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sábado, 21 de mayo de 2016

La evolución poética en Costa Rica según Alberto Baeza Flores.

Evolución de la poesía costarricense.
1574-1977 Alberto Baeza Flores.
Editorial Costa Rica. 1978
La poesía es algo tan personal que resulta en verdad difícil referirse a ella cuando el marco es muy amplio. Entre los poetas puede haber afinidad de preocupaciones, recurrencia de temas, coincidencias de estilo e imitación de trucos, pero cada uno tiene su propio mundo (tanto real como imaginario), así como su manera particular de expresarlo. Los historiadores de la literatura, y muy especialmente los de la poesía, tienen claro que las corrientes estéticas no coinciden necesariamente con un período cronólogico. Hay poetas precursores y audaces que vivieron muchos años antes de que la forma que eligieron para expresarse se volviera común, así como hay poetas que optan por mantenerse apegados a normas de tiempos pasados y hasta remotos.
Se sabe que "El que mucho abarca poco aprieta" y, acatando la sabiduría del viejo refrán, quienes se ocupan de literatura tienen claro que la manera más apropiada de decir algo que sea digno de atraer y mantener la atención es referirse a un tema específico que se pueda observar a fondo. No faltan, sin embargo, las obras pretenciosamente enciclopédicas.
El libro Evolución de la poesía costarricense 1574-1977, de Alberto Baeza Flores, me llamó la atención por lo ambicioso. Antes de empezar a leerlo me puse a sacar cuentas: de 1574 a 1977 hay cuatrocientos tres años y el libro tiene cuatrocientas doce páginas. Supuse entonces que, pese a ser un libro gordo, su contenido no podría ir más allá de una mirada rápida y panorámica. Sin embargo, la obra no llegó ni a eso.
Para empezar, tiene un vacío de más de tres siglos. Los primeros versos escritos en Costa Rica de que se tiene noticia son los de Domingo Jiménez El Coplero,  conquistador español que nació en 1535 y murió en 1610, cuyas rimas satíricas hicieron enojar a las autoridades y lo hicieron salir huyendo de la ciudad de Cartago, de la que había sido alcalde. Siempre me ha parecido simpático que el primer poeta de mi país fuera perseguido por su sarcástico sentido del humor. Al referirse a él, Baeza cae en el mismo error que Abelardo Bonilla quien, con gran arrogancia, tildó de "mediocre" los versos de El Coplero y, en vez de presentar el autor, la obra y las circunstancias de la época, se pone a evaluar sus versos con el lápiz rojo del evaluador implacable.
De Domingo Jiménez solo quedan unas pocas páginas y durante los trescientos años siguientes no se publicó en Costa Rica ni un solo libro de poesía. Los poemas circulaban en hojas sueltas o aparecían en los periódicos. Indignado y ofendido de que en una antología publicada en España no se incluyera a ningún tico, Máximo Fernández mandó imprimir, en 1890, La Lira Costarricense, primer libro de poesía de Costa Rica, en que incluyó a varios autores, muchos de los cuales posteriormente editaron libros con sus poemas de manera individual.
