Mostrando las entradas con la etiqueta Crítica. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Crítica. Mostrar todas las entradas

viernes, 13 de mayo de 2016

Costa Rica en los espejos de Stefan Baciu.

Costa Rica en seis espejos.
Stefan Baciu. Ministerio de Cultura,
Juventud y Deportes. Costa Rica.
1976.
No tengo claro cómo, cuándo ni por qué Stefan Baciu, un rumano que ejerció el periodismo en Brasil y luego fue profesor de literatura latinoamericana en la Universidad de Hawaii, se interesó en los escritores costarricenses. Según él mismo afirma, durante una recepción ofrecida por Rogelio Sinán, que entonces ocupaba un cargo diplomático en México, tuvo la oportunidad de conocer personalmente a Eunice Odio. También parece que visitó en repetidas ocasiones Costa Rica, donde frecuentaba a don Paco Amighetti, con quien mantuvo una asidua comunicación epistolar. Durante la década de los setenta y todavía incluso en los primeros años de los ochenta, de vez en cuando aparecía un artículo de Baciu en La Nación, casi siempre sobre artes o libros.
En 1976, el Departamento de Publicaciones del Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes, dentro de su serie Nos Ven, publicó Costa Rica en seis espejos, un libro de ensayos en que Baciu se ocupa de cinco poetas costarricenses. A Max Jiménez le dedica dos escritos y los restantes, uno por cabeza, tratan de Asdrúbal Villalobos, Francisco Amighetti, Jorge Debravo y Eunice Odio
La lectura, tanto del libro en general como de cada apartado en particular, es desconcertante por lo caótica. Salta a la vista que Baciu es un hombre culto que ha acumulado abundantes lecturas y experiencias, pero a la hora de consignar sus impresiones por escrito se le hace una maraña de referencias y acaba soltando ideas dispersas sin secuencia estructurada  ni argumento lógico. Mezcla impresiones y recuerdos personales con abundancia de citas textuales que, muchas veces, no vienen al caso. Intenta plantear una propuesta de lectura pero, ante la más mínima distracción, pierde el rumbo y salta de una cosa a la otra. 
El ensayo dedicado a Amighetti, por ejemplo, arranca con un rodeo tan extenso que acaba mencionado por primera vez a don Paco cuando ya lleva más de seis páginas de andarse por las ramas. En el de Jorge Debravo, nota en el poeta turrialbeño la influencia de Joaquín Pasos, Carlos Martínez Rivas y Ernesto Cardenal, la cual es bastante evidente, pero intenta establecer además un paralelismo con el expresionismo alemán (con el que Debravo difícilmente habría estado familiarizado) y se hunde en un intento de literatura comparada tan pesado como inoportuno. Con Eunice Odio y Max Jiménez se deja vencer por la carga anecdótica. Es verdad que Max Jiménez era un hombre muy adinerado y Eunice Odio tenía unos hermosos ojos verdes pero ¿eso qué tiene que ver con su poesía?
Don Paco Amighetti es el único de los autores que aún vivía en el momento en que el libro fue publicado. Asdrúbal Villalobos, un poeta herediano casi desconocido de las primeras décadas del Siglo XX, publicó solamente un libro en 1929. Max Jiménez, quien publicó su obra y expuso sus pinturas y esculturas en distintos países de Europa, Norte, Centro y Sur América, murió en Buenos Aires en 1947. Eunice Odio, quien no llegó a publicar un solo libro en Costa Rica (publicó en Guatemala, Argentina y El Salvador), murió en 1974 enMéxico, donde se dedicaba al periodismo y la crítica literaria y artística. La obra de Eunice no fue conocida en Costa Rica sino hasta varios años después de su muerte. Jorge Debravo, por su parte, falleció en un accidente de tránsito en 1967 con apenas veintinueve años de edad. De alguna forma, la vida de cada uno de estos poetas cuenta con material suficiente para convertirlos en leyenda. Allí están grandes artistas trotamundos (Max y don Paco), poetas poco conocidos (Villalobos y Eunice) y un hombre de orígenes humildes que logra notoriedad gracias a sus versos (Debravo). En Costa Rica, como en cualquier otro sitio, los poetas tienen orígenes y desarrollos diversos. Sin embargo, como ya se dijo, los ensayos de Baciu, carecen por completo de enfoque y de estructura y no pasan de ser un compendio de ideas sueltas que no logran brindar una imagen clara ni del autor, ni de su obra.
En escritura, como en docencia, la falta de esfuerzo en un extremo repercute en el lado opuesto. Los escritores y los maestros que se toman su trabajo en serio y preparan cuidadosamente sus exposiciones, reducen el esfuerzo de sus lectores y pupilos. Quienes, por el contrario, como Baciu, sueltan peroratas sin orden ni coherencia, acaban poniéndole el camino cuesta arriba al lector, quien debe esforzarse por entresacar, en medio de la palabrarería inoportuna, alguna idea o algún dato de interés.
En este libro se reproducen dos cartas que César Vallejo le escribió a Max Jiménez desde París. Una de noviembre de 1924 y la otra de diciembre de 1926. En ellas, Vallejo le agradece a Max su amistad y ciertos favores recibidos, entre ellos el que le haya permitido vivir en su apartamento parisino. El poeta peruano menciona que recibe constantemente el Repertorio Americano que editaba don Joaquín García Monge. Se incluye además una larga cita de Ernesto Moore, quien también fue huésped de Max en la capital francesa, que evoca detalles acerca de la amistad que existía entre los escritores latinoamericanos que vivían en París durante los años veinte.
Es triste decirlo pero, de no ser por la reproducción de estos documentos, el libro Costa Rica en seis espejos no tendría nada digno de ser recordado. Las únicas páginas que vale la pena leer, en este libro, son precisamente las que no escribió el autor.
INSC: 1165

