Robert Vesco compra una república. Julio Suñol Leal. Trejos Hns, Costa Rica, 1974. |
Vesco trasladó su oficina a Suiza, donde tomó el control de Investors Overseas Services (IOS) y, al abandonar los Estados Unidos, empezaron sus problemas. La Security Exchange Comission (SEC), organismo del gobierno norteamericano encargado de vigilar las operaciones financieras de empresas que manejan depósitos del público, consideró arriesgado que capitales tan grandes como los que las compañías de Vesco manejaban salieran de su jurisdicción. Vesco fue arrestado en Ginebra, Suiza, en 1971, pero fue liberado pronto, curiosamente gracias a gestiones de la propia Embajada Americana. En busca de una nueva base de operaciones, se trasladó a Bahamas, donde llegó a ser accionista mayoritario de varios bancos. Eventualmente, en Bahamas Vesco también fue arrestado en circunstancias realmente extrañas. Se le acusaba de haber defraudado cincuenta mil dólares de ICC, su propia compañía, y la multa que debió pagar, para salir de la cárcel, fue de setenta y cinco mil dólares. Los detalles no trascendieron, pero el caso resulta en verdad difícil de comprender. Se acusó al presidente de una organización que manejaba cientos de millones de haber defraudado cincuenta mil de su propia empresa y, además, la fianza fue mayor al monto en cuestión.
Muy pronto, además de la vigilancia de la SEC, Vesco fue objeto de la atención de la prensa. La revista Time publicó un amplio reportaje sobre sus maniobras financieras. La preocupación principal era que doscientos veinticuatro millones de dólares de ahorrantes de fondos mutuos hubieran salido de Estados Unidos y estuvieran, por tanto, fuera de la supervisión de la SEC. En el reportaje se mencionaron varias personas que trabajaban para IOS, como James Roosevelt, el hijo mayor del Presidente Franklin Delano Roosevelt (quien, irónicamente, había fundado la SEC), o Donald Nixon, joven de veintiséis años de edad, asistente de Vesco y sobrino del Presidente Richard Nixon. También salieron a relucir los nombres de otras figuras conocidas quienes, de alguna manera, habían realizado negocios con Vesco, entre ellos don Gonzalo de Borbón y Dampierre (nieto de Alfonso XIII), Rafael Díaz Balart, hermano de Mirta, la primera esposa de Fidel Castro, y don José Figueres Ferrer, entonces Presidente de Costa Rica.
Tal parece que fue Richard Pistell quien, en junio de 1972, presentó a Vesco a don Pepe. Otro millonario norteamericano, el tejano Clovis McAlpin, que había manejado grandes portafolios de inversión en Londres, había decidido establecer su oficina y residencia en Costa Rica. Ya con dos pesos pesados en el país, don Pepe propuso, en noviembre de 1972, la iniciativa de establecer en San José un distrito financiero internacional para atraer grandes capitales. El proyecto fue rechazado, tanto por la Asamblea Legislativa como por la opinión pública, que llegó a considerar inconveniente la presencia de los dos grandes capitalistas en el país y, lejos de aceptar que vinieran más, exigía que McAlpin y Vesco se marcharan. Un verdadero escándalo se armó cuando se supo que ambos norteamericanos habían realizado fuertes inversiones en empresas relacionadas con don Pepe. McAlpin tenía participación en la Sociedad Agrícola San Cristóbal, fundada por don Pepe y don Francisco Orlich en 1928, mientras que Vesco había invertido en un proyecto de casas prefabricadas que desarrollaba don Pepe. Trascendió además que Vesco, por medio de compra de bonos del Estado, había inyectado capital a proyectos del Instituto Nacional de Vivienda y Urbanismo y al Servicio Nacional de Acueductos y Alcantarillados. Adquiriendo bonos del Estado, Vesco financió el aguinaldo de los empleados públicos en 1973. Un grupo financiero relacionado con Vesco, además, le otorgó un fuerte préstamo, en favorables condiciones, al Banco Popular y de Desarrollo Comunal.
