martes, 14 de noviembre de 2017

Abelardo Bonilla: periodista, profesor y presidente por unos días.

Abelardo Bonilla. Constantino
Láscaris. Ministerio de Cultura,
Juventud y Deportes.
Costa Rica, 1973.
Abelardo Bonilla Baldares dedicó toda su vida al estudio, la lectura y la reflexión. Nació en Cartago, el 5 de diciembre de 1898 y, por su gran interés por los idiomas, muy joven logró dominar el inglés y el francés. Su primer trabajo fue en el Diario de Costa Rica, empresa que lo contrató como traductor de los cables internacionales y en la que posteriormente fue también periodista y redactor de editoriales. En total, dedicó treinta años de su vida al periodismo. 
Cursó algunos estudios de Derecho, pero no llegó a graduarse. Lector voraz, tuvo una formación autodidacta en Literatura, Historia y Filosofía. Cuando se inaguró la Universidad de Costa Rica, en 1940, fue llamado a dar clases en la Facultad de Filosofía y Letras desde su fundación, en el curso lectivo de 1941. 
En 1949, cuando la Asamblea Nacional Constituyente iniciaba sesiones, los diputados Fernando Volio Sancho, Fernando Baudrit Solera, Fernando Fournier Acuña y Rodrigo Facio, quisieron proponer a la cámara un borrador que sirviera de base para la nueva Constitución. Como redactores del proyecto, llamaron a Manuel Antonio González Herrán, Fernando Lara Bustamante, Rafael Carrillo Echeverría y Abelardo Bonilla. Se ha dicho que el texto que prepararon, comocido como la "Constitución de los tres Fernandos", era una propuesta audaz, novedosa y formidablemente escrita que replanteaba toda la estructura social, jurídica y política del país pero, apenas estuvo en el tapete, fue descartada casi de inmediato. Los viejos liberales de la Constituyente, liderados por don Arturo Volio Jiménez, pese a estar en minoría frente a los jóvenes de ideas nuevas, con su elocuente oratoria convencieron a la Asamblea que no era conveniente ensayar reformas con castillos en el aire y lograron que la nueva Constitución de 1949, no fuera más que la misma Constitución de don Tomás Guardia, de 1871, con ligeros retoques.
Profesor y periodista, Abelardo Bonilla miraba la política desde la barrera. El gobierno, los debates de la Asamblea y la actualidad nacional en general eran, para él, un tema de análisis más que una actividad en la que quisiera verse envuelto. Sin embargo, Otilio Ulate, propietario del Diario de Costa Rica en el que Abelardo Bonilla trabajaba lo convenció de meterse en la danza. Durante el gobierno de Ulate (1949-1953), Bonilla fue diputado de 1949 a 1953 y, el último año, ocupó también la presidencia de la Asamblea Legislativa.
La experiencia, a la que pocas veces se refirió, le sirvió para convencerse que la política no era lo suyo. Sin embargo, para las elecciones de 1958, don Mario Echandi Jiménez lo escogió como candidato a vicepresidente. La designación fue una sorpresa. Abelardo Bonilla, discreto profesor de la Facultad de Letras, no iba a aportarle al partido ni dinero ni votos. Era una persona de ingresos modestos y, aunque era una figura conocida, no era influyente ni tenía seguidores.
Mario Echandi impone la Banda Presidencial al
escritor y periodista Abelardo Bonilla (1898-1969),
quien fue Presidente de Costa Rica por una semana.
Cuando don Mario asumió la presidencia, Abelardo Bonilla, pese a ser oficialmente el Vicepresidente de la República, continuó dando clases en la universidad. En aquellos tiempos no se acostumbraba que los vicepresidentes tuvieran alguna función en el gobierno (ni siquieran recibían ningún tipo de sueldo por serlo), por lo que continuaban dedicados a sus actividades usuales y se limitaban a sustituir al presidente por enfermedad o ausencia del país. Don Mario, fuerte como un roble, nunca se enfermaba y, además, en sus cuatro años como presidente no salió ni una vez del país, así que sus vicepresidentes podían desentenderse por completo del asunto.
Sin embargo, en 1961, cuando a su administración solamente le quedaba un año, don Mario Echandi decidió tomarse unos días y llamó a Abelardo Bonilla a que ejerciera la Presidencia de la República. Se había convocado un Congreso Interamericano de Filosofía en Costa Rica al que asistirían catedráticos de todo el continente y don Mario tuvo la feliz idea de que el Presidente del Congreso de filósofos, fuera también el Presidente del país que los acogía. La noticia le dio la vuelta al mundo. Por aquellos años buena parte de los países latinoamericanos estaban gobernados por regímenes autoritarios y lo menos que haría un presidente sería abandonar el poder, ni siquiera de manera temporal. Algunos asistentes al Congreso bromeaban preguntándose si Bonilla devolvería la presidencia o se quedaría con ella.
