lunes, 12 de enero de 2015

Margaret Thatcher: los años de la Dama de Hierro en Downing Street.

Los años de Downing Street.
Margaret Thatcher. Aguilar.
España, 2012.
El 28 marzo de 1979, cuando estuvo claro que los resultados de las elecciones generales habían sido ganadas por el partido Conservador, Margaret Thatcher se ubicó junto al teléfono. Aunque muchos deseaban felicitarla, nadie la llamaba para que la línea estuviera libre. Cuando sonó el aparato ella misma levantó el auricular. La llamaban del Palacio de Buckingham: la Reina quería verla cuanto antes. Asistió a la cita y la Reina le entregó los sellos del despacho del Primer Ministro que, poco antes, en una audiencia previa, le había devuelto James Callagham. La reunión fue breve y sin ninguna ceremonia, pero Thatcher notó algo distinto al abandonar el lugar. A la entrada, los guardias de palacio solamente la miraron pasar. A la salida, la saludaban en posición de firmes con la mano derecha en la viscera del quepis.  Ella ya era Primer Ministra y lo sería por los siguientes once años. Su gobierno, tanto en su momento como ahora, tantos años después, continúa generando polémica. Ella, junto con el presidente Ronald Reagan, serían los abanderados de lo que se llamó, algo paradójicamente, la "revolución conservadora", que redujo la acción del Estado, liberalizó la actividad económica y mantuvo una línea dura con las potencias comunistas que, al final, vieron caer. Margaret Thatcher fue, sin lugar a dudas, un personaje fundamental de la historia de finales del Siglo XX y, afortunadamente, dejó para la posteridad un libro de memorias bastante voluminoso que, muy a su estilo, no tiene una palabra de sobra. Margaret Thatcher no era aficionada a la retórica ni a las divagaciones. Tenía sus ideas y sus posiciones y sabía exponerlas en una sola línea. El libro es extenso porque extenso fue gobierno y el recuento es minucioso. Prácticamente no hay tema al que no se refiera. Eso sí, como bien lo indica el título, Los años de Downing Street, no se trata de una autobiografía personal, sino de un recuento de la década que gobernó el Reino Unido. Empieza el día de las elecciones de 1979 y termina cuando fue sucedida por John Major en 1990.
Tres años antes de asumir el gobierno, Thatcher pronunció un discurso muy severo sobre la Unión Soviética. El capitán Yuri Gavrilov, lo comentó el 19 de enero de 1976 en el periódico Estrella Roja, que era el medio oficial de comunicación del ejército soviético. En su artículo, Gavrilov se refirió a Thatcher como "La dama de hierro". La expresión pretendía ser una burla, pero acabó convirtiéndose en uno de los apodos mejor puestos de la historia. En su libro de memorias, salta a la vista que la Thatcher es una dama: su prosa es elegante y tanto la exposición de sus ideas como el repaso de acontecimientos se plantean sin aspavientos. Por otro lado, el mismo libro demuestra que la señora en verdad parecía hecha de hierro. Es firme y tajante en sus convicciones. No tuvo nunca miedo de decir lo que pensaba y no cedía ante sus adversarios. En el libro, nunca se hace la chistosa, nunca ironiza, nunca ofende. Se refiere con respeto tanto a sus colaboradores como a sus adversarios, que tuvo muchos. Debió enfrentarse a la oposición, a los sindicatos, a la Unión Europea, a la prensa local e internacional y hasta a su propio partido. Tuvo desavenencias incluso en su propio gabinete. Sus drásticos cambios en política económica asustaron no solo a los trabajadores y pequeños empresarios, sino también a los grandes empresarios, porque no todos los capitalistas confiaban tanto como ella en el capitalismo.
12 de octubre de 1984. Todo el Gabinete y los
miembros del partido Conservador estaban
hospedados en el Grand Hotel de Brighton cuando
explotó la bomba que pretendía matar a Thatcher.
