sábado, 11 de abril de 2020

Literatura juancarlista.

Jun Carlos I esperanza de España.
No indica autor. Publicaciones Españolas.
Madrid, España. 1975.
Durante toda su larga dictadura, Francisco Franco no solamente acaparó todo el poder, sino también toda la atención. Cualquier realización estatal, desde las obras más ambiciosas hasta las más realizaciones más modestas, era fruto de la iniciativa y esfuerzo del Caudillo. Los ministros y demás funcionarios del gobierno eran casi invisibles. Su sucesor no fue la excepción. En 1969, Franco anunció que su sucesor en la jefatura de Estado sería, con título de rey, don Juan Carlos de Borbón, pero desde ese anuncio, hasta su proclamación como monarca, en 1975, solamente de manera muy esporádica el joven príncipe aparecía en las noticias. Mientras Franco viviera, nadie, ni su sucesor, podía tener protagonismo.
Juan Carlos, o don Juanito, como lo llamaban entonces, era un misterio. Joven, alto, rubio y atlético, el príncipe era bien recibido dondequiera que llegara. Se mostraba sencillo, abierto y natural, bromeaba con los interlocutores y los hacía reír pero, pese a su simpatía y don de gentes, sus discursos no pasaban de un saludo amable y breve. Nadie sabía lo que pensaba del pasado, del presente ni del futuro.
Más que el heredero de la corona, era considerado el heredero de Franco. De hecho, lo llamaban don Juanito porque don Juan era su padre, don Juan de Borbón quien, como hijo del rey Alfonso XIII, aspiraba a ser algún día rey de España. El nombre completo del príncipe era Juan Carlos Alfonso Víctor María y, al ser nombrado sucesor de Franco, se le empezó a llamar don Juan Carlos en vez de don Juanito. Si lo hubieran seguido llamando solamente por su primer nombre, habría llegado a ser el rey Juan III, lo que habría hecho más evidente el salto dinástico sobre don Juan, su padre.
Juan Carlos nació en Roma, en 1938, cuando la guerra civil española estaba candente y la II Guerra Mundial ya se veía venir. Fue bautizado por el cardenal Eugenio Pacelli quien, al año siguiente, se convertiría en el Papa Pío XII. Por la entrada de Italia en la guerra, su familia se traslada a Suiza, donde don Juan Carlos cursa los primeros años de escuela. Una vez finalizada la guerra, la familia se instala en Portugal.  
No fue sino hasta que Franco y don Juan llegaron a un acuerdo, que el príncipe, que ya había cumplido los diez años de edad, logró pisar suelo español por primera vez. Alejado de su familia, a la que visitaba solamente cuando estaba de vacaciones, don Juanito fue educado por preceptores escogidos personalmente por Franco. El caudillo se reunía con frecuencia con el príncipe que, llegado el momento, cursó estudios militares.
Cuando, tras la muerte de Franco, el  príncipe simpático y misterioso fue proclamado rey en noviembre de 1975, todavía no estaba claro qué se podía esperar de él. Ante unas Cortes no electas, juró su cargo para mantener los principios del Movimiento Nacional. Cuando tomó posesión, Franco todavía estaba insepulto y el primer acto oficial que le tocó presidir, como rey, fue precisamente el funeral del caudillo. Aunque había quienes albergaban la esperanza de que se pudiera mantener un franquismo sin Franco, la gran mayoría, tanto de derechas como de izquierdas, tenía claro que aquello inevitablemente iba a cambiar. Lo que no se sabía era cómo, ni que papel jugaría el rey en el asunto.
Tengo en mi biblioteca un pequeño libro titulado Juan Carlos I Esperanza de España que, curiosamente, no menciona en ninguna parte el nombre del autor pero, por lo que se dice en el prólogo, fue escrito por uno de los maestros que estuvieron a cargo de la formación del príncipe apenas llegó a España. Publicado en 1975, en el libro se elogia a Franco, "el hombre indiscutido e indiscutible", "que gobernó con gran dignidad y grandes aciertos durante treinta y nueve años", sin embargo, también insiste en que los tiempos han cambiado y que la gran mayoría de los españoles, incluyendo al recién proclamado monarca, no recuerdan la guerra civil porque o eran muy pequeños por entonces o ni siquiera habían nacido.  El libro invita a mirar hacia el futuro e insiste, de manera machacona en que Juan Carlos ser un líder de cambio. Al final se incluye una recopilación de opiniones, todas muy elogiosas, sobre la sabiduría, capacidad e integridad del nuevo Jefe de Estado sobre el que hasta hacía poco no se sabía nada.
Juan Carlos I el rey que reencontró América.
Carlos Seco Serrano.
Anaya. Madrid, España. 1988.
Pasar de un régimen dictatorial, represivo y caudillista a una democracia parlamentaria no es tarea fácil, pero la transición española se desarrollo sin grandes tropiezos. Se establecieron partidos, se convocó a elecciones, se formó gobierno y se votó una nueva Constitución. La intentona de golpe del 23 de febrero de 1981, tuvo al país en vilo y al Congreso secuestrado por varias horas. Aunque entre los cabecillas golpistas estaba Alfonso Armada, que era muy cercano al rey, la figura de don Juan Carlos salió muy fortalecida por haberse pronunciado a favor de la Constitución y la opinión favorable sobre él llegó a ser casi unánime. Hasta los republicanos acabaron declarándose "juancarlistas". Como entre quienes alababan al rey se hallaba también Santiago Carrillo, en son de broma se hablaba del "Real partido comunista español."
Mientras la imagen del rey se elevaba a las alturas, la de Franco, quien una vez fue "el hombre indiscutido e indiscutible" empezó a opacarse. En su última aparición pública, una multitud inmensa lo vitoreaba pero, a poco después de cinco años de su muerte, no se encontraba en España un solo franquista ni nadie que reconociera haberlo sido. 