Al igual que muchos otros investigadores, Baeza salta directamente de El Coplero a La Lira Costarricense. 
Ya en ese punto, Baeza propone clasificar la poesía costarricense en seis generaciones cronológicas, de las cuales la primera sería la de los del cambio del siglo XIX al XX (Aquileo Echeverría, Lisímica Chavarría et alia). Vendrían luego la de quienes publicaron en Repertorio Americano o Surco (Arturo Echeverría Loría, Francisco Amighetti, Max Jiménez et alia). La tercera sería la de los nacidos entre 1915 y 1930 (Alfredo Cardona Peña, Eunice Odio et alia).  En la cuarta estarían quienes nacieron entre 1930 y 1945 (Carmen Naranjo, Jorge Charpentier, Ana Antillón, Carlos Rafael Duverrán et alia). La quinta abarcaría a los nacidos entre 1946 y 1965 (Diana Avila, Lil Picado, Ana Istarú, Rosibel Morera et alia). Y la sexta y última a los poetas nacidos después de esa fecha que, más que jóvenes, serían niños o adolescentes, puesto que el libro fue publicado en 1978.
Al hacer la clasificación, me parece que Baeza optó por el camino fácil y equivocado. Ser contemporáneo no implica tener afinidad creativa. A nadie se le ocurriría agrupar pintores, escultores, músicos o arquitectos por su fecha de nacimiento. Agruparlos de esta forma, en vez de facilitar el retrato de conjunto, lo complica.
Incapaz de proponer una visión de conjunto, Baeza opta por referirse a cada poeta en particular. A la gran mayoría los menciona de manera apresurada mientras que a otros (Roberto Brenes Mesén, Isaac Felipe Azofeifa, Eunice Odio, Jorge Debravo y Alfonso Chase) les dedica extensos apartados. 
Detenerse en cada peldaño (y en algunos por bastante rato) no brinda una visión integral de la escalera.
El libro, además, se distrae con frecuencia del tema. Hay ocasiones en que, para dar una idea del contexto nacional o mundial, aparecen largas parrafadas en que se consignan datos de almanaque que no vienen al caso ni brindan aportes de importancia. 
Como dijo Oscar Wilde: "Cuando alguien pretende agotar un tema, lo único que logra es agotar a quienes le ponen atención". Uno comprende que, pese a que distinguieron principalmente como novelistas, los poemas de don Joaquín Gutiérrez Mangel y don Fabián Dobles merezcan ser mencionados, pero los poemas de don Alberto Cañas o de Daniel Oduber no pasan de ser datos curiosos.
Verdaderamente poco elegante, además de inexplicable, es el hecho de que Baeza se cite a sí mismo en tercera persona con nombre y dos apellidos. "Alberto Baeza Flores escribió una elegía..."
Pero lo verdaderamente extraño, entre todas las pérdidas de rumbo de este libro, es la atención excesiva que le presta a la astrología. Sobre este punto, vale la pena citarlo textualmente:

