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lunes, 10 de abril de 2017

Luis Dobles Segreda recopiló documentos de Juan Santamaría.

El libro del héroe. Luis Dobles Segreda.
Asociación para el estudio de la historia
patria. Costa Rica, 1991.
Juan Santamaría, el humilde tambor del ejército costarricense que el 11 de abril de 1856 prendió fuego al Mesón de Guerra durante la batalla de Rivas, es el héroe nacional de Costa Rica. Sin embargo, su figura está envuelta en una nebulosa de leyenda. Su nombre, su nacimiento, su muerte, la importancia de su acción y hasta su existencia misma ha sido constante tema de debate entre historiadores.
La Campaña Nacional contra los filibusteros ocurrió en 1856 y 1857, pero no fue sino hasta más de diez años después que se le empezó a brindar importancia al nombre y sacrificio de Juan Santamaría. El primero en elevarlo a la categoría de héroe fue don José de Obaldía quien, en un discurso pronunciado el 15 de setiembre de 1864, llamó la atención sobre lo que consideraba "un hecho que no debe ser olvidado"
Según dijo, las tropas costarricenses estaban siendo amenazadas por los tiros de los filibusteros, que se habían encerrado en el Mesón de Guerra y "uno de los jefes de la República" se dirigió a los soldados para pedir un voluntario que cruzara la plaza y le prendiera fuego a la edificación donde se concentraba el enemigo. La misión, de más está decirlo, era suicida. 
Luego vino lo que todos los ticos hemos escuchado en la escuela: Juan Santamaría se ofreció de voluntario y, antes de caer muerto por los disparos de los que era blanco fácil, logró incendiar la esquina de la techumbre y obligó a los filibusteros a evacuar el sitio.
El discurso de Obaldía tuvo gran éxito y quienes quedaron impresionados por este admirable gesto de sacrificar la vida por la patria, se encargaron de que el hecho no cayera en el olvido. En 1865 se recogieron testimonios de combatientes y todos recordaron haber presenciado la hazaña. Veinte años después, se llamó Juan Santamaría a uno de los primeros buques guardacostas del país. En 1887 se dispuso levantarle un monumento en Alajuela, ciudad natal del héroe, pero hubo alguna demora y el monumento fue inaugurado en 1891. En 1918, el Presidente Alfredo González declaró feriado el 11 de abril para conmemorar la gesta heroica de Juan Santamaría cuya historia, ya para entonces, era conocida por todos los costarricenses.
Pese a la admiración general, no faltaron quienes elevaran cuestionamientos. Para empezar, no hay en Alajuela registros de nadie llamado Juan Santamaría. Además, ni William Walker ni don Juan Rafael Mora Porras le dieron gran importancia a la quema del Mesón durante la batalla de Rivas. En sus memorias, tituladas La Guerra de Nicaragua, William Walker simplemente dice: "...quemaron algunas casas..." y lo único que lamenta es que el humo haya impedido que sus hombres, situados en los techos, pudieran comunicarse entre sí. Por otra parte, Walker, sus oficiales y el mayor número de sus hombres no se encontraban en el Mesón de Guerra sino justo al otro lado de la plaza, en el Templo Parroquial.
En el Parte de Batalla que escribió don Juanito Mora, declara que los filibusteros controlaban la iglesia, el cabildo y todas las calles aledañas a la plaza, así como el Mesón de Guerra y la casa de la señora Abarca. Menciona que: "...los nuestros habían incendiado un ángulo del Mesón de Guerra..." sin brindar mayores detalles.  Más que los incendios, lo que don Juanito celebra es el arribo de tropas de refuerzo lideradas por Juan Alfaro Ruiz.
Ya entrado el siglo XX, Monseñor Víctor Manuel Sanabria publicó que, en el libro de fallecidos durante la Campaña Nacional, realizado por el Padre Francisco Calvo, capellán del ejército, hay una anotación sobre "Juan Santamaría, soltero, de Alajuela"  en la que se consigna que murió de cólera y fue sepultado en el camino de regreso entre Nicaragua y Costa Rica.
