viernes, 6 de octubre de 2017

La primera vacante episcopal en Costa Rica. 1871-1880

La primera vacante de la Diócesis de
San José. Víctor Manuel Sanabria M.
Editorial Costa Rica, 1973.
Anselmo Llorente Lafuente, primer obispo de Costa Rica, murió el 23 de setiembre de 1871. Casi nueve años después, el 27 de febrero de 1880, Bernardo Augusto Thiel fue designado como su sucesor. Monseñor Víctor Manuel Sanabria Martínez, no solo escribió extensas biografías de los dos prelados, sino también un interesante estudio histórico sobre el largo periodo vacante que hubo entre ambos. El libro, publicado en primera edición por la imprenta Lehmann en 1935 y reeditado por la Editorial Costa Rica en 1973,  además de explicar las razones de la prolongada demora en el nombramiento episcopal, brinda valiosos datos e innumerables sorpresas sobre la letra menuda de la historia eclesiástica costarricense.
El Concordato vigente en aquel entonces le otorgaba al gobierno costarricense el beneficio de patronazgo, es decir, el Poder Ejecutivo tenía el derecho tanto de proponer como de vetar candidatos a la sede episcopal. Lo que sucedió, para hacer la historia corta, es que la Santa Sede y el gobierno no lograron ponerse de acuerdo. Un año antes del fallecimiento de monseñor Llorente, don Tomás Guardia había derrocado al presidente Jesús Jiménez Zamora. A la muerte del obispo, todo parecía indicar que el llamado a sucederlo iba a ser el Dr. Domingo Rivas Salvatierra quien, por cierto, fue designado vicario capitular y administrador de la Diócesis hasta el nombramiento del nuevo obispo. Sin embargo, el Dr. Rivas, que había sido miembro del Consejo de Gobierno de don Jesús Jiménez, era un reconocido adversario de don Tomás Guardia y el gobierno, por tanto, prefirió buscar otro candidato. El elegido fue el padre Ramón Isidro Cabezas Alfaro, que había sido cura de Esparza y quien no solo era ferviente partidario de don Tomás y padrino de una de sus hijas sino que, al momento de ser propuesto como candidato a obispo, ocupaba el cargo de diputado por la provincia de Heredia.
Mons. Dr. Domingo Rivas Salvatierra (1836-1900).
El asunto no prosperó porque el gobierno cometió tres errores en la propuesta. Primero, nunca consultó al Padre Cabezas si aceptaría el cargo; segundo, no incluyó un informe sobre los méritos del sacerdote propuesto y, tercero, presentó un único candidato, cuando lo normal, en estos casos, es presentar varios para que el Papa decida. Ante el tropiezo, se desató entonces una trama de intrigas y vanidades heridas en que se llegó hasta los ataques personales. En cuanto supo de las gestiones, el padre Cabezas manifestó que no le interesaba el cargo ya que no se consideraba capacitado para ejercerlo. Don Domingo Rivas envió un informe a Roma en que pintaba al padre Cabezas como ignorante, parrandero, usurero y vicioso. El padre Cabezas apenas había cursado un mínimo de estudios, se había enriquecido gracias al contrabando, bebía guaro y jugaba billar en las cantinas, prestaba plata con altos intereses y era implacable a la hora de cobrar. El hecho de que no vistiera nunca sotana y acostumbrara realizar salidas nocturnas para echarse una canita al aire también fue mencionado. Al enterarse de lo que se decía de él, el padre Cabezas cambió de actitud y decidió entonces proseguir con su candidatura episcopal. Una cosa era reconocer la incapacidad y los vicios ante los amigos y vecinos que, en todo caso, ya estaban enterados y otra, muy distinta, era que sus fechorías se expusieran por escrito ante la Santa Sede. El gobierno, entonces, mantuvo como único candidato al Padre Cabezas y el Dr. Domingo Rivas, por su parte, se dedicó a entorpecer la comunicación entre la diplomacia costarricense y el Vaticano. Con la cancha tan embarrialada, ni Cabezas ni Rivas tenían ninguna posibilidad de alcanzar el nombramiento episcopal, pero ninguno dio un paso atrás.
Luigi Bruschetti (1826-1881). Administrador de
la Iglesia costarricense de 1877 a 1880.