Curiosamente, a McAlpin pronto lo dejaron en paz y permaneció en el país dedicado a proyectos ganaderos, mientras que Vesco acabó acaparando toda la atención de los políticos y de la prensa. Julio Suñol Leal, director del Diario de Costa Rica, fue uno de sus más severos críticos. Los editoriales y reportajes que escribía, constamente alertaban sobre lo peligrosa que podría ser la presencia de Vesco en el país y lo inconveniente que podría resultar su cercanía con el Presidente de la República. En 1974, cuando el tema aún estaba en el tapete y Vesco residía en país, don Julio Suñol publicó el libro Robert Vesco compra una república, en que recopila artículos, no solo de su periódico, sino también los que Life, Time, Newsweek, Fortune, Wall Street Journal y The New York Times publicaron sobre el tema. El tiraje de la primera edición fue de cinco mil ejemplares y se agotó de inmediato. Aunque con cierta frecuencia don Julio entona un discurso de tono emocional y exaltado, como buen periodista que era, fue capaz de ofrecer un libro balanceado, en que incluye argumentos y versiones contrarios a los suyos. Vesco en persona fue a visitar a don Julio Suñol a la redacción de El Diario de Costa Rica y la conversación, recogida en el propio libro, estuvo llena de cortesía y caballerosidad. Don Julio le aclaró a Vesco que no tenía nada personal contra él, pero que le preocupaban su gran capital y su cercanía con el gobierno. "Usted es una ballena en la laguna", le dijo.
En una ocasión, don Pepe le propuso personalmente a Suñol que, en vez de combatir a Vesco, se aliara con él. Vesco podía inyectar capital al Diario de Costa Rica, que enfrentaba serios apuros económicos. Cuando Suñol hizo la propuesta del conocimiento público, don Pepe reconoció haberla hecho. Irónicamente, el ochenta por ciento de la publicidad que aparecía en el Diario de Costa Rica era pagado por instituciones estatales. "Esos anuncios no le generan ningún beneficio al Estado ni al gobierno que tanto critica ese periódico," afirmó don Pepe, "por lo que son mas bien un subsidio a la libertad de prensa."
Tal parece que fue Richard Pistell quien, en junio de 1972, presentó a Vesco a don Pepe. Otro millonario norteamericano, el tejano Clovis McAlpin, que había manejado grandes portafolios de inversión en Londres, había decidido establecer su oficina y residencia en Costa Rica. Ya con dos pesos pesados en el país, don Pepe propuso, en noviembre de 1972, la iniciativa de establecer en San José un distrito financiero internacional para atraer grandes capitales. El proyecto fue rechazado, tanto por la Asamblea Legislativa como por la opinión pública, que llegó a considerar inconveniente la presencia de los dos grandes capitalistas en el país y, lejos de aceptar que vinieran más, exigía que McAlpin y Vesco se marcharan. Un verdadero escándalo se armó cuando se supo que ambos norteamericanos habían realizado fuertes inversiones en empresas relacionadas con don Pepe. McAlpin tenía participación en la Sociedad Agrícola San Cristóbal, fundada por don Pepe y don Francisco Orlich en 1928, mientras que Vesco había invertido en un proyecto de casas prefabricadas que desarrollaba don Pepe. Trascendió además que Vesco, por medio de compra de bonos del Estado, había inyectado capital a proyectos del Instituto Nacional de Vivienda y Urbanismo y al Servicio Nacional de Acueductos y Alcantarillados. Adquiriendo bonos del Estado, Vesco financió el aguinaldo de los empleados públicos en 1973. Un grupo financiero relacionado con Vesco, además, le otorgó un fuerte préstamo, en favorables condiciones, al Banco Popular y de Desarrollo Comunal.
Robert Vesco visita al periodista Julio Suñol, director del Diario de Costa Rica. |
En una ocasión, don Pepe le propuso personalmente a Suñol que, en vez de combatir a Vesco, se aliara con él. Vesco podía inyectar capital al Diario de Costa Rica, que enfrentaba serios apuros económicos. Cuando Suñol hizo la propuesta del conocimiento público, don Pepe reconoció haberla hecho. Irónicamente, el ochenta por ciento de la publicidad que aparecía en el Diario de Costa Rica era pagado por instituciones estatales. "Esos anuncios no le generan ningún beneficio al Estado ni al gobierno que tanto critica ese periódico," afirmó don Pepe, "por lo que son mas bien un subsidio a la libertad de prensa."
