Cuba hoy. Angel Penelas. Trejos Hermanos. Costa Rica. 1984. |
El periodista Angel Penelas visitó Cuba por primera vez en 1959 para cubrir el triunfo de la revolución. Tuvo oportunidad de conocer en persona a Fidel Castro, al Che Guevara, a Camilo Cienfuegos y a Huber Matos. En ese primer momento, aunque todos los líderes revolucionaros hablaban sin parar de los ambiciosos planes que se proponían realizar, dejaban claro que su meta principal era el establecimiento de una democracia. "No soy comunista" declaró Fidel de manera tajante en la primera conferencia de prensa ante los corresponsales venidos de otros países.
A diferencia de la gran mayoría de sus colegas, Penelas no se sumó al entusiasmo generalizado y, en los artículos que publicó entonces, dejó bien claro su escepticismo. Prometer es fácil, cumplir no lo es tanto. Tuvo entonces la intención de regresar a Cuba algún tiempo después para comprobar cuánto de lo dicho se había transformado en hecho. Sin embargo, la oportunidad se tardó en llegar. Entre su primera y su segunda visita a Cuba pasaron veinticinco años.
En 1984 fue enviado de nuevo como periodista a Cuba. Esta vez, sin embargo, el propósito de su visita no era acercarse a los gobernantes para obtener declaraciones, sino más bien entremezclarse con el pueblo para realizar una serie de reportajes sobre la vida cotidiana en la isla. Esa inmersión le serviría, en todo caso, para comprobar cuánto de lo prometido se había cumplido. Se supone que las revoluciones son procesos de cambios rápidos e intensos, por lo que un cuarto de siglo era tiempo más que suficiente para encontrar resultados. La impresión que se llevó fue la de haber llegado a un lugar en que el tiempo, no solamente se detuvo, sino que retrocede. Lo que estaba bien, se había desmejorado y lo que estaba mal se había empeorado.
El deterioro saltaba a la vista. En su primera visita había quedado maravillado por la arquitectura de La Habana, considerada la ciudad más hermosa del continente americano. En la segunda, hasta los edificios situados frente al malecón estaban casi destruidos. No lograba comprender cómo, si durante el conflicto armado no había habido ni un solo combate en La Habana, la ciudad se había dañado tanto en tiempos de paz y, supuestamente, de reconstrucción. Las cañerías de agua estaban rotas en numerosos sectores y el servicio eléctrico se interrumpía constantemente.
Penelas cuenta que, en su visita anterior, veinticinco años antes, había quedado muy impresionado por el Hospital de la Quinta Covadonga, fundado y administrado por el Centro Asturiano de La Habana. Era una institución económicamente autosuficiente, bien equipada, decorada y atendida. Para observar los avances en el campo de la salud que pregonaba la propaganda oficial, quiso visitarlo de nuevo. Le habían cambiado el nombre a Hospital Salvador Allende y lo encontró en condiciones lamentables. Las instalaciones, los muebles y los equipos estaban rotos. "¿Qué pasó aquí?" se atrevió a preguntarle a un anciano que, al igual que él, había conocido la Quinta Covadonga en sus buenos tiempos. "¿Pues qué iba a pasar?" Fue la respuesta. "¡Esta gente acaba con todo!"
Angel Penelas. |
Los cubanos que se fueron de la isla en los primeros años de la revolución y que pensaron, ingenuamente, que regresarían pronto, aunque fueron tildados de "gusanos" al momento de partir, ya tenían permitido regresar. Penelas pudo hablar con varios de ellos en el hotel. Los primeros años en otro país fueron duros pero de alguna manera no solo se habían acomodado sino que muchos de ellos habían logrado alcanzar cierto grado de riqueza. El éxito fuera de la patria, le dijeron tenía un sabor amargo. Quien se va a otro país por su propia voluntad disfruta lo que logra, pero el que sale huyendo con lo que lleva puesto, aunque prospere, guarda cierta tristeza. Curiosamente, los que fueron despreciados por la revolución al marcharse, acabaron convirtiéndose en los consentidos del sistema. Los divisas que traían les habrían todas las puertas, pero a sus parientes, los cubanos residentes en la isla, no se les permitía el acceso a los hoteles, así fuera su hermano el que estuviera hospedado en ellos.
La Habana estaba llena de rusos pero, curiosamente, se relacionaban poco con los habitantes locales y prácticamente llevaban una vida aparte. Los cubanos evitaban mencionar el nombre de Fidel Castro como si temieran romperlo mancharlo. Sus admiradores lo llamaban"el comandante en jefe" y quienes lo criticaban se referían a él con algún apodo o gesto. El Che se había convertido en un souvenir. Los cubanos debían hacer cola para todo. Los jóvenes sentían fascinación por las "pitusas". La libreta de racionamiento, que se suponía era temporal, seguía utilizándose para conseguir mínimas cantidades de alimentos. Los guías turísticos repetían discursos memorizados como si fueran casetes vivientes. Ya existía el extraño fenómeno de la doble moneda: el peso cubano, con el que no se podía comprar casi nada y el dólar americano con el que se podía comprar casi todo. Por más que el visitante sacara cuentas, no lograba entender cómo hacían los cubanos para sobrevivir. Los sueldos eran más o menos de doscientos pesos al mes y un plátano costaba diez. No alcanzaba ni para los tostones. Pero, pese a todas las dificultas, el pueblo cubano era alegre, amistoso, sonriente, acogedor. Siempre ingenioso al salpicar las conversaciones con gotas de buen humor.
Con las únicas excepciones de los rusos, que ya no estaban allí, y de la circulación de dólares americanos, que había sido sustituida por la de CUC, lo que vio Penelas en Cuba fue lo mismo que vi yo en mi primera visita a La Habana a mediados de los años noventa. La última vez que fui, más de una década después, salvo mínimas variaciones, el panorama general seguía siendo el mismo.
Los reportajes de Angel Penelas sobre la vida cotidiana de Cuba fueron publicadas en periódicos y luego recogidas en un libro titulado Cuba Hoy, publicado en 1984.
El título de la obra no ha perdido actualidad a pesar del transcurso de los años. La gran mayoría de sus páginas pudieron haber sido escritas hoy mismo. Sin importar cuantos años pasen entre una visita y otra, en Cuba el tiempo parece haberse detenido. Quizá por ello, cuando uno le pregunta a un cubano residente en la isla "¿Como está todo por allá?" Suelen contestar: "¡Todo está como tú lo dejaste!"
INSC: 1750
Amo este libro!! Es un retrato de la Cuba de Fidel!! Y del gran pueblo cubano!!!
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