Esteban Lorenzo de Tristán fundador de Alajuela. Ricardo Blanco Segura. Museo Histórico Juan Santamaría, Costa Rica, 1983 |
Nacido en Jaén, Andalucía, España,
el 13 de agosto de 1723, era chantre de la catedral de Guadix cuando,
el 10 de febrero de 1775, fue nombrado obispo de Nicaragua y Costa
Rica. Recibió la consagración episcopal de manos del obispo de
Salamanca, en el convento de la Visitación en Madrid, el 14 de enero
de 1776 y, con más de cincuenta años de edad, se embarcó para
cruzar el Atlántico y tomó posesión de su sede, en León,
Nicaragua, el 23 de marzo de 1777.
Apenas llegó, debió dedicarse a poner
la casa en orden. Se encontró con situaciones y conductas que debían
ser corregidas, especialmente en asuntos relativos a manejos de
dinero. Su celo por la recta administración de bienes, así como su
inflexible disciplina en materia de costumbres, lo llevó a
establecer varios contenciosos judiciales contra quienes estaban
malacostumbrados al relajo. Quedó claro, desde el primer momento,
que el nuevo obispo era, además de piadoso y culto, severo y de
armas tomar.
En 1780, Tristán concluyó la
construcción de la imponente catedral de León, Nicaragua, el templo
más grande del istmo centroamericano.
Esteban Lorenzo de Tristán. (Jaen, España, 1723-San Juan de los Lagos, México, 1793) Fue obispo de Nicaragua, Costa Rica, Durango y Guadalajara. |
Tenía cuatro años en el cargo cuando
decidió visitar Costa Rica, el más apartado territorio de su
diócesis, donde vivían, repartidos en pequeñas poblaciones, unos
cincuenta mil habitantes, atendidos por poco más de una docena de
sacerdotes. La suya, en 1782, fue la novena visita de un obispo a
Costa Rica. La anterior había sido la de Fray Mateo Navia y Bolaños,
doce años antes, en 1760.
El 5 de enero de 1782 llegó a Nicoya,
donde no fue bien recibido por el corregidor Feliciano Francisco
Hagedorn. El cogerridor y el antiguo cura del poblado, José Eusebio
Cordero, pese a haber tenido roces al inicio de su relación,
acabaron disimulándose uno al otro sus trastadas. El gobernador no
aceptó al nuevo sacerdote, Juan José Zeledón, ni permitió que se
tocaran las campanas ni hubiera recibimiento especial alguno al
obispo Tristán. El prelado no quiso hacer el pleito grande, se
limitó a tomar nota de lo que allí ocurría y continuó su camino
visitando Las Cañas, Bagaces, Guanacaste (hoy Liberia) y Esparza.
Cuando llegó a Cartago, a principios de marzo, denunció a Hagedorn
ante la Audiencia y el corregidor fue procesado en Guatemala, donde
tuvo que pagar una multa de quinientos pesos.
El 14 de agosto de 1782, Tristán
ratificó el patronato de la Virgen de los Angeles, declaró
obligatorio guardar el 2 de agosto y estableció la práctica de la
pasada, que aún se conserva. Por la fiesta de la Negrita, los
alrededores del santuario se llenaban de chinamos, ventas de comida y
juegos. A Tristán le pareció inadecuado que la imagen permaneciera
en un sitio tan ruidoso y, en vez de mover las fiestas a otra parte,
decidió que la imagen permaneciera un mes en el templo parroquial.
Durante ese mes, además, prohibió que el Santísimo fuera expuesto.
Un año antes de la visita de Tristán,
los sacerdotes Fernando Arleguí y José Antonio de Bonilla habían
intentado fundar una escuela en Cartago, pero su iniciativa no
recibió ninguna ayuda por parte del ayuntamiento. Existía en ese
tiempo una cofradía, adscrita a la Iglesia, que contaba con una casa
que se había convertido en un centro social. Allí, diz que para
recolectar fondos, se tocaba música, se bailaba, se bebía licor y
se apostaba en juegos de azar. El severo obispo Tristán no tuvo que
pensarlo mucho para tomar la decisión de desalojar el jolgorio y
establecer, en esa casa, la escuela. Su intención era que, en un
futuro, además de las primeras letras, se enseñara latín y
filosofía, pero su sueño, lamentablemente, no pudo concretarse.
