lunes, 6 de julio de 2015

Antonio Maceo en Costa Rica.

Idearium Maceísta. Armando Vargas Araya
Editorial Juricentro, Costa Rica, 2002.
Durante más de una década, el prócer cubano Antonio Maceo anduvo errante por los distintos países del Caribe. Como parte de ese periplo que debió emprender forzado por las circunstancias, en 1881 visitó Costa Rica y tal parece que el país le agradó, puesto que justo diez años después volvió para quedarse.
Su mayor prioridad era la lucha por la independencia de Cuba, causa a la que dedicó todos sus bienes, pensamientos y energías y por la que, eventualmente, acabaría perdiendo la vida.  Sin embargo, los cuatro años que pasó en Costa Rica (de febrero de 1891 a marzo de 1895), Maceo se dedicó con ahínco al establecimiento y desarrollo de una colonia agrícola en Mansión de Nicoya. A finales del siglo XIX, Costa Rica era un país prácticamente despoblado y las autoridades consideraban que el arribo de inmigrantes no solo era conveniente y necesario, sino también urgente.
El plan consistía en que Maceo hiciera venir al país a cien familias cubanas, a las que el gobierno costarricense les pagaría el transporte y les entregaría tierras para cultivo. El contrato tuvo sus opositores pero finalmente fue aprobado por el Congreso, firmado y puesto en marcha. Todos los cambios que le fueron introducidos durante el largo y fuerte debate parlamentario, acabaron quitándole beneficios a los colonos pero Maceo, quien estaba verdaderamente interesado en el proyecto, no tuvo más salida que aceptarlo. El documento incluía una cláusula que exigía que el setenta y cinco por ciento de los inmigrantes debían ser blancos y solamente admitía un veinticinco por ciento de mestizos. Maceo, que era mulato, acabó firmando.  Tiempo después, su hermano Antonio contrajo matrimonio y un fotógrafo de San José se negó a retratar a la pareja porque ella era blanca y él era negro.
Los prejuicios raciales y la desconfianza que generaba un militar cubano en la aldeana sociedad tica de entonces no fueron los únicos obstáculos que debió enfrentar. El periodista Pío Víquez se opuso al proyecto desde el inicio y  escribía casi a diario punzantes editoriales contra el general cubano. En determinado momento, Maceo le escribió para reclamarle de manera respetuosa, pero enérgica, que cesara sus ataques. De más está decir que esa réplica más bien provocó que los artículos contra su presencia y actividades en el país fueran más frecuentes y amargos.
El proyecto de Mansión de Nicoya, aunque desde el inicio dejó de ser ventajoso, empezó a andar cuesta arriba. Maceo tuvo un encontronazo con Flor Crombet, quien de ser su socio a convertirse en un enemigo. Con su compatriota, el Dr. Zambrana, también acabó distanciándose. El asunto se complicó tanto que Maceo nunca pudo hacer venir las cien familias previstas pero, incluso con menos colonos de lo planeado originalmente, los cubanos en Nicoya, además de engordar ganado, iniciaron cultivos de plátano, frijoles, yuca, maíz, caña de azúcar, cacao, café y tabaco. Mientras llegaba el tiempo de la cosecha, la colonia agrícola no disponía de recursos ya que el contrato la había dejado descapitalizada. Además, no contaban con beneficio de café ni ingenio azucarero. A pesar de la situación adversa, Maceo poco a poco fue sacando la comunidad adelante, administró muy inteligentemente los pocos recursos disponibles y, en poco tiempo, alcanzó importantes beneficios económicos que, como es fácil de suponer, fueron reservados para la lucha de independencia de Cuba. Un dato curioso es que para mantener el orden entre los colonos, Maceo estableció la ley seca.
Antonio Maceo y Grajales. (1845-1896) 
Aunque el viaje entre Nicoya y San José era largo y cansado, Maceo pasaba largas temporadas en la capital, donde se había hecho de pocos pero muy buenos amigos, entre los que estaban don Ricardo Jiménez Oreamuno y el escritor Manuel González Zeledón, Magón, quien en uno de sus cuentos dejó testimonio de las circunstancias en que el General abandonó de incógnito el territorio costarricense.