A los cinco años de sede vacante, el gobierno, en una maniobra subterránea hecha a espaldas de don Domingo Rivas (a quien querían quitarse de enmedio), le solicitó al Papa Pío IX que nombrara un administrador para la Diócesis. Al Papa, que ya debería de estar preocupado por la avalancha de correspondencia que recibía de Costa Rica, le pareció bien la propuesta y le encargó la difícil misión a Monseñor Luigi Bruschetti, diplomático de cincuenta años de edad que se encontraba entonces en Brasil. El gobierno y la Santa Sede mantuvieron el acuerdo en secreto y no se molestaron en notificar a Mons. Rivas, quien se enteró del envío de Bruschetti apenas unos días antes de que el obispo llegara al país. Monseñor Bruschetti desembarcó en Puntarenas el 17 de diciembre de 1876. Viajando a lomo de mula, dos días después llegó a Alajuela y de allí, ya más cómodamente, se trasladó en ferrocarril a San José. Monseñor Bruschetti era el primer representante de la Santa Sede con residencia en Costa Rica y, de 1876 a 1880, con el título de Administrador Apostólico, fue obispo de Costa Rica. Como al momento de su arribo no había en el país ni Nunciatura Apostólica ni Palacio Episcopal, el gobierno dispuso (para tenerlo de su lado o, al menos, para tenerlo cerca) hospedarlo en la Casa Presidencial.
La vieja catedral de San José estaba hecha una ruina. Durante los oficios, los murciélagos que volaban dentro cuiteaban a los fieles. Había innumerables goteras y las vigas estaban tan podridas que muchas personas habían dejado de asistir a Misa por miedo de que el techo les cayera encima. Monseñor Bruschetti, entonces, estableció como Catedral el antiguo templo de la Merced y puso toda su atención y esfuerzo en la construcción, ya iniciada, de la nueva catedral metropolitana en avenida segunda. Hizo también lo que pudo por mantener un mínimo de disciplina y armonía en el clero costarricense. Los sacerdotes, salvo raras excepciones, no eran cultos ni estudiosos. Tampoco se distinguían por ser piadosos o trabajadores. Pese a los intentos de Monseñor Llorente por corregir esa costumbre, los curas ticos casi nunca utilizaban sotana y preferían vestir como seglares sin distintivo alguno y, muchos de ellos, estaban involucrados en relaciones personales impropias, actividades políticas y negocios clandestinos. Cuando eran convocados a reunión o a Ejercicios Espirituales, más de la mitad se negaba a asistir alegando cualquier pretexto sacado de la manga. Bruschetti, ya en el terreno, se dio cuenta que no sería fácil encontrar la persona indicada, pero siempre tuvo claro que su principal deber era lograr, cuanto antes, el nombramiento de un nuevo obispo.
Circulaba por entonces la broma de que el Papa Pío IX había dicho que mientras él fuera la cabeza visible de la Iglesia, el padre Cabezas no sería la cabeza de la iglesia costarricense. No se sabe si el Papa en verdad dijo esas palabras o son parte de la leyenda, pero lo cierto es que apenas murió Pío IX, el gobierno costarricense hizo un nuevo intento por lograr el nombramiento del padre Cabezas, que tampoco prosperó. El Dr. Domingo Rivas, que tampoco se daba por vencido, fue más allá. Viajó a Roma y se entrevistó en persona con el Papa León XIII, pero su desesperado esfuerzo, al igual que el de sus adversarios, fue inútil.
Un cura de Cartago, de quien Sanabria no da el nombre y llama solamente XXX, intentó falsificar un milagro para demostrar que una señal del cielo indicaba que él debía ser nombrado obispo. Otro sacerdote intentó contraer matrimonio, y matrimonio por la Iglesia además, alegando que contaba con el permiso del General Guardia. La Logia Masónica, tuvo como fundador al Padre Francisco Calvo quien era, además de primo hermano de José María Castro Madriz, uno de los hombres de confianza del General Guardia, a quien acompañaba en sus viajes tanto dentro como fuera del país.
Por su doble condición de Representante del Papa y Administrador Apostólico, Mons. Bruschetti era la máxima autoridad eclesiástica en Costa Rica. Sin embargo, por el estado de Sede Vacante, legalmente no estaba autorizado a establecer cambios sustanciales. La única parroquia nueva que creó fue la de Santa María de Dota, el 4 de octubre de 1879, solamente porque el decreto ya estaba hecho, pero Monseñor Llorente murió antes de firmarlo.
