Anécdotas, remembranzas y algo más. Dr. José Enrique Sotela Montagné. Mundo Gráfico, Costa Rica, 2006. |
"La única razón válida para negarse a participar en una cirugía es estar en otra cirugía", se dijo. Dio la media vuelta y se dirigió a cumplir con su deber. El asunto se complicó y la operación fue terminando a las cinco de la mañana del día siguiente, cuando ya la fiesta en su honor había terminado.
Tuve el privilegio de escuchar esta simpática historia directamente del Dr. Sotela unos cuantos años antes de que la incluyera en su libro Anécdotas, remembranzas y algo más, publicado en 2008.
Hijo del poeta Rogelio Sotela y de la escritora Amalia Montagné Carazo, el Dr. Sotela Montagné tiene, como sus padres, la habilidad de escribir con fluidez y encanto.
En 1997 publicó Reseña histórica de la anestesia en Costa Rica, un libro de más de cuatrocientas páginas que, aunque de primera entrada pareciera dirigido a un público especializado, es tan interesante y ameno que quien empiece a hojearlo inevitablemente acabará leyéndolo completo. Hacer atractivo un tema muy particular para quienes nunca se habían interesado en él, es un mérito que pocos escritores tienen.
Resulta alentador descubrir que en Costa Rica los avances médicos no tardaban mucho en llegar. La anestesia, elaborada por William Morton, empezó a utilizarse en Masachussets en 1846. Casi inmediatamente su uso se extendió por Europa y, en 1875, apenas veintinueve años después de sus primeras aplicaciones , el Dr. Carlos Durán, médico graduado en Londres, la introdujo en Costa Rica. El Dr. Ricardo Jiménez Núñez, primer costarricense especializado en anestesiología, llegó a publicar un tratado sobre el tema en San José, en 1941. Las salas de recuperación fueron establecidas por el propio Dr Sotela en 1962, apenas diez años después de que John Lundy creara la primera unidad de este tipo en la Clínica Mayo. El Dr. Quirce Morales, fundó por su parte la unidad de cuidados intensivos y el Dr. Andres Vesalio Guzmán Calleja fue quien dio impulso a la especialización en anestesiología. Además de consignar nombres, fechas y acontecimientos, el libro hace un recuento de los cambios en las sustancias utilizadas para dormir al paciente, así como en la evolución de las técnicas y los equipos para aplicarlas.
Resulta alentador descubrir que en Costa Rica los avances médicos no tardaban mucho en llegar. La anestesia, elaborada por William Morton, empezó a utilizarse en Masachussets en 1846. Casi inmediatamente su uso se extendió por Europa y, en 1875, apenas veintinueve años después de sus primeras aplicaciones , el Dr. Carlos Durán, médico graduado en Londres, la introdujo en Costa Rica. El Dr. Ricardo Jiménez Núñez, primer costarricense especializado en anestesiología, llegó a publicar un tratado sobre el tema en San José, en 1941. Las salas de recuperación fueron establecidas por el propio Dr Sotela en 1962, apenas diez años después de que John Lundy creara la primera unidad de este tipo en la Clínica Mayo. El Dr. Quirce Morales, fundó por su parte la unidad de cuidados intensivos y el Dr. Andres Vesalio Guzmán Calleja fue quien dio impulso a la especialización en anestesiología. Además de consignar nombres, fechas y acontecimientos, el libro hace un recuento de los cambios en las sustancias utilizadas para dormir al paciente, así como en la evolución de las técnicas y los equipos para aplicarlas.
Reseña histórica de la anestesia en Costa Rica. Dr. José Enrique Sotela Montagné. CCSS, Costa Rica, 1997. |
Al aplicar la anestesia, el Dr. Sotela dormía al paciente pero, al hablar sobre ella, más bien despierta el interés en el lector. Ahora bien, si con un tema tan especializado, don José Enrique fue capaz de lograr un libro ameno y entretenido, es fácil suponer la verdadera delicia que es su libro de anécdotas y remembranzas.
