Costa Rica y la Guerra Civil Española. Angel María Ríos Espariz. Editorial Porvernir. Costa Rica. 1997. |
Más que un conflicto interno por el control del gobierno, la guerra civil española fue considerada como un choque entre dos visiones distintas de la sociedad. Ambos bandos gozaban de simpatías y antipatías incluso en países alejados de España. Quienes seguían con atención el desarrollo de las hostilidades desde lejos, por medio de los periódicos y la radio, lo hacían no solamente con gran atención, sino con temor y apasionamiento ya que de alguna manera creían que lo que ocurriera en España, acabaría decidiendo el futuro de Europa y, tal vez, de todo el orbe.
En Costa Rica, el escritor Mario Sancho llegó a escribir que "la guerra civil española se peleó en todas partes del mundo." Lo cierto es que la división de España se reprodujo en todos los países de América Latina. Lo que ocurría al otro lado del Atlántico, era como un espejo de lo que podría suceder en su propia realidad.
Angel María Ríos Espariz, español de nacimiento que cursó la carrera de Historia en la Universidad de Costa Rica, investigó artículos de prensa de la época y descubrió que en Costa Rica el debate en torno a la guerra civil española fue intenso y tuvo hasta momentos de gran tensión.
Su libro Costa Rica y la guerra civil española, publicado en 1997 por la Editorial Porvenir con el Auspicio del Centro Cultural de España, además de datos reveladores, ofrece una interpretación extraordinariamente expuesta y argumentada sobre diversas polémicas e incidentes, que tuvieron lugar en San José, relacionados con el conflicto español.
Los libros de historia se tardan en ir al grano, ya que suelen empezar con un largo preámbulo, muchas veces prescindible. Sin embargo, en esta investigación, el preámbulo o, mejor dicho, los preámbulos, son verdaderamente valiosos. Con gran concisión explica los antecedentes de la guerra civil española. Pero no lo hace de la manera tradicional y simplicista, atribuyéndolo todo a una sucesión lineal de acontecimientos de última hora, sino que brinda una perspectiva amplia de la compleja situación social que se vivía en España desde las últimas décadas del siglo XIX. Con escaso desarrollo tecnológico, poca industria y poco comercio, con una considerable parte de la población analfabeta, España, mientras experimentaba un "estirón demográfico", era una sociedad muy militarizada. El ejército consumía la mitad del presupuesto del país. El golpe de Estado, o más bien la amenaza de golpe de Estado, era constante. Podría decirse que el país iba un tanto a la deriva. Cita el dato que en seis años, de 1917 a 1923, hubo trece cambios de gobierno. Vino luego la dictadura de Primo de Rivera, la República y el alzamiento militar, pero la raíz del asunto el autor la rastrea desde los orígenes de una sociedad que, durante décadas estaba intentando establecer cambios en su estructura.
En cuanto a Costa Rica, expone con gran claridad el desarrollo de la democracia liberal. Curiosamente, nuestro pequeño país centroamericano, presentaba un desarrollo social más estable que el de España. La independencia en, 1821, y la declaración de la República, en 1848, ya habían dejado claro el rumbo a seguir. Los gobiernos del Dr. José María Castro Madriz y el Dr. Jesús Jiménez Zamora lograron grandes avances en educación y larga dictadura de don Tomás Guardia apartó a los militares del poder y dejó como herencia una Constitución liberal que garantizaba libertades individuales. Tras los hechos de 1889 y la breve dictadura de Federico Tinoco (de 1917 a 1919), Costa Rica era una república cuyos habitantes genuina, aunque tal vez ingenuamente, creían haber alcanzado una estabilidad política duradera.
En Costa Rica, por la larga tradición republicana, las simpatías monárquicas se consideraban absurdas. Así mismo, por la también larga tradición liberal, las imposiciones colectivistas generaban rechazo. Aunque hubo costarricenses que, con gran entusiasmo, se manifestaron tanto a favor de la República Española como del bando Nacional, el grueso de la población, y de las autoridades, mantenía opiniones alejadas de ambos bandos.
El gobierno de México, presidido por Lázaro Cárdenas, se pronunció abiertamente a favor de la República y hasta envió brigadas a combatir. En Cambio, Guatemala y El Salvador, en 1936, y Honduras, en 1937, reconocieron el gobierno Nacional de Burgos.