"Carlos Rafael Duverrán nace en San José de Costa Rica, con el signo de Tierra bajo la dominante de Venus, que es un planeta simbolizado por la diosa del amor, de las bellas artes y de la poesia. Freud es un hijo del signo Tauro, que es el de Duverrán."

Por distraerse en asuntos astrales, olvidó consignar la fecha de nacimiento de Duverrán, omisión que se repite en el caso de Mariamalia Sotela:

"Bajo el signo de Fuego, bajo el dominante de Júpiter, el planeta de la gran fortuna y la energía en estado puro, nace Mariamalia Sotela."

En el caso de Alfonso Chase, sí anotó el dato, pero se extendió más de lo necesario en el plano cósmico:

"Alfonso Chase nació en la ciudad de Cartago el 19 de octubre de 1945. Esto quiere decir que su signo es Libra, signo del aire bajo la dominante de Venus, punto de equilibrio entre el día y la noche, la luz y las sombras. (...) Ha nacido bajo el signo que marca la salida y la puesta del sol, Venus es la diosa de la belleza -es la Afrodita dela Mitologia griega- y es la dominante del signo Libra, que es el de Chase. El día del nacimiento de Chase corresponde ala influencia de Sagitario, noveno signo del Zodiaco."

No acabo de entender cómo, para comprender mejor el aporte de los libros de Alfonso a la evolución de la poesía costarricense, me pueda ser de utilidad saber que nació bajo el signo de Libra con ascendente Sagitario. En todo caso, si esa información es relevante, tal vez habría sido mejor que Baeza hubiera agrupado a los poetas por su signo zodiacal en vez de por su año de nacimiento. 
En la contraportada aparece el acta del jurado que le otorgó a este libro el Premio Editorial Costa Rica de Ensayo.
Enrique Macaya Lahmann, Roberto Murillo e Isaac Felipe Azofeifa, al otorgarle el galardón, consideraron como el principal mérito de esta obra su considerable labor de investigación. Curiosamente, no se supone que el género de ensayo se distinga por referencias y descargas abrumadoras de datos. De un ensayo, más bien, se espera todo lo contrario. Por otra parte, la abundante recopilación de títulos, autores y años de publicación, sería en todo caso el punto de partida y no la meta en una obra de este tipo. 
En el libro hay un larguísimo apartado que se dedica exclusivamente a elogiar, de manera laudatoria, la poesía de Isaac Felipe Azofeifa. Por ello, es poco elegante que don Isaac Felipe, como miembro del jurado, haya dado su voto para darle un premio a una obra en que se le lanzaban flores y se le quemaba incienso.
Evolución de la poesía costarricense, con todo y todo fue una lectura interesante. Me agradó la forma en que se refirió a don Rogelio Sotela, me pareció desmedida y desproporcionada la importancia que le dio a Brenes Mesén, consideré bastante pobres los comentarios sobre la poesía de Eunice Odio y me parecieron acertadas y reveladoras las apreciaciones sobre Jorge Debravo. Ya sea que estuviera de acuerdo o en desacuerdo con lo que leía, a todo lo largo del libro encontré siempre algo que mantuvo despierto mi deseo de seguir adelante. Alguien que lee poesía, siempre está dispuesto a prestar atención a lo que otros han descubierto en los mismos libros en que él se ha sumergido.
INSC: 2146

