Perfiles al aire. Luis Ferrero. Museo Histórico Juan Santamaría. Costa Rica. 1986. |
Don Luis Ferrero nació en Orotina pero estaba muy pequeño cuando su familia se trasladó a San José. Recuerda que la Niña Claudia Brenes Montero, su maestra de la Escuela Porfirio Brenes, solía traer invitados para que les hablaran a los niños.
A su aula llegaron de visita Carmen Lyra, Rogelio Sotela, Roberto Brenes Mesén, Anastasio Alfaro y Luis Dobles Segreda entre otros. Los alumnos, que acababan de aprender a escribir y todavía leían con dificultad, escuchaban atentos las palabras de aquellas personas mayores que habían escrito los libros que su maestra les leía en clase.
Cuando cursaba el tercer grado, el pequeño Luis Ferrero quedó particularmente impresionado con la figura y personalidad de un hombre bajito y medio calvo que hablaba y caminaba muy lentamente. Era don Joaquín García Monge, de quien, pocos años después, acabaría convirtiéndose en colaborador cercano.
Niño inquieto y curioso, lector voraz desde pequeño, cuando Luis Ferrero se interesaba en algún libro, se ponía a vender melcochas y cajetas hasta reunir el dinero para comprarlo. La revista Repertorio Americano, que publicaba don Joaquín, la leía completa apenas empezaba a circular.
Poco después de terminar la primaria, con apenas doce años de edad, se presentó en la oficina de don Joaquín con la intención de ayudarle en lo que le hiciera falta. Don Joaquín lo puso a amarrar paquetes de revistas, a ordenar un poco su archivo y a mecanografiar su correspondencia, seguramente creyendo que el entusiasmo del chiquillo pasaría pronto y en cualquier momento dejaría de llegar por allí. Pero Luis Ferrero, que llegó a su oficina un día de 1942, estuvo al lado de su maestro y mentor hasta el día de su muerte, en 1958. La última carta que escribió don Joaquín, en su lecho de muerte, iba dirigida a "Ferrerito". Le decía que ya estaba en las últimas y le encargaba que apresurara la nueva edición que estaba preparando de su novela El Moto, aunque sabía que él difícilmente la iba a llegar a ver impresa.
La historia de esta entrañable amistad, así como el texto de la carta, aparecen en el libro Perfiles al aire, escrito por Luis Ferrero y publicado en 1986 por el Museo Histórico Juan Santamaría.
Durante los dieciséis años que Luis Ferrero colaboró con el Repertorio Americano, tuvo oportunidad de conocer y tratar de cerca a todos los intelectuales, escritores, poetas y artistas de Costa Rica que publicaban en la revista. El trato era amistoso y llano porque, según afirma, don Joaquín, con su hablar pausado, su actitud serena y sus movimientos lentos, era un maestro de humildad. Comprensivo con todos, pero exigente consigo mismo, don Joaquían creía que cada uno viene a este mundo a hacer algo que valga la pena y se angustiaba cuando creía no ser capaz de lograr lo que se hubiera propuesto. Aunque su revista circulaba en España y todos los países de América Latina, era un hombre sencillo que iba caminando a dejar los paquetes de su publicación al correo. Mantenía correspondencia con renombrados escritores y artistas de muchísimos países, pero era un hombre de hábitos modestos que vivía modestamente en su casita de adobe en Desamparados. El gran riesgo de los intelectuales, escritores y artistas, decía, era volverse narcisistas y acabar integrando grupos cerrados, como si fueran una casta elevada que despreciara que despreciara al pueblo. Si algo así llegara a suceder, el pueblo, para corresponder, no los despreciaría sino que, simplemente, acabaría ignorándolos como si no existieran.
Los intelectuales y escritores de la época, a los que precisamente los críticos literarios posteriores han llegado a llamar "la generación del Repertorio", eran personas tan humildes y sencillas como el propio don Joaquín, que hacían lo que hacían con el propósito de que valiera la pena, pero no se creían dioses del Parnaso y estaban siempre dispuestos a compartir interminables tertulias con jóvenes curiosos e inquietos, como el propio Ferrerito.
