viernes, 22 de noviembre de 2019

Alma Llanera. Novela de Edelmira González.

Alma Llanera. Edelmira González.
Editorial Costa Rica. Costa Rica, 1977.
En 1946, la Universidad de Costa Rica convocó un concurso literario y Edelmira González lo ganó con Alma Llanera, la primera novela costarricense ambientada en Guanacaste, en la que, por medio de un drama familiar, se expone una visión bastante oscura de la vida en la provincia. Pese a haber sido la obra premiada en el certamen, la Universidad nunca la publicó. Edelmira, con sus propios medios, imprimió una edición modestísima en 1958 que circuló a nivel muy reducido. En 1977 la Editorial Costa Rica la publicó, pero de los años cuarenta a los años setenta, mucho había cambiado en el gusto literario y su novela no despertó mayor interés.
Las historias que se cuentan son dolorosas y trágicas, sin embargo, la novela no cae en excesos descriptivos sino que, más bien, mantiene, a todo lo largo del texto, un mirada comprensiva sobre todos los hechos que narra de manera serena y hasta dulce.
La imagen que brinda de la vida en Guanacaste no es, por cierto, muy favorable. Sin detenerse en el paisaje, ni el clima ni en las tradiciones, narra lo difícil que es la vida de quienes habitan la zona, ya sean hombres, mujeres o niños.
Simón Caldereta, el primer personaje que entra en escena, es presentado como un hombre duro como una roca. Duro de corazón, duro de pellejo y duro de mollera. Su voz también era dura y hablaba siempre con aspereza y únicamente para dictar órdenes. Enriquecido gracias a su buena suerte, primero, y a su falta de escrúpulos, después, su mayor orgullo es ser dueño de tierras, privilegio que en Europa, de donde es originario, es privilegio de señores. Su único propósito en la vida es ampliar la extensión de sus tierras a como haya lugar. Ya sea de manera gentil, legal y honesta, como fue al principio, o por medio de ardides, engaños y chanchullos, como ha sido su práctica más reciente.
Orgulloso sabanero, monta su caballo para arrear ganado y, aunque es el patrón, no le arruga la cara a las faenas más agotadoras, propias de los peones. Su mujer, la Bonifacia, que es descrita como "una hembra de la pampa, dura y resistente como un irracional", toleraba maltratos y realizaba el duro trabajo de la casa sin esperar más recompensa que una prenda de vestir de cuando en cuando.  Los hijos de Simón y Bonifacia, "bestezuelas de labor" se les llama en la novela, son criaturitas que crecen sin mimos ni consideraciones, maduran prematuramente y pronto se integran a las faenas del campo José Justiniano, el hijo menor, es atrevido, audaz y valiente, pese a haber sido un niño enfermizo que, tras un accidente, quedó cojo desde muy pequeño. Quizá su rudeza y su precocidad, sea una forma de demostrar que, pese a sus limitaciones físicas, es apto no solamente para sobrevivir, sino para sobresalir, en cualquier terreno. No se da por menos y demuestra a cada instante que, pese a su evidente fragilidad, no necesita.consideraciones especiales que, en todo caso, nunca pidió ni nunca le dieron.
Aunque la atención se centra en la historia de la familia Caldereta, primero Simón y Bonifacia y luego en Justiniano, por todo el libro desfila una serie interminable de personajes, cada uno acarreando su propio drama. Incluso al final, siguen entrando nuevos personajes en escena. Todos son rudos y primitivos. Su conducta se rige más por el instinto y las bajas pasiones que por la razón o los sentimientos. Simón sospecha que el nica Cipronio Argüello anda rondando a la Bonifacia, pero no siente celos, sino ira. Sus sospechas son fundadas y, de hecho, la Bonifacia acaba eventualmente en los brazos de Cipronio, pero esta infidelidad, si se le puede llamar así, no es fruto del enamoramiento ni de la venganza sino, simple y sencillamente, de una atracción salvaje y animal. La Bonifacia, en todo caso, no es la mujer de Justiniano, ni la señora de la casa, ni su compañera sentimental. A lo largo de la relación de pareja que han mantenido, nunca, ni al inicio ni durante los años que fueron pasando, hubo entre ellos afecto y ni siquiera amistad o compañerismo. Simón le daba órdenes y ella le daba hijos.