viernes, 13 de mayo de 2016

Costa Rica en los espejos de Stefan Baciu.

Costa Rica en seis espejos.
Stefan Baciu. Ministerio de Cultura,
Juventud y Deportes. Costa Rica.
1976.
No tengo claro cómo, cuándo ni por qué Stefan Baciu, un rumano que ejerció el periodismo en Brasil y luego fue profesor de literatura latinoamericana en la Universidad de Hawaii, se interesó en los escritores costarricenses. Según él mismo afirma, durante una recepción ofrecida por Rogelio Sinán, que entonces ocupaba un cargo diplomático en México, tuvo la oportunidad de conocer personalmente a Eunice Odio. También parece que visitó en repetidas ocasiones Costa Rica, donde frecuentaba a don Paco Amighetti, con quien mantuvo una asidua comunicación epistolar. Durante la década de los setenta y todavía incluso en los primeros años de los ochenta, de vez en cuando aparecía un artículo de Baciu en La Nación, casi siempre sobre artes o libros.
En 1976, el Departamento de Publicaciones del Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes, dentro de su serie Nos Ven, publicó Costa Rica en seis espejos, un libro de ensayos en que Baciu se ocupa de cinco poetas costarricenses. A Max Jiménez le dedica dos escritos y los restantes, uno por cabeza, tratan de Asdrúbal Villalobos, Francisco Amighetti, Jorge Debravo y Eunice Odio
La lectura, tanto del libro en general como de cada apartado en particular, es desconcertante por lo caótica. Salta a la vista que Baciu es un hombre culto que ha acumulado abundantes lecturas y experiencias, pero a la hora de consignar sus impresiones por escrito se le hace una maraña de referencias y acaba soltando ideas dispersas sin secuencia estructurada  ni argumento lógico. Mezcla impresiones y recuerdos personales con abundancia de citas textuales que, muchas veces, no vienen al caso. Intenta plantear una propuesta de lectura pero, ante la más mínima distracción, pierde el rumbo y salta de una cosa a la otra. 
El ensayo dedicado a Amighetti, por ejemplo, arranca con un rodeo tan extenso que acaba mencionado por primera vez a don Paco cuando ya lleva más de seis páginas de andarse por las ramas. En el de Jorge Debravo, nota en el poeta turrialbeño la influencia de Joaquín Pasos, Carlos Martínez Rivas y Ernesto Cardenal, la cual es bastante evidente, pero intenta establecer además un paralelismo con el expresionismo alemán (con el que Debravo difícilmente habría estado familiarizado) y se hunde en un intento de literatura comparada tan pesado como inoportuno. Con Eunice Odio y Max Jiménez se deja vencer por la carga anecdótica. Es verdad que Max Jiménez era un hombre muy adinerado y Eunice Odio tenía unos hermosos ojos verdes pero ¿eso qué tiene que ver con su poesía?
Don Paco Amighetti es el único de los autores que aún vivía en el momento en que el libro fue publicado. Asdrúbal Villalobos, un poeta herediano casi desconocido de las primeras décadas del Siglo XX, publicó solamente un libro en 1929. Max Jiménez, quien publicó su obra y expuso sus pinturas y esculturas en distintos países de Europa, Norte, Centro y Sur América, murió en Buenos Aires en 1947. Eunice Odio, quien no llegó a publicar un solo libro en Costa Rica (publicó en Guatemala, Argentina y El Salvador), murió en 1974 enMéxico, donde se dedicaba al periodismo y la crítica literaria y artística. La obra de Eunice no fue conocida en Costa Rica sino hasta varios años después de su muerte. Jorge Debravo, por su parte, falleció en un accidente de tránsito en 1967 con apenas veintinueve años de edad. De alguna forma, la vida de cada uno de estos poetas cuenta con material suficiente para convertirlos en leyenda. Allí están grandes artistas trotamundos (Max y don Paco), poetas poco conocidos (Villalobos y Eunice) y un hombre de orígenes humildes que logra notoriedad gracias a sus versos (Debravo). En Costa Rica, como en cualquier otro sitio, los poetas tienen orígenes y desarrollos diversos. Sin embargo, como ya se dijo, los ensayos de Baciu, carecen por completo de enfoque y de estructura y no pasan de ser un compendio de ideas sueltas que no logran brindar una imagen clara ni del autor, ni de su obra.
En escritura, como en docencia, la falta de esfuerzo en un extremo repercute en el lado opuesto. Los escritores y los maestros que se toman su trabajo en serio y preparan cuidadosamente sus exposiciones, reducen el esfuerzo de sus lectores y pupilos. Quienes, por el contrario, como Baciu, sueltan peroratas sin orden ni coherencia, acaban poniéndole el camino cuesta arriba al lector, quien debe esforzarse por entresacar, en medio de la palabrarería inoportuna, alguna idea o algún dato de interés.
En este libro se reproducen dos cartas que César Vallejo le escribió a Max Jiménez desde París. Una de noviembre de 1924 y la otra de diciembre de 1926. En ellas, Vallejo le agradece a Max su amistad y ciertos favores recibidos, entre ellos el que le haya permitido vivir en su apartamento parisino. El poeta peruano menciona que recibe constantemente el Repertorio Americano que editaba don Joaquín García Monge. Se incluye además una larga cita de Ernesto Moore, quien también fue huésped de Max en la capital francesa, que evoca detalles acerca de la amistad que existía entre los escritores latinoamericanos que vivían en París durante los años veinte.
Es triste decirlo pero, de no ser por la reproducción de estos documentos, el libro Costa Rica en seis espejos no tendría nada digno de ser recordado. Las únicas páginas que vale la pena leer, en este libro, son precisamente las que no escribió el autor.
INSC: 1165

