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jueves, 4 de noviembre de 2021

Gregorio José Ramírez.

Gregorio José Ramírez.
Carlos Meléndez Chaverri.
José Hilario Villalobos.
Ministerio de Cultura Juventud
y Deporte. San José, Costa Rica.
1973
Líder armado, y triunfador, de la primera guerra civil en la historia de Costa Rica, tras la cual fue dictador por poco más de una semana, Gregorio José Ramírez es un personaje en verdad interesante al que la posteridad no le ha brindado la atención que merece. Su hazaña, para quienes no la conocen, puede resumirse en pocas líneas.

En cuanto llegó la noticia de la Independencia a Costa Rica, delegados de las distintas poblaciones se reunieron para decidir qué hacer ante la nueva situación. Gregorio José Ramírez, como representante de Alajuela, participó en las reuniones y fue uno de los firmantes del Acta de Independencia de Costa Rica del 29 de octubre de 1821. Lo que se acordó fue que la provincia (por la costumbre, todavía no se decía "el país" y, en todo caso, Costa Rica seguía siendo provincia centroamericana) sería gobernada por una Junta de Legados que, sin distraerse en largas deliberaciones, en pocas semanas redactó el Pacto de Concordia, nuestra primera constitución, sancionada el 1 de diciembre de 1821. En enero de 1822 tomó posesión la Junta Superior Gubernativa, nuestro primer gobierno constitucional.

Todo parecía indicar que el tránsito de provincia española a territorio independiente gobernado por los propios habitantes con leyes proclamadas por ellos mismos se estaba llevando a cabo sin sobresaltos. Sin embargo, el Sábado Santo de 1823, poco menos de un año y medio después de que hubiera llegado la noticia de la independencia, los conservadores de Cartago desconocen las autoridades locales y pretenden proclamar la anexión de Costa Rica al imperio mexicano de Agustín de Iturbide. En Heredia, había también simpatías por la anexión a México, pero los vecinos principales de San José y Alajuela, estaban en contra y decidieron alzarse en armas contra la propuesta imperialista. 

Gregorio José Ramírez, aunque era pequeño, flaco (dicen que también un poco bizco) y sufría de asma, fue elegido comandante del alzamiento. Sin perder tiempo reunió hombres y armas para marchar inmediatamente hacia Cartago.

El 5 de abril de 1823 tuvo lugar la batalla de Ochomogo, nuestra primera y brevísima guerra civil. Ese mismo día, tras el triunfo, Gregorio José Ramírez asumió como dictador. Trasladó la sede del gobierno a San José y, en la plaza principal de la nueva capital, levantó un patíbulo con una horca, amenazando con colgar a quien quisiera revertir lo hecho y por hacer. También se cuenta que Ramírez, personalmente, le medía grilletes en los tobillos a sus enemigos prisioneros, pero sin llegar nunca a cerrarlos. La horca, por cierto, tampoco fue utilizada. Su dictadura duró solamente diez días, del 5 al 15 de abril de 1823 y tras dejar el poder en manos de una nueva Junta Gubernativa, se retiró a su casa, donde murió, en diciembre de ese mismo año, a los veintisiete años y ocho meses de edad.

La nota irónica de este suceso histórico, es que los conservadores cartagineses se anexaron a un imperio que ya no existía. La proclama de anexión en Cartago fue realizada el 29 de marzo de 1823 y el juramento de lealtad estaba programado para el 6 de abril, pero el Imperio de Iturbide en México había terminado diez días antes de la proclama, el 19 de marzo de 1823. Las noticias no corrían muy rápido en aquellos tiempos y resulta hasta divertido imaginar qué habría pasado si los imperialistas hubieran ganado.

