Así fui Papa. Pío II. Antonio Castro Zafra. Argos Vergara. España. 1980. |
Eneas Silvio Piccolomini (1405-1464) escribió alrededor de veinte libros sobre historia y geografía. Su obra Cosmografía, en la que consigna la ubicación de los continentes y la posición de los astros en el firmamento, llegó a ser un documento de consulta fundamental para los cartógrafos y navegantes de su tiempo. En la biblioteca de Cristóbal Colón, el ejemplar de la Cosmografía de Piccolomini estaba lleno de anotaciones escritas a mano en los márgenes y totalmente arrugado por el repaso constante.
Piccolomini se ocupó también de otros temas: escribió un tratado sobre la importancia de la enseñanza de la gramática, un largo texto sobre Europa, libros de viajes por Escocia y Alemania, la biografía de Federico III, un par de obras de teatro y una novela amorosa.
Su vida fue tan diversa como su obra literaria. Estudió los clásicos latinos, fue poeta laureado, diplomático, secretario de un antipapa, de un emperador y de un papa. Nunca se casó, pero se sabe que tuvo dos hijos, uno en Escocia y otro en Estrasburgo, Francia. Se tiene constacia que el niño francés murió a los ocho años de edad pero no se sabe nada del escocés.
Muy joven, al escuchar la predicación de San Bernardino de Siena, Eneas Silvio creyó sentirse llamado a la vida religiosa, pero el propio San Bernardino, que conocía bien la debilidad del muchacho por las mujeres, lo hizo desistir de la idea de ordenarse. Sin embargo, tras haber culminado una carrera exitosa como humanista, erudito y diplomático, Eneas Silvio optó por el sacerdocio. En seis semanas pasó de diácono a Obispo y, para hacer el cuento corto, en apenas doce años pasó de laico a Papa.
Al ser electo Romano Pontífice, en agosto de 1458, cuando le preguntaron cómo quería ser llamado, Eneas Silvio recordó que en la Eneida de Virgilio, su libro favorito, se llamaba Pío Eneas al protagonista y, por ello, decidió llamarse Pío.
La tarea que tenía al frente, como papa, no era nada sencilla. Los príncipes europeos se hacían la guerra constantemente y había que saber manejar bien las alianzas para evitar conflictos mayores, la curia romana era un centro de corrupción en que nadie confiaba en nadie, los obispos y el clero llevaban una vida disoluta y poco ejemplar y, para completar el cuadro, Constantinopla acababa de ser tomada por los musulmanes. Varios papas habían intentado, sin éxito, detener el avance islámico, establecer la paz entre las naciones europeas y emprender la reforma de costumbres. Pío II tampoco lograría avances significativos en ninguno de esos campos pero, al igual que sus antecesores, al menos lo intentó.
Aunque los asuntos que debía atender eran muchos y muy complicados, Pío II encontró tiempo para dictar en latín unos apuntes autobiográficos a los que llamó Commentarii rerum memorabilium quae temporibus suis conigerunt (Comentarios de cosas memorables que ocurrieron en su tiempo). Dos semanas antes de su muerte, el papa revisó sus Commentarii y, tras aprobarlos, dispuso que no fueran publicados hasta que hubieran transcurrido cien años de su fallecimiento. Según explica él mismo, lo único que pretendía al dejar escritas sus memorias era que quienes estudiaran su pontificado tuvieran su versión de los hechos para poder comprenderlos mejor.
Dejó escrito: "Si con la muerte se acaba todo, en nada puede ayudarme la fama del mundo. Si después de abandonar el peso del cuerpo seguimos viviendo, en la desgracia suprema no habrá placer alguno, ni siquiera el de la fama, y en la felicidad del cielo nadie crece por los elogios de los hombres."
Recuerda a sus padres Silvio y Vittoria, quienes tuvieron dieciocho hijos, pero nunca tuvieron vivos más de diez y, al final, solamente llegaron a ver adultos a tres: a Eneas Silvio y a sus hermanas Laudomia y Catalina.