Surgió entonces una mitología, la de Juan Carlos liberal, progresista, democrático que, desde su juventud, no hizo más que planear la manera de lograr que en España se instalara un régimen de libertad y prosperidad. Su mutismo, durante los años de dictadura franquista, fue interpretado como estratégico. Dentro de esta línea está el libro Juan Carlos I el rey que reencontró América, de Carlos Seco Serrano, publicado en 1988, que no se mide a la hora de soltar elogios. Juan Carlos no solamente es un gobernante ideal, sino también un militar ejemplar, un hombre de cultura extraordinaria con una concepción visionaria del panorama político español y universal, un padre de familia perfecto, un servidor de la patria intachable y, en fin, todo lo bueno imaginable.
Las mejores anécdotas del rey.
Ricardo Parrotta. Planeta, España. 1982.
Los libros de este tipo no solo se volvieron frecuentes, sino que acabaron siendo muy populares. El juancarlismo tenía un público numeroso. Prueba de ello es Las mejores anécdotas del rey, una obrita bastante ligera, del periodista argentino Ricardo Parrotta, publicada por Planeta. El ejemplar que tengo destaca en la portada que va por la tercera edición y lleva trece mil ejemplares vendidos. Además del anecdotario, en el que hay algunas historias en verdad divertidas, el libro incluye un capítulo titulado "Así ven al rey" en el que políticos, periodistas, militares, artistas y escritores  sueltan palabras de verdadera idolatría por el monarca.
Planeta publicó también en el año 2000, bajo el sello Booket, en edición de bolsillo, Las anécdotas de don Juan Carlos el quinto rey de la baraja, del periodista Marius Carol. El título, por cierto, es de un optimismo desbordado. Cuando el rey Faruk de Egipto fue derrocado, en 1952, al llegar al exilio soltó una afirmación que acabó siendo famosa: "En el futuro, solamente habrá cinco reyes: los cuatro de la baraja y el rey de Inglaterra." España no tiene, por cierto, una estable tradición monárquica ya que dos veces, en el pasado reciente, se ha declarado la república y la familia real ha acabado en el exilio.
Las anécdotas de don Juan Carlos, en todo caso, se leen con deleite. No cabe duda que es un hombre simpático, relajado, que tutea a todo el mundo, sonríe y parece estar siempre de buen humor. Solamente una vez tuve la oportunidad de verlo en persona en un acto que, se suponía, debía de ser solemne. Los organizadores no contaron con la espontaneidad desbordada de algunos asistentes y la supuesta solemnidad acabó en un tumulto en que todos, especialmente el rey, sufrieron empujones y pisotones. Sus escoltas estaban tensos y apurados por restablecer el orden, pero el rey, sonriente, más bien parecía disfrutar el momento y correspondía con bromas ingeniosas a quienes lo rodeaban. Ha habido ocasiones, también, en que don Juan Carlos ha perdido la paciencia y hasta la compostura, no solamente al punto de mandar a callar a quien lo tenía harto con sus majaderías, sino  incluso también hasta soltar alguna palabrota. Tal vez sea esta naturalidad lo que más lo diferencia de Franco. Franco era un personaje tieso, planchado y almidonado, rígido y solemne. Juan Carlos es totalmente casual y espontáneo. 
Las anécdotas de don Juan Carlos el quinto
rey de la baraja. Marus Carol.
Booket. Planeta, España, 2000.
Ahora bien, ser simpático y dicharachero ("campechano", dicen los españoles), no significa necesariamente ser el mejor jefe de Estado imaginable. Estos cuatro libros de mi biblioteca son solamente una pequeña muestra de la literatura juancarlista, que los lectores españoles consumían para acabar de convencerse de su rey era algo así como la octava maravilla del mundo.
El nivel de adulación hacia el rey no tenía límites y lo curioso es que la gran mayoría del pueblo español se tragaba el cuento sin cuestionarlo.
Los gobernantes de otras latitudes, apaleados a diario en la prensa de sus respectivos países, envidiaban el pacto de silencio no escrito que parecía tener la prensa española al referirse al rey. Pero la verdad es que, más que un pacto de silencio, era una complicidad de culto a su persona. Revistas y periódicos serios, analíticos y cuestionadores, perdían toda objetividad y sentido crítico cuando se referían al rey, al que arrojaban flores y quemaban incienso a diestra y siniestra.
A aquello no se le podía llamar publicidad, porque no era comercial, ni propaganda, porque no era ideológica. Era, simple y sencillamente, literatura. Don Juan Carlos, el hombre de carne y hueso, había sido convertido también un personaje de ficción, el más popular de España, cuyas aventuras, narradas por una multitud de autores, se podían leer en libros, periódicos y revistas.
Tal vez porque ese mundo ilusiorio había llegado a calar muy hondo en la imaginación del público, fue tan duro para los españoles ver romperse el espejismo y descubrir que aquella fantasía no calzaba con la realidad. Descubrieron que el rey que le tenía respeto y afecto a Franco (cosa que, bien pensado, no debería sorprender a nadie), así como que su monarca idealizado no era en el fondo muy brillante y que muchas actuaciones suyas, que fueron ocultadas en su momento pero que han salido a la luz, eran bastante cuestionables.
A Franco lo vitoreaban, pero cinco años después de su muerte no quedaba un solo franquista en España. A Juan Carlos lo amaban, pero cinco años después de su abdicación tal parece que el juancarlismo no tiene defensores. Más bien, las librerías y las páginas de la prensa se están llenando de un nuevo género literario, el antijuancarlismo, en el que don Juan Carlos ha pasado de ser héroe a convertirse en villano. Los juancarlistas, más que destacar el papel que tocó jugar en la transición, lo elevaron a un pedestal. Los antijuancarlistas, más que criticar sus errores y desaciertos, denigran agresivamente su persona.
Algún día, el personaje histórico será analizado con objetividad. Hasta ahora, el personaje literario ha sido distorsionado y caricaturizado, tanto por quienes ayer lo ovacionaban como por los que hoy lo abuchean.
INSC: 1650, 1660, 1975, 1977.