Empieza recordando que se graduó de bachiller en el Liceo de Costa Rica el 7 de diciembre de 1940 y, el 22 de enero del año siguiente, tomó el avión que lo llevaría a estudiar medicina en la ciudad de México. Compañeros suyos de facultad fueron Longino Soto Pacheco y Fernando Trejos Escalante. Manuel Aguilar Bonilla y Rodrigo Cordero iban más adelantados. La vida de estudiante fue austera pero entretenida. Alojados en pensiones modestas, aquellos ticos que acabaron siendo amigos de toda la vida mantenían una provisión de galletas en la mesita de noche por si les daba hambre a deshoras. El día que recibían el giro mensual amanecían con solamente el dinero del autobús para ir a recogerlo y su principal entretenimiento consistía en jugar futbol el domingo. Rara vez podían ir al cine pero sí tuvieron oportunidad de ver torear a Manolete.
Cuando estaba en tercer año de la carrera, don José Enrique recibió la triste noticia del fallecimiento de su padre, ocurrido en San José, el 13 de julio de 1943. Cuando se enteró, ya se habían realizado los funerales. En todo caso, no habría podido llegar a tiempo puesto que un viaje de México a Costa Rica, en aquellos años, incluso en avión demoraba más de un día debido a las escalas. Gracias a una beca de veinticinco dólares al mes, pudo continuar estudiando hasta graduarse.
Regresó a Costa Rica justo antes de que estallara la guerra civil. Pocos días después de que el asesinato del Dr. Carlos Luis Valverde conmocionara al país, una tropa de asalto, similar a la que había perpetrado aquel crimen, irrumpió en el Hospital San Juan de Dios y don José Enrique, solamente por pedirles a los soldados que tuvieran un poco de consideración y respeto hacia los pacientes, fue arrestado y trasladado a la Penintenciaría. Tuvo el honor, si se puede llamar así, de que en el mismo camión viajara, también como prisionero, don José María Zeledón, el autor de la letra del Himno Nacional, quien trabajaba en un puesto administrativo del hospital.
Aunque los enfrentamientos eran intensos, don José Enrique tuvo siempe claro que su profesión de médico estaba por encima de las pasiones políticas. Se mostró agradecido con el Dr. Calderón Guardia, su colega, quien, cuando era presidente, aprobó la beca que le permitió terminar sus estudios. Trató de cerca a don Otilio Ulate, en plena guerra civil salvó de la muerte a la esposa del líder comunista Arnoldo Ferreto, fue colaborador del gobierno de don Mario Echandi y formó parte del equipo médico que realizó una delicada operación a don José Figueres. También participó en una cirugía a don Walter Olsen, el suegro de don Pepe, realizada cuando el simpático viejito danés contaba ya ciento dos años de edad.
Pero más que en su experiencia como médico, el libro de anécdotas y semblanzas se ocupa, principalmente, de historias simpáticas y jocosas. Recuerda cuando llegó, a las dos de la tarde, a un remoto puesto fronterizo entre México y Guatemala y el único oficial a cargo en aquella lejanía se negaba a dejarlo pasar. Muy gentilmente, como era su estilo, don José Enrique le señaló el aviso que decía que la frontera se abría a las seis de la mañana y se cerraba a las seis de la tarde y el uniformado, sin inmutarse, simplemente le respondió: "Pos pa mí ya son las seis."
También cuenta cómo a veces las buenas acciones tienen recompensas inesperadas. Una vez, cuando fue a recoger a su esposa al aeropuerto, se ofrecieron a traer a San José a Moe Morton, un norteamericano que viajaba solo y que venía a hacer negocios a Costa Rica. Mientras Mr. Morton estuvo en el país, don José Enrique y doña Tatiana, además de presentarlo ante el presidente Francisco Orlich y al Ing. Claudio Volio Guardia, gerente del Banco Anglo Costarricense, le sirvieron de guías y asesores. Para corresponder a las atenciones recibidas, Mr. Morton invitó al Dr. Sotela y a su esposa a California, donde, para agasajarlos, los llevó al estreno de Motín a Bordo, en el que tuvieron la oportunidad de conocer a Marlon Brando y, como si eso fuera poco, terminaron la noche cenando con Kirk Douglas.
Además de su profesión de médico y su labor como conferencista internacional en foros especializados, don José Enrique prestó sus servicios a diversas instituciones de manera altruista y desinteresada. Cuando don Mario Echandi lo nombró miembro de la misión diplomática especial que asistiría al sesquicentenario de la independencia de México, tanto él como todos los demás miembros del grupo cubrieron con sus propios medios los gastos del viaje. Presidió la Junta Directiva del Instituto Costarricense de Acueductos y Alcantarillados sin cobrar dietas. Su afán de servir al país no respondía al deseo de obtener ganancias materiales sino al de contribuir con su aporte al bienestar general. Como esa actitud, lamentablemente, no es muy común, hubo quienes no la comprendieron.
