sábado, 1 de noviembre de 2014

Habitante de los cinco continentes del arte.

Y aunque es de noche. Enrique Fernández
Morales. Editorial Nueva Nicaragua,
 1994. Prólogo de Julio Valle Castillo.
Nicaragua es tierra de lagos, volcanes y poetas. Numerosos y formidables poetas, empezando por el príncipe de las letras castellanas, Rubén Darío. Hay poetas nicaragüenses famosos y desconocidos. Durante todo el Siglo XX y lo que va del XXI, los poetas surgen en esta tierra por camadas numerosas. Algunos logran alcanzar fama y renombre, sus libros se publican y se traducen, sus versos se incluyen en antologías y se repiten de boca en boca. Otros quedan ocultos casi al borde del olvido. El motivo de que corran distinta suerte, como dije, es el gran número. Destacarse como poeta, en Nicaragua, es como destacarse como árbol, en el Amazonas. Cuando uno se asoma a la poesía nicaragüense, queda deslumbrado por las grandes figuras de primera fila pero, si uno mira entre ellos a los poetas de segundo plano, también llega a descubrir verdaderas maravillas.
Enrique Fernández Morales (1918-1982) es uno de esos grandes árboles que, por estar situados en medio de un bosque espeso, resulta difícil de ver a pesar de su hermosura y grandeza. Poeta, narrador, dramaturgo, crítico de arte, amigo de los contemporáneos y maestro de nuevos valores, místico, soñador y revolucionario, tuvo una formación artística e intelectual de primer orden, vivió rodeado de libros y obras de arte y supo hacer de su vida un apostolado por las causas en que creyó: la religión, la poesía, el arte y la democracia.
Entre sus poemas, hay que destacar sus retratos de personajes históricos de Granada, la ciudad hermosa, antigua y pequeña, situada entre un volcán y un lago, que fue su patria y su hogar. Sus escritos místicos, los que se refieren a los ángeles y su monólogo Judas, son de una profundidad filosófica impresionante. 
Don Enrique, además de poeta, fue un hombre de acción. Participó en un intento armado por derrocar a Somoza, en 1944, estableció una compañía teatral y trabajó arduamente en la difusión y organización de museos, bibliotecas, talleres literarios y academias de arte. Muchos de sus discípulos y compañeros de luchas, alcanzaron la fama y el prestigio que él, pese a merecerlos, no llegó a tener.
Por razones puramente circunstanciales, no llegó a formar parte ni de la Vanguardia Granadina ni de la Post Vanguardia. Cuando la poesía nicaragüense fue de gran interés internacional, ninguno de sus poemas fue incluido en antologías. Su obra literaria, en buena parte inédita y dispersa en periódicos y revistas, corría el riesgo de perderse pero, en 1977 un grupo de amigos compilaron un libro con sus poemas titulado Y aunque es de noche. Con el mismo título, en 1994, su hijo Francisco de Asís Fernández en colaboración con Julio Valle Castillo, publicaron sus poemas, cuentos, obras teatrales y críticas de arte en un solo tomo con el objetivo de "hacerle feliz y duradero el nombre".

Soneto para morir
Enrique Fernández Morales. 1918-1982.
Retrato de Róger Pérez de la Rocha.

No me apures, Señor, que ya me entrego;
espera un poco mientras me acomodo;
es en este morir tan nuevo todo,
que siento en mí un fugaz desasosiego.

No es temor de la muerte; no es apego
a este cuerpo que hiciste con el lodo,
pero quiero morirme yo a mi modo,
haciendo que me muero como en juego.

Me tenderé en silencio mientras cuentas:
uno, dos, tres, despacio, a ver, empieza
mas no apagues la luz tan de repente

que es difícil así buscar a tientas
reposar en tus brazos mi cabeza:
Ahora sí... uno, dos... qué suavemente.

INSC: 1365

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