La guerra de Ochomogo es mencionada en la escuela y ha sido discutida por historiadores, pero la figura de Gregorio José Ramírez sigue siendo poco conocida. En Bosquejo histórico de Costa Rica, de Felipe Molina, publicado en 1851, se le menciona. Joaquín Bernardo Calvo, Francisco Montero Barrantes y Francisco María Yglesias Llorente, se refieren a él. Pedro Pérez Zeledón publicó una reseña elogiosa de Ramírez en 1900. Manuel de Jesús Jiménez, Ricardo Fernández Guardia y Hernán Peralta, han sido más bien críticos de sus actuaciones. Hasta Carmen Lyra llegó a contar su hazaña en un relato dirigido a niños escolares. Pero no sería sino hasta 1973. siglo y medio después de la batalla de Ochomogo, que aparecería, publicada por el Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes, una biografía completa de Gregorio José Ramírez, escrita por Carlos Meléndez Chaverri y José Hilario Villalobos.

Aunque en el libro hay algunos detalles imprecisos, como decir que Gregorio José Ramírez tuvo solamente una hermana, cuando en realidad tuvo cuatro, el retrato que hace, tanto de él como de su época, es completo y esclarecedor. 

Unico hijo varón de Gregorio Ramírez Otárola y María Rafaela Castro Alvarado, Gregorio José Ramírez nació en San José el 27 de marzo de 1796. Fue bautizado el mismo día de su nacimiento por el padre Félix Velarde, gran impulsor del cultivo del café en el Valle Central y, como dato curioso, el niño que recibía el agua del Bautismo de sus manos, acabaría eventualmente transportando café costarricense a otros países.

Desde pequeño, Gregorio padecía de asma y, en busca de un clima más cálido y menos húmedo su familia se trasladó a Alajuela. El padre murió cuando su hijo apenas tenía siete años de edad. En los documentos de su sucesión se consigna que no dejó mayores bienes y que la viuda no sabía leer, ni escribir, ni firmar. Hecho irónico, porque su marido, recién fallecido, había sido fundador de una escuela. 

Al cumplir quince años, Gregorio se traslada solo a Puntarenas y se embarca como marinero en una nave propiedad de Juan Aizótegui. Su patrón acabó siendo como un padre para él, lo hospeda en su casa en Panamá y viajan para comprar y vender mercadería a los puertos de Guayaquil, en Ecuador, o de Paita o El Callao en Perú. El muchacho se esmera en aprender y, cuatro años después, llega a ser el segundo de a bordo. En el mar su salud mejora y, por la amenaza constante de corsarios o piratas durante el trayecto, así como de asaltantes y timadores en tierra, participa en enfrentamientos armados.

En 1820 llega a ser capitán del barco Nuestra Señora de los Angeles, también conocido como El Costarrica, que le alquila al canario, residente en Cartago, don Antonio Figueroa. Con esta nave viaja ida y vuelta de Puntarenas a Panamá, llevando y trayendo mercaderías que pudiera adquirir a buen precio en un sitio y las pagaran mejor en el otro. En uno de sus primeros viajes lleva a Panamá 125 quintales de azúcar, 86 quintales de carne de puerco, 38 quintales de sebo, veinte quintales de ajos, catorce de jabón, doce de carne de res, cinco de queso y un único quintal de café. Llama la atención que llevara mucho más quintales de ajos que de café, pero las exportaciones de nuestro grano de oro apenas estaban empezando.

Pero además de mercadería en sacos, también llevaba y traía ideas. Como marino mercante, le chocaban las restricciones que ponían las autoridades españolas al comercio entre las provincias. Los impuestos, además de elevados, le parecían no solamente injustos, sino absurdos. En Perú y en Ecuador había entrado en contacto con las ideas liberales y trajo a Costa Rica material impreso sobre el tema para ponerlo en manos de quienes lo pudieran valorar y aprovechar.

De regreso en Costa Rica, le informó al gobernador español, Juan Manuel de Cañas, que había visto corsarios navegando cerca de la costa. Se disponía a embarcarse de nuevo cuando llegó la noticia de la Independencia. Suspendió su viaje y decidió quedarse a ver qué ocurría. Cabe recordar que, al momento de la independencia, se estima que la población de Costa Rica apenas sobrepasaba las cincuenta mil personas, repartidas en poblados distantes y aislados que eran como pequeñas islas en la montaña.