viernes, 13 de marzo de 2020

Una biografía inexacta de don Pepe Figueres.

José Figueres una vida por la justicia social.
Tomás Guerra. Cedal. San José, Costa Rica.
1987
Sobre don José Figueres Ferrer, como sobre cualquier otro personaje histórico, circulan opiniones encontradas. Figura fundamental de la política costarricense del Siglo XX, fue siempre objeto de controversia y sus actuaciones, alabadas por unos y criticadas por otros, han sido tema de innumerables polémicas. Aunque se han publicado varios libros sobre su vida, obra y pensamiento, soy de la opinión de que no ha aparecido aún una biografía suya que lo retrate de manera integral.
Quienes han escrito sobre él, lo han hecho sin matices ni balance desde la más completa admiración o desde el más abierto rechazo. Son abundantes las investigaciones históricas sobre la guerra civil de 1948 y el gobierno de la Junta Fundadora de la Segunda República, pero verdaderamente escasas las que se ocupan de sus dos gobiernos posteriores. Por otra parte, don Pepe, además de tres veces presidente de Costa Rica, fue un hombre de amplia cultura, un gran pensador, un filósofo, un apreciable ensayista y un notable escritor. Al concentrar la atención en el gobernante, se suele pasar por alto su categoría de hombre de letras, así como sus facetas, también importantes, de empresario agrícola e industrial.
Cuando don Pepe aún vivía, justo al año siguiente de que cumpliera los ochenta años de edad, el Centro de Estudios Democráticos de América Latina CEDAL publicó un libro titulado José Figueres Ferrer Una vida por la justicia social, en el que, además de su biografía, se exploraba también a su trayectoria, obra y pensamiento. De primera entrada, me pareció que el libro podría ser interesante por el hecho de que su autor, el abogado y periodista salvadoreño Tomás Guerra, no fuera costarricense, de manera que, supuse, la obra estaría estaría libre pasiones locales y se concentraría en analizar los hechos investigados. Lamentablemente, muy pronto me percaté que, no solamente las interpretaciones que plantea eran audaces, superficiales y sin fundamento sino que, lo más grave, hasta muchos de los hechos que consigna son erróneos.
Tomás Guerra afirma, por ejemplo, que, en Costa Rica, don Cleto González Víquez fue el padre de la democracia liberal, mientras que don Pepe fue el padre de la democracia social, sin molestarse en explicar con qué criterios llegó a semejante conclusión. En Costa Rica el liberalismo es bastante anterior a don Cleto y las reformas sociales son bastante anteriores a don Pepe. En todo caso, sin embargo, si Tomás Guerra, a fin de cuentas, no hace más que expresar su punto de vista personal, esa opinión, como todas las opiniones, por más discutible que sea, debe respetarse aunque no se comparta.
Algo muy distinto ocurre cuando, para poner otro ejemplo, Tomás Guerra afirma que, como medida previa la nacionalización bancaria, se fundó el Banco Central. En este caso, simplemente se equivoca.  El decreto de nacionalización bancaria es del 29 de diciembre de 1948 y la fundación del Banco Central tuvo lugar el 28 de enero de 1950.
Opinar, incluso sin justificación o fundamento, es totalmente válido. Brindar datos equivocados sobre hechos concretos y comprobables es un descuido que, en una obra seria, no debe ser frecuente.
Algunas de las inexactitudes son hasta divertidas. Como tanto don Pepe como don Julio Acosta García nacieron en San Ramón,  Tomás Guerra dice que fueron amigos cercanos. Es verdad que ambos eran ramonenses, pero cuando don Pepe nació, creció y vivió en San Ramón, don Julio estaba en El Salvador, como cónsul en tiempos de don Cleto, en San José, como ministro de Alfredo González Flores, o en Nicaragua durante la dictadura de Federico Tinoco. Don Pepe tenía apenas catorce años de edad cuando don Julio fue electo presidente y, años después, don Julio fue el primer jerarca de la Caja Costarricense de Seguro Social, fundada por el Dr. Rafael Angel Calderón Guardia y ministro de Relaciones Exteriores de don Teodoro Picado, es decir, estaba con el bando que combatió don Pepe.
También dice que don Pepe fue seguidor del Partido Reformista de Jorge Volio, cuando en realidad, no solo don Pepe en persona declaró que, en su juventud, simpatizaba con el Partido Agrícola de don Alberto Echandi Montero, adversario de Jorge Volio, sino que durante la guerra civil Jorge Volio combatió contra las fuerzas figueristas y, tras el conflicto, fue destituido tanto de su cargo de director del Archivo Nacional como de su cátedra en la Universidad de Costa Rica.
De manera similar, todo lo que menciona sobre la independencia, el período liberal, la reforma social de los años cuarenta, la guerra civil, la abolición del ejército y la constituyente está equivocado. Insisto en que no se trata de apreciaciones de juicio que respondan a su particular punto de vista, sino de una interminable secuencia de datos erróneos. Vale la pena citar un último ejemplo. El partido comunista fue fundado en 1931 y, doce años después, por iniciativa de sus propios dirigentes, cambió de nombre y pasó a llamarse Vanguardia Popular. Tomás Guerra afirma que el cambio de nombre tuvo lugar en 1932 por orden del Congreso.
Cansado de tropezarme en cada página con errores de este tipo, hubo un momento en que estuve a punto de suspender la lectura. Sin embargo, acabé leyendo el libro completo. De hecho, si se toma con buen humor, para quienes, como yo, son aficionados a la historia patria, marcar con un lápiz los errores de este libro podría tomarse como una manera de divertida de examinarse en la materia.
Aunque el dominio de Tomás Guerra sobre historia de Costa Rica sea, por decir lo menos, bastante pobre, con toda ligereza se deja llevar por su entusiasmo y, en tono de prédica, se echa un editorial lleno de prejuicios y lugares comunes. Según él, el periodo liberal propició la acumulación de grandes capitales en manos de unos pocos, la reforma social de los años cuarenta no representó ningún cambio estructural, la CIA propició la invasión de 1955, los dictadores centroamericanos tenían una red de conspiración oculta llena de alianzas que cambiaban constantemente
Por más que uno esté dispuesto a escuchar e intentar comprender, con todo respeto, las opiniones ajenas, algunas de las que Tomás Guerra plantea llegan a ser incomprensibles. Afirma, por ejemplo, que "el pueblo costarricense es dócil y sumiso pero sabe utilizar la violencia con más justificación que otros." 
Es triste decirlo pero lo mejor de este libro, lo único en que no hay ni inexactitudes ni afirmaciones gratuitas, es en las citas textuales de declaraciones de don Pepe que, afortunadamente, son abundantes.
La biografía de don Pepe es un libro que aún no se ha escrito. Entre los muchos intentos que se han emprendido hasta ahora, el de Tomás Guerra es, sin lugar a dudas, el peor logrado. Es verdad que quienes se han referido a la vida y obra de don Pepe lo han hecho desde una perspectiva parcializada, pero tanto sus críticos como sus admiradores, aunque difieran en sus apreciaciones, han tenido el cuidado de ofrecer al público investigaciones serias, a las que se les pueden cuestionar las conclusiones, pero no los datos sobre los hechos.
INSC: 2204

viernes, 6 de marzo de 2020

El continente imaginario de Montaner.

