Juan Ramón Bonilla. Luis Ferrero. Prólogo de Carlos Francisco Echeverría. Editorial Mesén, Costa Rica, 1999. |
Un gran artista puede nacer en cualquier sitio, pero para destacarse y dar a conocer su obra, muchas veces es necesario que se desplace a otro. El arte, como todas las actividades humanas, ha tenido y sigue teniendo sus capitales. Son muy respetables los pintores, músicos y escultores de comarca pero, si alguien tiene un talento verdaderamente extraordinario, es una lástima que se quede donde las posibilidades de desarrollar su arte son limitadas. Cuando era niño leí una biografía de Francisco de Goya y la primera anécdota me dejó tan impactado que aún la recuerdo. Goya nació en un pueblito rural y, cuando tenía quince años, tomó un trozo de carbón y se puso a dibujar un cerdo en una pared. Un fraile que pasaba por allí se detuvo para mirar lo que el muchacho estaba haciendo. Cuando Goya terminó de dibujar el cerdo y tiró el carbón al suelo, el fraile le preguntó quién era su maestro. No tenía ninguno, dibujaba solamente para divertirse. El fraile acompañó a Goya a su casa y convenció a sus padres de que lo enviaran a Zaragoza para que estudiara pintura formalmente. Tras una temporada en Zaragoza, Goya se trasladó a Madrid y no hace falta contar el resto de la historia porque todos sabemos quién fue Goya.
La historia de Juan Ramón Bonilla es algo distinta. Nació en Cartago, Costa Rica, en 1882. Mientras cursaba sus estudios en el Colegio San Luis Gonzaga, tuvo su primera aproximación al arte por influencia del padre Santiago Páramo S.J. quien era un hábil pintor colombiano. Como Juan Ramón mostró una facilidad enorme para el dibujo, la pintura y la escultura, la Municipalidad de Cartago propuso su nombre para que el Estado costarricense le concediera una beca para que estudiara en Italia. Costa Rica ya tenía su Escuela de Bellas Artes, fundada y dirigida por Tomás Povedano, pero tal parece que las relaciones de Bonilla nunca fueron buenas con Povedano.
Bonilla primero estudió en Carrara y luego en el Instituto de Bellas Artes de Roma, donde obtuvo su diploma de escultor. Sus años de estudio fueron de 1905 a 1909. Al año de haber llegado, en 1906, el Marqués de Peralta, Embajador de Costa Rica en Europa, publicó un artículo en La Prensa Libre para informar que Bonilla había obtenido un primer premio, dos medallas de plata y dos accesit por sus trabajos. En la LXXXIX Exposición Internacional de Roma, en 1909, en la que participaron destacados escultores, entre los que estaba Rodin, Bonilla ganó la Medalla de Oro con su escultura El caminante. Ignoro qué habrá sido de esta escultura, de la que desconozco el paradero y nunca he visto ni en fotografías. La escultura que sí es muy conocida es Héroes de miseria, que se encuentra en el vestíbulo del Teatro Nacional. En su momento, algunas personas, Omar Dengo entre ellas, consideró inapropiado que la escultura de una mujer pidiendo limosna con su niño en brazos se ubicara en el vestíbulo del Teatro que era el sitio en que los ricos, vestidos de frac, disfrutaban de la música sinfónica, la ópera y la zarzuela como una forma de hacer vida social. Tal vez suene antipatriótico, pero si Bonilla había ganado premios y buenas críticas en Italia debió haberse quedado allá. ¿Para qué regresar a Costa Rica? En el país solamente había una escuela de Bellas Artes y sus relaciones con el director no eran buenas. Tal vez Bonilla pensó que tendría la oportunidad de hacer monumentos. A principios del Siglo XX ya el gobierno empezaba a erigir monumentos, pero los primeros el Monumento Nacional y el de Juan Santamaría fueron encargados en Europa porque no había un escultor tico que los realizara. El bloque de mármol para Héroes de miseria lo había financiado el Estado costarricense y, tal vez, eso le pareció a Bonilla una buena señal para volver. También estaba en juego una cuestión de honor, ya que todos los becados regresaban. Como botón de muestra, cabe mencionar que Carlos Durán Cartín fue a estudiar medicina en Londres. Resultó ser un estudiante tan destacado que su profesor, médico de la reina Victoria, lo presentó a la soberana. A la reina le simpatizó aquel muchacho costarricense y, cuando se graduó, le ofreció que se quedara a su servicio ya que su médico, el profesor, pronto se jubilaría, pero don Carlos regresó a Costa Rica. La reina dispondría de otros médicos, pero en Costa Rica había muy pocos. Es verdad que en Costa Rica hacían falta médicos pero ¿un escultor?