Conscientes de la escasa población y los escasos recursos, nadie pensaba que Costa Rica pudiera convertirse, ni a corto ni a mediano plazo, en una república soberana. Necesariamente, había que seguir siendo parte de un Estado más grande. Por lo pronto, no romper lazos con las otras provincias centroamericanas pero, a largo plazo, unos (los conservadores, encabezados por José Santos Lombardo) pensaban que habría que unirse al Imperio mexicano, mientras que otros (los liberales, con el Bachiller Rafael Francisco Osejo y el propio Gregorio José Ramírez), sostenían que lo más conveniente era unirse a la Colombia de Simón Bolívar

Gregorio José Ramírez.
1796-1823

A lo interno, también había diferencias. La mayoría de los habitantes eran pobres y analfabetos, por lo que las decisiones las tomaban en cada pueblo "los vecinos principales", es decir, los ricos que sabían leer y escribir. Ante la nueva situación, los conservadores abogaban porque los cambios fueran mínimos. De hecho, como dato en verdad irónico, el propio gobernador español, Juan Manuel de Cañas, cuyo mandato quedaba sin efecto por la independencia, fue quien tomó el caballo para anunciar la noticia y, mientras se decidía la forma de instalar las nuevas autoridades, siguió al frente del gobierno, al extremo de presidir las reuniones de las asambleas de vecinos.

Pero, aunque todo siguiera igual, algo había cambiado y el Bachiller Osejo y Gregorio José Ramírez, abogaban por establecer normas más liberales y republicanas, menos oligárquicas y más democráticas. La vida y las ideas eran muy distintas en Cartago, San José, Heredia y Alajuela. Los vecinos principales de Cartago y Heredia, los poblados más grandes, eran conservadores. San José se había convertido en un centro emprendedor y dinámico en que se producía y comerciaba más que en las poblaciones conservadores. En San José nadie presumía de abolengo ni de autoridades heredadas. De lo único que podían presumir era de su trabajo, de su arrojo y de la riqueza que habían obtenido fruto de su esfuerzo. La joven villa de Alajuela, fundada hacía menos de treinta años, en 1783, pretendía seguir el ejemplo josefino. Es revelador el dato que, pese a ser Cartago la sede del gobierno, fue el ayuntamiento de San José el que tomó la iniciativa de fundar la Casa de Enseñanza de Santo Tomás y traer a un profesor, el Bachiller Osejo, no solamente calificado y culto, sino también ilustrado y liberal.

Como no había consenso y la discusión iba para largo, en vez de nombrar un gobernante, se decidió que las asambleas siguieran funcionando y que Costa Rica fuera gobernada, no por una persona, sino por una Junta. 

Gregorio José Ramírez tuvo un pleito, que acabó en los tribunales, con Antonio Figueroa, el dueño de la nave que comandaba. Ramírez ganó el pleito, rompió relaciones con Figueroa y se compró su propio barco, el Jesús María, al que puso como sobrenombre El Patriota. Se hizo a la mar y, de abril a diciembre de 1822 no estuvo en Costa Rica, ya que se dedicó a comerciar en América del Sur. Durante ese viaje, tuvo la oportunidad de estar presente en Guayaquil, precisamente en los días en que, en esa ciudad, se entrevistaban Simón Bolívar y José de San Martín. Es poco probable que el joven marinero costarricense haya tenido oportunidad de conocer a los libertadores, a quienes, a lo sumo, habrá visto pasar de lejos. Pero es fácil imaginar los artículos que se publicaban o el ambiente que se vivía en las tertulias en aquel lugar y en aquel momento. Regresó a Costa Rica entonces, más liberal y más republicano, cargado de folletos propagandísticos (Catecismos políticos, les decían, porque estaban compuestos en formato de preguntas y respuestas), para compartir con sus amigos.

No sorprende entonces que pese a su mala salud y debilidad física, los liberales lo hayan nombrado comandante de las fuerzas que impedirían la anexión de Costa Rica al Imperio Mexicano. La situación era en verdad tensa. Nunca antes había habido en Costa Rica un conflicto armado entre costarricenses. Se trató de lograr un acuerdo negociado pero, aunque el representante de Cartago, Manuel García Escalante, fue recibido y escuchado en San José, el representante de San José, el padre Juan de los Santos Madriz Linares, fue devuelto apenas llegó a Taras y no se le permitió ingresar a Cartago.