lunes, 28 de septiembre de 2015

Dos libros sobre cine de Mario Giacomelli.

Cine ´93. Mario Giacomelli.
Multimedios, Costa Rica, 1993.
La tecnología avanza a un ritmo tan acelerado que hasta cosas relativamente nuevas se convierten, en poco tiempo, en verdaderas antigüedades. Un buen ejemplo son estos dos libros. Fueron publicados no hace muchos años, ni siquiera tienen las páginas amarillas y ya son verdaderas piezas de museo. Se trata de dos recopilaciones de las críticas de cine publicadas por Mario Giacomelli en 1993 y 1994.
Giacomelli inició su carrera de comentarista en 1983 en Padova, Italia, su ciudad natal, con artículos sobre rock, jazz y crítica de cine que publicaba en periódicos y revistas como Week End Veneto, Splash, Il matino de Padova, entre otros. También participó en la elaboración del libro Il cinema de John Milius.
En 1986 se trasladó a vivir en Costa Rica, donde ha comentado cine desde entonces en diversos periódicos (Semanario Universidad, La Prensa Libre, La República) así como en radio y televisión. 
El cine ha cambiado mucho en su poco más de un siglo de historia. Empezó como una simple atracción de feria que iba de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo asombrando a todos con imágenes en movimiento. El entusiasmo que despertó hizo que pronto se convirtiera en industria y llegara a ser, en la primera mitad del Siglo XX, no solo una de las principales formas de entretenimiento y una efectiva herramienta de propaganda sino, también, un verdadero arte. En la segunda mitad del siglo, el cine pasó por tres etapas. Primero, se iba a ver a los directores, luego a los actores y, finalmente, los efectos especiales. Hay quienes lamentan que los espectadores que hoy llenan las salas de cine no vayan a apreciar las propuestas de brillantes directores ni la interpretación de grandes estrellas, sino solamente a dejarse impresionar por todo lo que la tecnología actual en luces y sonido es capaz de lograr.  Nunca hay que olvidar el origen porque al origen siempre se vuelve. El cine, que nació como atracción de feria, nunca ha dejado de serlo.
La forma de ver películas también ha cambiado. Los curiosos que hace cien años quisieron ver llegar el tren a la estación o a las obreras salir de la fábrica, debieron apretujarse en cobertizos estrechos presididos por la gran sábana blanca. Luego surgieron por todas partes los cines de barrio, hoy desaparecidos. Con las grandes superproducciones se construyeron las enormes salas de cine que, sin importar lo grandes que fueran, solían estar llenas a reventar los fines de semana. La televisión, primero, y las videocaseteras, después, se encargaron de vaciarlas. En los barrios residenciales, donde desde hacía muchos años no había cines, empezaron a aparecer los videoclubes que alquilaban películas. La vida de estos establecimientos, debido a la Internet, fue corta.
En los años noventa, todas las salas de cine de San José seguían abiertas, exhibiendo grandes afiches a la entrada. El Teatro Moderno aún no se había quemado. Todos los sábados había una pequeña multitud frente al Cine Rex a pesar de que ya muchos habían optado por la comodidad y elegancia del Magaly. Los de gusto clásico seguían yendo al Variedades y quienes se habían perdido la película mientras estuvo de moda, tenían una última oportunidad de verla en el Cinema Real. En esos años, además de sus artículos en los periódicos, Mario Giacomelli tenía su popular programa de radio Cinema 90 en que trasmitía música de películas alternada con sus comentarios llenos de datos curiosos.