Cuarto hijo de un noble arruinado, Eneas Silvio pasó toda su infancia y juventud cultivando la tierra. Siendo niño, se dio un fuerte golpe en la cabeza, al que su familia atribuyó el despertar de una inteligencia prodigiosa. Su padre, que supo lo que era tener una gran fortuna y perderla, le aconsejó que estudiara todo lo que pudiera. "La cultura es un tesoro que nadie podrá arrebatarte", le dijo.
Luego de trabajar en los cultivos, el joven Eneas Silvio se aprendía de memoria los textos de Cicerón y Virgilio. Luego estudió a Terencio, Ovidio y Plauto hasta llegar a dominar a la perfección el latín.
Su padre, su maestro y su párroco le daban lecciones, pero los conocimientos de estos tres personajes tenían un límite al que el joven estudiante se aproximaba aceleradamente por sus ansias de saber. Aunque era el único hijo varón de la pareja, fue enviado a estudiar en Florencia.
Eneas Silvio Piccolomini se tomó el consejo de su padre muy en serio. Llegó a convertirse en una autoridad en Latín, Historia, Literatura, Filosofía, Geografía y Astronomía. Sus servicios eran solicitados por obispos, cardenales, príncipes y el propio Emperador. Sin embargo, Eneas Silvio nunca pudo hacer fortuna. Apenas tenía para ir pasando y cada vez que tenía que gastar sus últimas monedas, no tardaba en aparecer un nuevo encargo. El asunto tampoco lo preocupaba: "No le temo a la pobreza porque estoy acostumbrado a ella".
Su primera visita a Roma, sede de la civilización latina que tanto admiraba, fue una desilusión. En la ciudad eterna encontró más ruinas que edificios. Las casas eran de adobe y los habitantes ponían en las puertas cadenas y palos atravesados por miedo a los ladrones.
Eneas Silvio participó como experto en el Concilio de Constanza, en el que defendió la tesis de que la autoridad del Concilio está por encima de la del Papa. Formó parte también de un complot para secuestrar al Papa Eugenio IV. Luego se integró a la corte imperial y llegó a ser espía en Escocia.
Aunque en sus Commentarii evita brindar detalles sobre su vida privada y oculta episodios escabrosos y aventuras románticas, en algún momento confiesa que no es casto sino, solamente, un poeta. Piccolomini se oponía al celibato y consideraba conveniente y saludable que los sacerdotes tuvieran esposa e hijos.
Papa Pío II. |
Pinta una imagen muy negativa del episcopado y del clero de su época, en la que abundaban obispos que ni siquiera residían en sus diócesis, clérigos que no atendían sus obligaciones y altos prelados que solamente se dedicaban a negociar beneficios.
Verdaderamente simpáticas son las páginas en que se refiere a las miserias de la corte. En aquella época no había normas de etiqueta. Al sentarse a la mesa no se sabía qué platos se iban a servir ni en qué orden. Como los sirvientes comían las sobras de los comensales, servían de primero los peores alimentos y los invitados, que no sabían si habría algo más después, se atiborraban de nabos, panes y sopa. Entonces, cuando venían las carnes bien adobadas y las salsas más exquisitas, como ya los convidados se habían saciado quedaba más para la servidumbre. Menciona que la carne de oso se servía con más frecuencia que la de vaca. En aquellos tiempos, las vacas se vendían a precio alto, pero para comer oso bastaba con ir al monte a cazarlo.
El papa Calixto III (Primer papa Borgia), nombró cardenal a Eneas Silvio motivado, en gran medida, por sus dotes intelectuales. Su nombramiento no fue muy bien visto en el Colegio Cardenalicio. "Nada molesta más a un cardenal que el nombramiento de nuevos cardenales", dijo Piccolomini.
A la muerte de Calixto III, era evidente que su sucesor sería el cardenal Doménico Capránica, un hombre culto, devoto, de vida y trayectoria intachable que, sin duda, podría por fin llevar a cabo la reforma que la Iglesia necesitaba con urgencia. Sin embargo, el cardenal Capránica murió repentinamente poco antes de que se convocara el Cónclave. No faltaron los rumores sobre un asesinato planificado y ejecutado a toda prisa.