El ocho de marzo de 1878, Bruschetti colocó la primera piedra del nuevo edificio del Hospital San Juan Dios. También recibió a las Hermanas de Sión, que había traído doña Emilia Solórzano Alfaro, la esposa del General Guardia, para instalar un colegio en San José. Doña Emilia, por cierto, era la presidente del comité de edificación de la nueva catedral. El 28 de marzo de 1878, nombró a los primeros sacerdotes que se establecerían en Puerto Limón, los capuchinos Fray Bernardino y Fray Fernando. En el camino, Fray Fernando se ahogó en el río Pacuare. Su cuerpo fue rescatado, así que el primer oficio religioso realizado por Fray Bernardino en Limón fue el funeral de su compañero.
Al mes siguiente, el 17 de abril 1878, Bruschetti bendijo y consagró la Catedral de San José, aunque aún faltaba ponerle el piso de terrazo y los vidrios a las ventanas. La obra estuvo totalmente terminada el 18 de noviembre de ese mismo año. Según los libros, el total invertido en la construcción fue de 210.158.97 pesos.
Bernardo Augusto Thiel Hoffman (1851-1901)
Segundo Obispo de Costa Rica de 1880 a 1901.
Pero quizá el acto más determinante que realizó ese año fue la inauguración del Seminario, el 3 de enero de 1878, para el que se habían mandado a traer, como formadores, a tres sacerdotes paulinos bastante jóvenes: don Juan Bautista Theilloud, don Tomás Gougnon y don Bernardo Augusto Thiel.
Debido al escaso nivel cultural del clero costarricense, así como a su relajada disciplina, Monseñor Bruschetti probablemente intentaba encontrar al obispo que andaba buscando entre los sacerdotes de otras nacionalidades miembros de órdenes religiosas. Los jesuitas, por disposición del propio General Guardia, regentaban desde 1876 el Colegio San Luis Gonzaga de Cartago y había en el país un pequeño grupo de misioneros capuchinos, pero no era viable, por diversas razones, nombrar un obispo jesuita ni capuchino. Era poco probable, además, que alguno de ellos aceptara el cargo.
El joven Bernardo Augusto Thiel, nacido el 1 de abril de 1850 en Elbertfeld, Alemania, impresionó favorablemente a Bruschetti. Tenía título de Doctor, dominaba el latín y el griego y hablaba con fluidez, además de alemán, francés, inglés, italiano y español. Inteligente, estudioso y metódico, era además profundamente devoto y su estilo de vida era austero, recto e intachable. Thiel también llamó la atención del padre Francisco Calvo, del propio Dr. Rivas, del padre Cabezas y de prácticamente todo el clero y la intelectualidad josefina. Solo faltaba obtener el visto bueno del General Guardia.
La cita se programó para la tarde del 28 de junio de 1879. Don Tomás Guardia llegó de visita al Seminario acompañado por don Rafael Barroeta y Baca y el padre Francisco Calvo. La reunión fue de solamente dos horas, pero la amistad que establecieron don Tomás y Thiel duró para siempre.
Aunque el Papa León XIII también dio su visto bueno, fue necesario esperar un año para el nombramiento episcopal. Cuando Thiel fue propuesto como obispo de Costa Rica tenía solamente veintinueve años de edad. Haciendo una excepción a la edad mínima requerida, tras recibir los documentos oficiales desde Roma, Bruschetti consagró a Thiel el 5 de setiembre de 1880 en la catedral de San José y puso fin, entonces, al extenso periodo de sede vacante.
El libro de Monseñor Sanabria sobre este momento histórico está ampliamente documentado. Para poder reconstruir los hechos, Sanabria debió revisar artículos de prensa, memorias de ministerios, correspondencia oficial y privada, libros de actas y hasta una que otra hoja suelta impresa que circuló al respecto. La investigación histórica es minuciosa y detallada hasta extremos impresionantes. Sin embargo, se le puede criticar que su exposición no es para nada objetiva. En ocasiones entra en demasiados detalles y en otras omite brindar datos de importancia. Totalmente parcializado, la simpatía por el Dr. Domingo Rivas y la antipatía por las autoridades civiles son evidentes. Todo lo que pueda hacer quedar mal a don Lorenzo Zambrana o al Dr. José María Castro Madriz, lo expone. Todo lo que pueda afectar la reputacion de la Iglesia, lo calla. Llama testarudos a los de un bando, pero no a los de la acera de enfrente. Con mucha frecuencia, además, pierde el tono. Llama "liberal rabioso" al Dr. Zambrana y "curas farsantes" a quienes se oponían a Rivas. Al describir el torbellino de dimes y diretes desatado durante la vacante, llega incluso a meter causas sobrenaturales en la danza. Los liberales realizaban una "impía tarea" bajo "los estandartes de Satanás", mientras que las acciones del bando contrario eran "inspiradas por el Espíritu Santo" y "acuerpadas por la Divina Providencia."
