El espejo inicial. Milton Zárate. Editorial Costa Rica, 2001. |
La poesía mística o de tema religioso no es muy común en Costa Rica. Salvo uno que otro trabajo aislado, tal parece que el tema de Dios no ha llamado particularmente la atención de nuestros poetas. Si bien es cierto que en la literatura costarricense se pueden encontrar poemas y hasta libros enteros de corte esperitual, lo cierto es que esas creaciones no podrían considerarse, ya vistas en conjunto, como integrantes de una corriente que se pudiera analizar en forma colectiva. Cada cierto tiempo, sin embargo, aparece un título que retoma el tema.
El espejo inicial, de Milton Zárate, es un poemario cuyo tema es la creación del mundo tal y como la cuenta el Génesis.
El libro está partido en dos. La primera parte, titulada Los numerales del ansia, se refiere al relato bíblico desde que no existía nada hasta el sacrificio que ofrecieron Caín y Abel, los primeros humanos que nacieron fuera del paraíso.
En la segunda parte, bajo el título de Salmos olvidados, aparecen diversos poemas de alabanza al Creador. Ciertamente, si bien ambas secciones son de corte místico, es notorio que la primera parte responde a una propuesta de conjunto mientras que la segunda es una compilación de poemas individuales que no necesariamente están relacionados el uno con el otro.
La lectura de El espejo inicial es una experiencia interesante que despierta reacciones diversas. El libro tiene una composición muy cuidada. La delicadeza y musicalidad de los poemas, así como su tono sereno y contenido es algo que el lector valora y agradece. Sin embargo, me dio la impresión de que el libro se quedó corto al explorar un tema tan rico como la creación del mundo.
Las páginas se van leyendo sin sorpresas ni sobresaltos. Zárate, ya experto en las lides poéticas, no recurre al efectismo ni se distrae en florituras sino que, conteniendo su lirismo, logra redondear poemas de una bellísima sencillez. Más que metáforas, hay alegorías. Las imágenes con contrastes no pretenden deslumbrar sino brillar con delicadeza y, además, están inteligentemente dosificadas. La musicalidad de los poemas es envolvente y hace que la lectura fluya sin tropiezos.
Es decir, en cuanto a la forma queda claro que Zárate es un poeta con oficio que no solo ha superado la etapa de los ejercicios exploratorios sino que da muestras de haber llegado a definir el tono y el lenguaje en que desea expresarse. Pero, aunque estos poemas son bellos y agradables, en el fondo hay algo que no termina de cuajar.
El principal reclamo que le hago al libro es que no se atrevió a intentar un replanteamiento novedoso. En sus páginas no hay ni la más mínima ruptura con la historia narrada en el Génesis. Pareciera que Zárate quiso hacer una glosa del texto sagrado sin apartarse en lo más mínimo de él. Zárate con sus propias palabras y estilo reescribe el Génesis sin atreverse a cuestionarlo, contradecirlo o, ni siquiera, introducirle alguna variación.
Podría argumentarse que este tipo de crítica se invalida por el hecho de que se refiere a un libro que no existe. Es decir, que en vez de apreciar y valorar lo que el autor hizo, le reclamo lo que no hizo.
Me defiendo argumentando que el destino del mito es ser eternamente reinterpretado y reescrito. Si un autor asume el riesgo de escribir sobre un relato antiguo y conocido, se puede esperar que lo asuma desde una perspectiva novedosa o que destaque alguna arista que otros han pasado por alto. Si lo único que pretende es repetir lo mismo con distintas palabras, el intento corre el riesgo de ser calificado como pobre.
Esa sensación de pobreza la experimenté en la primera parte del libro. Leí que no existía nada, que Dios creó el mundo en seis días, que estaba complacido con la creación, que modeló al hombre del barro y sacó la mujer de su costilla y que, por la tentación de la serpiente, Adán y Eva fueron expulsados del paraíso.
Los poemas están bien escritos, son muy bellos y todo lo que se quiera pero, a fin de cuentas, no pasan de ser una glosa de un texto conocido. Para esa gracia, más valdría leer directamente el Génesis que, además de antiguo, es más breve.
Pero poco a poco el libro empezó a volverse interesante. Los poemas Las ofrendas del viento que cierran el primer apartado me parecieron los más ricos y bellos del libro. En ellos se consignan las palabras que pronunciaron, por separado, Caín y Abel al ofrecer su ofrenda a Dios. Aquí Zárate se atrevió a ir más allá de la glosa. En el Génesis, el sacrificio de los dos primeros hermanos apenas se menciona y Zárate se atreve a poner todo un discurso en boca de cada uno de los protagonistas.
La segunda parte, Salmos olvidados, ya liberada de las referencias, se disfruta más por no estar apegada más que a la voz y la emoción del poeta. Salmos olvidados es un canto de alabanza a Dios cuya presencia se refleja en todo lo que ha salido de sus manos. "Toco la tierra, Señor, y te recuerdo" son las primeras palabras con las que una criatura inicia un diálogo con Quien la ha creado.
Hay que reconocerle a Zárate el que, pese a manejar un tema aplastante como el divino y asumirlo desde una actitud de alabanza, haya logrado resistir el lirismo desbocado y mantuviera en los poemas un tono pausado y sereno, aunque contundente. En este aspecto, los poemas de Zárate se asemejan a su modelo, el libro de los Salmos, pero en este caso, en vez de glosar los conocidos, escribió los propios.
Los amantes de la poesía escrita con parámetros clásicos, encontrarán en este libro un deleite. Las personas religiosas no hallarán en esta obra nada que perturbe sus creencias. Tanto en forma como en contenido, El espejo inicial es un libro correcto, con todo lo favorable o desfavorable que esa palabra pueda implicar.
INSC: 1434
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