pepe contó con la colaboración del Padre Benjamín Núñez y del periodista e historiador Guillermo Villegas Hoffmeister. Ya los tres han muerto y ninguno de los tres explicó cómo fue que se repartieron el trabajo de elaboración de esta obra. Son las memorias de don Pepe y están escritas en primera persona. El estilo, en muchos episodios, coincide con el de sus discursos, artículos y los otros libros que escribió sin colaboradores, pero son muchas las páginas en que el estilo, el vocabulario y la mentalidad de don Pepe no se reconoce.
El libro lo empezaron a componer en 1986, cuando don Pepe cumplió ochenta años de edad. Según explica el Padre Núñez en el prólogo, la iniciativa respondía a la preocupación de que los protagonistas de los hechos de 1948 no escribían sus memorias, por lo que una bibliografía disponible sobre el conflicto eran los estudios realizados por historiadores que no vivieron el conflicto y presentaban los acontecimientos con una interpretación ideológica que amenazaba con tergiversarlos. 
Tiene razón, solamente muy pocos de los protagonistas de nuestra guerra civil dejaron un testimonio escrito. Don Beto Cañas publicó Los ocho años, don Eugenio Rodríguez Vega De Calderón a Figueres, don Roberto Fernández Durán escribió un pequeño libro sobre la Huelga de brazos caídos y Edgar Cardona publicó su versión del intento de golpe de Estado que quiso darle a la Junta. En la acera de enfrente, don José Albertazzi Avendaño escribió La tragedia de Costa Rica y don Teodoro Picado también dejó escritas sus Memorias.
El Dr. Calderón Guardia, don Manuel Mora, Monseñor Sanabria, don Alberto Martén, don Chico Orlich y tantos otros, se fueron de este mundo sin legarnos por escrito su versión de los hechos.
Siempre me ha extrañado que no se haya escrito aún una amplia biografía de don Pepe Figueres. No solamente por el hecho de que lideró una revolución que marcó un antes y un después en la historia de Costa Rica, ni por las trascendentales y controversiales iniciativas que realizó las tres veces que gobernó el país, sino porque don Pepe, en sí mismo, es un personaje fascinante. Hijo de padres catalanes, nació en San Ramón en 1906 y, desde muy joven, fue un lector voraz de obras clásicas de filosofía y literatura. Habituado a interactuar con personas sencillas del campo, don Pepe era hombre de pocas palabras. Cuando hablaba, hacía frecuentes pausas y se esforzaba por ser breve y claro. Trataba de disimular su amplia cultura pero, a veces y si venía al caso, citaba a John Stwart Mill o a Robert Owen. Don Guido Sáenz una vez invitó a don Pepe, cuando era presidente de la República, a su programa de televisión para hablar sobre Chejov. Cuando don Joaquín Gutiérrez Mangel publicó sus traducciones al español de las tragedias de Shakespeare, don Pepe escribió un amplio y profundo comentario en que, aunque como de costumbre trató de ser coloquial, breve y claro, dejó en evidencia su amplio conocimiento de la obra del bardo inglés. En muchos sentidos, don Pepe fue un filósofo. No solo en sus libros de ensayos, sino también en sus obras de narrativa, así como en sus discursos, don Pepe plantea reflexiones profundas que, por la fluidez y concisión con que las expone, salta a la vista que han sido largamente repasadas. Le interesaba también la agricultura y la mecánica. Concibió y puso en práctica en su finca La Lucha, diversas técnicas novedosas en los cultivos y diseñó por sí mismo la maquinaria que necesitaba. Don Pepe vivía lejos de la capital y de la política. Su temperamento, en muchos sentidos, era el de un ermitaño. Le parecía, sin embargo, que el país no estaba bien gobernado. A pesar de ser un ilustre desconocido, pronunció un discurso en la radio para manifestar sus ideas. La policía irrumpió en la estación, detuvo la transmisión, lo arrestó y el gobierno a los pocos días lo expulsó del país. Don Pepe se convirtió, entonces, no solo en el último costarricense desterrado por el gobierno de Costa Rica (situación que no ocurría desde la dictadura de los Tinoco 1917-1919), sino en un líder político que, desde el exilio, se preparó para derrocar al gobierno. Regresó a Costa Rica convencido de que el partido en el poder solamente podría ser removido por medio de la lucha armada. Cuando, en 1948, se anularon las elecciones que dieron un claro triunfo al candidato opositor, el periodista Otilio Ulate Blanco, don Pepe supo que había llegado el momento de actuar. 
José Figueres Ferrer. Don Pepe.
1906-1990.
La guerra civil fue breve pero muchos combatientes de ambos bandos perdieron la vida. Cuando los gobernantes abandonaron el país, don Pepe presidió la Junta Fundadora de la II República, convocó a una Asamblea Nacional Constituyente, gobernó por decreto durante dieciocho meses y, según lo acordado, entregó el poder a Ulate el 9 de noviembre de 1949.
