La Universidad de Santo Tomás. Paulino González. Editorial de la Universidad de Costa Rica. Costa Rica, 1989 |
Al estudiar la historia del país, pocos se detienen a considerar los benificios que brindó a la sociedad costarricense el haber tenido universidad brevemente en el Siglo XIX, así como el daño que significó quedarse sin universidad por más de cincuenta años.
La tesis de grado del historiador Paulino González, presentada en 1972 y publicada, tras la muerte del autor, en 1989, es un trabajo, breve pero muy completo, sobre la Universidad de Santo Tomás. Además de la reseña histórica propiamente dicha, explica el funcionamiento académico y administrativo de la institución y es tan detallado que hasta consigna lo nombres de los profesores y las cuotas de matrícula.
La educación formal, en Costa Rica, debió recorrer un largo camino antes de organizarse en forma estructurada. Durante la Conquista y la Colonia eran los misioneros quienes alfabetizaban a los habitantes. El padre Diego Aguilar, considerado el primer maestro en Costa Rica, tenía una escuelita en 1594 y Fray Agustín de Ceballos, alrededor de 1605, llegó hasta a escribir un Catecismo en lengua huetar, pero a lo más que se aspiraba era a que los niños aprendieran la Doctrina y fueran capaces de leer, escribir y contar. En 1782, el obispo Esteban Lorenzo de Tristán quiso establecer en el país una escuela de estudios superiores y un hospital, pero ambas iniciativas fracasaron por resistencia de los propios habitantes, quienes creían que tales instituciones, simple y sencillamente, no hacían falta.
En forma similar a como ocurrió posteriormente con la Univesidad de Santo Tomás, el Hospital San Juan de Dios, fundado originalmente en Cartago en 1782, funcionó solamente doce años, por lo que tras su cierre, en 1794, y hasta la nueva fundación, esta vez en San José, en 1852, Costa Rica estuvo cincuenta y ocho años sin hospital.
Tras la declaración de Independencia, el primer Jefe de Estado, don Juan Mora Fernández, que era maestro, encargó a las municipalidades la administración de las escuelas e impuso una multa a los padres que no matricularan a sus hijos en ellas. Don Braulio Carrillo fue más allá y en La ley de bases y garantías, estableció que los padres que descuidaran la instrucción de sus hijos perderían su custodia y hasta la nacionalidad. Lo que se enseñaba, en todo caso, seguía siendo lo básico.
El padre Manuel Alvarado, síndico de la Municipalidad de San José, fue el encargado de estructurar la primera institución de estudios formales del país, que abrió en 1814 con el nombre de Casa de Enseñanza de Santo Tomás y tuvo como primer director al Bachiller Rafael Francisco Osejo. En el nuevo centro, los niños y jóvenes estudiaban latín, gramática, filosofía, álgebra, historia y ciencias. Para mantener la disciplina, los profesores estaban autorizados a azotarlos con coyunda o palmeta pero, debido a ciertos abusos, el castigo físico fue suprimido en 1822. En cuanto los estudiantes supieron que los profesores no podían pegarles, aprovecharon para vengarse y empezon a pegarles a ellos, por lo que el permiso a los docentes de dar azotes, tras muchas discuciones, fue restablecido en 1823.
Además de violento, el ambiente era algo confuso. Los estudiantes debían asistir a Misa y rezar el rosario diariamente, pero los textos y las clases eran más bien de tendencia liberal. Los jóvenes pronto se aburrían de las complicadas clases de latín y de las pesadas lecturas de los autores de la Ilustración y optaban por abandonar las aulas y volver al trabajo del campo, que era lo suyo.
Como los muchachos no concluían los estudios, la primera graduación tuvo lugar más de veinte años después de abierta la casa. Vicente Herrera Zeledón fue el primero en recibir el título de Bachiller, el 4 de enero de 1859. Sus compañeros de graduación fueron Ramón Carranza, José Antonio Pinto, Pío Alvarado y Antonio Salazar.
En 1843, el Dr. José María Castro Madriz, ministro general del Jefe de Estado José María Alfaro propuso que la Casa de Enseñanza se convirtiera en Universidad. El decreto de creación se firmó el 3 de mayo de ese año pero, por los preparativos necesarios, la inauguración tuvo lugar en abril del año siguiente con cursos de filosofía, gramática latina y matemáticas. Posteriormente se incluyeron clases de economía, Derecho, ingeniería, Medicina, Farmacia, inglés, francés y alemán.
En 1853, a petición del gobierno de don Juan Rafael Mora Porras, el Papa Pío IX le concedió a la Universidad el título de Universidad Pontificia. Esta declaratoria le otorgaba al obispo autoridad de aprobar o rechazar profesores, cursos o libros de texto, sin embargo, los profesores gozaron de absoluta libertad de cátedra. La única vez que a un profesor se le llamó la atención fue cuando, en 1875, don Vicente Herrera Zeledón debió exigirle al Dr. Lorenzo Zambrana que no utilizara su clase como tribuna propagandística.