Maceo no era el único visitante ilustre en la tranquila ciudad de San José de aquellos años, en la que vivieron el escritor salvadoreño Francisco Gavidia y el poeta nicaragüense Rubén Darío. El general ecuatoriano Eloy Alfaro, aunque residía en Alajuela, también se daba su vueltecita por San José regularmente. El poeta cubano Enrique Loinaz del Castillo, se trasladó directamente desde Cuba para servirle a Maceo como administrador de la colonia nicoyana. Hasta José Martí vino en dos ocasiones a reunirse con Maceo y dar conferencias. Su primera visita, en junio de 1893, fue de ocho días y la segunda, en junio del año siguiente fue de trece días. Martí deseaba ir a ver en persona la comunidad cubana en Nicoya, pero el viaje no pudo concretarse.
Un dato curioso es que Gavidia, Alfaro, Maceo y Darío asistieron, el 15 de setiembre de 1891, a la inauguración del monumento a Juan Santamaría en Alajuela. 
Todos los que conocieron a Maceo, desde Darío o don Ricardo Jiménez, hasta don Federico Apéstegui, el comerciante vasco radicado en Nicoya quien escribió un libro de memorias sobre la época, coinciden en describirlo como un hombre reservado, de pocas palabras, gentil, culto y refinado.
Es triste decirlo, pero lo que Maceo presenció mientras estuvo en Costa Rica no fue precisamente una democracia en la que brillaban los derechos, las garantías y las libertades. El gobierno del presidente José Joaquín Rodríguez Zeledón fue autoritario y despótico, al punto de clausurar el congreso, realizar arrestos sin causa y dictar condenas de cárcel o destierro sin proceso alguno. Es irónico que hasta los más severos dictadores de Costa Rica, como don Tomás Guardia o don Federico Tinoco, hayan  procurado que hasta sus actos más arbitrarios estuvieran respaldados de alguna forma por la legalidad, mientras que José Joaquín Rodríguez, reconocido abogado y juez que había presidido la Corte Suprema de Justicia, se haya saltado a la torera la Constitución y las leyes. Rodríguez, en todo caso, había sido el impulsor de la colonia cubana en Nicoya y, quizá por ello, Maceo, quien además era hombre de pocas palabras, no se manifestó al respecto.
Una noche, a la salida del teatro Variedades, Maceo fue víctima de un atentado que casi le cuesta la vida.
Antonio Maceo, el Titán de Bronce, es un personaje fascinante y cuatro de sus cincuenta y un años de vida los pasó en Costa Rica. Su presencia en nuestro país, sin embargo, no ha sido objeto de muchas investigaciones.
En el año 2002, la Editorial Juricentro publicó Idearium Maceísta, de Armando Vargas Araya, una obra verdaderamente valiosa y completa que, además de brindar un compendio del pensamiento político y filosófico de Maceo, hace un recuento minucioso de las vicisitudes que debió afrontar durante su presencia en Costa Rica. Uno de los grandes méritos de este libro, además de la fluidez de la prosa y la rigurosidad de la investigación, es que no solamente cita los documentos sino que los reproduce. El contrato del gobierno con Maceo aparece íntegro, así como una bella página que escribió Martí en su cuarto de hotel, frente a la Plaza de Artillería, luego de haberse asomado al balcón un domingo en la mañana. El artículo de Rubén Darío sobre el monumento a Juan Santamaría, así como el poema En Costa Rica de Enrique Loinaz del Castillo son otras de las delicias bibliográficas que don Armando Vargas Araya, además de consultar, generosamente decidió compartir.
En Costa Rica se erigieron dos monumentos a Antonio Maceo, uno en Barrio Los Ángeles en San José y otro en Nicoya. La escuela de Mansión de Nicoya lleva el nombre de Antonio Maceo. El libro de don Armando Vargas Araya se suma y complementa, esta serie de homenajes a un personaje cuya presencia en Costa Rica no debe olvidarse.
INSC: 2227 
La señora María Cabrales, esposa de Antonio de Maceo, fundó en Costa Rica
en 1895, el club José Martí.

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