Como era sabido que Gregorio José Ramírez era, no solo creyente, sino muy religioso y devoto, un cura de Cartago le hizo llegar un mensaje que venía ni más ni menos que de la Virgen de los Angeles, que se había manifestado para ordenarle que desistiera de sus planes. Precisamente por ser un hombre religioso, aquella artimaña más bien le resultó ofensiva y condenó severamente que se recurriera a la manipulación de símbolos sagrados. 

Gregorio José Ramírez reunió su tropa con hombres de Alajuelita, El Murciélago (actualmente Tibás), Zapote y Mata Redonda. Los oficiales al mando de los batallones fueron Cayetano de la Cerda y el marino portugués Antonio Pinto Soares, el famoso Tata Pinto.

Los hombres de Cartago, comandados por Joaquín de Oreamuno, Salvador de Oreamuno y Pedro Mayorga, esperaban en Ochomogo. Sobre la batalla, hay un relato detallado escrito por Pedro Pérez Zeledón, pero es un texto más literario que histórico, compuesto setenta y siete años después de los hechos. 

Con gran delicadeza, don Manuel de Jesús Jiménez escribió que "en ambos bandos hubo deserciones", lo cual, traducido a lenguaje coloquial significa que, como era de esperarse, muchos salieron corriendo en cuanto sonaron los primeros tiros. El enfrentamiento fue breve. En el bando de San José hubo diecisiete muertos y treinta y dos heridos, mientras que en el de Cartago fueron cuatro muertos y nueve heridos. Sin embargo, pese al disparejo número de bajas. los josefinos avanzaron y los cartagos retrocedieron.

Cuando Gregorio José Ramírez se disponía a entrar a la vieja metrópoli, los cartagos le enviaron un mensajero proponiendo entablar negociaciones. Su respuesta fue tajante: "No voy a negociar con quienes han perturbado el orden público y han derramado sangre de hermanos. Entreguen las armas o reanudemos la batalla."

Señorones de las prestigiosas y antiguas familias, acabaron presos y, como ya se dijo, hasta se les midieron los grilletes en los tobillos sin llegar a cerrarlos. El 1 de mayo de 1823 se declaró San José como capital de Costa Rica, con un patíbulo recién levantado en su plaza principal.

Los heredianos, que no sabían nada de lo sucedido en Ochomogo se aprestaban a marchar sobre San José, pero en cuanto se enteraron de cómo estaban las cosas, acabaron devolviéndose. 

A pesar de la horca y los grilletes, Gregorio José Ramírez no fue vengativo. Llamó a todos a volver a sus labores habituales dándoles la seguridad de que no tenían nada que temer. Puso las tareas de investigación, resolución y sentencia sobre lo sucedido en manos de los jueces. Fue dictador diez días, durante los cuales procuró que se reuniera un congreso de delegados de los pueblos y una nueva junta de gobierno. En cuanto estuvieron instaladas las autoridades legítimas, se fue para su casa y no volvió a involucrarse más en asuntos políticos. En todo caso, le quedaba poco de vida.

Siete meses después de haberse retirado, dictó su testamento. Llama la atención que, en aquella época en que las mujeres no tenían derechos políticos, en su testamento llama a su madre "La ciudadana Rafaela Castro". Sin poder ya levantarse de la cama, Gregorio José Ramírez agonizaba en una pequeña casa de adobe con pocos muebles y solamente dos cuadros colgados en la pared, uno del Patriarca San José, su Santo Patrono (por Gregorio José) y otro de la Santísima Virgen María. No tenía dinero. El gobierno le debía pagos atrasados por servicios que había brindado con anterioridad (tanto antes como después de la Independencia), pero nunca quiso cobrarlos porque consideraba que el dinero se gana en el comercio privado, pero que el servicio público debe hacerse sin cobrar. Poco antes de morir, empeñó joyas para comprar leña, fósforos, candelas y comida. Tras su muerte se inventariaron sus bienes. Llamó mucho la atención que Gregorio tenía un guardarropa mucho más amplio del que solía ser la norma en aquella época. Disponía de abundantes camisas, zapatos, sombreros, trajes, abrigos y levitas. Sin embargo, pese a ser vanidoso en el vestir, pidió ser enterrado con el hábito de San Francisco de Asís. Fue sepultado en el cementerio de Alajuela, pero a su tumba nunca se le puso lápida por lo que el sitio exacto se desconoce. Su casa fue rematada en 300 pesos y no se sabe de la suerte que corrió su madre al quedar sola, analfabeta, sin ingresos y sin familia.