Mario tiene un verdadero talento para comentar cine. Sabe contar la trama de una película sin echarle a perder sorpresas a quien no la ha visto. Evita referirse a aspectos técnicos. Hacer crítica de cine, comentando la forma en que se suceden los encuadres, es como hacer crítica literaria destacando la habilidad del escritor para poner los signos de puntuación. El comentario va dirigido al público curioso, no al realizador. El público en general inevitablemente se aburre cuando el crítico, en vez de comentar, se pone a evaluar. Toda opinión es personal y discutible, de ahí la importancia de saber justificarla. Ya sea que la película lo haya deslumbrado o desilusionado, Mario siempre deja claras las razones de su impresiones. Sus gustos, como los de todo crítico, acaban a la larga siendo conocidos por sus lectores. Le agrada la ciencia ficción, lo aburren los dramas y no le simpatizan las comedias tontas. A veces, por sus preferencias, ha sido injusto. Con frecuencia ha sobrevalorado películas de ciencia ficción y ha sido severo con producciones que, aunque no sean de su agrado como espectador, debería haber sabido apreciar como comentarista. Sin embargo, Mario siempre ha tenido claro que su trabajo, más que proclamar sus preferencias personales, es informar y orientar a un público que, en muchos casos, busca cosas distintas a las que él recomendaría.
No soy aficionado al cine. Hubo una época en que iba con frecuencia pero, recientemente, ha habido años enteros en los que no he ido ni una sola vez. Sin embargo, no me pierdo los comentarios de Giacomelli ni de su colega Erik Fallas. Ambos son cultos, escriben con concisión y soltura, tienen ideas claras que, por bien pensadas, son capaces de exponer y justificar con propiedad. Se dice que para ser crítico literario no hace falta leer, sino haber leído. Además de haber visto mucho cine, Mario y Erik han reflexionado a fondo más allá de cada película en particular y tienen un criterio formado al que vale la pena prestarle atención, independientemente de que uno vaya al cine o no.  El crítico, si escribe de manera atractiva y dice cosas que merezcan ser atendidas, llega a ser leído por quienes no tienen mayor interés en lo que comenta. Conocí a muchas personas que no iban al teatro ni a los conciertos de la Sinfónica, que no se perdían las notas de Andrés Sáenz. A mí nunca me ha interesado el boxeo, pero disfrutaba leer los comentarios de Esteban Gil Girón.
Cine ´94. Mario Giacomelli.
Multimedios, Costa Rica, 1994.
La labor de los comentaristas suele quedar dispersa y olvidada. No hay nada más viejo que el periódico de ayer. Mario Giacomelli tuvo la feliz idea de publicar en un libro cien de sus reseñas de las películas exhibidas en 1993. En el prólogo dice que se trata del primer ejemplar de una serie de obras anuales que representarán una cita editorial con todos los cinéfilos. Al año siguiente, apareció la segunda entrega, que sería la última. La serie de obras anuales fue de solamente dos títulos: Cine ´93 y Cine ´94. Cuando estos libros aparecieron, un amigo me dijo que eran ideales para ponerlos sobre el televisor, al lado de la videocasetera. Ya nadie tiene videocaseteras y el televisor se ha vuelto tan delgado que no se puede poner un libro sobre él. Las fichas técnicas incluidas en cada reseña, que en aquel tiempo eran una información difícil de conseguir, hoy están a la mano con una simple búsqueda en Internet. En el prólogo de Cine ´94, Mario pide a los lectores que le hagan llegar sus observaciones y comentarios y, para que le escriban, ofrece su dirección de apartado postal.
Lo dicho: el avance de la tecnología ha convertido a estos libros en piezas de museo. Quienes hoy comentan cine, o cualquier otra cosa, lo hacen a través de plataformas digitales, lo comparten por medio de redes sociales y todo queda almacenado en la nube disponible para quien lo busque. 
Hoy, muchos periódicos y revistas han reducido, o eliminado del todo, sus ejemplares impresos en papel pero, simultáneamente, han visto crecer el número de lectores en sus versiones digitales. 
Cuando repaso los libros de Giacomelli, que son de lectura tan agradable, no puedo evitar sentir un poco de nostalgia, pero no al punto de suspirar por los tiempos idos. Las carretas de bueyes son muy lindas, pero hoy las mercancías deben transportarse en camiones. Si Mario tuvo la audacia y la paciencia de recopilar y publicar sus comentarios en dos libros, espero que eche mano de las nuevas oportunidades tecnológicas y pronto suba sus comentarios a la red. De esa forma, un público más amplio tendría acceso a sus valiosas reseñas. Ojalá Erik también lo haga. Ambos, conmigo, ya cuentan con un fiel lector.
INSC: 2004 INSC: 1996

martes, 30 de septiembre de 2014

El título engaña.