Para un continente imaginario.
Carlos Alberto Montaner.
Libro Libre. San José, Costa Rica. 1985
No es lo mismo ser un comentarista que un analista. Para hacer un comentario, basta con observar una situación y decir los primero que venga a la mente. Del comentarista, se espera, simplemente, que sea ingenioso y conciso. El análisis es otra cosa. Para empezar, requiere que quien lo realice cuente con amplia información previa y, más allá de valorar lo evidente, sea capaz de mostrar causas tanto las causas como las consecuencias que no saltan a la vista.
Durante años, décadas más bien, Carlos Alberto Montaner ha sido un activo comentarista en la prensa latinoamericana. Sus columnas de opinión, que se publican en periódicos de varios países, han llegado a ser muy leídas, tanto por quienes comparten como por quienes adversan sus puntos de vista.
Ingenioso y ameno, Montaner es capaz de dejar caer una gota de humor incluso cuando comenta situaciones verdaderamente serias y hasta dramáticas. Sus columnas son por lo general breves y en ellas logra plantear su punto de vista de manera clara y concisa.
Sin embargo, pese a ser un efectivo escritor de artículos de opinión, Montaner, que ha llegado a ser popular como comentarista, se queda en verdad corto cuando pretende ser analista.
Es perfectamente normal y aceptable que un comentarista exponga sus esperanzas, suposiciones y temores, pero del analista se espera más bien que sea capaz de hacerlos a un lado. Es válido que el comentarista haga propaganda para su causa, pero del analista se espera que brinde una explicación bien fundamentada sobre una realidad, indiferentemente si esa realidad le gusta o no.
La reflexión viene al caso porque, aunque leo con interés desde hace años sus columnas en la prensa, quedé francamente defraudado por su libro Para un continente imaginario, publicado por la Editorial Libro Libre, en 1985. La publicación, en todo caso, no se trata de un estudio que fuera concebido y desarrollado como una obra de conjunto, sino que es, más bien, una recopilación de artículos y conferencias que datan de diferentes épocas.
El libro está dividido en tres secciones. La primera, sobre América Latina, la segunda, sobre Centroamérica y la tercera sobre Cuba. En los tres apartados salta a la vista que la opinión de Montaner no es más que una apreciación personal y superficial, que no está basada en un estudio metódico y profundo de los hechos ni de las ideas sino, simplemente, en sus propios prejuicios y suposiciones.
Para empezar, no se puede escribir sobre una sociedad partiendo del menosprecio. América Latina ha tenido su historia particular que debe ser estudiada y comprendida tal. y como fue.  Montaner, con verdadera insistencia, se lamenta que América Latina sea tan diferente a Europa y a los Estados Unidos y, también de manera insistente, plantea que los países latinoamericanos, más que desarrollar soluciones a sus propios problemas, deben imitar el modelo de sociedad norteamericano o europeo. Los países latinoamericanos, según él, no son más que sociedades inmaduras que requieren que otras sociedades, más desarrolladas y exitosas, les señalen el camino a seguir.
Esta visión colonialista llega rozar extremos de verdadero racismo. Los comentarios que hace sobre los pueblos indígenas, en contraposición a lo que llama "la cultura europea", parecieran sugerir que tanto la pobreza como la riqueza está determinada por los genes. Repite prejuicios, tan comunes como poco fundamentados, como que América Latina es capaz de producir artistas, pero no es terreno propicio para que se desarrolle la ciencia ni la técnica. Su "continente imaginario" al que hace alusión en el título, es uno guiado por "la razón y el sentido común" que, según él, han estado ausentes de la historia latinoamericana.
Si, en su mundo de fantasía, espera que un buen día los latinoamericanos amanezcan convertidos en blancos sin sangre indígena que decidan de pronto olvidar su historia y tradiciones y adaptar su sociedad a imagen y semejanza de Estados Unidos, definitivamente está delirando. Al plantear esa propuesta como algo posible y hasta deseable, Montaner es un propagandista más que un analista y no hace más que evidenciar sus prejuicios.
Su visión histórica es, no solo superficial, sino también, en muchos aspectos, abiertamente errónea. Las inexactitudes históricas de este libro, que elevan habladurías a la categoría de hechos, son tan frecuentes que resultan innumerables. Las afirmaciones que hace en este libro sobre los presidentes de Estados Unidos James Folk y Theodore Rossevelt parecen sacadas de folletines humorísticos y poco serios y no corresponden, en absoluto, con la figura, el pensamiento y el actuar de los aludidos.
Cada vez que Montaner hace una mención histórica, queda en evidencia que no tiene la más mínima idea del contexto.
Precisamente por su escaso conocimiento histórico, con frencuencia Montaner se deja llevar por sus temores. Escrito a mediados de la década de los años ochenta del siglo pasado, cuando aún existía la Unión Soviética, el libro es un buen ejemplo de la paranoia que imperó durante la Guerra Fría. Al referirse a la realidad centromericana, una vez más Montaner comete el grave error de pretender explicar algo que no comprende y acaba reduciéndo toda la situación a un choque de fuerzas ideológicas manejadas desde fuera.  Para Montaner, lo que ocurría en Nicaragua, El Salvador, Honduras, Guatemala y Costa Rica no era más que el reflejo de la confrontación de la influencia norteamericana con la influencia soviética. Esta interpretación, además de simplista, es errónea. El complejo escenario político de cada uno de los países centroamericanos durante los años ochentas, respondía a circunstancias más locales que globales.
Montaner escribe sobre América Latina con menosprecio, sobre Centroamérica con desinformación y sobre Cuba con resentimiento. Su explicación sobre la caída de Fulgencio Batista y la entronización de Fidel Castro, es más terrorífica que exacta. La advertencia de las páginas finales, escrita en un tono verdaderamente alarmista, sobre el peligro inminente de que Cuba esté "al acecho" de Puerto Rico es, por decir lo menos, desmesurada.
Carlos Alberto Montaner es un propagandista más que un analista. Un narrador más que un pensador. Ha llegado a ser altamente popular como columnista porque al comentar la realidad suelta frases ingeniosas y se luce con su buen humor pero su superficial conocimiento histórico y su inclinación a dejarse vencer por el pánico, lo convierten en un comediante que no debe ser tomado en serio.
INSC: 1867
Carlos Alberto Montaner.


lunes, 2 de marzo de 2020

Escarceos literarios de don Víctor Guardia Quirós.

A mi amigo Tomás Guardia Yglesias, nieto de don Víctor.

