Evolución de la poesía costarricense. 1574-1977 Alberto Baeza Flores. Editorial Costa Rica. 1978 |
La poesía es algo tan personal que resulta en verdad difícil referirse a ella cuando el marco es muy amplio. Entre los poetas puede haber afinidad de preocupaciones, recurrencia de temas, coincidencias de estilo e imitación de trucos, pero cada uno tiene su propio mundo (tanto real como imaginario), así como su manera particular de expresarlo. Los historiadores de la literatura, y muy especialmente los de la poesía, tienen claro que las corrientes estéticas no coinciden necesariamente con un período cronólogico. Hay poetas precursores y audaces que vivieron muchos años antes de que la forma que eligieron para expresarse se volviera común, así como hay poetas que optan por mantenerse apegados a normas de tiempos pasados y hasta remotos.
Se sabe que "El que mucho abarca poco aprieta" y, acatando la sabiduría del viejo refrán, quienes se ocupan de literatura tienen claro que la manera más apropiada de decir algo que sea digno de atraer y mantener la atención es referirse a un tema específico que se pueda observar a fondo. No faltan, sin embargo, las obras pretenciosamente enciclopédicas.
El libro Evolución de la poesía costarricense 1574-1977, de Alberto Baeza Flores, me llamó la atención por lo ambicioso. Antes de empezar a leerlo me puse a sacar cuentas: de 1574 a 1977 hay cuatrocientos tres años y el libro tiene cuatrocientas doce páginas. Supuse entonces que, pese a ser un libro gordo, su contenido no podría ir más allá de una mirada rápida y panorámica. Sin embargo, la obra no llegó ni a eso.
Para empezar, tiene un vacío de más de tres siglos. Los primeros versos escritos en Costa Rica de que se tiene noticia son los de Domingo Jiménez El Coplero, conquistador español que nació en 1535 y murió en 1610, cuyas rimas satíricas hicieron enojar a las autoridades y lo hicieron salir huyendo de la ciudad de Cartago, de la que había sido alcalde. Siempre me ha parecido simpático que el primer poeta de mi país fuera perseguido por su sarcástico sentido del humor. Al referirse a él, Baeza cae en el mismo error que Abelardo Bonilla quien, con gran arrogancia, tildó de "mediocre" los versos de El Coplero y, en vez de presentar el autor, la obra y las circunstancias de la época, se pone a evaluar sus versos con el lápiz rojo del evaluador implacable.
De Domingo Jiménez solo quedan unas pocas páginas y durante los trescientos años siguientes no se publicó en Costa Rica ni un solo libro de poesía. Los poemas circulaban en hojas sueltas o aparecían en los periódicos. Indignado y ofendido de que en una antología publicada en España no se incluyera a ningún tico, Máximo Fernández mandó imprimir, en 1890, La Lira Costarricense, primer libro de poesía de Costa Rica, en que incluyó a varios autores, muchos de los cuales posteriormente editaron libros con sus poemas de manera individual.
Al igual que muchos otros investigadores, Baeza salta directamente de El Coplero a La Lira Costarricense.
Ya en ese punto, Baeza propone clasificar la poesía costarricense en seis generaciones cronológicas, de las cuales la primera sería la de los del cambio del siglo XIX al XX (Aquileo Echeverría, Lisímica Chavarría et alia). Vendrían luego la de quienes publicaron en Repertorio Americano o Surco (Arturo Echeverría Loría, Francisco Amighetti, Max Jiménez et alia). La tercera sería la de los nacidos entre 1915 y 1930 (Alfredo Cardona Peña, Eunice Odio et alia). En la cuarta estarían quienes nacieron entre 1930 y 1945 (Carmen Naranjo, Jorge Charpentier, Ana Antillón, Carlos Rafael Duverrán et alia). La quinta abarcaría a los nacidos entre 1946 y 1965 (Diana Avila, Lil Picado, Ana Istarú, Rosibel Morera et alia). Y la sexta y última a los poetas nacidos después de esa fecha que, más que jóvenes, serían niños o adolescentes, puesto que el libro fue publicado en 1978.
Al hacer la clasificación, me parece que Baeza optó por el camino fácil y equivocado. Ser contemporáneo no implica tener afinidad creativa. A nadie se le ocurriría agrupar pintores, escultores, músicos o arquitectos por su fecha de nacimiento. Agruparlos de esta forma, en vez de facilitar el retrato de conjunto, lo complica.
Incapaz de proponer una visión de conjunto, Baeza opta por referirse a cada poeta en particular. A la gran mayoría los menciona de manera apresurada mientras que a otros (Roberto Brenes Mesén, Isaac Felipe Azofeifa, Eunice Odio, Jorge Debravo y Alfonso Chase) les dedica extensos apartados.