Tampoco tuvo mucha suerte con la
fundación del primer hospital en Costa Rica, que Tristán decidió
instalar en el espacioso convento de la Soledad, en Cartago. Como
nunca había habido uno, el gobernador, los regidores, los curas y
hasta los mismos vecinos, creían que un hospital no era necesario. A
pesar de la resistencia, Tristán hizo que un pequeño grupo de
hermanos de San Juan de Dios se establecieran en Costa Rica para
hacerse cargo de la institución. Pese a la resistencia, Tristán se
mantuvo firme en el empeño y, de vuelta en Nicaragua, depositó
grandes sumas de dinero en favor del Hospital San Juan de Dios de
Cartago que, precisamente por el desorden mismo que él pretendía
corregir, nunca llegaron a su destino. El gobernador José Vásquez
Tellez, propuso cerrar el hospital regentado por religiosos y, en su
lugar, traer un médico que atendiera a los vecinos. Trajo entonces
al italiano Stefano Curti, a quien había conocido en Madrid. Los
hermanos de San Juan de Dios protestaron. Ellos tenían documentos
que los certificaban como médicos y súbditos españoles, mientras
que sobre Curti, que había ingresado con el nombre falso de Juan
Aguilar, no se sabía nada. Curti, hay que decirlo, resultó ser un
excelente médico. Sus curaciones eran tan asombrosas que fue acusado
ante el Santo Oficio por hechicería.
Don Luis Méndez, vecino de Cartago,
dejó en su testamento una partida de mil ochocientos pesos para el
hospital, pero el albacea se negó a entregarla. En su lugar,
solamente le dio al hospital las sábanas y las colchas viejas que
habían pertenecido a Méndez. Cansados de enfrentarse a un ambiente
tan hostil, los hermanos decidieron retirarse de Costa Rica. El
primer Hospital San Juan de Dios, fundado por el obispo
Tristán, funcionó en Cartago apenas doce años, de 1782 a 1794.
La Villa de San José, en tiempos de la
visita de Tristán, ya había recibido nuevos vecinos, procedentes de
Cartago, Heredia y Aserrí, quienes se dedicaban al cultivo de maíz,
frijoles y trigo, así como a la crianza de ganado. El pueblo, que
empezaba a crecer, tenía como cura al padre Manuel Antonio Chapuí
de Torres.
El 18 de setiembre de 1782, don Juan
Manuel del Corral, cura de Heredia, donde Tristán fundó una escuela, le solicitó al obispo que estableciera un pequeño oratorio para los vecinos de La Lajuela,
Ciruelas, Targuases, Puás y Río Grande, que eran los cinco barrios
más alejados de su parroquia. Tristán visitó la zona, habitada por
doscientas sesenta y ocho personas y, con su propio dinero, compró
el lote para instalar el templo. A Juan Antonio Núñez y a Isidro
Cortés les pagó diceséis pesos a cada uno por media caballería de
terreno. Núñez dio como limosna el solar para la plaza frente al
templo. A Manuel Ruiz le pagó treinta pesos por la casa en que se
instaló el oratorio. El 12 de octubre, fiesta de la Virgen del
Pilar, Tristán bendijo el recinto y celebró la primera misa en
Alajuela.
Tristán se aventuró más al norte e
intentó ingresar al territorio de los Guatusos, en Río Frío, con
la intención de poder cruzar hasta el lago de Nicaragua y visitar la
isla de Ometepe, pero los indígenas lo recibieron de manera hostil y
debió abortar el plan.
En diciembre de 1782, aún Tristán se
encontraba en Cartago, pero en enero de 1783 ya estaba de vuelta de
en su sede de León Nicaragua. Poco después, en setiembre de ese
mismo año, Tristán fue nombrado obispo de Durango, México, donde
permaneció casi una década. El 19 de abril de 1793, el Papa Pío VI
lo nombró obispo de Guadalajara pero Tristán murió, en San Juan de
los Lagos, el 10 de diciembre de ese mismo año, mientras iba en
camino a su nueva diócesis.
Ricardo Blanco Segura. (1932-2011) Historiador. |
El padre Juan Manuel López del Corral,
cura de Heredia, fue el encargado de levantar el templo de Alajuela,
que fue bendecido el 12 de octubre de 1790. Ese mismo año, se
inaguró el cementerio de Alajuela, la comunidad fue declarada
parroquia y se comenzaron a registrar los bautizos, matrimonios y
funerales en sus libros propios. El padre López del Corral fue el
primer párroco.
Aunque la fundación oficial de la
parroquia de Alajuela tuvo lugar el 12 de octubre de 1790, los
alajuelenses la ubican ocho años antes, el 12 de octubre de 1782,
día en que el obispo Tristán bendijo el oratorio y celebró la
primera misa en el lugar. Fue a propósito del bicentenario, en 1982,
que se publicó el libro sobre Esteban Lorenzo de Tristán, un
personaje interesante y ciertamente poco recordado que, aunque estuvo
en Costa Rica solamente un año, se preocupó por la educación, la
salud y el bienestar material y espiritual de los habitantes de esta
tierra.
INSC: 2422
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