El otro Calderón Guardia. Guillermo Villegas Hoffmeister. Casa Gráfica, Costa Rica, 1985. |
Yvonne Clays nació en Bélgica en 1906 y allí conoció al joven médico costarricense con quien se casó. Su padre, según confiesa ella misma, no estaba de acuerdo con el enlace. No le simpatizaba el novio y tampoco le agradaba la idea de que su hija se fuera a vivir al otro lado del mundo. "Vuelva divorciada" fue su consejo al despedirla. El matrimonio duró diecisiete años y acabó en divorcio, pero nunca volvió a ver a su padre, que había muerto durante su ausencia y, aunque regresó a Bélgica y vivió una temporada en los Estados Unidos, doña Yvonne decidió establecerse en Costa Rica, donde murió, a los ochenta y ocho años, en 1994.
El Dr. Calderón Guardia, su marido, apenas regresó de Europa, además de trabajar como médico y cirujano, se involucró en política. Fue munícipe, diputado, presidente del Congreso y, sin haber cumplido aún los cuarenta años, fue electo Presidente de la República. Su gobierno, ciertamente rico en logros, fue bastante controversial, al punto que más de medio siglo después el debate sobre su gestión continúa abierto. Quien estudie serena y desapasionadamente la historia de los años cuarenta en Costa Rica, acabará, casi inevitablemente, con una impresión bastante ambigua del Dr. Calderón Guardia. Por un lado, reabrió la Universidad, estableció el Seguro Social, promulgó el Código de Trabajo y desarrolló iniciativas para mejorar la condición de vida de los trabajadores. Por otro lado, su gobierno se caracterizó también por ser corrupto y represivo. Cuando terminó su periodo presidencial, la mitad de Costa Rica lo amaba como a un héroe, mientras que la otra mitad lo odiaba como a un tirano. Los libros y artículos que se han escrito sobre el Dr. Calderón Guardia no tienen término medio: lo elogian o lo denigran. Es un personaje al que se pinta en blanco inmaculado o negro intenso. Su figura, su personalidad y su gestión son, sin lugar a dudas y como ya se dijo, bastante ambiguas. Fue sumiso y obediente a los Estados Unidos, realizó una alianza con el Partido Comunista, se declaraba abanderado de la Doctrina Social de la Iglesia, obtuvo el apoyo del arzobispo Monseñor Sanabria y mantuvo una cercana amistad con el dictador Anastasio Somoza.
Pero volvamos con doña Yvonne. En aquellos años la esposa del presidente no tenía ningún tipo de protagonismo. De hecho, ni los periódicos de la época ni los estudios históricos posteriores la mencionan. Sin embargo, gracias a su dominio del idioma inglés, doña Yvonne hizo de traductora en la entrevista que sostuvo su marido en Washington, con el presidente Franklin Delano Roosevelt. La desenvoltura, la simpatía y el buen inglés de doña Yvonne la llevó a establecer una relación cercana, podría decirse que amistosa, con la primera dama Eleanor Roosevelt y con el Secretario de Estado Summer Wells. Entre 1940 y 1944, los años de gobierno de su marido, doña Yvonne debió viajar a los Estados Unidos en repetidas ocasiones para gestionar asuntos de diversa índole con el gobierno americano y, por ello, el Ministerio de Relaciones Exteriores considera a doña Yvonne la primera mujer en haber laborado para la diplomacia costarricense. Se dice que fue ella quien logró el establecimiento, en 1943, del Instituto Interamericano de Ciencias Agrícolas con sede en Turrialba. Además, la fundación de la Orquesta Sinfónica Nacional, en 1940, fue una iniciativa personal de doña Yvonne que, al principio, no fue gozó de apoyo oficial.
A los pocos días de que su marido se juramentara como Presidente, los nazis invadieron Bélgica. En diciembre de 1941, tras el ataque japonés a Pearl Harbor, Costa Rica le declaró la guerra al eje. La guerra, naturalmente, afectó el comercio exterior de los productos nacionales, así como el abastecimiento de bienes importados. Hasta para ella, Primera Dama de la República, era difícil conseguir llantas o gasolina para su vehículo en aquellos días. Como los Estados Unidos se habían aliado con la Unión Soviética contra el fascismo, en Costa Rica funcionó un comité antifascista en el que figuraban Manuel Mora Valverde, fundador del Partido Comunista, y Arthur Bliss Lane, Embajador de los Estados Unidos.