En Cartago, cuando se supo la notica de la muerte de Gregorio José Ramírez, celebraron el acontecimiento con pólvora, música callejera y bailes.

En 1971, Gregorio José Ramírez fue declarado Benemérito de la Patria. En Alajuela, una plaza, un colegio y una urbanización llevan su nombre. Su figura, sin embargo, sigue siendo poco recordada, pese a lo mucho que da para reflexionar su corta vida de veintisiete años y su aún más corta dictadura de diez días.

INSC: 1878

viernes, 15 de septiembre de 2017

Esteban Lorenzo de Tristán. Fundador de Alajuela y del primer hospital en Costa Rica.

Esteban Lorenzo de Tristán fundador
de Alajuela. Ricardo Blanco Segura.
Museo Histórico Juan Santamaría,
Costa Rica, 1983
Esteban Lorenzo de Tristán y Esmerola, trigésimo cuarto obispo de Nicaragua y Costa Rica, permaneció todo el año de 1782 en Costa Rica, donde fundó dos escuelas y el primer hospital de la provincia, estableció la fiesta de la Virgen de los Angeles, así como la costumbre de la “pasada” y adquirió el terreno para la construcción de la primera ermita en Villa Hermosa, población que después pasaría a llamarse Alajuela.
Nacido en Jaén, Andalucía, España, el 13 de agosto de 1723, era chantre de la catedral de Guadix cuando, el 10 de febrero de 1775, fue nombrado obispo de Nicaragua y Costa Rica. Recibió la consagración episcopal de manos del obispo de Salamanca, en el convento de la Visitación en Madrid, el 14 de enero de 1776 y, con más de cincuenta años de edad, se embarcó para cruzar el Atlántico y tomó posesión de su sede, en León, Nicaragua, el 23 de marzo de 1777.
Apenas llegó, debió dedicarse a poner la casa en orden. Se encontró con situaciones y conductas que debían ser corregidas, especialmente en asuntos relativos a manejos de dinero. Su celo por la recta administración de bienes, así como su inflexible disciplina en materia de costumbres, lo llevó a establecer varios contenciosos judiciales contra quienes estaban malacostumbrados al relajo. Quedó claro, desde el primer momento, que el nuevo obispo era, además de piadoso y culto, severo y de armas tomar.
En 1780, Tristán concluyó la construcción de la imponente catedral de León, Nicaragua, el templo más grande del istmo centroamericano.
Esteban Lorenzo de Tristán.
(Jaen, España, 1723-San Juan de los Lagos, México, 1793)
Fue obispo de Nicaragua, Costa Rica, Durango y Guadalajara.
Tenía cuatro años en el cargo cuando decidió visitar Costa Rica, el más apartado territorio de su diócesis, donde vivían, repartidos en pequeñas poblaciones, unos cincuenta mil habitantes, atendidos por poco más de una docena de sacerdotes. La suya, en 1782, fue la novena visita de un obispo a Costa Rica. La anterior había sido la de Fray Mateo Navia y Bolaños, doce años antes, en 1760.
El 5 de enero de 1782 llegó a Nicoya, donde no fue bien recibido por el corregidor Feliciano Francisco Hagedorn. El cogerridor y el antiguo cura del poblado, José Eusebio Cordero, pese a haber tenido roces al inicio de su relación, acabaron disimulándose uno al otro sus trastadas. El gobernador no aceptó al nuevo sacerdote, Juan José Zeledón, ni permitió que se tocaran las campanas ni hubiera recibimiento especial alguno al obispo Tristán. El prelado no quiso hacer el pleito grande, se limitó a tomar nota de lo que allí ocurría y continuó su camino visitando Las Cañas, Bagaces, Guanacaste (hoy Liberia) y Esparza. Cuando llegó a Cartago, a principios de marzo, denunció a Hagedorn ante la Audiencia y el corregidor fue procesado en Guatemala, donde tuvo que pagar una multa de quinientos pesos.
José María de Peralta y la Vega.
(1763-1836). Fundador de la
familia Peralta en Costa Rica.
Español nacido en Jaen, Andalucía.
