viernes, 23 de noviembre de 2018

Las Ish de Fernando Muñoz. Historias de la familia Castro Saborío.

Las Ish. Fernando Muñoz Mora.
Guayacán. Costa Rica, 2010.
Las memorias familiares, si no se escriben, se pierden. Las nuevas generaciones se quedan sin conocer detalles sobre las vidas de sus ancestros porque quienes podrían habérselos contado acabaron llevándoselos a la tumba.
Cuando estudiaba en los Estados Unidos, a don Fernando Muñoz Mora le llamó la atención el gran interés que tienen los americanos, todos ellos hijos de inmigrantes, por conocer sus orígenes familiares.
En Costa Rica, donde todos los ticos, así sea en grado remoto, somos primos, damos por un hecho que siempre hemos estado aquí y, por desinterés, dejamos que caigan en el olvido las andanzas de los abuelos.
De vuelta a la patria, don Fernando Muñoz decidió escribir un libro con historias de su familia. De haber querido presumir, le habría sobrado material para hacerlo. Don Fernando es descendiente del conquistador español Juan Vásquez de Coronado, fundador de Costa Rica, así como del polémico Dr. Stefano Corti Roca, que en toda la historia de nuestro país ha sido la única persona en haber sido acusada ante la Inquisición. Entre sus ancestros figuran también el jurista guatemalteco Agustín Gutiérrez Lizaurzábal, el prócer de la Independencia Joaquín de Yglesias, además del General José María Cañas y don Pedro Saborío Alfaro, quienes fueron oficiales en la guerra contra los filibusteros de William Walker. Don Fernando es sobrino, en tercera generación, del escritor Carlos Gagini y, en quinta generación, del Presidente Juan Rafael Mora Porras
Entre sus familiares más cercanos, su bisabuelo, Gerardo Castro Méndez, fue fundador de la Cruz Roja Costarricense y, como abogado, compartió estudios y hasta bufete con don Ricardo Jiménez Oreamuno y don Cleto González Víquez.  Su tío bisabuelo, Genaro Castro Méndez, fue el inamovible administrador del Teatro Nacional en las primeras décadas del Siglo XX. Cuando murió, el puesto lo heredó su sobrino, Octavio Castro Saborío, hijo de Gerardo Castro Méndez y Amalia Saborío Yglesias, a quien don Fernando, que lo conoció de cerca, llamaba "Tío Pavo".  Octavio Castro Saborío fue administrador del Teatro Nacional durante treinta y tres años y, por su pasión por la historia, se empeñó en que se levantaran tres monumentos a figuras que admiraba. La estatua de Simón Bolívar, en el parque Morazán, la de Juan Rafael Mora, frente al correo y la de Bernardo Augusto Thiel, al costado sur de la Catedral, fueron erigidas por iniciativa y gestión de Pavo
Sin embargo, a pesar de la impresionante lista de personajes históricos que llenan su árbol genealógico, al escribir su libro, don Fernando optó por concentrar la atención en su abuelita Graciela  Castro Saborío y en sus tías Amalia, Aurelia y Estela Castro Saborío. 
Eran mujeres de su época, recatadas, hogareñas y discretas, pero tenían la particularidad de decir siempre lo que pensaban. En medio de una conversación formal, como eran todas en aquel tiempo, en determinado momento alguna de ellas soltaba un comentario que resultaba inoportuno por lo sincero. Estas salidas de tono acabaron creando leyenda, al punto de que el propio autor sospecha que, entre las muchas anécdotas que se cuentan de ellas, debe de haber una mezcla entre reales e inventadas.
Graciela Castro Saborío. Una de las Ish.
Abuela de don Fernando Muñoz Mora.
Un hermano de ellas, Gerardo Castro Saborío,  estaba casado con Francisca Pérez Calvo, hija de don Pedro Pérez Zeledón.  Los años pasaban y Francisca se mantenía siempre muy bella. Cuando alguien les comentaba lo bien que se mantenía su cuñada, ellas exclamaban: "Pachica, siempre tan linda. Diente que se le cae, diente que le ponen."
Don Gerardo Castro Méndez y doña Amalia Saborío Yglesias tuvieron dieciocho hijos. Vivían en una amplia casona con patio central en barrio Amón. Doña Amalia murió el 31 de diciembre de 1915, mientras se preparaba para asistir al baile de año nuevo en el Teatro Nacional. Don Gerardo falleció dieciséis años después. Cuando los hijos se fueron casando, la casa empezó a quedarse vacía y, al final, solamente vivían en ella, además del solterón de Pavo, las hermanas que nunca se habían casado o que ya habían enviudado.
Esta casona, medio vacía y muy silenciosa, es la que don Fernando Muñoz recuerda visitar con frecuencia cuando era niño. Junto con sus primos, fingía jugar en el corredor cuando, en realidad, lo que hacían era escuchar las conversaciones de los mayores. La puerta de la calle no tenía seguro y bastaba mover una perilla para entrar. Había una sala que nunca se abría, en la que había grandes cuadros y hasta un piano, que servía para recibir visitas importantes. En esa sala, en un mismo día, don Fernando pudo ver en persona a dos expresidentes, don Otilio Ulate Blanco y el Dr. Rafael Angel Calderón Guardia, que llegaron a dar el pésame cuando murió Pavo.
El libro incluye una simpática confesión. Cuando Pavo murió, don Fernando, que era entonces un niño, fue a registrar en su armario y acabó apropiándose de un singular tesoro: el bastón de su abuelo, Gerardo Castro Méndez, y el bastón del obispo Bernardo Augusto Thiel.
El tío Pavo, la abuela Graciela y las tías Amalia, Aurelia y Estela eran muy pacientes, cariñosos y consentidores. Nunca regañaban a los niños y los dejaban hacer lo que quisieran. Cuando regresaban a sus casas, sus padres se quejaban de que volvían insoportablemente malcriados.
Personaje inovidable es la tía Amalia Castro Saborío. Para ganar algún dinero, recibía comensales. Cocinaba muy bien, sus tamales eran famosos, y tenía la habilidad de cambiar los ingredientes de las recetas de cocina para alcanzar un resultado similar a un precio mucho más bajo. Criaba pájaros y parecía que hablaba con ellos. Intentó tener peces pero, como se le murieron, optó por llenar la pecera con pecesitos de plástico. Solterona, fantaseaba contando que se había casado con un marinero que se fue y nunca más volvió, historia seguramente tomada de alguna de las novelas románticas que le gustaba leer. Una vez, Amalia regresó del cine contando que la escena que más le había gustado fue en la que la protagonista bajaba las escaleras con un vestido lleno de lacitos rosados y celestes. Cuando le preguntaron cómo pudo reconocer los colores si la película era en blanco y negro, Amalia simplemente contestó: "¿Para qué querés la imaginación?".
El título del libro, "Las ish", corresponde al apodo que compartían las hermanas Castro Saborío. Don Fernando Muñoz las conoció y las recuerda. Muchos de sus sobrinos, sobrino nietos y buena parte de su enorme cantidad de primos posiblemente nunca hayan oído hablar de ellas. Estas simpáticas anécdotas, como tantas historias familiares, de no haber sido escritas, se habrían perdido.
INSC: 2791
Don Gerardo Castro Méndez y sus hijos.

1 comentario:

  1. buenas tardes, el estudio de los Castro lo hemos buscado ya que mi esposo viene de una familia de apellido Castro. ANGELINA CASTRO DURAN, campesinos de Moravia, tenían vacas y grandes fincas en la parte norte de Cartago.

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