Al cura cartaginés que montó la farsa de un milagro, lo llama XXX, pero a cuanta persona se manifestó contra las acciones de Rivas la cita por su nombre. Un caso concreto, en que el expediente era claro sobre faltas graves por parte del clero, Sanabria lo resumió diciendo: "Se dijo, se volvió a decir, se juró, se volvió a jurar, se citaron casos y cosas..." sin entrar en detalles que serían, definitivamente, bochornosos.
En un momento llega a justificar lo injustificable y defender lo indefendible. Ante la acusación de que el padre Cabezas se había enriquecido con el contrabando, Sanabria lo elogia porque eso demuestra su buen juicio, ya que muchos practicaron el contrabando sin enriquecerse. Llega hasta el punto de discutir los argumentos planteados por Castro Madriz a favor de la libertad de culto. Los liberales del Siglo XIX no fueron los come curas que Sanabria pinta. Ellos también, a nivel personal, eran católicos y así criaron a sus hijos pero, en la esfera civil, defendían la libertad de pensamiento, de expresión, de prensa y de culto.
Aunque fue un investigador histórico verdaderamente notable, Monseñor Sanabria, en sus libros, se expresa más como sacerdote defensor de la Iglesia que como historiador objetivo. Cosa que, de más está decirlo, se le puede señalar pero no reclamar.
La primera vacante, en todo caso, a pesar de su visión parcializada, es un libro lleno de datos sorprendentes. Vicente Herrera Zeledón y José Joaquín Rodríguez Zeledón, quienes llegaron a ocupar la presidencia de la República, fueron notarios de la curia. Don Félix Mata Valle, el padre del recordado sacerdote don Alberto Mata Oreamuno, era el tesorero. Los amantes de la historia del arte y de la arquitectura encontrarán en este libro datos reveladores. El altar en que celebraba Misa Monseñor Llorente es el que se encuentra actualmente en la iglesia del Carmen. Monseñor Llorente, por cierto, mandó destruir unas pinturas antiguas, de la época colonial, por feas. Y, en cuanto a la construcción de la catedral, se consignan los nombres de Miguel Angel Velásquez, que hizo los planos, de José Quirce, que estuvo a cargo de la construcción y hasta de los maestros de obras que trabajaron en ella.
Sin embargo, quizá el mayor aporte que realiza este libro para nuestra memoria histórica, sea el rescate de la figura de Monseñor Luigi Bruschetti, a quien nadie menciona y nadie recuerda. Su nombre no figura en la lista de obispos de Costa Rica. Por ser Administrador interino, pese a haber inaugurado la Catedral y el Seminario y haber puesto la primera piedra del San Juan de Dios, no podía poner en el muro una lápida conmemorativa con su nombre.
Hombre discreto y reservado, durante los tres años que estuvo en Costa Rica no hizo amistad con nadie. Prefirió mantenerse alejado de todos para que no lo metieran en enredos de chismes ni conflictos de bandos encontrados. Tal vez muchas de las cosas que pudo ver en nuestro país, tanto en materia de Iglesia, gobierno o costumbres, eran muy distintas a lo que él estaba acostumbrado o a lo que se había esperado. Sin embargo, Bruschetti vino, vio y calló. No dejó escrito ningún comentario negativo sobre su permanencia en San José. Sanabria tuvo ocasión de leer las cartas que Bruschetti le escribió a Thiel y en ellas no había reportes ni quejas, solamente consejos.
Una vez terminada su misión, que era nombrar un obispo para Costa Rica, Monseñor Bruschetti, mientras le llegaba de Roma el permiso para retirarse del país, decidió apartarse de todos, del gobierno, de los curas y hasta del nuevo obispo, y se instaló en una casa alquilada en San Pedro del Mojón (hoy San Pedro de Montes de Oca) que, por aquella época, era un sitio remoto, alejado de la capital. Cuando le llegó la carta con el llamado desde Roma, Thiel se encontraba de gira en una zona alejada del país y no pudo despedirse de él. Monseñor Bruschetti viajó a Europa, se entrevistó con el Papa León XIII y fue luego a Cingoli, Macerata, su pueblo natal, a visitar a su familia. Allí murió, el 27 de octubre de 1881, a los cincuenta y cinco años de edad. En su testamento, dejó un fondo al Colegio Pío Latino Americano, para que sus rentas fueran empleadas en brindar ayuda económica a jóvenes costarricenses que estudiaran en Roma.
INSC: 2700

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...