Llegó al país como miembro de la
comitiva de su paisano, el obispo
Esteban Lorenzo de Tristán.
Don Esteban Lorenzo de Tristán llegó a Costa Rica acompañado por una pequeña comitiva de cuatro paisanos andaluces, nacidos, al igual que él, en Jaén, España. Eran tres sacerdotes y un joven soltero, don José María Peralta de la Vega, nacido el 28 de setiembre de 1763, a quien por lo visto le gustó tanto Costa Rica que decidió quedarse a vivir en Cartago. Don José María es el fundador de la familia Peralta en Costa Rica, fue alcalde y regidor de Cartago y, tras la independencia, fue Presidente de la primera Junta Gubernativa, ministro de don Juan Mora Fernández y diputado constituyente en 1823 y 1825.
El 14 de agosto de 1782, Tristán ratificó el patronato de la Virgen de los Angeles, declaró obligatorio guardar el 2 de agosto y estableció la práctica de la pasada, que aún se conserva. Por la fiesta de la Negrita, los alrededores del santuario se llenaban de chinamos, ventas de comida y juegos. A Tristán le pareció inadecuado que la imagen permaneciera en un sitio tan ruidoso y, en vez de mover las fiestas a otra parte, decidió que la imagen permaneciera un mes en el templo parroquial. Durante ese mes, además, prohibió que el Santísimo fuera expuesto.
Un año antes de la visita de Tristán, los sacerdotes Fernando Arleguí y José Antonio de Bonilla habían intentado fundar una escuela en Cartago, pero su iniciativa no recibió ninguna ayuda por parte del ayuntamiento. Existía en ese tiempo una cofradía, adscrita a la Iglesia, que contaba con una casa que se había convertido en un centro social. Allí, diz que para recolectar fondos, se tocaba música, se bailaba, se bebía licor y se apostaba en juegos de azar. El severo obispo Tristán no tuvo que pensarlo mucho para tomar la decisión de desalojar el jolgorio y establecer, en esa casa, la escuela. Su intención era que, en un futuro, además de las primeras letras, se enseñara latín y filosofía, pero su sueño, lamentablemente, no pudo concretarse.
Tampoco tuvo mucha suerte con la fundación del primer hospital en Costa Rica, que Tristán decidió instalar en el espacioso convento de la Soledad, en Cartago. Como nunca había habido uno, el gobernador, los regidores, los curas y hasta los mismos vecinos, creían que un hospital no era necesario. A pesar de la resistencia, Tristán hizo que un pequeño grupo de hermanos de San Juan de Dios se establecieran en Costa Rica para hacerse cargo de la institución. Pese a la resistencia, Tristán se mantuvo firme en el empeño y, de vuelta en Nicaragua, depositó grandes sumas de dinero en favor del Hospital San Juan de Dios de Cartago que, precisamente por el desorden mismo que él pretendía corregir, nunca llegaron a su destino. El gobernador José Vásquez Tellez, propuso cerrar el hospital regentado por religiosos y, en su lugar, traer un médico que atendiera a los vecinos. Trajo entonces al italiano Stefano Curti, a quien había conocido en Madrid. Los hermanos de San Juan de Dios protestaron. Ellos tenían documentos que los certificaban como médicos y súbditos españoles, mientras que sobre Curti, que había ingresado con el nombre falso de Juan Aguilar, no se sabía nada. Curti, hay que decirlo, resultó ser un excelente médico. Sus curaciones eran tan asombrosas que fue acusado ante el Santo Oficio por hechicería.
Don Luis Méndez, vecino de Cartago, dejó en su testamento una partida de mil ochocientos pesos para el hospital, pero el albacea se negó a entregarla. En su lugar, solamente le dio al hospital las sábanas y las colchas viejas que habían pertenecido a Méndez. Cansados de enfrentarse a un ambiente tan hostil, los hermanos decidieron retirarse de Costa Rica. El primer Hospital San Juan de Dios, fundado por el obispo Tristán, funcionó en Cartago apenas doce años, de 1782 a 1794.