La política interna no iba muy bien. En medio de la escasez ocasionada por la guerra, en vez de austeridad y manejo racional de recursos, en las personas cercanas al gobierno se desató una corrupción desmedida y descarada. Alfredo Volio Mata, el Ministro de Fomento, encargado de las obras públicas, renunció a su cargo al verse incapaz de detener el saqueo. Las reformas sociales impulsadas por el gobierno, que en el largo plazo dieron excelentes resultados, no fueron bien recibidas en su momento. Por la paranoia de la guerra, se intervinieron las propiedades de ciudadanos costarricenses de origen alemán, muchas de las cuales fueron a dar, por esas vueltas de la vida, a manos de personas cercanas al gobierno. También por la guerra se restringieron las garantías individuales, entre ellas la libertad de reunión y de expresión. José Figueres fue arrestado mientras hablaba en la radio y fue expulsado del país. Las simpatías pronazis del presidente anterior, León Cortés Castro, quien pretendía retomar el poder, hicieron de la campaña electoral de 1944 una confrontación violenta en la que hasta hubo muertos. León Cortés, en todo caso, perdió las elecciones. Se dice que hubo fraude pero, definitivamente, durante la II Guerra Mundial no podía haber un presidente pronazi en ninguna república del continente americano, por más pequeña y remota que fuera.
Tanto el gobierno como el matrimonio del Dr. Calderón Guardia terminaron en 1944. Doña Yvonne no podía regresar a Bélgica debido a la guerra. El divorcio no fue muy amistoso y de la herencia paterna quedó poco menos que nada. Tras la guerra civil de 1948, las propiedades de doña Yvonne (dos casas y un automóvil) fueron intervenidas. Aunque eventualmente logró recuperar sus bienes, casi de inmediato debió venderlos, irónicamente para pagar los impuestos acumulados. Vinieron entonces años muy difíciles, hasta que en el gobierno de Daniel Oduber, cuando ya doña Yvonne era una señora mayor, el Estado costarricense le otorgó una modesta pensión.
No tuvo hijos, no volvió a casarse, perdió contacto con sus parientes en Bélgica y no hacía vida social. La jovencita de treinta y cuatro años que fue recibida en la Casa Blanca por el presidente Roosevelt, envejecía sola y su nombre fue pasando al olvido. Muy pocos la recordaban y solo un puñado de amigos cercanos sabía que continuaba viviendo en Costa Rica.
En 1985, con el título de El otro Calderón Guardia apareció un libro que recoge una larga conversación que sostuvo la otrora primera dama con el investigador Guillermo Villegas Hoffmeister. La entrevista prometía ser atractiva, especialmente por el hecho de que Villegas no era calderonista sino un excombatiente del bando contrario. Sin embargo, el libro no es más que una charla casual en que se salta de un tema al otro sin profundizar en ninguno.
Una buena entrevista debe ser más que una conversación transcrita. Hay entrevistas de una página que son ricas en revelaciones y perspectivas. También hay, como en este caso, entrevistas de cien páginas que no hacen más que andarse por las ramas sin ton ni son. Tal vez peco de metódico pero, en mi opinión, por más sabroso, fluido y atractivo que sea el estilo coloquial, en una entrevista los temas deben plantearse con cierta estructura para llegar a un objetivo. Doña Yvonne le menciona a Villegas el encuentro con Roosevelt, sus viajes de misión a Washington ante el Departamento de Estado, así como la visión que tenía su marido de la corrupción en su gobierno, la oposición, Figueres, los "glostoras" del Centro de Estudio Para los Problemas Nacionales y su alianza con los comunistas. Cada uno de estos temas, de haberse ahondado un poco, habrían hecho de la entrevista un verdadero documento testimonial. Pero Villegas los dejó pasar por alto.