En Costa Rica, el gobierno de León Cortés no se decide por ninguno, lo que generaría que, a la larga, surgieran conflictos hasta en el mismo seno de la Embajada de España en Costa Rica, en la que había diplomáticos nacionales y republicanos.
Esta falta de definición del gobierno de Cortés en el plano diplomático resulta bastante extraña, puesto que a nivel local no se andaba con rodeos ni consideraciones. León Cortés removió de cargo y prohibió que ejercieran la docencia los maestros comunistas Carmen Lyra, Luisa González y los hermanos Adela, Judith y Arnoldo Ferreto Segura. Prohibió la entrada al país a León Felipe, invitado por Mario Sancho, así como Luis Quer y María Teresa León, solamente por ser republicanos, mientras que intelectuales simpatizantes de Franco, como Luciano López Ferrer o José González Marín sí fueron admitidos. Efraín Jiménez Guerrero, primer diputado comunista electo en Costa Rica, fue arrestado el 14 de setiembre de 1936 por participar en una marcha a favor de la República Española.
Importantes figuras políticas, como el expresidente Julio Acosta García y los futuros presidentes Rafael Angel Calderón Guardia y Teodoro Picado Michaski, mostraron abiertamente sus simpatías por Franco.
Los intelectuales, en cambio, se manifestaban a favor del bando republicano. Entre quienes se pronunciaron abiertamente a favor de la República Española cabe citar a don Joaquín García Monge, Carlos Luis Sáenz, Vicente Sáenz, Carmen Lyra, Luisa González, Emilia Prieto, José Marín Cañas y los por entonces jóvenes Fabián Dobles y Joaquín Gutiérrez Mangel. Carlos Luis Sáenz llegó a publicar un libro de poemas, Raíces de esperanza, sobre la Guerra Civil Española, que fue editado poco después de finalizado el conflicto.
Hubo también quienes estaban dispuestos a ir más lejos. Manuel Mora Valverde y Arturo Echeverría Loría, intentaron enlistarse para ir a luchar a favor de la República, pero no fueron aceptados. De hecho, no se sabe que ningún costarricense haya luchado ni en un bando ni en el otro. Muy por el contrario, el gobierno giró instrucciones al Embajador de Costa Rica en París, don Luis Dobles Segreda, para que ayudara a regresar a todos los costarricenses que residían en España. Entre los repatriados estaba el futbolista Alejandro Morera Soto y el poeta Fernando Centeno Güell.
Invitado por don Luis Dobles Segreda, el 10 de octubre de 1938 el Dr. Gregorio Marañón pronunció una conferencia en la Embajada de Costa Rica en París.
Los obispos españoles no solo denunciaron la persecución religiosa que sufrió la Iglesia por parte de grupos extremistas, sino que se pronunciaron contra la libertad de conciencia y la separación entre la Iglesia y el Estado. En el primer punto, recibieron el apoyo unánime de obispos, sacerdotes y fieles de todos los países americanos pero, en el segundo punto, el respaldo del episcopado, clero y fieles americanos no fue general, ya que, en las repúblicas americanas, y muy especialmente en México y los Estados Unidos, los clérigos saben, por experiencia, que la distancia de las autoridades eclesiásticas y civiles, no solo no es peligrosa sino que, más bien, es recomendable. El padre Rosendo Valenciano, que cuestionaba a ambos bandos por distintos motivos, insistía en no ver el conflicto armado como una guerra religiosa.
Carmen Lyra y Luisa González organizaron colectas para las víctimas de la guerra en España. Cuando hubo una iniciativa para establecer censurar periódicos, revistas y libros, el Dr. Calderón Guardia la apoyó, pero el poeta Rogelio Sotela se opuso. Afortunadamente, prevaleció el derecho de libre circulación de impresos, sin que ninguna autoridad evaluara su contenido.
Si los costarricenses se pronunciaban vehemente sobre el conflicto, los españoles residentes en Costa Rica lo vivían con mayor intensidad.
El gobierno de México, presidido por Lázaro Cárdenas, se pronunció abiertamente a favor de la República y hasta envió brigadas a combatir. En Cambio, Guatemala y El Salvador, en 1936, y Honduras, en 1937, reconocieron el gobierno Nacional de Burgos.
