Las primeras damas de Costa Rica. Jorge Francisco Sáenz Carbonell, Joaquín Alberto Fernández Alfaro, María Gabriela Muñoz. ICE Costa Rica, 2001. |
Aunque el tratamiento de "Primera Dama", para referirse a la esposa de un presidente, se empezó a utilizar en los Estados Unidos a finales del siglo XIX, no fue sino hasta los años de la Segunda Guerra Mundial en que, gracias a los viajes, los dicursos, los artículos y la actividad diplómatica de Eleanor Roosevelt, que la denominación empezó a popularizarse. Durante la guerra, Eleanor era llamada "La primera dama del mundo" y el título, más que a la esposa del presidente, se refería propiamente a ella. Tanto Elizabeth, la esposa de Harry Truman, como Mamie, la de Eisenhower, mantuvieron un bajo perfil. Eleanor Roosevelt no solo tiene el récord de haber sido la Primera Dama oficial de los Estados Unidos por más tiempo, ya que su esposo estuvo en el cargo doce años, sino que para los americanos lo siguiendo incluso después de haber dejado la Casa Blanca. Eleanor era inteligente, excelente oradora y escritora, hábil diplomática, redactora de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y abanderada de numerosas causas sociales. En 1960, Jackeline Kennedy llegó a ser otra Primera Dama que se convirtió en figura destacada en los medios de prensa, aunque por razones bastante distintas a las que hicieron de Eleanor una celebridad.
En el mundo hispanoamericano, a las esposas de quienes ostentan un cargo se les acostumbra llamar con el mismo título de su marido. La esposa del Gobernador era la Gobernadora y, durante los primeros años de vida republicana, a la esposa del Presidente se le llamaba la Presidenta. Todavía es común que se llame Embajadora a la esposa de un Embajador pero, desde Eleanor Roosevelt, el tratamiento de Primera Dama es el más utilizado para referirse a la esposa de un Presidente.
Protocolariamente el asunto es complicado. Recuerdo una vez, hace ya bastantes años, que una Primera Dama manifestó su molestia porque los oradores de los actos públicos, al iniciar su discurso, no la mencionaban aunque estuviera presente. Fue necesario explicarle que en una república los cargos son designados o electos y la esposa del presidente, que no ocupa un cargo de ninguno de los dos tipos, aunque esté presente en un acto oficial, forma parte del público en general. Pese a la aclaración, años más tarde, hubo tres primeras damas que participaban cada semana en las reuniones del Consejo de Gobierno y una de ellas exigió (y logró) sentarse en la mesa principal de la Asamblea Legislativa en el último discurso de su marido. El hecho, en todo caso, afortunadamente no volvió a repetirse.
Si bien no ocupan ningún cargo dentro del gobierno ni tienen responsabilidades asignadas, las primeras damas son las personas más cercanas al presidente y, por ello, son muchos los ciudadanos que tratan de atraer su interés sobre proyectos sociales o comunales muy específicos. Entre las primeras damas de Costa Rica ha habido, como en cualquier otro país, de todo un poco. Algunas han sido verdaderamente discretas y reservadas y se han mantenido alejadas de todo tipo de protagonismo. Otras establecieron su agenda y proyectos propios. Muchas de ellas, además, lograron una popularidad mayor que la de sus esposos. Don Tomás Guardia, lo más parecido a un monarca absoluto que ha habido en la historia de Costa Rica, a lo largo de la intensa década de su dictadura, tuvo grandes adversarios, pero todo el país sentía verdadero respeto y hasta veneración por su esposa, doña Emilia Solórzano Alfaro. Se dice, aunque es más una leyenda que un hecho comprobado o comprobable, que doña Emilia fue quien logró que se aboliera la pena de muerte en Costa Rica. Doña Emilia, en todo caso, es la única Primera Dama de Costa Rica que ha sido declarada Benemérita de la Patria. Otra esposa de dictador, doña María Fernández de Tinoco, mujer verdaderamente culta, escritora de dos novelas meritorias (Zulai y Yontá), investigadora de historia precolombina y aficionada a las ciencias ocultas, acompañó a su esposo cuando abandonó el país pero, al quedar viuda, regresó a Costa Rica donde disfrutó del cariño y aprecio de todos los ticos. Hasta las más resentidas víctimas de la tiranía de Federico Tinoco, así como los líderes del movimiento revolucionario que se levantó contra él, solían invitar y visitar a doña María, a quien llamaban cariñosamente Mimita. Un dato poco conocido y que es importante destacar es que Mimita, cuando fue Primera Dama, desarrolló programas en favor de la nutrición infantil y en contra de la prostitución juvenil.
Doña Yvonne Clays Spoelders, sin ayuda del gobierno, fundó la Orquesta Sinfónica Nacional, doña Clarita Fonseca apoyó muchísimo la obra salesiana de Sor María Romero, doña Marjorie Elliot creó bibliotecas rurales, doña Doris Yankelewitz estableció centros de recuperación de drogadictos, doña Margarita Penón fue la impulsora de legislación para garantizar la igualdad de derechos entre hombres y mujeres y doña Gloria Bejarano convirtió la antigua penitenciaría en el Museo de los Niños. Tres primeras damas, doña Karen Olsen Beck, doña Margarita Penón Góngora y doña Gloria Bejarano, fueron electas diputadas bastantes años después de que sus respectivos maridos dejaran la presidencia. Doña Yvonne Clays y doña Karen Olsen ocuparon cargos diplomáticos.
