domingo, 4 de enero de 2015

Poesía de Quijongo de Max Jiménez.

Quijongo. Max Jiménez. Espasa Calpe,
España, 1933.
Además de dibujante, escritor, pintor, grabador, escultor y poeta,  Max Jiménez fue, a su manera, un filósofo y un místico. Tanto don Paco Amighetti como don Joaquín Gutiérrez dejaron escritos testimonios acerca de la conflictiva y dramática personalidad de Max. Puede decirse que era un incomprendido y un solitario. Su creatividad se encauzó por todas las vías posibles. En la plástica, hay quienes dicen que tuvo mayores méritos como pintor que como escultor y, en la literatura, algunos afirman que fue mejor narrador que poeta.  Es verdad que la obra narrativa de Max tiene más audacias formales que su poesía, pero no deja de ser una majadería acercarse su obra literaria con el fin de etiquetarla o evaluarla. Detrás de toda la obra de Max (la literaria y la plástica) siempre he vislumbrado un mundo enigmático, solitario y triste pero, eso sí, luminoso y atractivo. Un mundo al que vale la pena asomarse para intentar comprenderlo al menos un poco. 
Sus libros de poesía siempre me han parecido misteriosos. Hasta me atrevo a decir que prefiero sus escuetas y contundentes Candelillas
En 1919, poco después de terminar la secundaria, su padres lo enviaron a Londres para que estudiara Economía y Negocios pero, a los dos años, Max decidió cambiar de ciudad y de carrera y se dedicó al arte en París. En 1924 realizó sus primeras exposiciones de pintura en la capital francesa con muy buenas críticas. En París publicaría también, en 1929, Gleba, su primer libro de poemas. Sonaja y Quijongo, su segundo y tercer poemario, fueron publicados en España en 1930 y 1936 respectivamente. En 1936 publicó sus otros dos libros: Poesía en Costa Rica y Revenar en Santiago de Chile con la Editorial Nascimento.
He vuelto a leer Quijongo y, una vez más, el triste mundo de Max me ha conmovido e intrigado. Encuentro, en muchos de los poemas de este libro, un contraste violento entre un alma sensible y delicada que sufre al tener que existir en un ambiente ruidoso, amenazante y grosero. La paz, la calma, la serenidad, solo se disfruta momentáneamente. Es en Quijongo, por cierto, donde está incluido el famoso poema El mal del tiempo, que en Costa Rica se ha vuelto un verdadero clásico. Con cierta crueldad, cada vez que uno descubre que el proceso de envejecimiento no perdona a nadie, se repite el estribillo: "¡Qué daño el de los años!"
En el libro están también dos poemas, de tono y factura muy distintas, dedicados a dos ciudades también bastante diferentes: Nueva York y Toledo. Max escribe fascinado sobre Toledo, a la que entró con "cuatro siglos sobre el hombro", mientras que se refiere a Nueva York como "un hueso sin carne que perdió en las alturas el contacto con lo humano".
Uno de los pocos poemas alegres se titula En las bodas, en que se refiere al milagro de convertir el agua en vino. "El vino hace la fiesta..." "...que esta agua/ se torne en la alegría/ de estas gentes./ Que salga de la tierra/ la embriaguez que necesitan/ para lograr conciencia de la vida."
Salvo escasas excepciones, el libro es bastante doloroso. Max menciona "El ánimo sin jugo, cuando todo es lo mismo... Cuando el sol nada prende ni la noche hace noche; cuando vamos con cáscara que no siente pulpa." Y, tras lamentar la ausencia de un amigo, se declara: "Cansado de futuro: la ley de ir adelante, allá el fondo es obscuro, el pasado, brillante".
Como un asomo al mundo de Max, comparto estos dos poemas de Quijongo.

En la primera página del libro,
publicado en Madrid en 1933,
Max explica qué
significa quijongo:
"El quijongo, de mi patria, es un
instrumento musical sencillo:
un arco con una jícara adherida
 a la madera, la cual, manejada con
la mano izquierda, convierte en voces
los golpes dados sobre la cuerda."
"Es simple, y tiene el encanto de los
instrumentos que solamente pueden
ser tocados con el alma."

Mi fastidio

Como entrar en un túnel que no tiene salida,
como si el mundo fuera de un solo color,
sin que nadie se ausente eterna despedida
de mi propio fastidio cansado espectador.

Un no encontrar salientes en la rocosa vida
que justifique en algo nuestra razón de ser,
Empeño en llenar odres que no han de dar medida;
jornada eternamente, desde antes de nacer.

Hachazos oigo en el árbol: severo he de caer.




Una oración

Señor, no puedo ya en la vida soportar este fardo;
me has dado más tristezas de las que yo puedo llevar.
Yo ha mucho, mucho, mucho, que cultivo sólo el cardo.
Señor Omnipotente, yo quiero que me dejes un rato descansar.

Yo he oído que el mundo que Tú hiciste de lodo,
y que, seguramente, Tú has amasado en llanto,
a más de noche obscura diste la luz solar,
del huerto de tus penas ya me has dado el acanto.
Señor Omnipotente, yo quiero descansar.







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