La Villa de San José, en tiempos de la visita de Tristán, ya había recibido nuevos vecinos, procedentes de Cartago, Heredia y Aserrí, quienes se dedicaban al cultivo de maíz, frijoles y trigo, así como a la crianza de ganado. El pueblo, que empezaba a crecer, tenía como cura al padre Manuel Antonio Chapuí de Torres.
El 18 de setiembre de 1782, don Juan Manuel del Corral, cura de Heredia, donde Tristán fundó una escuela, le solicitó al obispo que estableciera un pequeño oratorio para los vecinos de La Lajuela, Ciruelas, Targuases, Puás y Río Grande, que eran los cinco barrios más alejados de su parroquia. Tristán visitó la zona, habitada por doscientas sesenta y ocho personas y, con su propio dinero, compró el lote para instalar el templo. A Juan Antonio Núñez y a Isidro Cortés les pagó diceséis pesos a cada uno por media caballería de terreno. Núñez dio como limosna el solar para la plaza frente al templo. A Manuel Ruiz le pagó treinta pesos por la casa en que se instaló el oratorio. El 12 de octubre, fiesta de la Virgen del Pilar, Tristán bendijo el recinto y celebró la primera misa en Alajuela.
Tristán se aventuró más al norte e intentó ingresar al territorio de los Guatusos, en Río Frío, con la intención de poder cruzar hasta el lago de Nicaragua y visitar la isla de Ometepe, pero los indígenas lo recibieron de manera hostil y debió abortar el plan.
En diciembre de 1782, aún Tristán se encontraba en Cartago, pero en enero de 1783 ya estaba de vuelta de en su sede de León Nicaragua. Poco después, en setiembre de ese mismo año, Tristán fue nombrado obispo de Durango, México, donde permaneció casi una década. El 19 de abril de 1793, el Papa Pío VI lo nombró obispo de Guadalajara pero Tristán murió, en San Juan de los Lagos, el 10 de diciembre de ese mismo año, mientras iba en camino a su nueva diócesis.
Ricardo Blanco Segura.
(1932-2011)
Historiador.
En 1983, el Museo Histórico Juan Santamaría publicó el libro Esteban Lorenzo de Tristán, fundador de Alajuela, del historiador Ricardo Blanco Segura, en el que, además de una amena semblanza biográfica, se reproduce, en edición facsimilar, el acta de la fundación del oratorio de Alajuela y se incluyen importantes datos sobre la historia eclesiástica de Costa Rica, recopilados por Monseñor VíctorManuel Sanabria Martínez.
El padre Juan Manuel López del Corral, cura de Heredia, fue el encargado de levantar el templo de Alajuela, que fue bendecido el 12 de octubre de 1790. Ese mismo año, se inaguró el cementerio de Alajuela, la comunidad fue declarada parroquia y se comenzaron a registrar los bautizos, matrimonios y funerales en sus libros propios. El padre López del Corral fue el primer párroco.
Aunque la fundación oficial de la parroquia de Alajuela tuvo lugar el 12 de octubre de 1790, los alajuelenses la ubican ocho años antes, el 12 de octubre de 1782, día en que el obispo Tristán bendijo el oratorio y celebró la primera misa en el lugar. Fue a propósito del bicentenario, en 1982, que se publicó el libro sobre Esteban Lorenzo de Tristán, un personaje interesante y ciertamente poco recordado que, aunque estuvo en Costa Rica solamente un año, se preocupó por la educación, la salud y el bienestar material y espiritual de los habitantes de esta tierra.
INSC: 2422
Catedral de León Nicaragua. El templo más grandel del istmo centroamericano.
La construcción del edificio finalizó en 1780, durante el episcopado de Esteban
Lorenzo de Tristán. Sin embargo, los trabajos no se dieron por concluidos hasta
1814. La Catedral fue consagrada en 1860.

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