Detenerse en cada peldaño (y en algunos por bastante rato) no brinda una visión integral de la escalera.
El libro, además, se distrae con frecuencia del tema. Hay ocasiones en que, para dar una idea del contexto nacional o mundial, aparecen largas parrafadas en que se consignan datos de almanaque que no vienen al caso ni brindan aportes de importancia.
Como dijo Oscar Wilde: "Cuando alguien pretende agotar un tema, lo único que logra es agotar a quienes le ponen atención". Uno comprende que, pese a que distinguieron principalmente como novelistas, los poemas de don Joaquín Gutiérrez Mangel y don Fabián Dobles merezcan ser mencionados, pero los poemas de don Alberto Cañas o de Daniel Oduber no pasan de ser datos curiosos.
Verdaderamente poco elegante, además de inexplicable, es el hecho de que Baeza se cite a sí mismo en tercera persona con nombre y dos apellidos. "Alberto Baeza Flores escribió una elegía..."
Pero lo verdaderamente extraño, entre todas las pérdidas de rumbo de este libro, es la atención excesiva que le presta a la astrología. Sobre este punto, vale la pena citarlo textualmente:
"Carlos Rafael Duverrán nace en San José de Costa Rica, con el signo de Tierra bajo la dominante de Venus, que es un planeta simbolizado por la diosa del amor, de las bellas artes y de la poesia. Freud es un hijo del signo Tauro, que es el de Duverrán."
Por distraerse en asuntos astrales, olvidó consignar la fecha de nacimiento de Duverrán, omisión que se repite en el caso de Mariamalia Sotela:
"Bajo el signo de Fuego, bajo el dominante de Júpiter, el planeta de la gran fortuna y la energía en estado puro, nace Mariamalia Sotela."
En el caso de Alfonso Chase, sí anotó el dato, pero se extendió más de lo necesario en el plano cósmico:
"Alfonso Chase nació en la ciudad de Cartago el 19 de octubre de 1945. Esto quiere decir que su signo es Libra, signo del aire bajo la dominante de Venus, punto de equilibrio entre el día y la noche, la luz y las sombras. (...) Ha nacido bajo el signo que marca la salida y la puesta del sol, Venus es la diosa de la belleza -es la Afrodita dela Mitologia griega- y es la dominante del signo Libra, que es el de Chase. El día del nacimiento de Chase corresponde ala influencia de Sagitario, noveno signo del Zodiaco."
No acabo de entender cómo, para comprender mejor el aporte de los libros de Alfonso a la evolución de la poesía costarricense, me pueda ser de utilidad saber que nació bajo el signo de Libra con ascendente Sagitario. En todo caso, si esa información es relevante, tal vez habría sido mejor que Baeza hubiera agrupado a los poetas por su signo zodiacal en vez de por su año de nacimiento.
En la contraportada aparece el acta del jurado que le otorgó a este libro el Premio Editorial Costa Rica de Ensayo.
Enrique Macaya Lahmann, Roberto Murillo e Isaac Felipe Azofeifa, al otorgarle el galardón, consideraron como el principal mérito de esta obra su considerable labor de investigación. Curiosamente, no se supone que el género de ensayo se distinga por referencias y descargas abrumadoras de datos. De un ensayo, más bien, se espera todo lo contrario. Por otra parte, la abundante recopilación de títulos, autores y años de publicación, sería en todo caso el punto de partida y no la meta en una obra de este tipo.
En el libro hay un larguísimo apartado que se dedica exclusivamente a elogiar, de manera laudatoria, la poesía de Isaac Felipe Azofeifa. Por ello, es poco elegante que don Isaac Felipe, como miembro del jurado, haya dado su voto para darle un premio a una obra en que se le lanzaban flores y se le quemaba incienso.
Evolución de la poesía costarricense, con todo y todo fue una lectura interesante. Me agradó la forma en que se refirió a don Rogelio Sotela, me pareció desmedida y desproporcionada la importancia que le dio a Brenes Mesén, consideré bastante pobres los comentarios sobre la poesía de Eunice Odio y me parecieron acertadas y reveladoras las apreciaciones sobre Jorge Debravo. Ya sea que estuviera de acuerdo o en desacuerdo con lo que leía, a todo lo largo del libro encontré siempre algo que mantuvo despierto mi deseo de seguir adelante. Alguien que lee poesía, siempre está dispuesto a prestar atención a lo que otros han descubierto en los mismos libros en que él se ha sumergido.
INSC: 2146
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