Cuando se creó la Facultad de Medicina de la Universidad de Costa Rica, el Dr. Sotela fue uno de los profesores fundadores. A los pocos años hubo un cambio en el plan de estudios y los cursos que impartía don José Enrique, que estaban en primer año, pasaron al final de la carrera. Como consecuencia, se generó un largo paréntesis en su actividad docente. Los estudiantes que ingresaron con el plan viejo ya habían aprobado la materia y los de nuevo ingreso no tendrían que cursarla hasta el final de su carrera. Es decir, el Dr. Sotela, por su nombramiento de profesor en propiedad, estaría tres años recibiendo un sueldo de la Universidad sin impartir ningún curso. Aunque la situación era accidental e involuntaria y estaba dentro de lo legal, don José Enrique, por principio, se negó a recibir dinero a cambio de nada y cada mes donó a la Facultad de Medicina el sueldo que recibía como profesor. Esta acción, verdaderamente noble y admirable, lejos de generar aplausos, provocó un conflicto con las autoridades administrativas universitarias. La mentalidad cuadrada de los burócratas que llegan a las instituciones públicas a ver qué logran obtener en su provecho, fue incapaz de comprender el gesto de un aténtico caballero.
José Enrique Sotela Montagné nació el 15 de junio de 1922 y murió el 2 de agosto de 2016. Unas semanas antes de su muerte, el Colegio de Médicos y Cirujanos de Costa Rica, a propósito del aniversario número 75 de su fundación, le había tributado un homenaje por ser el miembro más antiguo de la institución.
La última vez que hablé con él fue en marzo, a cuatro meses de su fallecimiento. Amable, cortés y elegante, en nuestra breve conversación, que sería la última, hizo gala, como de costumbre, de su agudo ingenio y su extraordinario don de gentes. Cuando alguien como don José Enrique se va, uno lamenta no haberlo frecuentado más, pero queda agradecido por el privilegio de haberlo conocido de cerca. Repasar sus libros es, a partir de ahora, la única manera de seguir en contacto con el pensamiento, la cultura y el ameno verbo de este hombre que hizo tanto por el desarrollo de la medicina y del país en general.
INSC: 1667 2126
Cuando estaba en tercer año de la carrera, don José Enrique recibió la triste noticia del fallecimiento de su padre, ocurrido en San José, el 13 de julio de 1943. Cuando se enteró, ya se habían realizado los funerales. En todo caso, no habría podido llegar a tiempo puesto que un viaje de México a Costa Rica, en aquellos años, incluso en avión demoraba más de un día debido a las escalas. Gracias a una beca de veinticinco dólares al mes, pudo continuar estudiando hasta graduarse.
Regresó a Costa Rica justo antes de que estallara la guerra civil. Pocos días después de que el asesinato del Dr. Carlos Luis Valverde conmocionara al país, una tropa de asalto, similar a la que había perpetrado aquel crimen, irrumpió en el Hospital San Juan de Dios y don José Enrique, solamente por pedirles a los soldados que tuvieran un poco de consideración y respeto hacia los pacientes, fue arrestado y trasladado a la Penintenciaría. Tuvo el honor, si se puede llamar así, de que en el mismo camión viajara, también como prisionero, don José María Zeledón, el autor de la letra del Himno Nacional, quien trabajaba en un puesto administrativo del hospital.
Aunque los enfrentamientos eran intensos, don José Enrique tuvo siempe claro que su profesión de médico estaba por encima de las pasiones políticas. Se mostró agradecido con el Dr. Calderón Guardia, su colega, quien, cuando era presidente, aprobó la beca que le permitió terminar sus estudios. Trató de cerca a don Otilio Ulate, en plena guerra civil salvó de la muerte a la esposa del líder comunista Arnoldo Ferreto, fue colaborador del gobierno de don Mario Echandi y formó parte del equipo médico que realizó una delicada operación a don José Figueres. También participó en una cirugía a don Walter Olsen, el suegro de don Pepe, realizada cuando el simpático viejito danés contaba ya ciento dos años de edad.