La Universidad de Santo Tomás se ubicaba en avenida segunda y calle tres. En la foto, al fondo a la izquierda, se aprecia una de las torres de la Catedral. |
La Universidad de Santo Tomás era verdaderamente autónoma ya que, aunque el trabajo del rector era supervisado por el gobierno, la institución gozaba de recursos propios, es decir, no constituía una carga para el Estado. No como ahora, que las universidades públicas son autónomas en todo menos en su financiamiento, que pesa sobre los hombros de todos los contribuyentes sin que ninguno tenga derecho a exigir cuentas. Ser profesor en la Universidad de Santo Tomás era un honor, no un privilegio. Cuando un profesor obtenía el grado de Catedrático, en vez de ver aumentados sus ingresos, más bien quedaba obligado a donar una cuarta parte de su sueldo a la Universidad. Los profesores podían pensionarse, tras veinte años de servicio, con la mitad de su salario pero, años después y por iniciativa de los propios interesados (si les puede llamar así), se redujo el monto de la pensión a solamente un tercio.
El mayor problema que afrontó la Universidad fue que los jóvenes no tenían interés por matricularse en ella. Ya fueran pobres o ricos, hijos de peones o de cafetaleros, consideraban suficiente lo aprendido en la primaria y, en vez de calentarse los sesos con complicadas lecturas y operaciones matemáticas, preferían dedicarse a la agricultura o el comercio. Con el propósito de ir formando su propio semillero, la Universidad estableció, en 1875, el Instituto Nacional, un colegio de secundaria al que traían niños interesados y capacitados para el estudio. Los inspectores visitaban las escuelas rurales para buscar talentos. Cuando el maestro de pueblo recomendaba a alguno de sus alumnos, el inspector visitaba su casa y, de golpe, le soltaba al padre la pregunta: "¿Usted me da permiso de llevarme a su chiquito a San José para que sea educado en el Instituto Nacional?"
En ese momento, el humilde campesino seguramente quedaba con la boca abierta y, tras reponerse del susto, dirigía una mirada a su hijo descalzo y de cara sucia al que querían hacer un Doctor de esos que saben latín y discuten cosas que nadie entiende.
Los estudios en el Instituto Nacional y la Universidad de Santo Tomás eran cosa seria. Además de latín, debían llegar a dominar al menos otra lengua (inglés, francés o alemán). El estudio de la filosofía, la gramática y la Historia era a un nivel muy profundo y las interminables lecturas eran seguidas por un examen implacable. En la carrera de Derecho, por ejemplo, no se estudiaba la legislación costarricense, que se llegaría a dominar luego en la práctica, sino Filosofía del Derecho, Derecho Romano, Common Law británico y el Código Napoleónico, Es decir, la Universidad de Santo Tomás no graduaba abogados sino, más bien, juristas.
El bachillerato y la licenciatura se obtenían aprobando exámenes orales ante un tribunal, pero para alcanzar el título de Doctor había que presentar una tesis. El sistema era muy severo. Al candidato se le presentaban varios papeles doblados y debía escoger uno al azar, en que estaba escrito el tema sobre el que debería presentar su tesis. Inmediatamente lo encerraban en una habitación con todos los libros que quisiera llevarse de la biblioteca y ahí debía permanecer, sin pan ni agua, hasta que terminara de escribir su tesis. Cuando salía, leía su escrito ante los catedráticos, quienes luego lo acribillaban con preguntas y objeciones. Lo duro del caso es que los examinadores ya se habían preparado sobre el tema, mientras que el aspirante debía salir del paso con lo que ya sabía o lo que acababa de repasar.
Quienes, incluso sin llegar a graduarse, pasaron por las aulas de la Universidad de Santo Tomás, inevitablemente adquirieron una amplísima cultura general. Eso explica el alto nivel tanto literario como de contenido, de los periódicos y los debates políticos en la segunda mitad del Siglo XIX. Aunque buena parte de la población seguía siendo analfabeta, el país contaba con grandes intelectuales, no todos ellos, por cierto, de familias adineradas. Don Cleto González Víquez, don Máximo Fernández Alvarado y don Pedro Pérez Zeledón, por citar algunos, tenían orígenes muy humildes. Mucho se ha hablado de las diferencias sociales entre ricos y pobres, entre dones y descalzos, entre levas y chaquetas, pero, más allá del dinero, en cualquier sociedad la cultura tiene también su peso. Hubo grandes finqueros, dueños de beneficios y exportadores de café que nunca metieron la cuchara en los debates nacionales, mientras que los hijos de campesinos que tuvieron la oportunidad de estudiar en la Universidad de Santo Tomás llegaron a ser influyentes en la toma de decisiones.
Antes de que se fundara la Universidad de Santo Tomás, para obtener un grado académico había que trasladarse a Nicaragua o a Guatemala, como hicieron don Florencio del Castillo, Fray Antonio de Liendo y Goicoechea, Mons. Anselmo Llorente Lafuente, don Carlos y don Julián Volio, el Dr. Jesús Jiménez o el propio Dr. Castro Madriz. El dinero obtenido por las exportaciones de café le permitió a los hermanos Mariano y José María Montealegre estudiar en Europa. Pero mantener a un hijo en el extranjero durante años no era algo que estuviera al alcance de todas las familias.
