domingo, 3 de mayo de 2015

La fugitiva. Novela de Sergio Ramírez Mercado.

La fugitiva. Sergio Ramírez Mercado.
Alfaguara, México, 2011.
Yolanda Oreamuno fue una escritora costarricense que, como otros jóvenes de su generación, era asidua colaboradora de El Repertorio Americano publicaba don Joaquín García Monge. Su vida fue breve y bastante complicada. De su obra literaria quedan una novela La ruta de su evasión y varios cuentos y ensayos. Yolanda era un mujer inteligente, atractiva y culta. Fue víctima de un secuestro, su primer marido, el diplomático chileno Jorge Molina Wood, se suicidó. Su segundo matrimonio, con el licenciado Oscar Barahona Streber acabó en un divorcio poco amistoso y Yolanda, que decidió rehacer su vida fuera de Costa Rica, en Guatemala, primero y en México después, perdió contacto con su único hijo. La obra literaria de Yolanda, escrita con una prosa esmerada, llena de imágenes sugerentes, se inclina profundamente hacia la introspección. Tanto en su novela como en sus cuentos, lo que ocurre en el interior de los personajes es mucho más rico y significativo que lo que ocurre a su alrededor. En sus ensayos y artículos, queda en evidencia su gran sentido crítico así como la fina ironía a la que recurre para expresarlo. Es suya la frase, que acabó siendo famosa, de que en Costa Rica, cuando alguien sobresale, en vez de cortarle la cabeza le bajan el piso.
En vida de Yolanda, eran más quienes prestaban atención a sus asuntos personales que a su obra literaria. Esta situación que se ha mantenido después de su muerte. Aunque hay quienes se han ocupado de analizar y difundir su obra, la mayoría de artículos que se han escrito sobre ella se enfocan casi morbosamente en asuntos biográficos.
A finales de los años noventa, Sergio Ramírez Mercado anunció, en una conferencia en el Teatro Nacional, que estaba preparando un libro sobre Yolanda Oreamuno. Vino luego una espera de más de una década y, finalmente, en el 2011, apareció la novela La fugitiva, publicada en México por Alfaguara.
Aunque el libro fue muy vendido, en Costa Rica, digámoslo de una vez, la novela desilusionó.
Pequeños detalles, que los lectores de otras nacionalidades ni se siquiera reconocerían, resultaron verdaderamente molestos para los lectores ticos. Tal parece que ningún costarricense leyó el borrador del libro y, si alguno lo hizo, no realizó un buen trabajo. Prácticamente todas las expresiones del habla costarricense, así como las referencias espaciales y los acontecimientos y personajes históricos, están llenos de errores e inexactitudes.
Dice "por dichas", en vez de por dicha. "Chivirri", en vez de chiverre. "Genízaro", en vez de cenízaro. "Río Tabaco", en vez de Tabacón. "Cuartel Buenavista", en vez de Bellavista. "Pellico Tinoco" en vez de Pelico Tinoco. Confunde el barrio Amón con el barrio Tournón, que además escribe "Turnón". Confunde el mercado Central con el mercado Borbón. La península de Osa, que está en el Pacífico, la ubica en el Atlántico. Dice que en los años sesenta empezaron a poblarse los barrios al oeste de la capital, Los Yoses, Escalante y Francisco Peralta, cuando esos barrios no están al oeste sino al este y no datan de los años sesenta sino de los cuarenta. Menciona las tres esculturas del Teatro Nacional como "la gloria, la fama y la danza", cuando son la fama, la música y la danza.
Los personajes históricos a los que se refiere a lo largo del libro, tales como el general Jorge Volio, don Ricardo Jiménez Oreamuno, Santos Matute Gómez, Monseñor Sanabria, Clorito Picado y el Dr. Ricardo Moreno Cañas, están desfigurados al punto de ser irreconocibles. La mayor parte de lo que se dice de ellos no corresponde a los hechos históricos. También están llenas de errores históricos las referencias a la guerra civil. Según el libro, don Pepe Figueres convocó la huelga de brazos caídos y el voto femenino se estableció en 1950.
Si hubo algún tipo de investigación para escribir esta obra, definitivamente fue muy descuidada. Según el libro, Luz Marina Goicoechea fue retratada por don Guido Sáenz, cuando el retrato famoso al que se refiere es de María Cristina Goicoechea y fue pintado por doña Luisa González de Sáenz, madre de don Guido. Pero allí no acaban los anacronismos. Llama Nelson Rockefeller a John D. Rockefeller y pone al General Tomás Guardia a interactuar con personas que llegaron a Costa Rica cincuenta años después de su muerte.
