A la luz de la moral política. Documentos de Otilio Ulate. Prólogo de Julio Suñol. Primera Edición, Costa Rica, 1976. |
En 1931, como consecuencia de la Gran Depresión, las Hacienda Pública de Costa Rica estaba, no solo en serios apuros, sino prácticamente en bancarrota. Con la disminución del comercio internacional el Estado no lograba recaudar en impuestos ni siquiera lo suficiente para hacer frente a sus gastos ordinarios. El siete de octubre de ese año, el joven diputado alajuelense Otilio Ulate le dirigió una carta al Oficial Mayor del Congreso indicándole que mientras la crisis fiscal se mantuviera, no se le girara su sueldo de diputado. Deja claro que su intención no es posponer el cobro de sus dietas, sino renunciar por completo a ellas. Le ruega, además, que no haga del conocimiento público esas instrucciones para no incomodar a los compañeros de congreso que no estarían en capacidad de hacer un sacrificio similar.
El Oficial Mayor acató las instrucciones dadas. El sueldo de Ulate dejó de girarse y su carta no se hizo de conocimiento público sino hasta tres años después de su muerte, cuando su hija, Olga Marta, la incluyó en una recopilación de documentos que publicó con el título A la luz de la moral política.
El libro incluye un prólogo de Julio Suñol y un epílogo de Jorge Vega Rodríguez, pero el grueso de sus cuatrocientas setenta y cinco páginas está compuesto por discursos, artículos y cartas del Expresidente. La selección es algo irregular puesto que, salvo la carta de 1931 en que renunció a su sueldo, no incluye nada anterior a la guerra civil de 1948 pero reproduce alguna correspondencia privada de escaso interés público.
Antes de ser presidente, Ulate era un empresario periodístico, propietario del Diario de Costa Rica, cuyao estilo combativo le ganó tantos enemigos como adeptos. A su labor periodística se le pueden criticar la aspereza de sus afirmaciones, las ofensas verdaderamente subidas de tono con que atacaba a sus adversarios y el presentar como hechos lo que solamente eran suposiciones. Su estilo divagatorio y redundante llega a ser molesto. Pese a haber dedicado toda su vida al periodismo, Ulate no logra ser sintético ni estructurado a la hora de escribir, sino que da rienda suelta a su pluma con la libertad de quien sabe que, por ser el dueño del periódico, nadie le va a poner límites a lo que escriba. El tono de guerra sin cuartel también caracterizó su participación en la política. En la campaña electoral de 1948, Ulate lanzó la consigna "No le compre, no le venda", con el que instaba a sus partidarios a romper todo tipo de relación con comunistas y calderonistas. Discutir con Ulate no era una confrontación de ideas, sino un intercambio de ofensas.
Sin embargo, su gobierno no fue conflictivo sino verdaderamente sereno. Cuando asumió la presidencia acababa de pasar una guerra civil y los cuatro años que fue presidente, de 1949 a 1953, los dedicó a administrar el Estado con eficiencia y sin sobresaltos. Supo escoger ministros muy calificados dispuestos a hacer mucho con poco. Su administración fue la última en que las finanzas públicas cerraron con superhábit en vez de déficit. Sin recurrir a un solo préstamo, se realizaron numerosas obras públicas, incluyendo el aeropuerto del Coco, que fue financiado enteramente con ingresos ordinarios. Se fundó la Contraloría General de la República, para velar por el uso eficiente de los recursos públicos y se estableció el Servicio Civil para que brindar estabilidad a los funcionarios del Estado.
Pese a haber hecho una buena gestión, al salir de la presidencia la estrella política de Ulate se apagó. Los electores de la segunda mitad del Siglo XX esperaban del gobierno algo más que mantener un presupuesto balanceado. Esperaban que el gobierno tuviera un plan a largo plazo y que se atreviera a realizar transformaciones y emprender proyectos audaces para lograrlo. Poco a poco, Ulate fue quedando fuera de la discusión en que liberales, comunistas, socialcristianos y socialdemócratas, hacían propuestas para la Costa Rica del futuro.