Luis Dobles Segreda.(1889-1956).
En 1926, don Luis Dobles Segreda, para aclarar la discusión, reunió una serie de documentos sobre Juan Santamaría que publicó con el título El libro del héroe. Se trata de una antología en que aparecen testimonios de combatientes y declaraciones oficiales, así como ensayos, poemas, discursos y artículos de diversos autores. El libro del héroe tuvo una segunda edición en 1991, que es la que tengo y, lamentablemente, no ha sido reeditado desde entonces.
Aunque la intención del libro era despejar dudas sobre temas controversiales, su lectura más bien acaba acentuándolas. 
En las primeras páginas aparece la certificación de que en el Libro de Bautizos de la parroquia de Alajuela (número 5, folio 63) consta que el 29 de agosto de 1831, el padre José Antonio Oreamuno bautizó a Juan María, nacido en esa misma fecha, hijo de Manuela Gayego. 
Según Dobles Segreda, esta es el acta de bautismo de Juan Santamaría. Sin embargo, el documento es en sí mismo bastante extraño. Dice: "Yo, el presbítero José Antonio Oreamuno..." pero, apenas un par de líneas después, firma el padre Gabriel Padilla.
Por otra parte, ¿Cómo fue que Juan María Gayego acabó llamándose Juan Santamaría? En su libro Tradiciones Costarricenses, Gonzalo Chacón Trejos intenta una explicación. Según él, por respeto a la Santísima Virgen, las personas de entonces no podían pronunciar el nombre de María sin anteponerle el Santa, por lo que el nombre de nuestro héroe habría sido Juan María Gayego. El argumento es bastante débil. Precisamente por la gran devoción mariana de entonces, eran muchos los varones que tenían María como segundo nombre. Allí están, como muestra entre las figuras de la época, Manuel María Gutiérrez, Francisco María Iglesias Llorente y el propio General José María Cañas, sin que a ninguno de ellos lo llamaran Santa María.
Aparece también la carta que la madre de Juan Santamaría le dirige a don Juanito Mora en 1857 solicitándole una pensión. No está firmada, porque la señora era analfabeta y alguien escribió por ella, pero la solicitud no está a nombre de Manuela Gayego, sino de Manuela Santamaría. La pensión fue concedida (tres pesos al mes), pero salió a nombre de Manuela Carvajal. En 1865, tras el famoso discurso de Obaldía, le subieron la pensión a doce pesos. En 1926, dos señoras que atravesaban una situación económica difícil, Ramona y Francisca Santamaría, solicitaron una pensión por ser primas de Juan Santamaría y también se les concedió. A propósito del hecho, Alejandro Alvarado Quirós pronunció un florido discurso de homenaje patriótico que tuvo una amarga réplica del General Jorge Volio, en cuya opinión el Estado no debía seguir dando confirmación a un hecho que no está del todo comprobado.
Este fue el modelo utilizado por
el escultor francés Aristide Croisy
para el monumento a Juan
Santamaría.
En cuanto al documento en que consta la muerte de Juan Santamaría a causa del cólera, don Eladio Prado llama la atención sobre el hecho de que, aunque el padre Francisco Calvo acompañó a las tropas durante toda la campaña, el libro de defunciones que escribió no tiene secuencia cronológica y está escrito con pulcritud y buena letra, lo cual lo hace suponer que fue realizado después de finalizada la guerra. Sostiene que quizá el Padre Calvo anotaba los nombres en un borrador y luego, al pasarlos en limpio, descuidara los detalles. De hecho, la gran mayoría de las defunciones no tiene fecha y, en cuanto a lugar, solamente dice: en Nicaragua, de Nicaragua a Costa Rica, de la frontera a Liberia y de Liberia al interior. Por otra parte, el propósito del registro era puramente notarial. No se pretendía dejar constancia del día, lugar y causa de la muerte de cada fallecido, sino simplemente anotar su defunción para efectos testamentarios, reclamos de pensiones o nuevo matrimonio de las viudas.