Abelardo Bonilla escribió numerosos ensayos sobre Filosofía, Literatura y Estética. Incluso su única novela El valle nublado (1944), es considerada una propuesta análitica sobre los valores que, en su opinión, definían la historia y la cultura costarricense.
Miembro de la Academia Costarricense de la Lengua desde 1953, participó como conferencistas en diferentes foros, fue profesor invitado en Kansas y publicó en distintas revistas españolas. Su obra más conocida es Historia y Antología de la Literatura costarricense (1957), que hasta el momento ha tenido tres ediciones. La primera, en 1957, por la Editorial de la Universidad de Costa Rica, la segunda, en 1967, por la Editorial Costa Rica y la tercera, en 1984, por la Editorial STVDIUM de la Universidad Autónoma de Centroamérica. 
Abelardo Bonilla fue galardonado con el Premio Aquileo Echeverría de Ensayo por su libro América y el pensamiento poético de Rubén Darío (1967), que preparó a propósito del centenario del nacimiento del gran poeta nicaragüense.  Esa fue su última obra publicada ya que Abelardo Bonilla falleció el 19 de enero de 1969.
De manera póstuma, en 1973, se publicó su ensayo En los caminos de la unidad centroamericana, que había dejado inédito. Ese mismo año, el Ministerio de Cultura Juventud y Deportes publicó una pequeña biografía y antología suya dentro de la serie "¿Quién fue y qué hizo?" dedicada a rescatar la memoria de figuras de la historia de Costa Rica. El libro, sin embargo, no tiene ni la profundidad ni la amplitud que habrían podido esperarse. Constantino Láscaris, encargado de presentarlo, como era usual en él, se dedica a hablar de sí mismo. Cuenta cómo lo conoció, menciona detalles personales que no vienen al caso, se refiere a episodios tan intrascendentes como las partidas de ajedrez que jugó con él y, en cuanto a detalles personales, roza la indiscreción. Láscaris, que se decía filósofo, es un escritor más entretenido que profundo, que da la impresión de esmerarse más en resultar ingenioso que en brindar información relevante. En el colmo del autobombo, incluye en el libro el texto entero de una carta en la que él (Láscaris, ¿quién más) analizó, criticó y comentó la obra de Bonilla.
La breve antología incluida tampoco deja una impresión muy favorable de Bonilla. Hispanófilo hasta el extremo, desautoriza la Leyenda Negra que pretende manchar con sangre la "obra civilizadora de la Conquista española."  Llama la atención que Bonilla, quien tuvo la oportunidad de ser profesor de la Universidad de Costa Rica sin tener un título universitario, se muestre vehementemente contrario a la extensión de oportunidades educativas para todos. En su opinión, si se cierra una escuela rural no se hace un daño, porque "la instrucción es algo evidentemente para una minoría." Reniega de las doctrinas pedagógicas modernas, llama "una tontería" a la educación cívica y sostiene que estimular el espíritu creativo de los niños libremente "es una irresponsabilidad." 
En su afán por mantener el acceso a las aulas restringido a una elite, se lamenta de "errores como el de ampliar la Universidad, que ya llega hasta San Ramón, y si hubiera dinero, ya estaría en Liberia y Turrialba." Irónicamente y contra sus deseos, salió profeta porque hoy la Universidad de Costa Rica tiene sedes en Liberia y Turrialba.
Abelardo Bonilla, al igual que Láscaris, Luis Barahona y otros autores que Alexander Jiménez Matarrita calificó como Nacionalistas Metafísicos, creía en un ser nacional, un espíritu nacional y una mentalidad nacional, fantasía ilusa y peligrosa que, en las sociedades multiculturales de hoy, cada vez menos personas comparten.
Aunque su pensamiento definitivamente se quedó en otra época y hoy, si se leyera, solo provocaría asombro y sorpresa, la anécdota de que un escritor, profesor y periodista haya sido Presidente de la República por una semana no deja de resultar simpática.
INSC: 1790

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