Intentó ser candidato de nuevo en 1962, pero sus largos alegatos, cargados de ofensas personales, ya no tenían impacto. Los aludidos, salvo raras excepciones, ni siquiera se tomaban la molestia de responderlos. El libro reproduce artículos, cartas y declaraciones de esta época en que Ulate, cada vez más solo, suelta sus peroratas contra las fuerzas políticas que adversaba, las cuales integraban, ya para entonces, el grueso del país. Ante cada proyecto, Ulate tenía objeciones y críticas, pero no una propuesta propia. Su partido, Unión Nacional, era una grupo minúsculo y su periódico, verdaderamente importante en algún momento, estaba por desaparecer. El último cargo público ocupado por Ulate fue el de Embajador de Costa Rica en España de 1970 a 1971. Don Pepe Figueres lo nombró en el cargo para ayudarlo en su vejez, pero el asunto salió bastante mal. Para empezar, Ulate aceptó el puesto haciendo la salvedad de que mantendría una posición independiente del gobierno, algo imposible en un embajador.
En el libro se incluye un intercambio de correspondencia que sostuvo Ulate, como embajador en España, con don Gonzalo Facio, ministro de Relaciones Exteriores. Pese a ser correspondencia diplomática, su tono es lo menos diplomático que uno pueda imaginarse. Tras un año de estar en Madrid, Ulate le dice a Facio que no se hará cargo de los asuntos de la embajada, que se dedicará a promover proyectos privados y que envíe a otra persona para que se ocupe de las labores ordinarias. Don Chalo contesta que mientras ostente el cargo de Embajador no puede abandonar sus funciones y que le resulta imposible nombrar un funcionario para que se encargue de los asuntos que él no quiere atender.
Ulate le responde a don Chalo un larguísimo alegato en el que, muy en su estilo, declara: "Al odio que usted me profesa lo recibo jubilosamente y le doy la bienvenida" y, seguidamente, manifiesta su preocupación por el hecho de que "Costa Rica se esté alejando del camino de occidente" para luego, a renglón seguido, soltar una diatriba anticomunista. En las comunicaciones siguientes, Ulate se refiere a tácticas de infiltración enemigas, hace acusaciones relativas al manejo del petróleo en Costa Rica, a la compra de acciones de Líneas Aéreas Costarricenses y a "ultrajes" perpetrados por el gobierno costarricense contra la diplomacia norteamericana. Don Chalo, tras aclararle a Ulate que lo siente por él no es odio, sino lástima, tiene la paciencia de contestar punto por punto las afirmaciones de Ulate y le aclara, entre otras muchas cosas, que una persona a la que acusa de haber realizado recientemente un acto indebido no pudo haberlo hecho, entre otras razones, porque hace varios años que está muerto. Las comunicaciones llegan al punto de señalarse, el uno al otro, hasta las faltas de ortografía. Tras este intercambio epistolar, Ulate fue destituido de su cargo pero un accidente lo hizo retrasar su regreso a Costa Rica.
Se incluyen en el libro unas cartas personales redactadas durante su convalecencia en España, así como artículos que publicó, ya de vuelta en Costa Rica, llenos de teorías conspirativas, ataques personales y amargo pesimismo. Muchos de los documentos incluidos formarían parte de un libro que Ulate nunca llegó a concretar.
Quienes conocieron a Otilio Ulate, suelen coincidir en que era un hombre simpático, sencillo y de buen humor. Aunque no era un intelectual con ideas filosóficas, políticas o sociales muy definidas, logró hacer un buen gobierno. No logro comprender por qué su hija, al publicar una recopilación de sus escritos, escogió precisamente aquellos que muestran el lado más intransigente y combativo de su personalidad. De las casi quinientas páginas del libro, la más agradable, en mi opinión, es aquella de solo dos párrafos en que, en un gesto tan noble como hermoso, el joven diputado de 1931 solicita que no se le pague su sueldo para contribuir, con ello, a aliviar las finanzas del Estado. Esa página, tan distinta del resto, vale por todo el libro.
INSC: 0041
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