En Perfiles al aire, Luis Ferrero evoca la memoria de otros diez personajes a los que tuvo la oportunidad de tratar de cerca. Siendo muy joven, solía ir a visitar al historiador Ricardo Fernández Guardia, quien ya era un señor de edad avanzada. También dedica un capítulo a otro historiador a quien conoció ya mayor, don Francisco María Núñez, quien tuvo la mala suerte de que todos los ejemplares de su primer libro, Tierra Nativa, se hubieran perdido, el mismo día que estaban listos para ser retirados, por un incendio que destruyó la imprenta donde los hicieron.
Se ocupa de figuras conocidas, como León Pacheco y Carlos Salazar Herrera, pero también se refiere con amplitud a escritores no tan conocidos como Reinaldo Soto Esquivel, autor de Mi Pajarera, un libro que, en su momento fue muy popular entre niños de escuela primaria, el maestro normalista José de Jesús Sánchez Sánchez, así como a su pariente Eulogio Porras Ramírez, que publicaba con el pseudónimo de Aníbal Reni.
Permanente interesado en la difusión cultural, don Luis dedica un apartado también a la periodista Norma Loaiza de Chacón, quien fue directora del suplemento Ancora del periódico La Nación, que había fundado poco antes Carlos Morales. Don Luis, con auténtica satisfacción, cuenta que colaboró estrechamente con Norma Loaiza para hacer de Ancora un suplemento con rico y amplio contenido.
Muy simpática resulta la nota que dedica a Arturo Echeverría Loría. Se conocieron en la galería de arte que regentaba Arturo y a la que el joven Luis, de apenas quince años, entró, obviamente, en calidad de curioso y no de cliente. Arturo, destacado crítico de arte, lo hizo apreciar las pinturas de Max Jiménez y, cuando ya iba, le informó que Max era también poeta y le regaló todos los libros que había publicado. Arturo Echeverría era un Quijote que, aunque no era rico, con todo gusto entregaba generosamente su energía, su tiempo y su escaso dinero, en proyectos literarios que se sabía de antemano que no recompensarían lo invertido en ellos. Tuvo una editorial en la que publicó obras muy selectas y cuando fundó la revista Brecha, tuvo a Luis Ferrero como colaborador permanente desde el primer número. Don Luis, muchos años después, siguió sus pasos y fundó la Editorial Don Quijote, con similares resultados a los que obtuvo Arturo.
El libro está lleno de revelaciones sorprendentes. Cuenta que Carlos Salazar Herrera era un escultor y grabador obsesivo. Cuando tenía un tronco de madera en frente, no descansaba hasta verlo convertido en escultura y cuando tenía una tabla de madera, tomaba sus gubias y hacía un grabado. Apenas terminaba, buscaba otra tabla u otro tronco para empezar una nueva creación. Pero cuando escribía lo hacía muy lentamente, corregía todo palabra por palabra una y otra vez y solamente muy de vez en cuando se aparecía por el Repertorio Americano con un cuento.
Perfiles al aire es un libro muy agradable y emotivo. Cada una de las personas que menciona es recordada con respeto y admiración pero, muy especialmente, con aprecio y cariño. Desde pequeño, gracias a su maestra, don Luis Ferrero, el lector voraz, tuvo oportunidad de conocer a los autores de los libros que leía. Al recordar a aquellos con quienes tuvo trato más estrecho, inevitablemente acaba evocándolos, no solo como escritores sino, especialmente, como amigos.
INSC: 2003
Perfiles al aire es un libro muy agradable y emotivo. Cada una de las personas que menciona es recordada con respeto y admiración pero, muy especialmente, con aprecio y cariño. Desde pequeño, gracias a su maestra, don Luis Ferrero, el lector voraz, tuvo oportunidad de conocer a los autores de los libros que leía. Al recordar a aquellos con quienes tuvo trato más estrecho, inevitablemente acaba evocándolos, no solo como escritores sino, especialmente, como amigos.
INSC: 2003
Luis Ferrero Acosta. (1930-2005) |
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