La historia de Costa Rica está llena de ironías bastante divertidas. Los presidentes Tomás Guardia, Próspero Fernández y Bernardo Soto que, entre los tres, gobernaron desde 1870 hasta 1889, pertenecían a la misma logia masónica y eran declarados liberales y anticlericales, pero matricularon a sus hijas en el Colegio de Sión, para que las educaran las monjitas francesas que había traído al país doña Emilia Solórzano Alfaro, la esposa del General. Muy liberales y anticlericales, pero tal parece que en la educación de las niñas quien decidía era la señora.
Se han escrito innumerables libros sobre los presidentes de Costa Rica, tanto sobre alguno en particular como sobre varios en conjunto, pero la figura de las primeras damas no ha sido objeto de mucha atención por parte de los investigadores. En el año 2001, la aparición del libro Las Primeras Damas de Costa Rica, vino a llenar ese vacío de información. La obra, realizada por Joaquín Alberto Fernández Alfaro, Jorge Francisco Sáenz Carbonell y María Gabriela Muñoz de Fernández Silva, aunque solamente incluye una breve biografía de cada una de las esposas de los gobernantes del país, es de casi ochocientas páginas. La investigación, supongo, debió haber tomado años puesto que, exceptuando las dos primeras, incluye hasta retratos de todas ellas.
Costa Rica se independiza de España en 1821, pero el primer Presidente de la Junta de Legados era viudo y el segundo y tercero eran sacerdotes, de manera que la primera biografía del libro es la de doña Bárbara Díaz Cabeza de Baca y Palacios, esposa de don Rafael Barroeta y Castilla, quien gobernó el país de enero a abril de 1822. Don Rafael, salvadoreño, y doña Bárbara, nicaragüense, eran los padres de don Rafael Barroeta y Baca, el que dejó buena parte de su fortuna para la educación de los jóvenes.
Doña Bárbara no fue la única consorte de un gobernante costarricense nacida en otro país. En total fueron seis nicaragüenses, dos de los Estados Unidos (las dos esposas de don Pepe, doña Henrietta Boggs y doña Karen Olsen), una inglesa (Sophie Joy de Montealegre), una belga (doña Yvonne Clays Spoelders), una salvadoreña (doña Elena Gallegos Rosales), una canadiense (doña Marjorie Elliot) y una mexicana (doña Gloria Bejarano).
Las notas biográficas, desde el inicio hasta más o menos las dedicadas a las primeras damas de la primera mitad del siglo XX, son verdaderas delicias de historia chica, llenas de anécdotas pintorescas y divertidas que ilustran la vida cotidiana de la época. Es algo irónico, pero las últimas biografías, las más cercanas en el tiempo sobre personas vivas a quienes los autores tuvieron oportunidad de entrevistar, son las menos interesantes. Algunas de ellas, sobre las primeras damas más recientes, pasan por alto labores de gran impacto realizadas por las primeras damas y se concentran en revelaciones de intrascendentes episodios personales. Ocurre con frecuencia, y estas biografías son un buen ejemplo, que de los personajes de tiempos remotos se consiguen pocos datos, pero todos relevantes, mientras que de los contemporáneos hay tanta información que, a la hora de consignarla, se acaba eligiendo la más pintoresca.
La labor de las primeras damas, como de la mujer en general, a lo largo de los años ha pasado del silencio y la oscuridad al desarrollo de iniciativas propias. Pero, paradójicamente, en este libro las biografías más llenas de frivolidades no son las primeras, sino las últimas. Pregunto: ¿Hay alguna razón para consignar en un libro que una mujer inteligente, preparada y que realizó grandes obras en beneficio del país, en una cena de gala se puso los zapatos al revés?
El gran mérito del libro, que lo convierte en un verdadero documento de consulta, son los estudios genealógicos que, al final de cada capítulo, consignan la descendencia de la pareja presidencial. Quizá en los países de gran territorio y numerosa población los estudios genealógicos no aporten gran cosa a la comprensión de la historia, pero en Costa Rica, que es un país pequeño y, hasta no hace mucho, prácticamente despoblado, las relaciones familiares son una clave que ningún historiador puede pasar por alto. Es conocido el hecho de que tres presidentes han sido hijos de presidente. Ricardo Jiménez, hijo de Jesús Jiménez, Rafael Ángel Calderón Fournier, hijo del Dr. Calderón Guardia y José María Figueres hijo de don Pepe. Menos conocido es el hecho de que don Tomás Guardia era cuñado de Próspero Fernández, quien a su vez era suegro de Bernardo Soto, o que Rafael Yglesias Castro, nieto de José María Castro Madriz, era yerno de José Joaquín Rodríguez. Se le atribuye a Rubén Darío la afirmación de que Costa Rica, más que una democracia, era una yernocracia. Las complejas relaciones de parentesco, en la historia de nuestro pequeño país, son siempre reveladoras. El aumento de la población y de la inmigración del último medio siglo, así como el surgimiento de una amplia clase media ha hecho caer en desuso el refrán de que, en Costa Rica, el que no es vecino es familia.
Las primeras damas de Costa Rica, a pesar de sus páginas finales y de su voluminoso grosor, es un libro que se disfruté enormemente y he acabado repasando con frecuencia.
INSC: 1261
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