Bonilla regresó a Costa Rica y, para ganarse la vida, dio clases de dibujo en una escuela primaria de 1910 a 1917. De 1912 hasta 1943, año de su jubilación, fue profesor de Arte en el Colegio San Luis Gonzaga. Mi queridísimo amigo don Claudio Volio Guardia, quien estudió en el San Luis, me contaba que en las clases Juan Ramón Bonilla se desesperaba porque los alumnos eran incapaces de dibujar una naranja. Era un profesor exigente y estricto que se tomaba muy en serio sus clases pero, definitivamente, estaba en el lugar equivocado. Los muchachitos de primaria y secundaria lo admiraban y lo respetaban, hacían su mejor esfuerzo para evitar desilusionarlo pero, la verdad, ninguno de ellos tenía ni habilidad ni interés por el arte.
Tomás Povedano, el director de la Escuela de Bellas Artes, en cuanta ocasión tenía, criticaba severamente el trabajo de Bonilla.
El presidente Federico Tinoco organizó la Exposición Nacional en 1917 y 1918. Era una feria variopinta en que, además de arte, se exponían artesanías, productos industriales, como los vinos de la Fábrica de Licores y las cervezas de Traube, mosaicos de Doninelli y hasta los artículos farmacéuticos de la Botica Francesa. Entre los artistas participantes estaban Enrique Echandi, Luisa González Feo y su futuro esposo don Adolfo Sáenz González, Juan Rafael Chacón y otros. Juan Ramón Bonilla ganó la Medalla de Oro y fue comisionado para diseñar y elaborar el monumento al educador Mauro Fernández quien era, por cierto, padre de María Fernández Le Capellain y, por tanto, suegro de Tinoco.
El monumento se inauguró el 15 de setiembre de 1917, pero estuvo poco tiempo en pie. El 13 de junio de 1919, un grupo de manifestantes adversos a la dictadura de Tinoco, como parte de las protestas, quemaron el diario La Información, afín al régimen y, de paso, destrozaron la estatua del suegro del dictador, que quedaba a la vuelta. Es irónico que la protesta fue organizada por maestros (liderados por Carmen Lyra) que conocían y respetaban la obra de Mauro Fernández pero, como ya se dijo, no destruyeron el monumento a Mauro Fernández, sino al suegro del tirano que, daba la casualidad eran la misma persona.
Aunque presentó propuestas para los monumentos de Cleto González Víquez, el obispo Thiel y hasta uno que iban a erigirle a Cristóbal Colón en Limón, nunca más Juan Ramón Bonilla recibió el encargo de hacer otro monumento. El de Juan Mora Fernández, frente al Teatro Nacional, lo realizó Verlet en 1921. El del obispo Bernardo Augusto Thiel, al costado sur de la catedral, lo hizo el italiano Adriático Froli en 1923 y el de Juan Rafael Mora, frente al correo se le encargó a Pietro Piraino. Costa Rica tenía un gran escultor nacional pero el Estado, que lo había becado, hacía como si no existiera. De hecho, algunas de sus estatuas en bronce, en poder del Estado, fueron fundidas para darle el material a otro escultor.
En el libro Juan Ramón Bonilla, el historiador Luis Ferrero Acosta sostiene que la marginación de Bonilla se debió a sus ideas políticas ácratas. Sin entrar a discutirle a don Luis, creo que más que ácrata (anarquista), a Juan Ramón le pudieron haber cobrado todo lo contrario: haber sido tinoquista. En todo caso, el genial escultor dedicó su vida a dar clases en primaria y secundaria. Aunque no recibió encargos del Estado, a pedido de particulares realizó los bustos de Cecilio Umaña y Rafael Barroeta (que se encuentran en el parque España), así como los de Adolfo Carit, Carlos Durán (el que estuvo a punto de ser médico de la reina Victoria), Rafael Ángel Calderón Muñoz, Manuel María Gutiérrez, León Fernández y otros. Realizó también un busto de Juan Rafael Mora Porras, del que hizo dos copias, una en bronce, que decora la tumba del prócer en el Cementerio General, y otra en mármol que está en la sala de héroes de la Organización de Estados Americanos OEA en Washington D.C.
Don Joaquín García Monge lideró la iniciativa de hacerle un pequeño monumento al maestro Marcelino García Flamenco. El dinero no alcanzó para hacerle una estatua así que lo que se hizo fue una fuente con una placa, cuyo texto redactó el propio don Joaquín, y un friso de unas cabecitas de niños que realizó Juan Ramón Bonilla en 1926.
Juan Ramón no participó en las exposiciones de arte que, en la década de los treinta, organizaba el Diario de Costa Rica, pero en las de 1931 y 1932 fue miembro del jurado que galardonó a Francisco Zúñiga y Juan Manuel Sánchez, jóvenes artistas que llegarían a ser grandes escultores, aunque con destino distinto. Francisco Zúñiga se fue a México y allá logró fortuna y renombre. Juan Manuel Sánchez se quedó en Costa Rica trabajando, al igual que Bonilla, como humilde maestro de arte en un colegio de secundaria.