Cuenta que en su oficina en Downing Street, contaba con un cerca de un centenar de colaboradores para atender los diversos asuntos que debía despachar. Asuntos que iban desde grandes temas de política internacional hasta las muy domésticas necesidades del distrito de Finchey, por el que era diputada en la Cámara de los Comunes. Ella se involucraba en todo: administración, educación, salud, familia, banca, agricultura, industria. Como en Inglaterra el Ministerio de Hacienda, el del Interior, el de Justicia y el de Exteriores son muy autónomos, no siempre las relaciones de esos despachos fueron buenas con Downing Street. A nivel internacional, Thatcher defendía una Europa libre y no una Europa uniforme y, por ello, tuvo serios desacuerdos con Francois Mitterand y Helmut Kohl. Sin embargo, como ya dije, Thatcher es comedida en sus expresiones, deja constancia de las diferencias que tuvo con otros líderes pero, como genuina liberal, tiene la madurez y la elegancia de no considerar un enemigo a quien no piensa como ella. Al referirse a la Guerra de las Malvinas no expresa palabras duras hacia Leopoldo Galtieri o hacia Argentina. 
En el libro no da rienda suelta a ninguna emoción. Ni siquiera al referirse al atentado del 12 de octubre de 1984, en que una bomba en el Grand Hotel de Brighton (colocada en la habitación que supuestamente iba a ocupar ella) destrozó la fachada del edificio y dejó cinco muertos y treinta personas heridas de gravedad. Al recordar el hecho (ella ya estaba acostada cuando las ventanas y las puertas de su habitación salieron volando), escribe: "Sabía que no podía permitir que me dominaran mis emociones". Recuerda que, afortunadamente, tras la explosión no se interrumpió la energía eléctrica en el edificio pero confiesa que, a partir de esa noche, tuvo siempre una linterna en su mesa de noche, por si acaso. Ante la caída del comunismo en los países del este de Europa, menciona otra frase similar: "No debía permitirme que me cegara el entusiasmo."
Margaret Thatcher. 1925-2013
Esta dulce y joven muchachita acabaría
siendo conocida como la Dama de Hierro.
Tal parece que el collar de perlas era parte
del personaje desde su juventud.
Totalmente ayuno de reacciones emocionales, el libro tampoco es muy generoso en el plano anecdótico. En muy raras ocasiones se permite compartir intimidades, pero las que menciona son en verdad llamativas. Aunque en Downing Street, como ya mencioné, tenía cerca de un centenar de colaboradores, no tenía cocinera. Ella misma preparaba los alimentos que consumía con su Dennis, su marido. En muchas ocasiones, cuando los asuntos del gobierno eran intensos, las tres comidas del día consistieron en té, pan tostado, queso y huevos revueltos. Afortunadamente, confiesa la Thatcher, al poco tiempo de iniciar su mandato apareció el horno de microondas, gracias al cual pudieron disfrutar de alimentos más variados. En una ocasión, el presidente de Francia Valery Giscard D`Estaing, la visitó y le manifestó que le parecía irónico que lo recibiera en un salón decorado con enormes retratos de Nelson y Wellington. La Thatcher le contestó: "Tan irónico como cuando yo voy a Francia y debo ver retratos de Napoleón", pero luego agregó: "Aunque ahora que lo pienso, no es lo mismo: Napoleón perdió." Durante los once años que estuvo en el cargo tuvo una reunión semanal con la Reina todos los martes y, además, coincidía con ella en múltiples actividades. En su libro, la Thatcher escribe estas nueve palabras: "Todas las audiencias con la Reina son estrictamente confidenciales." Y eso es todo lo que dice sobre ella. Thatcher confiesa que el mayor lujo que pudo permitirse mientras fue Primera Ministra, fue dormir. Con mucha frecuencia tuvo que atender llamadas urgentes a altas horas de la noche y hubo ocasiones en que, tras salir de una cena formal, llegaba con el traje de noche puesto a terminar de redactar documentos con su equipo de trabajo que, reconoce, descansaba menos que ella.
Ella misma, en sus años como Primera Ministra, preparaba
sus alimentos. El horno de microondas fue una gran
ayuda cuando no disponía de mucho tiempo.