El libro tiene episodios que, con el paso del tiempo, han llegado a ser olvidados. En julio de 1973, un numeroso grupo de catedráticos universitarios le dirigió una carta a los dos vicepresidentes de la República, el Dr. Manuel Aguilar Bonilla y don Jorge Rossi Chavarría, instándolos a establecer un tribunal de honor que juzgara a don Pepe por su amistad con Vesco. La respuesta, escrita con gran cortesía, aclaraba que juzgar al presidente no forma parte de las funciones de los vicepresidentes. La Constitución prohíbe, además, el establecimiento de tribunales para causas específicas, cosa que, se supone, los profesores universitarios deberían saber.
Un hecho verdaderamente descabellado y tragicómico tuvo que ver con el discurso que, el 6 de marzo de 1973, Vesco pronunció en cadena de radio y televisión. No se sabe cómo, pero don Gerardo Fernandez Durán consiguió el borrador del discurso, escrito a mano por don Pepe Figueres, y se lo hizo llegar a Julio Suñol. En el libro se incluyen imágenes del manuscrito de don Pepe, con notas dirigidas a su jefe de prensa, Orlando Núñez Pérez, en el que le avisa que don Gonzalo Facio Segreda, el Canciller de la República, se va encargar de revisar los aspectos legales. Cuando se destapó el asunto, don Pepe simplemente dijo: "Es mejor que yo le escriba los discursos a él y no que él me los escriba a mí."
Don Pepe siempre defendió a Vesco y argumentó que todo lo que se decía de él no era más que sensacionalismo desatado por periodistas deseosos de crear escándalo. "A los periodistas", decía, "les gusta hacer bulla, pero al final todo se aclara". Al redactor de The Wall Street Journal que escribió un artículo sobre la relación entre Vesco y Figueres, don Pepe lo llamó por teléfono a Estados Unidos para, en sus propias palabras, "pegarle una gran trapeada." "El día que me lo encuentre se va a sacar la lotería", agregó, "porque la trapeada telefónica fue en inglés, pero si llego a tenerlo al frente, lo arreglo a la latinoamericana, o a la catalana."
Don Pepe siempre defendió a Vesco y argumentó que todo lo que se decía de él no era más que sensacionalismo desatado por periodistas deseosos de crear escándalo. "A los periodistas", decía, "les gusta hacer bulla, pero al final todo se aclara". Al redactor de The Wall Street Journal que escribió un artículo sobre la relación entre Vesco y Figueres, don Pepe lo llamó por teléfono a Estados Unidos para, en sus propias palabras, "pegarle una gran trapeada." "El día que me lo encuentre se va a sacar la lotería", agregó, "porque la trapeada telefónica fue en inglés, pero si llego a tenerlo al frente, lo arreglo a la latinoamericana, o a la catalana."
El nombre de Vesco salió a relucir en el escándalo Watergate y el Partido Republicano acabó devolviéndole a Vesco la contribución de doscientos mil dólares que había entregado para la campaña de reelección de Richard Nixon. Donald Nixon, el asistente de Vesco y sobrino del presidente, no se separó de su cargo. La boda de Donald Nixon se celebró en Costa Rica ya que Vesco no podía, por las causas que contra él se realizaban en tribunales de New York, ir a Estados Unidos.
En la campaña presidencial de 1974, los dos candidatos mayoritarios, el Dr. Fernando Trejos Escalante y don Daniel Oduber Quirós, debieron pronunciarse sobre la permanencia de Vesco en Costa Rica. El millonario norteamericano había llegado a ser muy impopular, pero ambos candidatos fueron cautelosos en sus declaraciones. En Costa Rica, Vesco no había hecho nada indebido, los juicios que tenía abiertos en su contra en Estados Unidos eran complejos hasta para los especialistas en finanzas y las pocas inversiones de Vesco en Costa Rica, lejos de brindarle ganancias, eran más bien irrecuperables. Hasta se contaba un chiste que decía que, en Costa Rica, Vesco se había hecho millonario, porque antes de venir era multimillonario.