Mujeres e identidades. Ruth Cubillo. EUCR.
Costa Rica, 2001.
Es poco probable que uno tome del estante del supermercado un frasco con una etiqueta que diga: "Mermelada de guayaba" y, al abrirlo ya en casa, llevarse la sorpresa de que contiene mostaza. Sin embargo, con los libros, situaciones de este tipo ocurren con frecuencia. Una vez fui a visitar a un tío y me regaló un libro titulado Historias de San Francisco. Al preguntarle el motivo del obsequio, me explicó que él quería leer historias de San Francisco de Asís, pero el libro era de historias de San Francisco, California. El venezolano Arturo Gutiérrez Plaza tituló uno de sus libros de poemas Principios de contabilidad, y él mismo se pregunta cuántos pequeños comerciantes lo habrán comprado por error.
A mí me ha ocurrido repetidas veces. Veo un libro en el estante y, con solo leer el título, decido llevármelo. En más de una ocasión el título no tenía absolutamente nada que ver con el contenido.
Una vez vi un libro titulado Mujeres e identidades, con el subtítulo Las escritoras del Repertorio Americano. Esta ha sido una de las pocas veces que he comprado un libro por el subtítulo. Sobre mujer e identidades se ha escrito tanto que resulta absolutamente imposible encontrarse una idea nueva en el tercer libro que uno lea sobre el tema. Sobre las escritoras del Repertorio Americano, hasta donde yo sé, no se ha escrito nada.
El tema es, sin embargo, muy importante. El Repertorio Americano fue, me atrevo a decir, la revista literaria más importante en lengua española en la primera mitad del siglo XX. La editaba don Joaquín García Monge, tenía colaboradores en España y todos los países latinoamericanos. Los ejemplares del Repertorio circulaban por todo el continente. El primer poema publicado de Dulce María Loinaz, cuando era apenas una muchachita de dieciséis años, apareció en el Repertorio, que también publicó una colaboración de un jovencísimo escritor mexicano llamado Octavio Paz. En otro momento, me referiré ampliamente al Repertorio que merece un artículo aparte.
Dentro de las muchas novedades que introdujo el Repertorio, fue la publicación de textos escritos por mujeres. Aunque hubo casos aislados de mujeres escritoras anteriores (María Fernández de Tinoco es quizá el caso más conocido) lo cierto es que fue en las páginas del Repertorio en que las mujeres entraron a la literatura costarricense. Evidentemente, un libro con el subtítulo Las escritoras del Repertorio Americano, no solo había que leerlo, sino que divulgarlo. Con esa intención lo adquirí. Sin embargo, el libro resultó ser uno más de los muchos libros de teoría de género que abundan en el mercado. Uno, además, sin la más mínima aportación original. Los libros de teoría de género son como los centros comerciales globalizados: quien ha visto uno, los ha visto todos.
Para quienes no estén familiarizados con este asunto del género, se los resumo. 
El esquema suele ser más o menos así: se arranca señalando el hecho de que las mujeres, desde tiempos inmemoriales, no solo han sido excluidas del ejercicio del poder y marginadas de los estudios superiores, sino que no han tenido la oportunidad real de regir sus propias vidas. Tras los ejemplos, casi siempre exhaustivos, se llega a la conclusión de que la sociedad patriarcal y falocrática ha hecho que los hombres ejercieran la autoridad y las mujeres solamente la acataran. Seguidamente, se muestra que esta situación ha venido siendo definida con argumentos que, valiéndose de criterios de todo tipo (desde religiosos hasta biológicos), pretendían demostrar la inferioridad de inteligencia y capacidad de las mujeres. Con esa premisa, se concluye que, por no haber contado nunca con voz ni poder, las mujeres han venido definiéndose a sí mismas de acuerdo con los parámetros de la sociedad que las somete. Tras esta argumentación, los libros suelen terminar llamando la atención sobre el hecho de que las situaciones de discriminación ancestrales aún persisten y proponiendo un trabajo reivindicador que favorezca los cambios necesarios que aún están pendientes.
Naturalmente, no discuto estos argumentos. Es más, los suscribo. Lo que me incomoda es que, lo que acabo de resumir en dos párrafos sea el tema de cientos de libros publicados y, a pesar de ello, sigan publicándose más libros para decir lo mismo. Las feministas más críticas, también consideran preocupante esta situación puesto que la repetición de lugares comunes, en vez de fortalecer el mensaje, lo arrala. 
Volviendo al libro, la autora, Ruth Cubillo,  en vez de arrancar de una vez y tomar al toro por los cuernos sin mucho preámbulo, se dejó seducir por tres temas que, en los libros de género, resultan de lo más repetitivos: la maternidad, la mujer en política y la apreciación de la mujer autora de textos literarios.
¿Cuántas mujeres publicaron en el Repertorio Americano? ¿Quiénes eran? ¿De qué nacionalidad? ¿Sobre qué escribieron? ¿Cuáles eran sus temas recurrentes? ¿Llegaron a generar algún tipo de polémica? Estas y muchas otras preguntas por el estilo quedan sin respuesta tras la lectura del libro.
En vez de brindar datos bibliográficos o historiográficos que pudieran servir de referencia para estudios posteriores, la autora se toma la molestia, en una de las páginas más lamentables del libro, que "la lucha de la mujer por liberarse no debe ser contra el hombre como ser humano, sino contra el sistema masculinizante que oprime a la mujer como individuo".
A fin de cuentas, el libro no hizo más que repetir lugares comunes sobre la teoría de género y solo tangencialemente se refirió a los artículos escritos por mujeres en el Repertorio Americano. Las citas de los artículos vienen en función del discurso, de manera que dejan de ser tema central para servir solo de ejemplo.
Con frecuencia machacona en el estudio aparecen asomos de datos como "según los artículos analizados", "solo dos de los artículos analizados", e, incluso, en la parte en que se refiere a la mujer autora da el interesante dato de que encontró veinticuatro artículos escritos por hombres sobre mujeres poetisas, pero solamente dos sobre mujeres ensayistas. El problema es que en ninguna parte consigna cuáles fueros esos artículos, en qué fecha aparecieron ni quién los suscribió. Solamente el dato de las fechas de aparición serviría de mucho para estudios posteriores. El libro que, por su subtítulo, parecía destinado a convertirse en libro de referencia, no da ninguna referencia.
Flaco favor le hizo este libro a los estudios de género, ya que, sobre las mujeres en el Repertorio Americano, una recopilación de fichas habría sido un aporte mucho más valioso que la repetición de lugares comunes harto conocidos ya expuestos en innumerables obras que, como esta, han cometido el error de poner la prédica por encima de la investigación.
Las escritoras del Repertorio Americano, lamentablemente continúan siendo desconocidas. 