Escarceos Literarios.
Víctor Guardia Quirós.
Imprenta Borrasé, San José, Costa Rica. 1938
Los abogados pasan la mayor parte de su tiempo leyendo y escribiendo. Sin embargo, no por eso se les considera grandes lectores ni, mucho menos, grandes escritores. Muchos de ellos, después de pasar todo el día leyendo notificaciones y expedientes, no están dispuestos a leer ni una página más en sus ratos de ocio. Tras haber redactado apelaciones, escrituras, actas y contratos, no les queda energía ni paciencia para escribir un poema, un cuento o una reflexión sobre  alguno de los tantos aspectos de la vida.
Los libros que publican los abogados, generalmente son de interés exclusivo para los colegas, aunque siempre hay honrosas excepciones. Don Víctor Guardia Quirós (1873-1959), cuyo nombre aparece de manera fugaz pero constante en los libros de historia de Costa Rica es una de ellas. Hijo del General Víctor Guardia Gutiérrez y de doña Esmeralda Quirós Morales, cursó sus estudios de Derecho en La Sorbona, donde se graduó en 1897. Fue muy activo en el ejercicio de su profesión y, además de los numerosos e importantes clientes que atendía en su bufete, tuvo una brillante carrera de servicio público. Magistrado desde 1908, llegó a ser Presidente de la Corte Suprema de Justicia, cargo al que renunció, podría decirse que de manera ejemplar y hasta heroica, cuando sus compañeros magistrados, presionados por el poder ejecutivo, se echaron atrás en un recurso de Habeas Corpus que ya habían votado favorablemente. En el primer gobierno de Don Cleto González Víquez, don Víctor fue subsecretario de Relaciones Exteriores. También fue electo diputado, pero estuvo en el cargo solamente durante unos pocos meses. Ocupó su curul en mayo de 1916 pero, en enero del año siguiente, por el golpe de Estado de Federico Tinoco, el Congreso del que formaba parte se desintegró.
Tanto su padre, don Víctor Guardia Gutiérrez, como su célebre tío, el General Tomás Guardia Gutiérrez, participaron como oficiales en la Campaña Nacional contra los filibusteros de William Walker. Muchos años después, en 1921, cuando parecía que iba a estallar una guerra entre Costa Rica y Panamá, a don Victor Guardia Quirós también le tocó empuñar las armas y movilizarse hasta la frontera, pero al final no fue necesario que entrara en combate ya que el asunto se resolvió por las buenas.
Publicó varios tratados de Derecho y numerosos ensayos especializados. Hombre de amplia cultura gran lector de filosofía y obras literarias, ejerció también el periodismo. Inevitablemente afrancesado por su años de estudiante en París, su prosa fue en algún momento comparada con la de Renán, por su elegancia, y con la Voltaire, por su ironía. Desde 1912, además de editoriales y reportajes, publicaba cuentos, reseñas, reflexiones y hasta poemas en La República, periódico que dirigía. En 1951, ingresó a la Academia Costarricense de la Lengua.
Las referencias que tenía de don Víctor eran principalmente como abogado. Algunas personas mayores que lo recordaban, me lo describían como un señor severo que, cuando resultaba apropiado y oportuno, era capaz de sorprender con su ingenio chispeante y su humor afilado. Sin embargo, no había tenido oportunidad de leer ni una sola de sus creaciones literarias que, como dije, fueron publicadas de manera dispersa en el periódico. Por eso, casi salté de alegría cuando mi amigo Tomás Guardia Yglesias, sin darle mayor importancia al asunto me dijo: "¿Te gusta leer? Tomá, te regalo un libro que escribió mi abuelo."  Y puso en mis manos un ejemplar de Escarceos literarios, publicado en 1938.
La estampilla de Nicaragua, de 1937, en que aparece parte de
costa de Honduras como territorio en disputa.
El libro tiene su historia. En 1937, el primer año que Anastasio Somoza era presidente, Nicaragua publicó una estampilla con el mapa del país en que aparecía, como parte de su territorio, un sector de la costa caribeña que, según un laudo de Alfonso XIII en 1906, pertenecía a Honduras.
Las protestas de Honduras fueron airadas y la tal estampilla, que estuvo a punto de provocar una guerra, desató una intensa polémica de Derecho Internacional. Don Víctor Guardia Quirós metió la cuchara y publicó un artículo, que fue reproducido por periódicos de Managua y Tegucigalpa, en el que le daba la razón a Honduras. El Dr. Pedro Joaquín Chamorro Zelaya le respondió con argumentos en favor del reclamo territorial de Nicaragua, que consideraba que la zona incluida en el mapa estaba aún en disputa. Don Víctor Guardia Quirós, en la réplica al Dr. Chamorro, le señaló los errores en que incurría, aportó nuevos datos y argumentos y dejó bien claro que Honduras tenía toda la razón en su reclamo.
Por su intervención, don Víctor se vio convertido, de repente, en algo así como un héroe nacional hondureño. El Presidente de Honduras, Tiburcio Carías, le envió una emotiva carta de agradecimiento, el Colegio de Abogados de Honduras lo nombró miembro honorario, la prensa hondureña publicó elogios a la contundente retórica de don Víctor y el público de aquel país quiso tener compilada en un solo tomo sus intervenciones en la polémica, así como conocer algo más de su creación literaria. De hecho, el libro, editado en Costa Rica por la imprenta Borrasé y prologado por Moisés Vincenzi, tiene impreso en la parte de atrás el precio de venta al público: tres colones, en Costa Rica, y un lempira y medio, en Honduras.
Además de la reproducción de los artículos sobre el conflicto limítrofe, que aparecen en el inicio del libro, se reproduce cierta correspondencia con Joaquín Vargas Coto y Víctor Raúl Haya de la Torre y se incluyen también una pequeña selección de las creaciones literarias que don Víctor publicaba en la prensa. El cuento Los sabaneros es una hermosa estampa guanacasteca en que don Víctor recuerda la camaradería y buen humor que imperaba entre quienes arriaban ganado por el lado de Bagaces. Cuando los acompañaba a caballo bajo el sol en medio de las reses, era apenas un muchachito joven del valle central, por lo que aquellos curtidos jinetes lo llamaban cariñosamente "Cartaguito".
Víctor Guardia Quirós.
(1873-1959)
Aunque no era un hombre particularmente religioso, sí tenía una profunda sensibilidad espiritual y su poema "Oración profana" es una larga letanía de los santos, en que se refiere, entre otros, a Santa Teresa de Avila, Santa María Magdalena, San Francisco de Asís y, muy emotivamente, a Santa Teresita del Niño Jesús, la joven y bella monjita de clausura francesa, que murió el mismo año que él se graduó de abogado y de la que era, si no devoto, al menos gran admirador.
Llenos de belleza y sabiduría son los versos que dedica al Delta del Reventazón, y profundamente emotivo es el largo poema "Amable simbolismo" dedicado a la memoria doña Zoila Guardia Tinoco, que murió a los treinta y cinco años de edad y dejó al partir siete hijos pequeños. Doña Zoila era hija de Rudecindo Guardia Solórzano, hijo del General Tomás Guardia y, por tanto, primo hermano de don Víctor. Además, doña Zoila era la esposa de don Arturo Volio Jiménez, quien era el gran amigo de don Víctor. Su amistad era tan estrecha, que don Víctor fue el padrino de don Claudio Volio Guardia, hijo de don Arturo, y don Arturo fue el padrino de Gastón Guardia Uribe, hijo de don Víctor. La muerte de doña Zoila sin lugar a dudas fue un hecho muy doloroso para sus familiares pero, en el poema que escribió como tributo, don Víctor se refiere a la placidez con que las aguas pasan de estero al golfo y del golfo al océano, en un tránsito natural, sereno e inevitable.
El texto que cierra el libro, dedicado a la vejez, fue escrito cuando el autor tenía apenas cuarenta y un años y, desde esa edad tan temprana, acepta con calma que llegará un día en que las cosas ya no serán como eran antes pero, a fin de cuentas, la transformación no implicará necesariamente una pérdida.
Víctor Guardia Quirós no se atrevió a llamarse escritor y tituló su libro "Escarceos Literarios" como si sus escritos fueran apenas una tentativa preliminar. Creía, y así lo manifiesta en su libro, que la creación literaria es mucho más que una manera de disfrutar el ocio. Para él, cultivar la poesía y la narrativa es algo así como un sacerdocio y el hombre de letras, al compartir sus preocupaciones, penas y alegrías, de alguna manera se convierte en oráculo para el pueblo al que le escribe. En vista que tenía un concepto tan elevado de la literatura y los escritores, es comprensible que haya considerado sus creaciones simples escarceos. Sin embargo, tras leer el libro, me entró la sospecha de que, quizá, don Víctor haya más bien puesto en el título un significado oculto. El fluir del agua, en los ríos, las pozas y el mar, es una imagen a la que él recurre con mucha frecuencia. Un escarceo es un intento preliminar, es cierto, pero se llaman escarceos también a las pequeñas olas que se forman en la superficie del agua cuando hay corrientes debajo. Más que intentos preliminares, las páginas literarias que escribió don Víctor podrían considerarse leves ondulaciones que responden a una fuerza interior intensa, pero oculta. En todo caso, ambas interpretaciones del título reflejan una gran modestia.
Como abogado, juez, magistrado, profesor de Derecho y jurista, don Víctor Guardia Quirós debió de haber escrito y leído miles de páginas a lo largo de su carrera. Afortundamente, tuvo la energía, la voluntad y la paciencia para escribir también reflexiones, relatos y poemas. En sus alegatos y sentencias quedó constancia de su profunda preparación y riguroso análisis. En sus escritos literarios, se aprecia su faceta más emocional y profundamente humana: su sensibilidad artística, su pensamiento, su espiritualidad y su amor por la naturaleza.
INSC: 2777