Además de una injusticia, fue un desperdicio que Juan Ramón, por las razones que fuera, no haya tenido la oportunidad de lucir su talento con grandes obras. La historia es lo que fue y no lo que pudo haber sido. De nada vale suponer un desarrollo de la historia alternativo pero, así sea sin responderlas, hay casos en que es interesante hacerse preguntas como esta: ¿Qué habría sido de Bonilla si se hubiera quedado en Europa? ¿Qué habría sido de Goya si nunca hubiera salido de la comarca?
INSC: 2457
La historia de Juan Ramón Bonilla es algo distinta. Nació en Cartago, Costa Rica, en 1882. Mientras cursaba sus estudios en el Colegio San Luis Gonzaga, tuvo su primera aproximación al arte por influencia del padre Santiago Páramo S.J. quien era un hábil pintor colombiano. Como Juan Ramón mostró una facilidad enorme para el dibujo, la pintura y la escultura, la Municipalidad de Cartago propuso su nombre para que el Estado costarricense le concediera una beca para que estudiara en Italia. Costa Rica ya tenía su Escuela de Bellas Artes, fundada y dirigida por Tomás Povedano, pero tal parece que las relaciones de Bonilla nunca fueron buenas con Povedano.
Héroes de miseria. Juan Ramón Bonilla. Vestíbulo del Teatro Nacional de Costa Rica. |
Juan Ramón Bonilla. 1882-1944. |
Tomás Povedano, el director de la Escuela de Bellas Artes, en cuanta ocasión tenía, criticaba severamente el trabajo de Bonilla.
El presidente Federico Tinoco organizó la Exposición Nacional en 1917 y 1918. Era una feria variopinta en que, además de arte, se exponían artesanías, productos industriales, como los vinos de la Fábrica de Licores y las cervezas de Traube, mosaicos de Doninelli y hasta los artículos farmacéuticos de la Botica Francesa. Entre los artistas participantes estaban Enrique Echandi, Luisa González Feo y su futuro esposo don Adolfo Sáenz González, Juan Rafael Chacón y otros. Juan Ramón Bonilla ganó la Medalla de Oro y fue comisionado para diseñar y elaborar el monumento al educador Mauro Fernández quien era, por cierto, padre de María Fernández Le Capellain y, por tanto, suegro de Tinoco.
Bonilla trabajando en el busto de Juan Rafael Mora Porras. |
Aunque presentó propuestas para los monumentos de Cleto González Víquez, el obispo Thiel y hasta uno que iban a erigirle a Cristóbal Colón en Limón, nunca más Juan Ramón Bonilla recibió el encargo de hacer otro monumento. El de Juan Mora Fernández, frente al Teatro Nacional, lo realizó Verlet en 1921. El del obispo Bernardo Augusto Thiel, al costado sur de la catedral, lo hizo el italiano Adriático Froli en 1923 y el de Juan Rafael Mora, frente al correo se le encargó a Pietro Piraino. Costa Rica tenía un gran escultor nacional pero el Estado, que lo había becado, hacía como si no existiera. De hecho, algunas de sus estatuas en bronce, en poder del Estado, fueron fundidas para darle el material a otro escultor.
Busto en mármol de don Juan Rafael Mora Porras en la sala de Próceres de la OEA en Washington. Foto cortesía del Sr. Armando Vargas Araya. |
Don Joaquín García Monge lideró la iniciativa de hacerle un pequeño monumento al maestro Marcelino García Flamenco. El dinero no alcanzó para hacerle una estatua así que lo que se hizo fue una fuente con una placa, cuyo texto redactó el propio don Joaquín, y un friso de unas cabecitas de niños que realizó Juan Ramón Bonilla en 1926.
Juan Ramón no participó en las exposiciones de arte que, en la década de los treinta, organizaba el Diario de Costa Rica, pero en las de 1931 y 1932 fue miembro del jurado que galardonó a Francisco Zúñiga y Juan Manuel Sánchez, jóvenes artistas que llegarían a ser grandes escultores, aunque con destino distinto. Francisco Zúñiga se fue a México y allá logró fortuna y renombre. Juan Manuel Sánchez se quedó en Costa Rica trabajando, al igual que Bonilla, como humilde maestro de arte en un colegio de secundaria.
Además de una injusticia, fue un desperdicio que Juan Ramón, por las razones que fuera, no haya tenido la oportunidad de lucir su talento con grandes obras. La historia es lo que fue y no lo que pudo haber sido. De nada vale suponer un desarrollo de la historia alternativo pero, así sea sin responderlas, hay casos en que es interesante hacerse preguntas como esta: ¿Qué habría sido de Bonilla si se hubiera quedado en Europa? ¿Qué habría sido de Goya si nunca hubiera salido de la comarca?
INSC: 2457
El friso de cabecitas de niños, en el monumento a Marcelino García Flamenco. |
Muy interesante.
ResponderBorrarDonde puedo conseguir el libro, me interesa leerlo.