Pero más que en su experiencia como médico, el libro de anécdotas y semblanzas se ocupa, principalmente, de historias simpáticas y jocosas. Recuerda cuando llegó, a las dos de la tarde, a un remoto puesto fronterizo entre México y Guatemala y el único oficial a cargo en aquella lejanía se negaba a dejarlo pasar. Muy gentilmente, como era su estilo, don José Enrique le señaló el aviso que decía que la frontera se abría a las seis de la mañana y se cerraba a las seis de la tarde y el uniformado, sin inmutarse, simplemente le respondió: "Pos pa mí ya son las seis."
También cuenta cómo a veces las buenas acciones tienen recompensas inesperadas. Una vez, cuando fue a recoger a su esposa al aeropuerto, se ofrecieron a traer a San José a Moe Morton, un norteamericano que viajaba solo y que venía a hacer negocios a Costa Rica. Mientras Mr. Morton estuvo en el país, don José Enrique y doña Tatiana, además de presentarlo ante el presidente Francisco Orlich y al Ing. Claudio Volio Guardia, gerente del Banco Anglo Costarricense, le sirvieron de guías y asesores. Para corresponder a las atenciones recibidas, Mr. Morton invitó al Dr. Sotela y a su esposa a California, donde, para agasajarlos, los llevó al estreno de Motín a Bordo, en el que tuvieron la oportunidad de conocer a Marlon Brando y, como si eso fuera poco, terminaron la noche cenando con Kirk Douglas.
Además de su profesión de médico y su labor como conferencista internacional en foros especializados, don José Enrique prestó sus servicios a diversas instituciones de manera altruista y desinteresada. Cuando don Mario Echandi lo nombró miembro de la misión diplomática especial que asistiría al sesquicentenario de la independencia de México, tanto él como todos los demás miembros del grupo cubrieron con sus propios medios los gastos del viaje. Presidió la Junta Directiva del Instituto Costarricense de Acueductos y Alcantarillados sin cobrar dietas. Su afán de servir al país no respondía al deseo de obtener ganancias materiales sino al de contribuir con su aporte al bienestar general. Como esa actitud, lamentablemente, no es muy común, hubo quienes no la comprendieron.
Cuando se creó la Facultad de Medicina de la Universidad de Costa Rica, el Dr. Sotela fue uno de los profesores fundadores. A los pocos años hubo un cambio en el plan de estudios y los cursos que impartía don José Enrique, que estaban en primer año, pasaron al final de la carrera. Como consecuencia, se generó un largo paréntesis en su actividad docente. Los estudiantes que ingresaron con el plan viejo ya habían aprobado la materia y los de nuevo ingreso no tendrían que cursarla hasta el final de su carrera. Es decir, el Dr. Sotela, por su nombramiento de profesor en propiedad, estaría tres años recibiendo un sueldo de la Universidad sin impartir ningún curso. Aunque la situación era accidental e involuntaria y estaba dentro de lo legal, don José Enrique, por principio, se negó a recibir dinero a cambio de nada y cada mes donó a la Facultad de Medicina el sueldo que recibía como profesor. Esta acción, verdaderamente noble y admirable, lejos de generar aplausos, provocó un conflicto con las autoridades administrativas universitarias. La mentalidad cuadrada de los burócratas que llegan a las instituciones públicas a ver qué logran obtener en su provecho, fue incapaz de comprender el gesto de un aténtico caballero.
José Enrique Sotela Montagné nació el 15 de junio de 1922 y murió el 2 de agosto de 2016. Unas semanas antes de su muerte, el Colegio de Médicos y Cirujanos de Costa Rica, a propósito del aniversario número 75 de su fundación, le había tributado un homenaje por ser el miembro más antiguo de la institución.
La última vez que hablé con él fue en marzo, a cuatro meses de su fallecimiento. Amable, cortés y elegante, en nuestra breve conversación, que sería la última, hizo gala, como de costumbre, de su agudo ingenio y su extraordinario don de gentes. Cuando alguien como don José Enrique se va, uno lamenta no haberlo frecuentado más, pero queda agradecido por el privilegio de haberlo conocido de cerca. Repasar sus libros es, a partir de ahora, la única manera de seguir en contacto con el pensamiento, la cultura y el ameno verbo de este hombre que hizo tanto por el desarrollo de la medicina y del país en general.
INSC: 1667 2126
Me encantaría poder leer esos libros. No conocí al doctor Sotela, pero estoy segura de que deben ser magníficos.
ResponderBorrarYo conocí al Dr.Sotela y tuve el grandísimo honor de trabajar con éle regaló y me escribió en uno de sus libros, era un caballero del que pude aprender muchísimo.
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