viernes, 28 de febrero de 2020

Costa Rica en la II Guerra Mundial.

Costa Rica en la Segunda Guerra Mundial.
Carlos Calvo Gamboa.
Editorial de la Universidad Estatal a Distancia.
San José, Costa Rica. 1983
Los grandes batallas de la Segunda Guerra Mundial se libraron en distintos países de Europa, el norte de Africa y diferentes puntos del Oceáno Pacífico. Los efectos del conflicto armado, sin embargo, se hicieron sentir en todo el mundo. Aunque no hubo ningún enfrentamiento en el continente americano, todos los países de la región, de alguna manera, se vieron afectados, no solamente en asuntos económicos o políticos, sino incluso en su vida cotidiana. 
Todas las personas mayores con las que en algún momento pude conversar sobre esa época, coincidían en recordar una gran escasez de productos elementales. Muchas panaderías cerraron porque no había harina. Era muy difícil conseguir llantas nuevas o gasolina. En los tiempos de la Segunda Guerra Mundial, los costarricenses se percataron de que la gran mayoría de artículos de consumo cotidiano eran importados. Hasta la manteca para cocinar, que venía en grandes latas cuadradas y que vendían en las pulperías por libras, empezó a escasear. Además del comercio, la agricultura también se contrajo. Los bananales de la zona cercana a Parrita y Quepos, que fueron sembrados poco antes de la guerra, empezaron a dar frutos justo cuando los barcos cargueros dejaron de navegar por el Pacífico. La producción de café, que era la principal actividad económica de Costa Rica, perdió de golpe a su principal comprador, que era Alemania. 
Dos barcos de guerra del eje, uno alemán y otro italiano, fueron hundidos por su propia tripulación en Puntarenas y una explosión en un carguero anclado en Limón desató una paranoia colectiva. Las familias alemanas, italianas y hasta españolas residentes en Costa Rica fueron perseguidas, muchos de sus miembros fueron encarcelados y deportados mientras sus propiedades eran confiscadas. La población en general vio limitados sus derechos, las Garantías Individuales fueron suspendidas y la policía recibió órdenes de hacer uso de la fuerza para suprimir cualquier manifestación pública. La economía se vino al suelo y el ambiente en general se tornó tenso. Todo lo que ocurría, se decía entonces, era a causa de la guerra que, pese a librarse tan lejos de Costa Rica, acabó cubriendo el país como una densa y oscura sombra.
El historiador Carlos Calvo Gamboa explora ampliamente esa complicada época en su libro Costa Rica en la Segunda Guerra Munidal, publicado en 1983 por la Editorial de la Universidad Estatal a Distancia. La obra es breve y, aunque no llega a profundizar en muchos de los temas que plantea, brinda valiosas revelaciones.
De primera entrada, se le puede reclamar el que no se haya referido con mayor amplitud a las actividades del Club Alemán de Costa Rica, dentro del cual funcionó una agrupación nazi. El tema se menciona, pero con demasiada timidez. Es una verdadera lástima que no se haya atrevido a dar nombres, porque si lo hubiera hecho, habría mostrado una situación sorprendente. Contra lo que comúnmente se piensa y se ha dicho, solamente algunos, realmente pocos, de los alemanes o descendientes de alemanes residentes en Costa Rica eran simpatizantes nazis y la mayor parte de los integrantes del grupo nazi que se reunía en el Club Alemán eran ticos. Algunos de ellos, por cierto, de reconocido prestigio. En su defensa, cabe señalar que estos nazis de primera hora en los años treinta, dejaron de serlo en los años cuarenta. Si se tragaron el cuento con la propaganda de la época del inicio, abrieron los ojos al contemplar lo que vino luego. 
Arthur Bliss Lane. (1894-1956)
Embajador de Estados Unidos en Costa Rica
de 1941 a 1942.
Tampoco le presta la atención que debiera a la figura de Arthur Bliss Lane (1894-1956), embajador de Estados Unidos en Costa Rica de 1941 a 1942. Graduado de Yale y diplomático de Carrera, Bliss Lane ocupó diferentes puestos en las embajadas americanas de Roma (poco antes del ascenso del fascismo), Varsovia, Londres, México y París. Era el jefe de la legación americana en Nicaragua en el tiempo en que fue asesinado Augusto César Sandino. Cuando el Presidente Juan Bautista Sacasa le pidió explicaciones a Anastasio Somoza sobre ese lamentable suceso, Tacho le echó el muerto a Bliss Lane quien, según él, le había dado la orden. Naturalmente, Bliss Lane negó rotundamente haber ordenado semejante cosa y afirmó que Tacho había actuado por iniciativa propia. En todo caso, su participación en el asunto nunca quedó clara. Después de Costa Rica, Bliss Lane fue Embajador en Colombia de 1942 a 1944 y, finalmente, embajador en Polonia en el último año de la Segunda Guerra Mundial. Profundamente defraudado por el hecho de que Polonia hubiera quedado sometida al comunismo, consideró que Polonia había sido traicionada. La guerra, que empezó por liberar a Polonia de los nazis, acabó dejando a Polonia dominada por los soviéticos. Bliss Lane escribió duras críticas contra los acuerdos de Yalta y acabó enemistado con Franklin D. Roosevelt. El asunto es que Bliss Lane era un hombre que no se andaba con rodeos y, durante los dos años que fue Embajador en Costa Rica, que coincidieron con la entrada de los Estados Unidos en la guerra, acabó desempeñando un papel protagónico. El Dr. Rafael Angel Calderón Guardia, entonces Presidente de la República, se mostró siempre dispuesto a cumplir dócilmente todo lo que Bliss Lane le dijera que debía hacerse y esta actitud sumisa, le valió severas críticas de sus adversarios políticos.