El rostro Mauro Fernández Acuña (1843-1905), quien dejó a Costa Rica sin universidad aparecen en los billetes de dos mil colones. |
Mauro Fernández Acuña, Ministro de Educación durante el gobierno de Bernardo Soto, fue el proponente y ejecutor de la clausura de la Universidad. Según él, "Costa Rica no podía tener una universidad", afirmación verdaderamente absurda puesto que ya la tenía. Y, en todo caso, ¿por qué Costa Rica no podía y Nicaragua y Guatemala sí?
Don Mauro argumentaba también que había que hacer a un lado los estudios filosóficos y puramente teóricos, para sustituirlos por la formación técnica que era lo que el país necesitaba. Pero dentro de las carreras que la Universidad ofrecía estaban, no solamente Medicina e Ingeniería, sino también contabilidad y agrimensura.
Más allá de sus justificaciones, tal parece que don Mauro era uno de esos genios que, cuando se sienta en su escritorio a formular un plan, destruye todo lo que no calce con él. Quiso reestructurar y unificar la educación pública y, para lograrlo, tal parece que necesitó echar mano de los recursos, que ya eran considerables, de la Universidad.
Quienes lo defienden, dicen que cerró la Universidad pero fortaleció la educación media al fundar el Liceo de Costa Rica, el Colegio Superior de Señoritas y el Instituto de Alajuela. Sin embargo, el Instituto Nacional, para varones, existía desde 1871 y la Escuela de Niñas. En Alajuela el Instituto de Educación Secundaria que existía desde 1878 estaba cerrado y don Mauro se opuso a que fuera reabierto.. Con el Liceo de Costa Rica y el Colegio de Señoritas, al cambiarle el nombre a instituciones ya existentes, quedó como fundador de instituciones nuevas. En el caso del Instituto de Alajuela, se le atribuye la fundación de un centro de estudios abierto contra su voluntad. Afortunadamente no se metió con el Colegio San Luis Gonzaga de Cartago, fundado en 1869, ni con el liceo de Heredia, originalmente llamado San Agustín, fundado en 1875.
Por increíble que parezca, esos cinco centros de enseñanza fueron las únicas instituciones públicas que impartían educación secundaria hasta que don Pepe Figueres y su ministro Uladislao Gámez empezaron a fundar liceos en otras regiones del país. Durante más setenta años, los jóvenes que vivían lejos de San José, Cartago, Heredia o Alajuela, al obtener el diploma de sexto grado no continuaban estudiando, aunque quisieran y pudieran, simplemente porque no había un colegio cerca.
Profesores y alumnos intentaron evitar el cierre de la Universidad de Santo Tomás pero, a pesar de múltiples protestas, apelaciones y hasta ruegos, la clausura se concretó el 20 de agosto de 1888.
Todos los activos de la Universidad, incluyendo el edifio, en avenida segunda, pasaron a manos del Estado. Don Miguel Obregón Lizano, bibliotecario de la Universidad, logró que la amplia colección de la biblioteca de la Universidad sirviera para fundar la Biblioteca Nacional.
Solamente se mantuvieron abiertas las escuelas de Derecho y de Farmacia. En 1897, el pintor Tomás Povedano fundó la Escuela de Bellas Artes y, en 1926, por iniciativa de don Arturo Volio, el gobierno estableció la escuela de Agronomía.
La intención de reabrir la Universidad fue un anhelo constante y, en 1940, el Dr. Rafael Angel Calderón Guardia y el Lic. Luis Demetrio Tinoco Castro fundaron la Universidad de Costa Rica, en la que unieron las escuelas ya existentes, Derecho, Farmacia, Bellas Artes y Agronomía junto con una nueva, de Filosofía y Letras. Aunque, al momento de la fundación de la Universidad de Costa Rica se insistió en dejar bien claro que no se trataba de la reapertura de la Universidad de Santo Tomás, la nueva institución adoptó el mismo escudo (un girasol) y el mismo lema (LUCEM ASPICIO) de la anterior.
En la Biblioteca Carlos Monge Alfaro, de la Universidad de Costa Rica, se conservan los dos enormes retratos al óleo del Dr. José María Castro Madriz y de su tío el padre Juan de los Santos Madriz, fundador y primer rector, respectivamente, de la Universidad de Santo Tomás.
La clausura fue el 24 de agosto, según un documento del SINABI que tengo, realizado por Astrid Fishel y publicado en la revista Educación. gracias por el sitio web, muy completo!!
ResponderBorrarhttp://www.sinabi.go.cr/exhibiciones/Educacion%20en%20Costa%20Rica/Publicaciones/La%20clausura%20de%20la%20Universidad%20de%20Santo%20Tomas.pdf