lunes, 18 de abril de 2016

Libro sobre la carreta típica costarricense.

La carreta costarricense. Constantino
Láscaris y Guillermo Malavassi.
Editorial Costa Rica. Tercera edición.
1985.
La carreta típica costarricense, tirada por bueyes y pintada con alegres diseños, fue durante todo el siglo XIX y buena parte del XX, instrumento fundamental en el desarrollo del comercio. Actualmente, elevado a la categoría de símbolo nacional por su valor artístico e histórico, este hermoso vehículo de carga sigue presente en la vida de los agricultores costarricenses, quienes, pese a trabajar ya con camiones y tractores, mantienen la tradición de contar con una yunta de fornidos bueyes y una carreta bien decorada.
En tiempos de la Colonia el comercio era mínimo y los caminos estrechos, por lo que las mercancías se transportaban a lomo de mula. Las yuntas de bueyes se utilizaban en aquella época para arrastrar los enormes troncos de árboles que debían ser removidos cuando se abría, en la selva virgen, un espacio para la agricultura.
La cureña (plataforma sin cajón tirado por bueyes) se utilizó mucho antes que aparecieran las carretas. Quizá por ello, se impuso la palabra "Boyero" en lugar de "Carretero".
Cuando se extendió el cultivo del café y su consecuente exportación, las mulas resultaron poco prácticas para transportarlo. Empezaron a verse entonces las largas caravanas de carretas que iban y venían, desde los beneficios de las tierras altas hasta Puntarenas. En 1844, un viaje de San José al puerto tardaba de once a quince días. Los boyeros evitaban caminar bajo el sol de mediodía. Iniciaban la marcha a las cuatro de la mañana y la suspendían a las nueve, luego la retomaban a las dos de la tarde y avanzaban hasta que los venciera el sueño. Para transportar pasajeros, bastaba acondicionar la carreta con un colchón y un toldo.
Una de las cosas que más llamaron la atención de los viajeros que visitaron Costa Rica en el siglo XIX fue el constante tránsito de carretas por todas las vías del país. Solamente los campesinos extremadamente pobres no tenían carreta. Cuando una muchacha quería que su pretendiente la visitara en la casa, el padre le decía: "Si tiene carreta, que pida la entrada.
Durante la peste del cólera, las carretas de bueyes recorrían los poblados para recoger cadáveres y llevarlos a enterrar en la fosa común situada donde hoy se encuentra la Iglesia de las Ánimas.
Como la construcción del ferrocarril se inició en Alajuela, los rieles y la locomotora desarmada en piezas, fueron transportados en carreta desde Puntarenas.
Además de su protagonismo en la historia, la carreta ha estado presente en nuestra literatura y nuestra pintura y se ha convertido, por su decoración, en una pieza de arte característica de Costa Rica.
Dos filósofos, Constantino Láscaris y Guillermo Malavassi Vargas, realizaron un valioso estudio sobre la carreta costarricense  en que recopilaron prácticamente todo lo que hay que saber sobre ella. El libro, publicado cuando la carreta aún se utilizaba en ciertas zonas del país pero ya venía siendo desplazada por los camiones, está lleno de datos interesantes. Al inicio las ruedas tenían rayos, pero se atascaban en el barro. Luego se cortaron de una sola pieza de tronco de árbol, pero finalmente se optó por hacerlas de cuñas rodeadas de un aro metálico. En el yugo se acostumbra poner un espejo, el buey más fuerte se enyuga a la izquierda y los bueyes deben pesar más que la carreta cargada. El estudio incluye croquis de la estructura, una lista de palabras propias del oficio y documentos históricos reveladores, como reglamentos para el tránsito de carretas decretados por el Dr. Castro Madriz, un intento de monopolio de la actividad propuesto por don Juanito Mora y las disposiciones de don Cleto González Víquez para evitar que las carretas dañaran los caminos de macadam.
Aparece también toda una antología de textos literarios y periodísticos sobre la carreta, escritos por Joaquín García Monge, Arturo Agüero Chaves, Francisco Amighetti, Emilia Prieto, Gilbert Laporte, Carmen Lyra y Mario González Feo entre otros.
El tema más interesante es el relativo a la decoración. Las fotografías antiguas muestran carretas sin pintar incluso en las primeras décadas del siglo XX. En Costa Rica funcionaban varias fábricas de carretas. La de Isaías Delgado en Puriscal, la de Antonio Muñoz en Zapote, la de Fermín Bozzoli en San Isidro del General y la de don Isidro Chaverri fundada en 1870 y situada en Sarchí.
Aunque existen testimonios de que en Cartago se pintaban las carretas desde 1912, tal parece que fue la fábrica de Chaverri la que popularizó la decoración. Originalmente, todas las carretas se pintaban de rojo, con el mismo producto que se utilizaba para pintar los portones de los cafetales. Alrededor  de 1910, Fructuoso Chaverri (hijo de Isidro) empezó a decorar las ruedas con estrellas de picos. Luego vinieron las flores y los diseños caprichosos. Se llegaron a formar dos escuelas artísticas distintas y los campesinos, con solamente ver las pinturas de una carreta, sabían si había sido decorada en Sarchí o en Puriscal. José León Sánchez sostiene que la decoración de carretas se debió a la presencia de inmigrantes italianos, ya que solamente en Sicilia y Costa Rica las carretas se pintan de manera tan primorosa. Sin embargo, esta hipótesis ha sido refutada, entre otros, por Manuel de la Cruz González, ya que los diseños son bien distintos. En las primeras oleadas de inmigrantes italianos, además, no había sicilianos.
Los primeros en estudiar el arte de las carretas fueron Emilia Prieto y Gilbert Laporte, quienes acabaron interesando en el asunto a Carmen Lyra. El artículo de Prieto, publicado en 1931, dice que "desde hace muchos años" se acostumbra pintar las carretas. En realidad no eran tantos, puesto que la práctica de decorar carretas inició en 1912 y se popularizó hacia 1920.
Carmen Lyra, por su parte, aunque se muestra impresionada al visitar una fábrica de carretas y observar el proceso que, tanto en lo artesanal como en lo artístico requiere un cuidado minucioso, declara que nunca había imaginado que la vanidad humana pudiera llegar hasta una carreta.
El arte de la carreta típica costarricense no es solo visual, sino también musical. La selección de la madera de las ruedas y la armazón del eje, procuran que el sonido que produzca al avanzar sea agradable al oído. Así como no hay dos carretas pintadas con el mismo diseño, tampoco hay dos que suenen igual.
La lectura del libro de Láscaris y Malavassi inevitablemente provoca nostalgia por un pasado no tan lejano. Mientras repasaba sus páginas, recordaba los tiempos en que era niño en Sabanilla de Montes de Oca, cuando todas las urbanizaciones de hoy en día eran aún cafetales y desde lejos escuchaba acercarse a Lencho Vargas, un simpático vecino, siempre sonriente, que con el chuzo al hombro, caminaba despacio frente a su carreta de bueyes, complacido por la alegría que provocaba en todos los pequeños que salíamos a la calle solamente para verlo pasar.
INSC: 0312
Carreta cargada con cacao. La foto no tiene fecha, pero es de los tiempos
en que se pintaban solamente de rojo.







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