martes, 16 de septiembre de 2014

Poemas desenfadados y contundentes.

Historias Polaroid. Luis Chaves. Perro
Azul, Costa Rica, 2000.
Se afirma que el gran valor narrativo de Ernest Hemingway radica en su habilidad, bastante rara por cierto, de poder insinuar mucho más de lo que dice. Luis Chaves tiene el mismo don. Ya sea en poesía o narrativa, su compulsión por la brevedad  lo lleva a ser directo y decirlo todo de una vez. Es palpable su urgencia por ir al grano sin rodeos. En sus poemas y sus cuentos no aparecen más palabras que las estrictamente necesarias. Sin embargo, tras esa aparente brusquedad, la palpable presencia de una insinuación obliga al lector a ir más allá y tratar de descubrir todo lo que el autor, deliberadamente, no quiso decir.
No se trata de un reto difícil. Luis Chaves, como Hemingway, sabe dar a entender claramente el mensaje subliminal, casi siempre más impactante y más memorable que el texto mismo.
Historias Polaroid, su tercer libro, como bien lo indica el título, es una colección de escenas, historias, personajes y situaciones retratados sin más pretensión que la de una cámara instántanea pendiente del momento justo.
Son textos pequeños: el más breve es de solo tres líneas y el más extenso de apenas cuatro páginas. Los instantes están capturados con una mirada crítica y profunda; irónica hasta el cinismo, e irreverente hasta el sarcasmo.
Es tanto lo que se insinúa y tan poco lo que se dice que, al terminar Historias Polaroid, queda la extraña sensación de haber leído un libro más grueso.
Historias Polaroid, publicado en el 2000, confirmó en su momento que la carrera literaria de Luis Chaves avanzaba a pasos agigantados. Su primer libro El anónimo (1996), fue más bien tímido. Su libro siguiente: Los animales que imaginamos (1998), ya muestra una voz poética evolucionada e independiente. El desenfado y la soltura de la que hizo gala en esta segunda obra le valió, además del Premio Hispanoamericano Sor Juana Inés de la Cruz, valiosas críticas de la prensa mexicana en las que se aplaudía su "desparpajo" (sic) al afrontar la realidad urbana por medio de la poesía. 
Los poemas de Los animales que imaginamos, resultaron demasiado narrativos para algunos gustos y como, además, venían prácticamente ayunos de las figuras literarias que se creen propias de la poesía, los cuestionamientos llovieron tanto sobre el libro como sobre el autor. Afortunadamente, Luis ya había llegado a un punto en que no solo podía escuchar sin inmutarse los ataques a su obra, sino también sumarse a ellos.
Si hay algo que debe reconocérsele a este poeta, es lo pronto que supo romper la camisa de fuerza de los géneros literarios. Al escribir, a Luis no le importa si lo que sale al final acaba siendo un poema narrativo o un cuento escrito en verso. Escribirlos es asunto de él; clasificarlos, de los demás.
Historias Polaroid, siempre dentro del tono desenfadado que le es característico, mostró la inclinación, nada sorpresiva por cierto, de Luis Chaves hacia la narrativa.
El libro viene dividido en dos partes. En la primera, Todo lo que no vuela, aparecen los poemines a los que Luis nos tiene acostumbrados: escenas callejeras, personajes solitarios y minidramas planteados en verso. En la segunda parte, Documentos falsos, sorprende con cuentos hechos y derechos, como si a su afán de narrar ya los versos le quedaran cortos.
Una de las cosas más interesantes de la obra poética y narrativa de Luis Chaves, es que en buena parte de ella está presente un personaje joven y solitario que se la pasa observando el mundo que lo rodea y lo afronta con la indiferencia propia de quien no cree en nada ni en nadie. Como si se tratara de la generación X a la tica, el personaje de Luis considera ridículos los convencionalismos y prescindibles todas las prédicas.
Es de un pesimismo crudo, que lo hace empuñar el humor negro como arma y como herramienta. Su poema El objeto del deseo simplemente reza: “Debajo de ese lunar tan sexy/ crece en silencio/ un tumor maligno”. Ese mensaje de que detrás de las cosas bellas y agradables está lo horrible, es una constante en todo el libro. Lo que nos asusta está detrás de lo que nos gusta. Los tiernos niños son en realidad asesinos de gatos, y los indefensos abuelitos fueron en otra época los agresores de su propia familia. En ninguna parte aparece una esperanza de reivindicación. Es el pesimismo del que ha descubierto que el mundo no anda como debiera, que las cosas no son lo que parecen y que nada, ni nadie, será capaz de alterar esa situación.
Ese pesimismo resignado viene acompañado de una irreverencia también carente de poses escandalosas. En el poema Arte Poética II luego de anunciar  “Murió el gran poeta de la Patria/ en fatal accidente de tránsito.” Simplemente pregunta: “¿Y qué le pasó a la moto?” Ese diálogo mínimo logró escandalizar a buena parte de la comunidad literaria costarricense, por considerarlo ofensivo a la memoria del poeta Jorge Debravo, quien murió en un accidente de tránsito mientras conducía su moto.
En realidad no hay nada de qué escandalizarse. Al preguntar por la moto, Luis no hace más que asumir una posición de indiferencia, no ante la muerte del poeta, sino ante el culto que sobre ella se ha creado. 
La irreverencia que palpita bajo los poemas de Luis Chaves, no es la irreverencia que busca la provocación por la provocación misma, sino la de quien, simplemente, hace años dejó de comer cuento. No se trata de una mano irrespetuosa que apedrea las ruinas ilustres, sino del aburrimiento de un caminante indiferente, que pasa frente a las ruinas ilustres y bosteza.
De ahí el tono irónico y la escritura desenfadada y transparente.
Con Historias Polaroid, Luis Chaves ha brindó una bocanada de aire fresco en nuestra poesía, que todavía al cambio de siglo, pecaba de una solemnidad bastante añeja.


INSC: 1047/1135
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