Algo verdaderamente extraño en este libro es el cambio de nombres. A Tomás Soley Güell, el ministro de hacienda de don Ricardo, lo llama Benito Solera Güell, sin que haya motivo que lo justifique, ya que lo menciona solamente de pasada. En cambio, el asesinato de Alberto González Lahmann y la enfermedad de doña Flora Luján si se cuentan con nombres y apellidos, lo cual es, por decir lo menos, una falta de delicadeza y de consideración a sus parientes.
A Yolanda Oreamuno la llama Amanda Solano. El cambio de nombre jugó en contra, porque la protagonista de la novela firma sus cartas como AS, lo cual no tiene el encanto de la firma real de Yolanda, que firmaba sus cartas como YO.
Yolanda murió en México en 1956. Poco después, por iniciativa de doña Olga de Benedictis, esposa del presidente Mario Echandi, sus restos fueron repatriados y sepultados en el cementerio general de San José. 
La novela arranca en ese cementerio, ante la tumba sin nombre de la brillante escritora fallecida lejos de su patria. En las primeras págnias, el narrador ofrece contar la vida de esa persona, pero la oferta no se cumple. En lugar de una novela con la escritora como protagonista, los capítulos posteriores del libro se limitan a tres largos monólogos. El primero, de doña Vera Tinoco Rodríguez, el segundo de Lilia Ramos y el tercero de Chavela Vargas. Naturalmente, ninguna de ellas aparece identificada con su verdadero nombre, pero cualquier lector tico las reconocería. No logro comprender por qué, si pretendía escribir sobre la vida de Yolanda, no le dio voz ni protagonismo, sino que la convirtió en un espectro reconstruido a retazos a partir de tres voces. Tampoco comprendo a qué clase de público pretendía dirigirse. Un lector español o latinoamericano difícilmente logrará enterarse de que este libro se refiere a una persona que realmente existió. Para un lector costarricense, como ya se dijo, la lectura está llena de tropiezos por la abundancia de errores e inexactitudes. Alguien que nunca haya oído hablar de Yolanda Oreamuno, no encontrará en estas páginas ninguna referencia que la acerque a ella. Quien conozca la vida y obra de Yolanda, este libro no tiene nada nuevo que decirle.
El libro de Sergio Ramírez Mercado, a fin de cuentas, no hace más que repetir los tres lugares comunes que han llegado a ser recurrentes cada vez que se habla de Yolanda. Se dice que era una mujer de talento extraordinario en un medio cultural aldeano y aburrido. Curiosamente, si alguna vez el medio cultural costarricense fue realmente activo y brillante, fue en la década de los cuarenta, cuando grandes escritores como la propia Yolanda, Max Jiménez, don Joaquín, don Fabián, Calufa, Carmen Lyra entre otros generaban un debate amplio y de altura en el Repertorio Americano de don Joaquín García Monge. Esa década de los cuarenta, muy lejos del aburrimiento adocenado con que la pintan, fue escenario de grandes reformas y conflictos políticos que acabaron en una guerra civil. En la artes plásticas, por su parte, ya surgían grandes talentos como don Paco Amighetti, Francisco Zúñiga, de nuevo Max Jiménez y toda la generación nacionalista.
Es verdad que la obra de Yolanda, a pesar de sus enormes méritos, no trascendió más allá del medio local. Sin embargo, su caso no es excepcional ni único. Todos los autores latinoamericanos fallecidos en la década de los cincuenta son poco recordados en su propio país y totalmente desconocidos fuera de sus fronteras.
En todo caso, la vida y obra de Yolanda brindan material abundante para escribir una novela. La fugitiva, de don Sergio Ramírez Mercado, quedó en un intento fallido.
Al final del libro aparece la leyenda: "Esta novela es una obra de ficción. Todos los personajes y situaciones han sido inventados y se deben a la imaginación del autor."  Dicha afirmación es falsa. La imaginación de don Sergio no inventó a Clorito Picado, ni a Moreno Cañas, ni a Monseñor Sanabria, ni a don Pepe Figueres. Los personajes de este libro no fueron inventados, sino alterados por el autor. Siendo así, tal vez mi apreciación de este libro esté totalmente equivocada. Le pedí peras al olmo. Quizá Sergio Ramírez no quiso escribir sobre Yolanda sino, usando su vida como base, escribir una novela con todas las licencias que la ficción otorga al autor.
INCS 2571

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