Un punto verdaderamente serio, que el libro no explora con profundidad, es el de las famosas "Listas Negras", suscritas por el Gobierno, que aparecían en los periódicos, indicando los nombre de personas y empresas con las que se debía cortar todo trato por ser enemigas de la libertad, la democracia y la causa aliada. Al igual que en el asesinato de Sandino, la participación de Bliss Lane en este asunto no está del todo clara y hay quienes sospechan que Bliss Lane fue el autor de esas listas.
Cualquier costarricense sabía, por ejemplo, que los Federspiel, los Lehmann y los Sauter eran impresores y libreros, que los Niehaus tenían una industria azucarera, que los Peters comerciaban café y que los Musmanni eran panaderos, pero tal parece que el Embajador norteamericano recién llegado justo en el año que su país entraba en guerra se asustó por los apellidos. El propio don Ricardo Jiménez Oreamuno se manifestó en contra de las listas negras, argumentando que los nombres que aparecían en ellas como sujetos peligrosos, eran en realidad trabajadores y empresarios ejemplares, muchos de ellos nacidos en Costa Rica.
El alegato del patriarca liberal, tres veces Presidente de la República, no fue escuchado y el gobierno arrestó y confinó en un campo de concentración, situado donde ahora se encuentra el Mercado de Mayoreo, a cuanta persona apareciera en la lista negra. Entre los cautivos se contaron, desde un caballero de reconocida conducta ejemplar e intachable, como don Eberhard Steivorth, hasta el joven padre adoptivo de la escritora Virginia Grutter que, irónicamente, se había radicado en Puntarenas huyendo de la Alemania Nazi. Todos los bienes de los detenidos fueron confiscados sin indemnización y pasaron a ser administrados por un organismo llamado Junta de Custodia de la Propiedad Enemiga, que empezó tomando control de todas las actividades financieras, agrícolas, comerciales e industriales de las empresas intervenidas y, al final, acabó vendiendo los activos por mucho menos de su valor. Hasta a un pobre japonés que tenía una pequeña nave en Puntarenas dedicada a la pesca y al turismo, le decomisaron el barquito. Un buque mercante alemán, el Wesser, anclado en Puntarenas, logró salir a tiempo rumbo a México. Otro, el Stella, no tuvo tanta suerte y, tras ser decomisado, el gobierno lo vendió en Nicaragua.
Cuando los presos fueron muchos, empezaron a enviarlos a campos de concentración en Estados Unidos. Lo delicado del asunto es que iban acompañados de sus esposas e hijos, que eran costarricenses. La escritora Virginia Grutter, que pasó una larga temporada de su juventud en uno de esos campamentos, se refiere al asunto en sus memorias. Tristemente célebre fue el caso de doña Esther Pinto de Amrheim. Era una verdadera ironía histórica que una descendiente de Tata Pinto, el marino portugués que tanto sirvió a Costa Rica y que llegó hasta a gobernar el país por un breve período tras la caída de Morazán, fuera recluida como prisionera simplemente por el apellido de su marido. Don Herberh Knhor planteó un recurso de Habeas Corpus, que fue votado de manera favorable por la Corte Suprema de Justicia. Presionados por el gobierno, que tenía las Garantías Individuales suspendidas, los magistrados se echaron atrás y, en un acto de coherencia, ante lo que consideraba un atropello a los derechos fundamentales de un ciudadano, el Presidente de la Corte, don Víctor Guardia Quirós, renunció a su cargo.
El libro relata con gran amplitud el hundimiento de dos buques de guerra, el Eisenach y el Fella,  uno alemán y otro italiano, anclados en Puntarenas. Ambas embarcaciones navegaban por el Pacífico cuando se enteraron de la noticia de que los Estados Unidos habían entrado en la guerra. En espera de órdenes, decidieron refugiarse en el puerto más cercano. Su presencia, como es fácil de imaginar, generó intranquilidad. Tal parece que el propio Bliss Lane fue quien le ordenó al gobierno que confiscara los barcos y encarcelara a los tripulantes. Un grupo de cincuenta guardias civiles armados con rifles fue enviado en tren a Puntarenas a cumplir la orden. Aunque de primera entrada la situación pueda parecer cómica, pudo haber tenido un final trágico. ¿Qué podían hacer cincuenta policías ticos, que eran campesinos con uniforme, frente a dos tripulaciones de soldados bien armados y entrenados que los superaban en número? Afortunadamente no hubo enfrentamiento. Enterados de los planes, los capitanes pidieron instrucciones y recibieron la orden de entregarse y hundir las naves. El hecho, que sorprendió y defraudó a las autoridades costarricenses, es perfectamente normal en la marina de guerra, ya que es preferible hundir un barco que abandonarlo en otras manos. El gobierno quedó entonces sin las naves que pretendía confiscar y con un numeroso grupo de prisioneros a los que fue bastante complicado sacar del país.
En cuanto a la famoso caso del vapor San Pablo, anclado en Limón, en el que murieron veinticuatro personas por una explosión el 2 de julio de 1942, hay en este libro dos inexactitudes demasiado grandes como para pasarlas por alto. En primer lugar, menciona repetidas veces la palabra "hundimiento" y, como es sabido, el San Pablo no fue hundido. Ni siquiera quedó inservible, ya que casi inmediatamente después de la explosión, apenas le repararon los daños sufridos, navegó a Panamá y continuó funcionando sin problemas durante años. En segundo lugar, en el libro se da por un hecho la leyenda urbana que circuló en ese tiempo, de que que el San Pablo fue torpedeado por un submarino alemán. El asunto acabó siendo pieza clave de la historia política de la década de los cuarenta porque dos días después, el 4 de julio, hubo manifestaciones de protesta contra el supuesto ataque que acabaron en saqueos de los negocios de alemanes, italianos y españoles de San José, A raíz de estos saqueos fue que don José Figueres Ferrer pronunció el famoso discurso por el que fue arrestado y expulsado del país. Hay historias similares, de submarinos alemanes atacando barcos anclados en otros países latinoamericanos. Sin embargo, investigaciones posteriores no le encuentran sentido a que los pocos submarinos con que Alemania disponía en 1941, anduvieran tan al sur de la zona en conflicto realizando ataques de un único tiro.  