El libro recopila testimonios del Dr Andrés Sáenz, del General Víctor Guardia Gutiérrez y de otra decena de personas que estuvieron en la batalla de Rivas y presenciaron los hechos, pero, aunque coinciden en lo esencial, sus versiones son bastante contradictorias en los detalles. No se trata solamente de si la tea era una caña o un palo, con trapos empapados en alcohol o en aguarrás, o que si el héroe fue baleado de ida o de vuelta. Todo eso se puede pasar por alto. Pero hay hechos de importancia que son recordados de manera bastante distinta. Unos dicen que fue el propio General Cañas quien solicitó el voluntario, otros afirman que fue Pedro Rivera y hay quienes sostienen que la orden fue transmitida por un ayudante que no conocían. La gran mayoría de los testimonios declara que Juan Santamaría fue el primero en ofrecerse, algunos cuentan que ya había habido intentos anteriores y solamente uno menciona a Luis Pacheco, quien logró prender un pequeño fuego en el Mesón que no llegó a extenderse y terminó apagándose. 
Hay quienes sostienen que los filibusteros estaban dentro del Mesón y que pretendían obligarlos a salir con el fuego. Otros coinciden con la versión de Walker y declaran que los filibusteros estaban sobre el tejado. Dispararle desde el techo a quien está en la calle es cosa fácil. Lo contrario es prácticamente imposible. De ahí la necesidad de incendiar el alero de la casa. 
Es importante recordar que los filibusteros tenían ciertas ventajas y la experiencia era la mayor de ellas. Sabían atacar sin exponerse. Las tropas costarricenses en Rivas eran de dos mil quinientos hombres. Walker llegó a la ciudad al amanecer del día 11 de abril al mando de quinientos americanos y doscientos nicaragüenses. La batalla empezó cerca de las ocho de la mañana. Poco después del medio día fue el incendio del Mesón. Como a las cuatro de la tarde ambos bandos, totalmente exhaustos, espontáneamente y sin acordarlo, hicieron un alto al fuego. Walker abandonó la ciudad al amanecer del día doce. En sus filas se contaban cincuenta y ocho muertos, treinta y dos heridos y trece desaparecidos. Entre los costarricenses, los muertos fueron ciento diez y los heridos más de setecientos. Por inexperiencia, más que por arrojo, los ticos corrieron en espacios abiertos exponiéndose a las balas. Acabó siendo famosa la muerte del General José Manuel Quirós quien fue blanco fácil por creer que agacharse era indigno de un general.
En su camino de regreso a Granada, William Walker lamentaba con su hermano James, el que Norval, su hermano menor, hubiera desaparecido durante el combate. Sin embargo, Norval estaba a salvo. Se había quedado dormido en el campanario de la iglesia y al despertarse se percató que sus compañeros se habían ido. Antes de regresar a pie a Granada, dio una vuelta por la plaza y pudo ver a los ticos enterrando los muertos y curando los heridos. A nadie le pasó por la mente que aquel muchachito adolescente, casi un niño, que deambulaba por las calles, era el hermano del comandante enemigo.
Por la proporción de las bajas en ambos bandos, la duración del combate y el retiro de Walker al amanecer del día siguiente, tal parece que el incendio del Mesón no fue determinante.
Todos sabemos lo que vino luego. La peste del cólera obligó a los ticos a regresar y la guerra se reanudó al año siguiente.
Volviendo al libro de don Luis Dobles Segreda, no deja de ser irónico que el primer poema que aparece sobre la gesta heroica de Juan Santamaría, sea precisamente la letra al Himno Patriótico a Juan Santamaría, escrita por Emilio Pacheco Cooper, quien era pariente de Luis Pacheco, el primero que logró iniciar un fuego en el Mesón y a quien hoy nadie recuerda.