Un capítulo verdaderamente interesante es el que se refiere a las once semanas de la Guerra de las Malvinas en la primavera de 1982. Aunque aclara que, por motivos de seguridad, algunos detalles deberán permanecer en secreto durante bastante tiempo, al referirse al conflicto hace un recuento detallado y minucioso. El capítulo es revelador. Para empezar, menciona que los servicios de inteligencia fallaron. El gobierno británico se enteró del plan argentino de ocupar las islas apenas unas horas antes cuando nada podían hacer para evitarlo. Thatcher se puso en contacto con el Departamento de Estado americano para reclamarle que no le hubieran avisado y quedó estupefacta al escuchar: "Ustedes saben más que nosotros". Tal parece que el espionaje y los servicios de inteligencia no son tan eficientes, en la vida real, como son en las películas o teorías conspirativas. De hecho, Thatcher cuenta que, al referirse a las Malvinas, el presidente Ronald Reagan decía una cosa, el Secretario de Estado americano Alexander Haig decía otra y Jane Kirkpatric, la embajadora de Estados Unidos en las Naciones Unidas, otra totalmente diferente. Como ocurre siempre, aparecieron los profetas que vaticinan los acontecimientos cuando ya han ocurrido. Argentina ocupó las islas Malvinas después de 149 años de dominio británico. Algunos mencionaron que el desembarco se debió a que no querían que se cumpliera el aniversario 150 y culparon al gobierno británico por no preverlo. Un dato interesante es que toda la comunidad internacional, la ONU, la OEA, los Estados Unidos y varios Estados de Europa y Asia, eran partidarios de que se aceptara el dominio argentino de las Malvinas como un hecho consumado. Los buques de guerra que había enviado la Thatcher tardarían tres semanas  en llegar a la región, el gobernador británico había sido expulsado y las islas ya tenían un gobernador argentino. En una palabra, no había nada que hacer. El propio Ministerio de Exteriores Británico aprobó el documento, propuesto por Alexander Haig, en que Argentina se comprometía a retirar su presencia militar de las islas y Gran Bretaña reconocía la soberanía argentina sobre ellas. Cuando la Thatcher tuvo el documento en sus manos, se le vino una idea a la mente: pidió que Argentina lo firmara primero. Si Argentina lo aprobaba, plantearía el documento al Parlamento, ya aceptado por Argentina. Si Argentina lo rechazaba, cosa que ella suponía y esperaba, seguiría adelante con la acción militar. La junta militar argentina, se negó a evacuar las tropas de las Malvinas, sin percatarse que esa era la única condición para que la comunidad internacional reconociera la soberanía argentina sobre las islas. Galtieri y los militares nunca se percataron de que las islas ya eran suyas y, lo peor, tampoco se dieron cuenta de que Estados Unidos estaba de su lado. Tras la negativa argentina de firmar el documento y luego de cuatro semanas de negociaciones, Estados Unidos hizo público su apoyo a la Gran Bretaña. Javier Pérez de Cuéllar, Secretario General de las Naciones Unidas, presentó un nuevo plan que, también, le daba la soberanía de las islas a Argentina. Thatcher repitió la táctica y la junta militar argentina también lo rechazó. Tal vez por orgullo, los militares argentinos no querían que la recuperación de las islas fuera un éxito diplomático, sino uno militar, sin darse cuenta que en lo diplomático ya lo tenían ganado y en lo militar llevaban las de perder. Las batallas dejaron cientos de muertos de ambos bandos. Cuenta la Thatcher que recibió una queja y una sugerencia de parte de altas autoridades de la marina. Siguiendo órdenes, las naves argentinas eran atacadas y hundidas en aguas internacionales, ya que la marina británica tenía órdenes muy clara de respetar el mar territorial argentino. Pero las naves británicas hundidas fueron atacadas en aguas territoriales de las Malvinas que ya habían sido ocupadas por tropas inglesas. Entonces, la marina pidió permiso para hundir naves argentinas dentro de su mar territorial. La propuesta se discutió en el gabinete pero el Fiscal General Michael Havers se opuso rotundamente. El hecho de que una dictadura militar no respete la legalidad a lo interno del país ni el Derecho Internacional, no autoriza a una democracia a ignorar las leyes. Margaret Thatcher comenta que la guerra de las Malvinas fue el momento más tenso de su vida. Cuando Alexander Haig la llamó para decirle que, en vista de que el triunfo de Gran Bretaña era inminente, le solicitó que negociara una salida digna para Argentina para evitarle una derrota humillante. Thatcher le contestó: "Me gustaría estar tan segura del resultado como lo está usted, pero ahora que las tropas británicas están en el suelo de las Malvinas no hay nada que negociar con Argentina."