Por otra parte, no hay manera de explicarse cómo un torpedo pudo haber causado una explosión en la bodega de un barco sin lastimar el casco, como fue en el caso del San Pablo. La verdadera tragedia del Vapor San Pablo, y esto el libro lo explica muy bien, es que murieron veinticuatro humildes trabajadores, no hubo una investigación sobre los hechos y los familiares de las víctimas no recibieron indemnización alguna.
Durante los años de la guerra se intentó establecer en Costa Rica el cultivo de abacá y madera de balsa, pero esas iniciativas se quedaron en la intención. El gobierno americano facilitó recursos financieros, técnicos y de maquinaria para la construcción de la carretera interamericana. Se decía entonces que el propósito era establecer una ruta terrestre hasta el Canal de Panamá, pero cuando la guerra terminó la carretera ni siquiera había llegado al Cerro de la Muerte. A propósito de la visita a Costa Rica del Vicepresidente de Estados Unidos Henry Wallace se estableció el CATIE en Turrialba. Sin embargo, a nivel de seguridad interna, el principal cambio durante la guerra fue el establecimiento de un cuerpo militarizado de policía, llamado la Unidad Móvil, que efectuó operaciones represivas y, años después, se enfrentó a los rebeldes de don Pepe durante la guerra civil de 1948. Tras ser vencida, la Unidad Móvil dejó de existir.
Verdaderamente reveladores son los datos que este libro ofrece sobre la economía durante los años de guerra. Dicen que una imagen vale más que mil palabras. Algo parecido podría decirse de los números. Las tablas que aparecen en el capítulo quinto pintan un panorama desolador. Para resumirlas, basta decir que, en apenas cuatro años, el costo de la vida se duplicó, el dinero circulante se triplicó, el déficit fiscal aumentó sin control, la deuda externa llegó al doble y la economía en general cayó en picada. Al terminar la guerra, Costa Rica, que antes tenía un comercio diversificado con distintos países, acabó dependiendo de las compras de Estados Unidos, que se convirtió en su principal socio comercial. La producción para consumo interno tampoco anduvo muy bien y, de manera frecuente y creciente, el país debió importar hasta arroz, frijoles y azúcar. 
La lectura del libro Costa Rica en la Segunda Guerra Mundial, de Carlos Calvo Gamboa, permite descubrir, entre líneas, una revelación verdaderamente esclarecedora.  El Dr. Rafael Angel Calderón Guardia fue electo en 1940 por una amplia mayoría. Era un médico graduado en Europa querido y respetado por todo el país. Su primer año de gobierno fue brillante, con la fundación de la Universidad de Costa Rica y la Caja Costarricense de Seguro Social, así como con el tratado limítrofe con Panamá. Sin embargo, ya a mediados de su segundo año de gobierno su popularidad caía en picada y era cada vez mayor el número de quienes lo criticaban y adversaban. Después de la declaratoria de guerra de Costa Rica a Japón, el 8 de diciembre de 1941, y a Alemania e Italia, el 11 de diciembre siguiente (las mismas fechas de las declaraciones de guerra de Estados Unidos), los costarricenses empezaron a sufrir situaciones que les resultaban inaceptables. Escasez de productos básicos, aumentos de precios, cierre de negocios, garantías individuales suspendidas, listas negras, arrestos sin derecho a Habeas Corpus, expulsiones del país de ciudadanos nacidos en Costa Rica y confiscaciones de propiedades sin indemnización. La policía, que miraba hacia otro lado ante los saqueos y el vandalismo, disolvía reuniones y manifestaciones políticas por la fuerza. Si alguien cuestionaba la situación en que se vivía, se le respondía que todo era debido a la guerra. Si alguien criticaba al gobierno, se le tildaba se simpatizante nazi. Antes de la guerra, el Dr. Calderón Guardia gozaba del apoyo general. Por las políticas locales, durante la guerra, fue perdiendo simpatizantes y ganando adversarios. 
Muchos de los temas que este libro plantea, merecerían ser desarrollados más ampliamente. En la obra hay, además, un capítulo pendiente que podría ser más bien un libro aparte. Esperaba encontrar algún apartado en que se refiriera a los costarricenses que combatieron en la Segunda Guerra Mundial pero, lamentablemente, en ninguna parte se refiere a este tema. El prestigioso genealogista don Guillermo Castro Echeverría, que sirvió en el ejército norteamericano en Europa y que, al respecto, publicó un libro de memorias noveladas, contaba que fueron muchos los ticos que prestaron servicio en la infantería y muchos más los que sirveron en la marina. Sus nombres han sido recogidos en listas. Yo tengo una a la que no termino de agregar nombres y fechas. El libro sigue aún pendiente.
INSC: 0317
8 de diciembre de 1941. Tras el ataque a Pearl Harbor Costa Rica declara la Guerra
a Japón. De izquierda a derecha: Alfredo Volio Mata, Alberto Echandi Montero, el
Presidente Rafael Angel Calderón Guardia, Luis Demetrio Tinoco Castro, Carlos Manuel
Escalante, Durán, Mario Luján Fernández y Francisco Calderón Guardia.



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