En Costa Rica, el gobierno de León Cortés no se decide por ninguno, lo que generaría que, a la larga, surgieran conflictos hasta en el mismo seno de la Embajada de España en Costa Rica, en la que había diplomáticos nacionales y republicanos.
Esta falta de definición del gobierno de Cortés en el plano diplomático resulta bastante extraña, puesto que a nivel local no se andaba con rodeos ni consideraciones. León Cortés removió de cargo y prohibió que ejercieran la docencia los maestros comunistas Carmen Lyra, Luisa González y los hermanos Adela, Judith y Arnoldo Ferreto Segura. Prohibió la entrada al país a León Felipe, invitado por Mario Sancho, así como Luis Quer y María Teresa León, solamente por ser republicanos, mientras que intelectuales simpatizantes de Franco, como Luciano López Ferrer o José González Marín sí fueron admitidos. Efraín Jiménez Guerrero, primer diputado comunista electo en Costa Rica, fue arrestado el 14 de setiembre de 1936 por participar en una marcha a favor de la República Española.
Importantes figuras políticas, como el expresidente Julio Acosta García y los futuros presidentes Rafael Angel Calderón Guardia y Teodoro Picado Michaski, mostraron abiertamente sus simpatías por Franco.
Los intelectuales, en cambio, se manifestaban a favor del bando republicano. Entre quienes se pronunciaron abiertamente a favor de la República Española cabe citar a don Joaquín García Monge, Carlos Luis Sáenz, Vicente Sáenz, Carmen Lyra, Luisa González, Emilia Prieto, José Marín Cañas y los por entonces jóvenes Fabián Dobles y Joaquín Gutiérrez Mangel. Carlos Luis Sáenz llegó a publicar un libro de poemas, Raíces de esperanza, sobre la Guerra Civil Española, que fue editado poco después de finalizado el conflicto.
Hubo también quienes estaban dispuestos a ir más lejos. Manuel Mora Valverde y Arturo Echeverría Loría, intentaron enlistarse para ir a luchar a favor de la República, pero no fueron aceptados. De hecho, no se sabe que ningún costarricense haya luchado ni en un bando ni en el otro. Muy por el contrario, el gobierno giró instrucciones al Embajador de Costa Rica en París, don Luis Dobles Segreda, para que ayudara a regresar a todos los costarricenses que residían en España. Entre los repatriados estaba el futbolista Alejandro Morera Soto y el poeta Fernando Centeno Güell.
Invitado por don Luis Dobles Segreda, el 10 de octubre de 1938 el Dr. Gregorio Marañón pronunció una conferencia en la Embajada de Costa Rica en París.
Los obispos españoles no solo denunciaron la persecución religiosa que sufrió la Iglesia por parte de grupos extremistas, sino que se pronunciaron contra la libertad de conciencia y la separación entre la Iglesia y el Estado. En el primer punto, recibieron el apoyo unánime de obispos, sacerdotes y fieles de todos los países americanos pero, en el segundo punto, el respaldo del episcopado, clero y fieles americanos no fue general, ya que, en las repúblicas americanas, y muy especialmente en México y los Estados Unidos, los clérigos saben, por experiencia, que la distancia de las autoridades eclesiásticas y civiles, no solo no es peligrosa sino que, más bien, es recomendable. El padre Rosendo Valenciano, que cuestionaba a ambos bandos por distintos motivos, insistía en no ver el conflicto armado como una guerra religiosa.
Carmen Lyra y Luisa González organizaron colectas para las víctimas de la guerra en España. Cuando hubo una iniciativa para establecer censurar periódicos, revistas y libros, el Dr. Calderón Guardia la apoyó, pero el poeta Rogelio Sotela se opuso. Afortunadamente, prevaleció el derecho de libre circulación de impresos, sin que ninguna autoridad evaluara su contenido.
Si los costarricenses se pronunciaban vehemente sobre el conflicto, los españoles residentes en Costa Rica lo vivían con mayor intensidad.