El 7 de mayo de 1974, un día antes de asumir la presidencia de la República, Oduber se reunió con Vesco y le entregó una extensa carta (reproducida en el libro) en que lo insta a mantenerse alejado de actividades públicas, a no establecer sociedades con funcionarios del gobierno, a no invertir en medios de comunicación (se decía que Vesco había aportado el capital inicial para la fundación del periódico Excelsior, que presidía el Dr. Luis Burstin y dirigía don Alberto Cañas) y a concentrar sus inversiones en agricultura, ganadería, industria y turismo, que era lo que necesitaba el país.
En 1978, el presidente Rodrigo Carazo Odio expulsó a Vesco de Costa Rica. No está claro si se había establecido en 1972 o 1973 pero, durante los pocos años que permaneció aquí, tal parece que llegó a invertir un mínimo de catorce y un máximo de cuarenta millones de dólares en proyectos locales. No se sabe si pudo liquidar su participación en empresas costarricenses o si dejó un apoderado a cargo.
Quienes defienden a Vesco argumentan que cometió dos grandes errores. Primero, haber sacado de los Estados Unidos dinero de ahorrantes norteamericanos ya que, con eso, se ganó la enemistad de la SEC, que procura que los fondos no salgan de su control. Lo normal (pero no necesariamente lo conveniente) es que el flujo sea a la inversa. Los capitales de todo el mundo, tanto de países ricos como pobres, fluyen a la bolsa de New York y allí son invertidos en acciones de compañías americanas. Eso se considera normal y seguro. Pero que dinero de ahorrantes norteamericanos sea invertido en otros países es algo que se considera peligroso e inconveniente. Su segundo gran error fue su proximidad con los políticos. Se dice que Vesco fue atacado, en los Estados Unidos, por los enemigos de Nixon y, en Costa Rica, por los enemigos de don Pepe.
En Cuba, Vesco se presentaba con el nombre falso de Tom Adams y se hacía pasar por canadiense. Vestido de blanca guayabera, pudo disfrutar de poco más de una década de vida tranquila, hasta que, en 1996, fue acusado de haber estafado a Antonio Fraga Castro, sobrino de Fidel, en un laboratorio de biotecnología en el que eran socios. Suena extraño que un hombre que disponía de cientos de millones de dólares haya estafado a un ciudadano de un país comunista, donde todos, supuestamente, viven de su sueldo y comen de la libreta de racionamiento. En Cuba, en todo caso, las noticias se leen al revés. Cuando los titulares del Granma dicen que se superó una meta, es porque no se llegó ni a la mitad, cuando anuncian sobreproducción de algún artículo es porque escasea y cuando Fidel declara que su familia no tiene privilegios y vive como cualquier otro cubano es porque andan metidos en negocios gigantescos. En el juicio al que se vio sometido, Vesco fue acusado también de ser "un provocador y agente de servicios especiales extranjeros". Aunque la condena fue de trece años de prisión, solamente estuvo nueve en la cárcel. En 2005 fue liberado al cumplir setenta años de edad. Sus amigos dicen que los últimos años de su vida los pasó sin ser molestado en La Habana, luchando contra un cáncer de pulmón que, finalmente, acabó con él.
Su muerte, ocurrida el 23 de noviembre de 2007, fue dada a conocer con bastante demora varios días después. Las agencias de noticias informaron que sus restos fueron sepultados en el Cementerio de Colón de la Habana, pero no mencionaron si su esposa y sus dos hijos seguirían residiendo en Cuba. Sobre lo que haya quedado de su enorme fortuna tampoco hay información.
INSC: 0505
Su muerte, ocurrida el 23 de noviembre de 2007, fue dada a conocer con bastante demora varios días después. Las agencias de noticias informaron que sus restos fueron sepultados en el Cementerio de Colón de la Habana, pero no mencionaron si su esposa y sus dos hijos seguirían residiendo en Cuba. Sobre lo que haya quedado de su enorme fortuna tampoco hay información.
INSC: 0505
Robert Vesco (1935-2007). |
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