Espejo del artista. Francisco de Asís Fernández. PAVSA, Nicaragua, 2005. |
En el poema Primeros amores, con que abre este libro, Francisco de Asís evoca la Chabela Mora, quien tuvo las mejores pantorrillas de Granada y una sensualidad hecha de carne morena, pechos breves y nalgas altaneras. La Chabela tendría unos cuarenta o cincuenta años de edad cuando Chichí, que era un niño de diez o doce, le ponía su rostro y su cuerpo a la Venus de Boticelli o a las desnudas de Cezanne. La Alma Bernard, en cambio, que era de su edad, lo deslumbraba como un ángel de Fra Angélico o como una niña dorada en los parques de Renoir.
La belleza, que unas veces es terrenal y otras celestial, fascina de manera intensa pero distinta según el caso. Francisco de Asís Fernández es un poeta no solo de cuerpo entero, sino de cuerpo y alma. Es capaz de celebrar la pasión de los sentidos y la sensualidad de los placeres y apetitos carnales, así como de explorar la melancolía almacenada en lo más profundo de su ser y elevarse hasta las más altas cumbres de los misterios del alma. La poesía de Chichí, como su vida, aunque se inclina a veces a lo mundano, no renuncia ni por un instante a lo espiritual y, aunque en ocasiones se torna filosófica y divagatoria, jamás despega los pies de la tierra.
Chichí ya tenía la estatura de poeta reconocido y admirado muchos años antes de publicar su antología Celebración de la Inocencia, pero en el año 2005 sorprendió con Espejo del Artista, una obra de madurez colmada de sabiduría y belleza. Aunque algunos de los poemas son nostálgicos, hay en todos ellos cierta actitud risueña. Chichí es la antítesis del poeta atormentado que no tiene más musa que el sufrimiento. Él ha sabido convertir su vida en una fiesta del alma y del cuerpo, en la que hasta las lágrimas se convierten, a la larga, en motivo de gozo. En este libro, escribe sobre su amada Granada, Nicaragua, la pequeña ciudad colonial, situada entre un volcán y un lago, en la que numerosos campanarios sobresalen entre los techos de tejas de las casonas de adobe con frescos corredores y amplios jardines. "En Granada, los ángeles y los demonios luchan por la virtud, tocándose en la oscuridad, haciéndose la guerra y el amor como llenando un pozo vacío".
Evoca a su familiares ya idos, a su padre el poeta don Enrique Fernández Morales, a su madre Rosa Victoria Arellano Arana, a su hermana Blanca Fernanda fallecida en la infancia, así como a sus abuelos Faustino y María Luisa y Fernando y Blanca Berta. Como no podían faltar en el recuento, en este libro se incluyen los maravillosos poemas Elogio a la locura de mi tío David y Mi comadre Mercedes interpretaba mis sueños, que ya habían sido publicados en libros anteriores.
Chichí escribe sobre sus sueños, sus angustias, sus anhelos y sus dudas. Reflexiona sobre su existencia saltando del hecho trivial al recuerdo borroso, de la sus mayores alegrías a sus más intensos temores. En su obra, él es su propio tema. Pero al repasar su vida, este simpático Narciso acaba brindando luces que permiten conocer más a fondo la vida propia, la vida de todos.
INSC: 1942
Son muchos los poemas de este libro que me gustaría compartir, pero he escogido la evocación a la muerte de su hermana Blanca Fernanda, que Chichí leyó con su voz fuerte y clara en la inauguración del I Festival de Poesía de Granada en 2005.
Son muchos los poemas de este libro que me gustaría compartir, pero he escogido la evocación a la muerte de su hermana Blanca Fernanda, que Chichí leyó con su voz fuerte y clara en la inauguración del I Festival de Poesía de Granada en 2005.
Cuando murió mi hermanita Blanca Fernanda
Yo tenía dos años en 1947
cuando en sus ocho meses de edad, siendo un ángel prematuro,
murió mi hermanita Blanca Fernanda
y empezamos a ver las correntadas de lágrimas de mis padres,
inundándolo todo. Arrasándolo todo.
Sus lágrimas nos caían del tejado y nos empujaban
y en pocos años su avalancha destruyó su unión matrimonial
las casas de adobe y taquezal de mis abuelos,
las haciendas y el paisaje, las calles y sus puentes,
y quedamos mi hermana Marimelda y yo,
viajando en los arroyos de El Llanto en una balsa sin remos,
entre Granada y Managua, entre Escila y Caribdis,
entre mi padre y mi madre.
Mis piernas se quedaron amarradas a mi padre
y mis brazos, desgarrados, a mi madre.
Delicada y efímera la vida no vivida de la Blanca Fernanda,
pero su muerte desató el vendaval.
¿Hubiera tenido el cabello negro y los ojos paganos?
Las almas bajan y suben al cielo con la luz de la luna.
Cada vez que se hablaban mis padres
un brazo del río de lágrimas se abalanzaba sobre los corredores
y todos los pobladores de la casa,
mucha familia y muchas empleadas, quienes eran como de la familia,
nos teníamos que anudar a los pilares, a las balaustradas de los quioscos
o al altar de la capilla de la casa dedicada a la Virgen de la Flor,
para no ser arrastrados por la corriente de El Llanto.
A mi hermana Marimelda la sujetaba mi abuela Blanca Berta,
mi Mamita Bebeta, quien murió con muchos padecimientos y dolor,
a mí, las ternuras de mi Comadre Mercedes
quien dedicó, abnegada y dulce, setenta años de su vida a mi familia.
Cada vez que se miraban mis padres
se desentejaban los tejados,
porque el río se nos venía encima como lluvia incontenible
y se acabaron las mañanas llenas de esplendor,
y las lunas hermosas de Granada;
y cuando la Marimelda y yo comenzamos a llorar,
las lágrimas salían de las paredes de adobe y de los chorros,
y las lágrimas rebalsaron las pilas que almacenaban el agua para el verano.
Esa casa se deshizo, como mi niñez,
pero mi corazón no acaba de morir.
Allí en mi corazón, en un estanque quieto de lágrimas,
están los pedazos de las paredes y el lujo desperdiciado de los muebles,
las pinturas, los libros, mis jugueteras y los reclinatorios de la capilla.
Allí estamos mi hermanita Memena y yo,
llorando, apretados el uno contra el otro,
tratando, desesperadamente, que el amor nos salve.
Francisco de Asís Fernández Arellano. Chichí. |
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