Margaret Thatcher en las Malvinas. Ella cuenta en el libro
que se daba por un hecho consumado la soberanía argentina
sobre las islas, pero gracias a torpezas diplomáticas de la
Junta Militar presidida por Leopoldo Galtieri, Gran Bretaña
obtuvo y el tiempo y la justificación para recuperarlas.
Nadie, absolutamente nadie, ni en Inglaterra ni en el resto del mundo, creía que las Malvinas podían ser recuperadas por la Gran Bretaña. Nadie, tampoco, creía que esta señora ya mayor, de cabello cuidadosamente arreglado y permanente collar de perlas, sería capaz de ejecutar todas las reformas de las que hablaba en sus discursos. Incluso en su propio partido había quienes compartían sus propuestas ideales, pero las confrontaban con una realidad difícil de cambiar. Thatcher demostró, con acciones, que las ideas pueden llevarse a la práctica.
Se ha dicho de ella que su idea de sociedad era poco solidaria. Es cierto. Ella creía que cada uno debe ocuparse de sí mismo, así como hacer algo por el bien común. Cada vez que alguien le decía que el gobierno debía  ocuparse de tal o cual asunto, ella le preguntaba "¿Y qué está haciendo usted al respecto?" Margaret Thatcher planteó un cambio de mentalidad. Los programas sociales se redujeron y las ayudas estatales a personas necesitadas se limitaron a casos verdaderamente excepcionales. "No podemos dar el mismo tipo de ayuda a quienes verdaderamente están en apuros y necesitan que se les eche una mano para superar sus dificultades, que a quienes sencillamente han perdido la voluntad y el hábito del trabajo y el progreso personal."
La idea de que el Estado era el motor del progreso económico quedó desacreditada. Cuando alguien le recriminaba que los más débiles eran las víctimas de sus reformas, ella recordaba que el socialismo había fracasado y, en su fracaso, al ofrecer dependencia en lugar de independencia, quienes más habían sufrido eran precisamente los miembros más pobres y débiles de la sociedad.
Thatcher, quien era hija de un pequeño comerciante y creció en el segundo piso de la tienda familiar, decía que su padre, lo único que sabía administración era que, al final de la semana, los ingresos deben ser superiores a los gastos. Se opuso a los impuestos desmedidos, a los presupuestos abultados y al crecimiento de la burocracia. Redujo el aparato del Estado a lo esencial y dio un gran respaldo a las iniciativas privadas. Prácticamente no hubo aspecto social que no reformara: educación, salud, mecenazgo del arte, subsidios a familias, reglas de la banca. Ella tenía ideas claras de lo que había que hacer y determinación para hacerlas realidad. Expuso siempre sus puntos de vista con sinceridad y claridad. Tenía fuertes adversarios y detractores y le resultaba antipática a muchas personas. Sin embargo, hay que reconocerles que sus palabras y sus acciones son totalmente consecuentes. Cualidad verdaderamente rara en un político.
La lectura de este libro, sin emoción, sin anécdotas, sin humor, puede resultar algo árida. No es, definitivamente, una lectura entretenida. Se explica la idea teórica en que se sustentó la propuesta, se plantea el plan que debió ejecutarse, se relatan las dificultades que se enfrentaron para realizarlo y, finalmente, tras aclarar lo que se alcanzó y lo que no se pudo lograr, se evalúan los resultados obtenidos. 
Lo que más me llamó la atención de este libro es que, en medio de intensos y acalorados debates, Thatcher se mantuvo firme como si fuera de hierro, pero nunca perdió el tono, porque era una dama. En Inglaterra, quienes mantienen la vieja tradición de los buenos modales victorianos, cuando alguien dice una grosería o suelta una palabrota, le indican que: "No es necesario hablar así." Tras leer las memorias de la Thatcher, me percato que, en verdad, no es necesario ni levantar la voz ni soltar improperios. Basta con tener ideas claras, exponerlas con seguridad y franqueza y actuar en consecuencia.
INSC: 2699

2 comentarios:

  1. Una excelente hija de puta, Carlos: oscura, prepotente y arrogante; eso sí, me gustó cómo manejó el asunto del IRA.

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    1. Jijij bravo Alex! La sociedad necesita democratas como tu...gracias! 🙄

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