Ensayos. José Marín Cañas. Editorial Costa Rica. 1972. |
Quienes lo conocieron en persona afirman que José Marín Cañas (1904-1980) era un contertulio inagotable. Siempre tenía algo que decir sobre cualquier tema que le propusieran, ya sea que lo conociera o no. Nacido en Costa Rica, apenas concluyó sus estudios en el Colegio Seminario y el Liceo de Costa Rica, partió a España, donde se graduó como ingeniero en la Academia de Artillería de Segovia. Publicó en España Lágrimas de acero (1928) y Tú la imposible (1931).
A su regreso al país, se matriculó en la Academia Santa Cecilia para estudiar música. Tocaba el violín en las proyecciones de cine mudo del Teatro América, así como en bailes y bodas. Se integró también a la radio como locutor y, en la emisora La Voz de la Víctor, fue el primer narrador y comentarista de partidos de fútbol en Costa Rica. Trabajó durante treinta años en la compañía Variedades, de la familia Urbini y, posteriormente, llegó a establecer su propia compañía de distribución de películas.
En 1933, Marín Cañas funda el periódico vespertino La Hora, en el que, por entregas, publica su primera novela El Infierno Verde, sobre la guerra del Chacó entre Bolivia y Paraguay. Es importante anotar que el autor no tenía, sobre el conflicto, más información que la que consignaban los cables de las agencias de noticias y, sin haber estado nunca en el lugar de los hechos, se atrevió a escribir al respecto una obra de ficción.
Su novela Pedro Arnáez, de 1942, recibió elogios de Yolanda Oreamuno y ha sido considerada su obra mejor lograda. Pero más que la literatura, la actividad principal de Marín Cañas fue el periodismo. Escribió crónicas, entrevistas, semblanzas y artículos de opinión desde su más temprana juventud y, aunque estuvo una larga temporada fuera de las páginas de los diarios, retomó el oficio de columnista, en la Página 15 de La Nación, durante los últimos años de su vida.
Por iniciativa de Fabián Dobles, la Editorial Costa Rica publicó, en 1972, una serie de artículos de Marín Cañas que habían aparecido previamente en la prensa. La antología, titulada Ensayos, recoge catorce artículos, nueve ensayos y un réquiem. Al leerla, lo primero que salta a la vista es que el periodismo que practicó Marín Cañas, que tal parece era popular en su momento, es muy diferente al que se impuso luego. Sus artículos son extensos, pesados, divagatorios, caóticos, llenos de referencias inoportunas, poco precisos y saturados con muchísimas más palabras de las necesarias. Quienes en algún momento hemos colaborado con la prensa escrita, tenemos claro que el espacio es escaso y, por ello, la brevedad y la concisión son virtudes apreciadas. A Marín Cañas le cuesta ir al grano, los primeros párrafos de cada nota no hacen más que andarse por las ramas mientras se decide a entrar en materia. Una vez metido en el asunto, se distrae constantemente y divaga sobre sobre cualquier asunto que le salga al paso en su perorata.
En la nota sobre Agustín Lara, menciona que una vez, en El Salvador, coincidió con él, pero "como ir a verle, entrevistarle y hacerle preguntas idiotas, me pareció indigno, corté con tijeras las entrevistas de los colegas salvadoreños, las copié en máquina, cambié las palabras y metí el paquete." Pese a esta confesión, verdaderamente grave en la ética del oficio, Marín Cañas logra pintar un retrato intenso del compositor mexicano, en el que subraya la gran tristeza que yacía tras el hombre rico, famoso y colmado de éxitos. El artículo sobre el General Charles Degaulle, pese a ser un panegírico meloso y rimbombante, también logra, de alguna manera, ofrecer una imagen bien trazada, tanto en el aspecto humano como en el histórico. Ambos escritos habrían ganado mucho si un editor severo les hubiera metido tijera.
José Marín Cañas (1904-1980). |
El filósofo español Julián Marías mencionó que no compartía el entusiasmo generalizado que se había desatado en torno a la novela Cien años de Soledad de Gabriel García Márquez. Marín Cañas leyó en la prensa esa escueta declaración y, en respuesta, escribió un largo alegato sobre la novela en España y América Latina, lleno de nombres y referencias, en que pretendió defender a los autores del Boom Latinoamericano, pero quedó enredado en sus propios mecates.
Como sabiamente decía el Dr. Roderich Thun, uno nunca debe ponerse a explicar algo que todavía no ha sido capaz de comprender completamente, pero tal parece que Marín Cañas no alcanzó a escuchar el consejo. Cristián Rodríguez y Constantino Láscaris, ambos doctores en Filosofía, se enfrascaron en una polémica en torno a Friedrich Hegel. Marín Cañas, que no tenía mayor conocimiento sobre el filósofo alemán, metió la cuchara y soltó una serie de artículos en los que resulta evidente que iba opinando conforme se iba enterando. En otros temas, fue capaz, incluso, de escribir párrafos y más párrafos sobre Topo Gigio, el ratoncito de la televisión.
Llamar ensayos a estos escritos de Marín Cañas es, por decir lo menos, una ligereza. Uno de los más extensos y, también, de los más insoportables de leer, se titula La operación de la postdata, en el que, con un tono que pretende ser humorístico, el autor relata los pormenores de su cirugía de próstata.
El Réquiem que cierra el libro no es mucho mejor. Se trata de la conferencia que Marín Cañas pronunció en el Instituto Costarricense de Cultura Hispánica, en homenaje a Calos Luis Fallas, a quien, según el mismo confiesa, solamente vio dos veces en su vida. El propio Marín Cañas cuenta que cuando alguien le pidió a Fallas su opinión sobre los libros de Marín Cañas, Calufa respondió: "Esos libros no me interesan, porque son producto de la fantasía. Para mí solo tiene valor la realidad."
Aparte de esta anéctoda, Marín Cañas no tuvo mayor cosa que agregar sobre la obra de Fallas y se dedicó a soltar generalidades sin pies ni cabeza sobre la literatura costarricense.
Sinceramente, no logro comprender cómo los escritos de José Marín Cañas lograron alcanzar la popularidad que tuvieron en su momento. Salvo Pedro Arnáez, que fue lectura obligatoria para estudiantes de secundaria durante un tiempo, ninguno de sus otros libros siguió leyéndose tras su muerte.
Escribir una novela sobre una guerra en la que no estuvo presente, publicar una entrevista que no realizó, terciar en una polémica sobre un tema que le era desconocido y dictar una conferencia en homenaje a un escritor cuya obra apenas le era ligeramente familiar, son atrevimientos más que audaces. Tras leer la recopilación de escritos periodísticos de Marín Cañas, no solo he confirmado la afirmación que de él hacían sus contertulios ("siempre tenía algo que decir sobre cualquier tema que le propusieran, ya sea que lo conociera o no") sino, más aún, me he convencido que acostumbraba hacer uso de la palabra incluso cuando no tenía nada que decir.
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