Tímidamente, Villegas, cuyo segundo apellido es Hoffmeister, le toca el tema de la intervención de las propiedades de ciudadanos de origen alemán, pero ni en este punto hizo que la señora fuera más allá de una simple mención. En una entrevista, tan importante es la pregunta como la repregunta. Un buen entrevistador se acerca al entrevistado con un propósito definido que, definitivamente, debe ser algo más que disfrutar de un rato de charla amena. Recuerdo una vez que, en una entrevista por televisión, el poeta Alfredo Cardona Peña, en unos instantes en que hubo un silencio incómodo, le dijo al entrevistador: "¡Seguí! ¡Poneme banderillas!" Siguiendo con la alegoría taurina, Villegas no hizo una buena faena, no puso banderillas, ni la picó, ni logró sacarle verónicas y la entrevista, finalmente, terminó sin estocada ni puntillazo.
Me explico. No se trata de ser irrespetuoso ni agresivo. Tampoco de exigirle explicaciones a quien no corresponde darlas. Pero Yvonne Clays Spoelders vivió de cerca, como testigo de primera línea, momentos históricos de gran importancia y su testimonio personal, en este libro, no fue recopilado adecuadamente.
Un último botón de muestra. En el libro aparece una fotografía del Dr. Calderón Guardia y doña Yvonne junto a Anastasio Somoza y su esposa, Salvadorita Debayle. En 1943, el Dr. Calderón Guardia y su esposa fueron los padrinos de bodas de Lilliam Somoza Debayle, la hija de Tacho, pero en el libro no se menciona ni una palabra de cómo surgió la amistad entre los dos gobernantes. Cuando Villegas le pregunta a doña Yvonne sobre la visita del Vicepresidente de los Estados Unidos Henry Wallace, ella solo menciona un par de palabras sobre la cena que se le ofreció.
La señora, educada y chapada a la antigua, es muy discreta. A veces da la impresión de que lo reduce todo a una dinámica de simpatías y antipatías. Cuando Villegas le pide que hable de León Cortés, ella solamente recuerda que se llevaba bien con doña Julia, su esposa.
Si uno se pone a leer entre líneas, un par de cosas quedan bastante claras. En primer lugar salta a la vista que, pese al fracaso de su matrimonio, ella guarda un gran respeto por la figura y la obra del Dr. Calderón Guardia. En segundo lugar, es evidente que ella estaba al margen de muchas cosas durante la administración de su marido. Las anécdotas que cuenta revelan que su relación con el Doctor, mientras fue presidente, eran distantes y frías. Menciona que tanto el líder comunista Manuel Mora, como el Arzobispo Sanabria, que eran personas muy cercanas a su marido, a ella apenas la saludaban por compromiso y nunca mantuvo con ninguno de ellos una conversación de más de un par de minutos.
El otro Calderón Guardia, aunque tiene sus flaquezas como documento, tiene un gran mérito como esfuerzo. La historia tiene muchas versiones y es de sabios mirar el otro lado de la moneda. Que un combatiente figuerista haya buscado a la esposa del líder contra el cual él empuñó las armas treinta años atrás, es una muestra de madurez, altura moral y buena voluntad. Que la señora lo haya recibido, también.
El prólogo y el diseño de la portada es de Óscar Bákit, un calderonista que militó en las filas contrarias a las de Villegas. No deja de ser simbólico que en la portada aparezcan dos balanzas en blanco y negro. Poco a poco, los resentimientos de la guerra civil de 1948 van quedando atrás. Quienes vivieron los hechos, en todo caso, ya son pocos. Doña Yvonne, Villegas y Bákit ya murieron. Serán las nuevas generaciones quienes, con ánimo sereno y sin emociones intensas, lograrán encontrar matices donde solamente ha habido blanco y negro. Los libros que en los últimos años se han venido publicando sobre la convulsa década de los cuarenta, ya no pretenden ni elogiar ni denigrar a los protagonistas, sino que tratan de comprender y explicar los hechos.
INSC: 0346
Excelente, gracias por el articulo, como me gustaría leer el libro completo, saludos
ResponderBorrarFantástico. Como podría conseguir el libro.
ResponderBorrar