En el libro hay textos de Anastasio Alfaro, Máximo Soto Hall, Ricardo Fernández Guardia, Rafael Calderón Muñoz, Pío Víquez, Ricardo Jiménez Oreamuno, Antonio Zambrana, Manuel de Jesús Jiménez Oreamuno entre otros muchos autores.
También incluye el artículo Bronce al soldado Juan, escrito por Rubén Darío durante su residencia en Costa Rica a propósito de la inauguración del monumento en Alajuela. En ese acto, por cierto, además de Darío, estuvieron presentes Rafael Yglesias, Ricardo Jiménez Oreamuno, Carlos Gagini, el escritor salvadoreño Francisco Gavidia y hasta el prócer de la independencia cubana Antonio Maceo.
Desde entonces, 1891, la figura de Juan Santamaría generaba polémica. Darío, en su artículo, se refiere de pasada a la discusión de si el héroe había nacido en Alajuela o Barva de Heredia y agrega, con gran sabiduría, que los héroes son hijos sencillos del pueblo que acaban mereciendo el canto de los bardos y los monumentos inmortales. Surgen de los campos o de las montañas y, como en el caso de Wilhelm Tell, el héroe de Suiza, "su enorme perfil se pierde entre las vagas nieblas de la leyenda."
INSC: 2734
Monumento a Juan Santamaría 1891. La escultura fue realizada en Francia por
Aristide Croisy. El pedestal es obra de Giuseppe Bulgarelli Paiani.

domingo, 10 de abril de 2016

El historiador Manuel de Jesús Jiménez Oreamuno.

La vida aventurera de Cristóbal
Madrigal y otras noticias de antaño.
Manuel de Jesús Jiménez Oreamuno.
Editorial Costa Rica, 1983.
Manuel de Jesús Jiménez Oreamuno tuvo una vida modesta dedicada a la agricultura, el servicio público y el estudio de la historia. Hijo primogénito de don Jesús Jiménez Zamora y doña Esmeralda Oreamuno Gutiérrez, nació en Cartago en 1854 y murió en Alajuela en 1916.  En distintas épocas, sus dos abuelos, su padre y su hermano, gobernaron el país. Su abuelo paterno, Ramón Jiménez Robledo, fue gobernador de la provincia de Costa Rica en los últimos años de la época colonial, durante el reinado de Fernando VII. Su abuelo materno, Francisco María Oreamuno Bonilla, fue Jefe de Estado de 1844 a 1848. Su padre fue Presidente de la República en dos ocasiones, de 1863 a 1866 y de 1868 a 1870. Su hermano menor, Ricardo Jiménez Oreamuno, ha sido el único costarricense en haber ocupado la presidencia de los tres poderes de la República y en ser electo tres veces presidente: de 1910 a 1914, de 1924 a 1928 y de 1932 a 1936.
Miembro de semejante familia, no sorprende que don Manuel de Jesús haya ocupado también distintos cargos públicos. Fue presidente municipal, diputado en varias ocasiones (en total estuvo diez años en el Congreso), Secretario de Relaciones Exteriores y de Hacienda y encabezó misiones diplomáticas fuera del país. En 1894 fue candidato a la Presidencia de la República pero, ante los graves acontecimientos que sucedieron durante la campaña, con suspensión de garantías, alzamientos populares y hasta muertos, se retiró de la contienda y aceptó como inevitable que el Presidente José Joaquín Rodríguez impusiera como su sucesor a su yerno Rafael Yglesias Castro.
Durante la primera administración de su hermano don Ricardo, don Manuel de Jesús fue nombrado por el Congreso "Designado a la Presidencia", que era como se llamaba entonces a los vicepresidentes. 