En sus Commentarii, Piccolomini cuenta todos los detalles del Cónclave de agosto de 1458, incluyendo nombres, números de votos y maniobras desesperadas. De los veintiséis cardenales que formaban el Colegio, solamente dieciocho llegaron a tiempo para ingresar. Eran ocho italianos, cinco españoles, dos franceses, dos griegos y un portugués. Piccolomini iba tranquilo porque no tenía ninguna posibilidad de salir electo. Su vida personal, sus escritos sobre la supremacía del concilio, su afición a autores paganos, su rechazo del celibato y el hecho de ser autor de poemas, obras de teatro y una novela lo descalificaban para el pontificado. Su candidato era el cardenal Felipe de Bolonia y, desde la primera sesión, hizo público su voto y declaró que no iba a cambiarlo.
Para ser electo, se necesitaban dos tercios de los votos, es decir, doce votos. Se hacía una votación y si ninguno de los candidatos obtenía la cantidad de votos requerida, se abría la posibilidad de que los cardenales cambiaran su voto en voz alta. Hubo dos votaciones, ambas con humo negro. Los candidatos principales eran el cardenal de Rouen y el de Bolonia.
La tercera noche del cónclave, el cardenal de Rouen esperó a cada elector en un lugar al que inevitablemente debían ir en algún momento. Ni más ni menos que en las letrinas. Allí fue convenciéndolos uno a uno de que su elección era inevitable ya que había obtenido la promesa de más de doce votos. Todos cayeron en la trampa y con tal de no quedar mal con el inminente nuevo Papa, fueron a acostarse dispuestos a darle su voto a la mañana siguiente. Piccolomini no fue a las letrinas debido a que estaba inmobilizado por la gota. Cuando la enfermedad se manifestaba, una de sus piernas quedaba totalmente paralizada. Al amanecer, el propio Felipe de Bolonia, su candidato, le informó a Piccolomini que el Cardenal de Rouen iba a ser electo por unanimidad. Ya en la sala del cónclave, Piccolomini tomó la palabra, dijo que el peor pecado que podía cometer un cardenal era escoger un papa indigno y, como quien no quiere la cosa, mencionó las letrinas e invitó a los cardenales a votar de acuerdo con su conciencia. El resultado de la elección fue de tres votos para Felipe de Bolonia, seis votos para el cardenal de Rouen y nueve para Piccolomini. Dos cardenales que habían votado por Felipe de Bolonia cambiaron su voto por Piccolomini y cuando el cardenal Colonna se puso en pie, los partidario del cardenal de Rouen intentaron sacarlo de la sala para evitar la elección pero justo en la puerta Colonna gritó: "Voto por Piccolomini y lo hago Papa."
Alguien dijo: mundano, poeta, pobre, enfermo y Papa. Y Piccolomini, estupefacto, se echó a llorar. Recuerda que el rostro del Cardenal de Bolonia, su candidato, era el que mostraba mayor felicidad.
Uno de sus adversarios, para congraciarse con el nuevo Pontífice, al momento de felicitarlo le dijo que la única razón por la que no le había dado su voto era por su pierna paralizada. Piccolomini le contestó que ni él mismo tenía un concepto tan alto de su persona. "Al mirarme a mí mismo, encuentro muchos defectos más serios que mi pierna inútil."
Cuando le dieron a escoger joyas de sus predecesores, en son de broma preguntó si podrían traerle alguna de San Pío I, quien había sido Papa del año 140 al 155, cuando la iglesia era perseguida y los pontífices no usaban joyas.
Pío II era cargado en una silla porque no podía caminar. El uso de la sede gestatoria se man- tuvo por más de quinientos años. El último papa en usarla fue Juan Pablo I en 1978. |
El día de su coronación, la multitud se tiró sobre él y estuvo a punto de caer del caballo. El dolor de su pierna enferma era en ocasiones tan intenso que le impedía caminar, por lo que empezó a desplazarse en una silla cargada en hombros. Como elevado sobre las cabezas de los fieles, el Papa lucía visible e imponente, la costumbre de la entrada en un trono portátil se mantuvo por más de quinientos año. El último papa en usar la sede gestatoria fue Juan Pablo I en 1978.