Agrego un dato anecdótico. Este libro fue publicado en 2001 y a pocas semanas de su publicación, apareció un artículo mío en el periódico con las consideraciones que acabo de consignar aquí. No conocía entonces, ni he conocido después, a Ruth Cubillo. A pesar de que mi crítica fue dura, porque no hay nadie más duro que un lector interesado y desilusionado, albergaba la esperanza de que la investigadora recapacitara sobre el hecho señalado y ofreciera, de alguna forma, los datos que había recopilado sobre escritoras del Repertorio que, inexplicablemente, olvidó incluir en el libro. No lo hizo.

El libro tiene una dedicatoria: "A Ronny, porque su amor transformó mi vida."
Pues bien, quien le escribió furioso al director del periódico que publicó mi nota, fue Ronny, el del amor transformador, quien, no muy amorosamente, en su extenso mensaje me cubrió de insultos. Ni el director del periódico ni yo le dimos importancia al asunto. En la correspondencia típica de un crítico literario hay desde declaraciones de amor hasta amenazas de muerte. Ronny el amoroso pidió que se publicara su diatriba como un derecho de respuesta. El director le explicó que el derecho de respuesta se aplica solamente en dos casos: cuando hay ofensas personales o cuando se publican datos erróneos. Señalar una falta de información no es una ofensa. Y en cuanto a los datos erróneos, si la lista de artículos analizados está en el libro, que diga en qué pagina está, porque el ejemplar que yo tengo no la trae por ninguna parte.
Menciono la anécdota porque me pareció curioso que una mujer que defiende la autonomía femenina en el campo académico y literario, no haya contestado una crítica, sino que lo haya hecho su marido.

INSC: 1085





Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...