De manera similar, un tanto bestial y con la atracción basada únicamente en el instinto, Justiniano acaba poniendo sus ojos en la maestra de escuela, un muchacha josefina con alma de niña que se siente desterrada en aquella zona con la absurda misión de enseñarles a escribir a quienes no necesitan escribir y de enseñarles a leer a quienes no tienen libros.
Refiriéndose a los pastizales secos por el sol, la narradora afirma que "aquel amarillo pajizo invita al hombre de la llanura al delito." El temperamento alegre de los guanacastecos y su ingenioso sentido del humor, así como sus deliciosas recetas de cocina, no aparecen en el libro, en que no hay música ni baile. La única bomba que se cita, no es un piropo audaz y atrevido, sino un cumplido cortés y sumiso.
Las borracheras son el único acto festivo. Hasta en la vela de una niña el guaro fluye como un río, porque las mujeres de la zona no lloran nunca, salvo cuando se les muere un hijo, pero si beben guaro dejan de llorar.
Con frecuencia, las descripciones de esa vida ruda y cruel bajo el sol de la pampa, o en el duro trabajo de las minas, que la autora llama "tumbas de vivos", vienen aderezadas de objeciones morales. Al calificar la situación, curiosamente no utiliza la palabra "inmoralidad" sino "amoralidad". En algún momento, sin embargo, explica que allá todo aquello era normal y socialmente aceptable, al punto de afirmar "la propia autora se atreve a ser garante de que en aquel ambiente era perfectamente moral."
Alma Llanera da la impresión de ser lo que en alguna época se llamó una "novela ejemplar", un texto que, además de contar historias, pretende brindar una enseñanza. El libro cierra por cierto con una moraleja bastante clara. Simón Caldereta abusó toda su vida de los débiles simplemente porque él era el más fuerte. Pero llegó un momento en que una poderosa compañía, con buenos abogados y contactos políticos, fue más fuerte que él y logró despojarlo de lo suyo.
A pesar de fijar la atención solamente en los aspectos oscuros de la vida guanacasteca y de su poco disimulada intención didáctica, Alma Llanera es una novela interesante y atractiva. Dos pequeños detalles, sin embargo, me resultaron algo incómodos durante la lectura.
Simón Caldereta era italiano y nunca aprendió a hablar español bien, por lo que se expresa en una extraña mezcla de las dos lenguas que no es ni chicha ni limonada. En español se dice, por ejemplo, "tierra", "fuego" y "mejor". En italiano se dice "terra", "fuoco" y "meliore". Simón Caldereta dice, "terro", "fuogo" y "mejore", lo cual es razonable. Sin embargo, si en español se dice "nada" y "nunca", y en italiano "niente" y "mai", no hay razón para que Simón diga "nata" y "nunquía".
A veces, aunque no sea Simón el que habla, hasta la propia narradora se confunde, como en la página 23, en que escribió "terneza", que no es ni "ternura" en español ni "tenerezza" en italiano.
El otro punto que incomoda en la novela, es que da la impresión que ubica las sabanas con ganado y las minas de oro en el mismo sitio. Los pastizales soleados y secos están en la llanura, al norte de Liberia, mientras que las minas de oro estuvieron en Abangares, en tierras altas y quebradas.
Sin embargo, estos pequeños errores se pueden deber a que la novela fue escrita a toda prisa. En la última página, al poner punto final, Edelmira deja constancia no solo de la fecha en que terminó el manuscrito, sino también de la fecha en que lo empezó. Anota: 1 de enero al 20 de abril de 1946.
Obviamente, escribió tan rápido para poner tener la novela lista para enviarla al certamen literario. El certamen literario que ganó, pero no publicó su obra. La novela, escrita en quince semanas, debió esperar treinta y un años para estar en manos del público.
INSC: 2722

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