En los Commentarii, Pío II se refiere en detalle a los asuntos que le tocó atender como Pontífice. Menciona que cuando era nuevo en el cargo, confiaba en sus colaboradores y firmaba cuanto documento le pusieran al frente. Luego descubrió que en muchos casos las resoluciones no se fallaban de acuerdo con estudios rigurosos sino por la cantidad de dinero recibido de las partes interesadas. Con cierta amargura confiesa que en toda la curia contaba apenas con seis personas de su absoluta confianza y que los cardenales, quienes supuestamente debían ser sus colaboradores más cercanos, se conviritieron en su mayor pesadilla. Ya como Papa, tuvo una perspectiva más amplia y detallada de la corrupción del clero. Recibió un informe sobre el superior de una orden religiosa que prostituía las vírgenes consagradas. "Apenas suelta una, toma a otra", decía el documento. La correspondencia con los monarcas no era respetuosa. Todos se mostraban arrogantes y caprichosos. Los obispos y los clérigos en general eran vanidosos e ignorantes y de no ser por las intrigas que urdían unos contra otros, se pasaban la vida sin hacer nada. Pío II trató de entender su época. Estudió a fondo el Islam, que dominaba todo el norte de África, varios reinos de España, la Tierra Santa y hasta la ciudad de Constantinopla. Para referirse a los cristianos que vivían entre los urales y el Atlántico, Pío II empezó a usar una palabra que luego se volvería muy popular: los llamó "europeos".
Naturalmente, el papa Piccolomini creía en Dios, pero no era un hombre muy devoto. Todas las mañanas asistía a Misa, pero muy raras veces la celebraba él mismo. Aún después de su elección como Papa, siguió siendo un filósofo, un humanista. Intentó convocar la novena cruzada para rescatar la Tierra Santa, pero los tiempos de las cruzadas ya habían pasado. Pío II murió en el puerto de Ancona, frente al mar Adriático, cuando se disponía embarcarse con tropas rumbo a Palestina.
Según la disposición del propio papa, sus Commentarii, debían ser publicados cien años después de su muerte. Ya él había escuchado que en la ciudad alemana de Mainz se había inventado un sistema que permitiría reproducir los libros como si fueran naipes. Se refería a la imprenta de Guttenberg que imprimió la Biblia en 1456 y que ciertamente facilitó la producción editorial. Eneas Silvio Piccolomini nunca llegó a ver un libro impreso. Todos los libros que tuvo eran copiados a mano.
La edición de los Commentarii se realizó tarde e incompleta. En 1584 (ciento veinte años después de la muerte del Papa), el arzobispo de Siena mandó publicar las memorias de Pío II, pero como la obra estaba llena de episodios de corrupción en el clero, la censura eclesiástica suprimió ni más ni menos que dos tercios del original.
En 1980, Antonio Castro Zafra publicó con Argos/Vergara el libro Así fui Papa, basado en los Commentarii de Piccolomini. Esta obra incluye los episodios escabrosos, pero el traductor se tomó más libertades de las convenientes. Piccolomini, al estilo de Julio César, se refirió a sí mismo en tercera persona, pero Castro Zafra, no está claro con qué motivo, cambió el texto a primera persona. Los Comentarios fueron dictados sobre diferentes temas en distintos momentos y Castro Zafra, para facilitar la comprensión, los acomodó en orden cronológico e introdujo fragmentos de otros textos suyos. La lectura de Así fui Papa, es fluida y amena, pero no deja de incomodar el estar leyendo un texto del siglo XV retocado en el siglo XX. El mismo título Así fui Papa, es un gancho de ventas. ¿Quién habría comprado un libro titulado Comentarios de eventos memorables que ocurrieron en su tiempo?
Se conserva un diario del Papa Juan XXIII y numerosas cartas personales de Pablo VI. Juan Pablo II y Benedicto XVI, ya siendo papas, han concedido largas entrevistas en que se han referido a momentos específicos de sus vidas. Algo similar ha hecho el Papa Francisco. Sin embargo, los Commentarii de Pío II constituyen la única autobiografía legada por un Papa a la posteridad. Irónicamente, la versión definitiva fue aprobada por su autor en 1464 y esta es la hora en que aún no se ha publicado una versión íntegra.
INSC: 0341Eneas Silvio Piccolomini (1405-1464) Papa Pío II de 1458 a 1464. |
No hay comentarios.:
Publicar un comentario