Don Pepe siguió activo en la política, tanto local como internacional, fue presidente de la República de 1953 a 1958 y de 1970 a 1974, pero su libro de memorias, termina en 1949. Arranca, eso sí, desde sus recuerdos más remotos en el San Ramón de su infancia, de sus estudios en el Seminario y de los años de juventud que vivió en Boston con su gran amigo Francisco Orlich. En estas páginas iniciales es donde encontramos al don Pepe más auténtico y genuino. Nadie podía ayudarle a reconstruir unos recuerdos que eran solo suyos. Sin embargo, en cuanto se empiezan a relatar los hechos políticos y las acciones bélicas, queda claro que, más que memorias, aquello es un recuento minucioso. Las circunstancias en que fallecieron Rigoberto Pacheco Tinoco y Carlos Brenes conocido Perro Negro, los dos primeros muertos del conflicto, son expuestas en todo detalle. No son los únicos. Los caídos de ambos bandos se mencionan con nombre y apellidos y se indica el lugar y los pormenores de su muerte. Es una verdadera lástima que la primera edición de este libro no traiga un índice onomástico -sería buena idea incluirlo en las ediciones futuras- puesto que las menciones no se limitan a los combatientes, sino a todos los que de alguna manera participaron en la gran empresa de organizar la lucha armada. Algunos nombres son una verdadera sorpresa. Don Álvaro Terán Seco, tío de don Pepe, dueño del Almacén La Granja, fue uno de los primeros en conocer sus planes. Don Eberhard Steinvorth fue quien le prestó el dinero para adquirir la totalidad de La Lucha. Don Alex Murray McNair, se encargó del control de radio, don Manuel de Mendiola recogió fondos y don Jaime Solera Bennet fue quien propició el acuerdo entre Ulate y Figueres. El Dr. Vesalio Guzmán, el empresario Rafael Sotela, don Rosendo Arguello y don Fernando Castro Cervantes, jugaron también un papel muy decisivo en el éxito de la lucha armada. Menciono estos nombres, porque todos ellos fueron señores muy discretos y de bajo perfil público cuya participación probablemente habría acabado siendo desconocida de no ser por la mención minuciosa de involucrados que hace el libro.
Escrito casi cuarenta años después de los hechos, el tono del texto es desapasionado y sereno. No hay expresiones de rencor ni de resentimientos. Se trata de manera respetuosa a don Teodoro Picado y don Manuel Mora y las referencias al Dr. Calderón Guardia se plantean de manera bastante cortés. La única persona hacia quien los calificativos son bastante severos es Juan José Tabío y Silva, el cubano que comandó el ataque a la casa del Dr. Valverde Vega.
El libro es enfático en varios puntos. Uno de ellos es la participación de milicianos no costarricenses, que ha llegado a ser materia legendaria. Líderes políticos de la zona, como el colombiano Rómulo Betancourt, el venezolano Rómulo Gallegos, el dominicano Juan Bosch, el puertorriqueño Luis Muñoz Marín y el guatemalteco Juan José Arévalo, no solo estaban al tanto del plan, sino que lo apoyaban. Sin embargo, en la guerra civil solamente participaron dieciocho combatientes no costarricenses, a quienes se cita con nombre y apellido. Otro aspecto sobre el que se hace hincapié tiene que ver con la participación de don Otilio Ulate. ¿Por qué Ulate no participó en el movimiento revolucionario si, a fin de cuentas, era su elección lo que se estaba defendiendo? Con cierta ironía, don Pepe afirma que don Otilio y sus seguidores eran "prudentes" y siempre consideraron "una locura" al movimiento armado que se levantó en La Lucha. Cuando "la locura" triunfó, don Otilio sostuvo que él no se sumó a las filas porque no fue convocado. Don Pepe lo desmiente.
El proceso de mediación, convocado por el cuerpo diplomático para poner fin al conflicto, fue bastante complicado. En las negociaciones en la Embajada de México, el Padre Núñez, sin consultar a don Pepe, firmó un documento privado que le presentó Manuel Mora y que, posteriormente, salió a la luz pública. En unos interminables capítulos, llenos de alegatos, seguramente escritos por el propio Padre Núñez, se explica que él "no firmó el documento, sino que solamente escribió su nombre en él". De hecho, cada vez que en el libro se menciona al Padre Núñez se percibe una insistencia desmedida por destacar lo intachable que es. Detalle de bastante mal gusto ya que, en la introducción del libro, tanto a Núñez como a Villegas, don Pepe los llama "coautores".
El libro reproduce proclamas y documentos. Tiene sus páginas emotivas, entre las que se incluye el largo poema de don Beto Cañas Los treinta de la trinchera y, también, uno que otro momento cómico. Desde antes de que estallara el conflicto, el gobierno les seguía la pista a los conspiradores. Mientras Gonzalo Facio y Daniel Oduber acabaron detenidos en la Penitenciaría, don Pepe logró salvarse del arresto ya que al salir de su escondite, caminó varias calles vestido de mujer y con un velo sobre la cabeza.
He disfrutado mucho todos los libros de don Pepe. En cierta forma lamento que sus memorias no las haya escrito solo pero, aunque la cantidad de datos y explicaciones atenuaron su rica prosa, lo cierto es que El espíritu del 48 es un gran documento para la historia costarricense.
INSC:  02630

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