Viaje a la Alcarria. Camilo José Cela. Espasa Calpe, España, 1989. |
Buena parte del atractivo de los libros de viajes radica en la aventura, el peligro y el sabor exótico. Los libros de viajes más celebrados son aquellos en que algún audaz, ya sea por deseo propio o por azares del destino, recorre tierras lejanas habitadas por pueblos de costumbres muy distintas a las suyas y, tras experimentar el riesgo de enfrentarse a lo desconocido a cada paso, presencia hechos insólitos y vive experiencias asombrosas. Pero lo verdaderamente fascinante de un libro de viajes no es el recorrido y los acontecimientos, sino la forma en que el viajero evoca su experiencia.
Camilo José Cela no necesitó ir muy lejos ni ser testigo de hechos sorprendentes para escribir su Viaje a la Alcarria que, con el tiempo, se ha convertido en un verdadero clásico del género. Su viaje no fue largo ni peligroso. Simplemente tomó su morral y se fue a caminar unos días por comarcas no muy alejadas de Madrid, donde se encontró con personas sencillas y amigables, se hospedó en las posadas, comió en las fondas y paseó por los campos. En la carta en que le dedica el libro al Dr. Gregorio Marañón, el propio Cela se alegra de no haber sido testigo de nada extraño.
Cela ni siquiera se extiende en detalles informativos. Él mismo dice que lo mejor es tomar el toro por los cuernos y decir "aquí hay una casa, o un árbol, o un perro moribundo" sin pararse a ver si la casa es de tal o cual estilo, si el árbol le conviene o no a la economía del país o si el perro habría vivido más de haber sido vacunado. En los libros de viajes, afirma, "suele sobrar la pedantería, que también es lo más fácil de poner".
Su plan es sencillo y consiste simplemente en nunca dormir más de una noche en un mismo sitio y caminar sin prisa para observar atentamente el entorno. Las personas con las que se encuentra en su recorrido tienen en el libro apariciones fugaces pero memorables. Con la única excepción de Martín, un comerciante que se movilizaba en bicicleta, al que se encontró de pura casualidad en tres pueblos (Trillo, Budía y Sacedón), Cela no volvió a toparse con nadie por segunda vez. Es conmovedora la reflexión que hace sobre las despedidas. Aunque no se haya compartido más que un rato de charla casual, despedirse de alguien que se ha encontrado en el camino es algo definitivo y doloroso porque, lo más probable, es que la despedida sea para siempre.
Un detalle hermoso es que a todos se les llama por su nombre. El mendigo que recoge colillas se llama León. Martín Díaz es el arriero con dos mulas que le hizo el favor de llevarlo en su carretón. Armando Modéjar Gómez es el niño pelirrojo que le alcanzó el jabón y la toalla cuando se refrescaba en el río. Julio Vacas es el amable tendero que le obsequió un libro y Paquito es el nombre de la pobre criatura que nació bien y luego se torció. Cela consigna hasta el nombre de los animales: Mauricio, el canario, Gorrión, el burro y Rubio y Moro, los dos gatos.
El libro está lleno de historias hermosas. Estanislao de Kotska Rodríguez tenía una pata de palo porque el día que quiso poner su fin a su vida se acostó en la línea del tren y se arrepintió en el último minuto. Convertido en vagabundo se encuentra en el campo con Cela quien, tras escuchar su historia, lo invita a una merienda. Al llegar al pueblo, Estanislao decide pasar de largo para no tentar su suerte. "Ya he comido y no entro en los pueblos más que para comer."
Con otro caminante, Cela duerme en el campo. Los morrales de almohada, la manta de uno de ellos debajo y la manta del otro encima. Al entrar al pueblo se separan para explorar cada uno por su lado. Al final de la tarde se encuentran para seguir el camino, pero el compañero le informa a Cela que se va a quedar en el pueblo, porque le ha salido una chapuza. Cela se despide diciendo que se marcha porque a él no le ha salido nada. Entonces el hombre, mirando a lo lejos como para restarle importancia al asunto, le dice: "Poco es, pero, si quiere, la mitad es suya." Conmovido por la generosa oferta, Cela responde: "No están los tiempos para compartir" y los amigos se despiden con un apretón de manos.
Una de las escenas que más me impresionaron del libro es la de los dos perros. Mientras Cela come, dos perros lo observan. Uno es humilde y resignado. El otro tiene una actitud agresiva e insolente. Cela trata de tirarle un pedazo de pan al perro de mirada dulce, pero el maleducado, que es más audaz, lo atrapa al vuelo. Al terminar la comida, cuando Cela se acuesta en el piso para dormir una siesta, el perro respetuoso se echa a su lado como para vigilar su sueño, mientras que el perro que se comió el pan se marcha.
Los lugares para comer y dormir eran modestos. En uno de ellos la posadera era particularmente humilde y amable. "Lo que aquí no encontrará son refinamientos, pero limpieza y buena voluntad sí." Al preguntarle por la cena, le dijo: "Poco tengo, pero de todo puede disponer: huevos, ternera, trucha, carne, fruta, ensalada, queso y vino de la Rioja." La mujer hablaba como disculpándose, como si en su casa hubiera entrado un duque y Cela pensó que lo malo de que lo tomen a uno como rico viene a la hora de pagar. En esa posada, Cela invitó a cenar a dos amigos y le pagó la cama y el desayuno a Martín, el comerciante de la bicicleta.
La cuenta fue de cincuenta y cinco pesetas.
"No, apúnteme todo" exclamó Cela.
La posadera le hizo el desglose: "treinta y seis pesetas por las cenas, un duro por las camas y doce pesetas por los desayunos. De servicio le he puesto dos pesetas para redondear."
Quiso dejar un duro de propina y no se lo aceptaron.
Viaje a la Alcarria es un libro lleno de experiencias sencillas y apacibles. La prosa en que está escrito, pese a ser esmerada y pulida, va directamente al grano sin ornamentación ni florituras. Salvo en el último capítulo, dedicado a Pastrana, en el que Cela se permite brindar referencias históricas, geográficas y culturales, todo el libro está concentrado más en la experiencia que en el entorno. En algún momento Cela confiesa que: "El viajero, de nuevo en la carretera, piensa en cosas en las que no pensó en muchos años, y nota como si una corriente de aire le diera ligereza al corazón."
Camilo José Cela en su viaje a la Alcarria. |
El verdadero viaje, en todo caso, no es el del camino, sino el del recuerdo. A veces uno necesita darse una vuelta por algún sitio distinto a aquel en que se desenvuelve la propia rutina, no para contemplar otro paisaje, sino para hurgar más serenamente en el interior de uno mismo.
Quien viaje con mirada atenta no requiere de aventuras, sorpresas y peligros para vivir una experiencia digna de ser contada. El viaje de Cela fue breve. Estuvo en el camino del 6 al 15 de junio de 1946. Pasó en limpio las notas durante las dos semanas siguientes y escribió el libro del 25 al 31 de diciembre de 1947.
Revisando el manuscrito años después, Cela, que escribía a mano, descubrió que estaba escrito con muy buena letra. Dicha revelación no me sorprende. Viaje a la Alcarria es un libro en que Cela saboreó con calma y sin prisa cada paso y, por ello, uno como lector lo disfruta saboreando cada línea.
INSC: 866
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