De 1850 a 1930 cerca de tres mil quinientos inmigrantes españoles se radicaron en Costa Rica. Tal vez el número suene pequeño, pero la población total de Costa Rica era tan escasa que en 1930 ni siquiera había llegado al medio millón de habitantes. Los españoles eran la colonia de inmigrantes más grande del país. Por otra parte, a diferencia de otros países latinoamericanos, a los que llegaron españoles de baja escolaridad dispuestos a trabajar en lo primero que apareciera, los que vinieron a Costa Rica eran personas de elevado nivel cultural que contaban con recursos suficientes para establecer negocios propios. Eran propietarios de cines, imprentas, tiendas, almacenes, industrias y hasta de un periódico. Aunque hubo castellanos, andaluces, gallegos y asturianos, la gran mayoría de esta oleada migratoria de finales del siglo XIX y principios del XX, eran catalanes. Además de los empresarios y comerciantes Borrasé, Raventós, Terán, Crespo, Uribe, Pozuelo, Llobet, Ollé, Pujol y Perera, estaba el médico don Mariano Figueres Forges, padre de don José Figueres Ferrer, quien sería luego tres veces presidente de Costa Rica. Don Mariano, por cierto, era franquista, pero don Pepe, su hijo, desde joven tomó partido por el bando republicano.
Desde 1866 funcionaba en Costa Rica La Casa España, que era el club social y la sociedad de beneficencia de los españoles residentes en el país. Uno de los organismos que funcionaba en esa Casa, la Cámara Española de Comercio, que se ocupaba de la importación y exportación entre Costa Rica y España, era subvencionada por el gobierno español. En 1936, apenas empezó la guerra civil, la Cámara se declaró públicamente a favor de Franco y el gobierno republicano le retiró el aporte financiero que le daba.
Aunque la gran mayoría de la colonia española en Costa Rica simpatizaba con Franco, los de la posición contraria se hicieron oír. Anastasio Herrero, Tomás Soley Güell y el artista Tomás Povedano se manifestaron a favor de la República.
En vez de en la ecuménica Casa España, donde todos tenían cabida, los españoles se congregaban en el franquista Comité Patriótico Español y en la Falange Española o, los del otro bando, en el Comité Pro República y la Liga Democrática Antifascista.
Las disputas entre españoles residentes en Costa Rica llegaron a tal punto de apasionamiento, que el Ministro de Relaciones Exteriores, don Manuel Francisco Jiménez Ortiz, decidió intervenir para procurar armonía, pero su esfuerzo fue inútil.
Todas las actividades que organizan los españoles a favor del bando nacional, eran boicoteadas por los republicanos. Y todas las actividades que organizaban los republicanos, eran boicoteadas por los nacionales.Hasta las iniciativas con propósitos puramente humanitarios, como la recolección de dinero, ropa, alimentos y medicinas para enviar a España, despertaban la desconfianza (y la furia) del bando contrario.
El 4 de noviembre de 1937, el poeta malagueño José González Marín se presentó en el Teatro Raventós para declamar sus versos. Apenas habían transcurrido un par de minutos desde que tomó el uso de la palabra, cuando le empezaron a gritar insultos desde distintos sectores del auditorio y, además, lo acribillaron a tomatazos. Uno de los jóvenes que participaba en la protesta, don Jaime Cerdas Mora, dejó escrito en sus memorias que logró desalojar el recinto gracias a varias burbujas con sustancias fétidas que arrojaba desde la galería. Luisa González y Carmen Lyra, estaban allí también, gritándole "¡Fascista!" al poeta invitado.
José González Marín no pudo declamar sus versos en San José, pero miembros de la colonia española le entregaron una fuerte suma de dinero, además de abundantes monedas de oro y piedras preciosas. Los periódicos costarricenses informaron después que González Marín, ya de vuelta en España, había entregado todo lo recolectado en su gira por Costa Rica y Puerto Rico al General Gonzalo Queipo del Llano, uno de los cabecillas principales del alzamiento contra el Frente Popular.
El pueblo costarricense se interesó mucho en el conflicto. Los periódicos brindaban reportes a diario y, como en aquel tiempo no había radio en la gran mayoría de las casas, al caer la tarde se formaban grupos en las pulperías para escuchar los partes de guerra más frescos.
Al igual que en Costa Rica, la Guerra Civil Española fue seguida de manera atenta y apasionada en todo el mundo ya que no se trataba de un conflicto interno por el control del gobierno, sino de un enfrentamiento de ideologías y visiones de mundo, que todos los conservadores, tradicionalistas, fascistas, comunistas, socialistas, anarquistas, liberales y demócratas, independientemente de dónde se encontraran, consideraron propio.
INSC: 02629
No hay comentarios.:
Publicar un comentario