Irónicamente, don Manuel era muy estudioso pero no tuvo la oportunidad de estudiar. Terminó su bachillerato en el Colegio San Luis Gonzaga en un momento en que su familia atravesaba dificultades económicas por lo que, en vez de ir a la universidad, debió ponerse inmediatamente a trabajar. Su padre, que había sido derrocado por el General Tomás Guardia, estaba muy endeudado y no tenía más recursos que su profesión de médico y una finca, no muy productiva, en Tucurrique.
La gran pasión de don Manuel de Jesús era la historia de Costa Rica, pero esa historia no había sido escrita aún. Entonces, todo el tiempo libre que le quedaba tras cumplir sus deberes como funcionario y atender sus negocios particulares, lo dedicaba a leer documentos antiguos. Atando cabos con los datos que encontraba en protocolos de notarios, informes de gobernadores, testamentos, correspondencia oficial, actas municipales y libros parroquiales, poco a  poco logró reconstruir hechos y retratar a sus protagonistas.
Como todo investigador histórico, se topó con dificultades. Por ejemplo, escribió una detallada reseña de la vida de Diego de Sojo y Peñaranda, fundador de la comunidad de Talamanca, en el Caribe sur de Costa Rica, quien había nacido, en 1567, en una comarca cercana a Madrid llamada precisamente Talamanca. Los datos que brinda son minuciosos. Menciona sus actividades, el recorrido de sus exploraciones, los problemas que debió enfrentar y hasta el nombre de sus dos hijos: Alonso, que se fue a vivir a Esparza, y Juana, que contrajo matrimonio con Lorenzo Sánchez. La esposa de don Diego de Sojo era de apellido Torres, pero don Manuel de Jesús nunca pudo averiguar el nombre porque las polillas se comieron la parte del papel en que estaba escrito. "Así son de voraces los gusanos con el nombre y con el cuerpo de todos los mortales", consignó don Manuel de Jesús al final del estudio.
Cada vez que completaba una de sus crónicas o semblanzas de personajes, las publicaba en el periódico con el título Noticias de Antaño. Más de sesenta años después de su muerte, la Editorial Costa Rica publicó una recopilación de sus trabajos en tres libros: Doña Ana de Cortabarría, La vida aventurera de Cristóbal Madrigal y La cadena de los Juan Mora
Las historias incluidas en el segundo título están llenas de revelaciones impresionantes.
Pedrarias Dávila mandó fundar la primera villa en la costa pacífica de nuestro país, cerca de donde actualmente está Chomes. Entre los allí destacados estaba el capitán Andrés de Garabito, quien fue el primer español en explorar el interior de Costa Rica. Más tarde, el cacique indígena que resistió la conquista tomó su nombre. 
En 1561, para combatir al Cacique Garabito, Juan de Cavallón vino con noventa soldados y un numeroso grupo de esclavos negros, así que españoles y negros entraron juntos y al mismo tiempo en la historia de Costa Rica. En el grupo venía también un portugués, Juan de Pereira, quien fue el primer europeo en llegar a Turrialba y Tucurrique.
Además de riguroso investigador, don Manuel de Jesús Jiménez es un escritor de estilo ameno que se esmera en que la crónica sea no solamente apegada a los hechos, sino también de agradable lectura. Las andanzas de personajes históricos como Diego Peláez, Álvaro de Acuña, Domingo Jiménez, Juan Solano y Alonso y Juan de Bonilla, parecen salidas de una novela de aventuras. A todos, el autor los retrata con virtudes y defectos y se refiere tanto a las hazañas que realizaron como a las trastadas que constan en actas. Juan Alonso de Guzmán fue el primer español en llegar hasta el Chirripó, lo cual no deja de ser admirable, pero protagonizó un acto que el propio don Manuel de Jesús califica como una página negra de nuestra historia. El hecho hasta resulta difícil de imaginar, o de creer, pero existen numerosos documentos de todo tipo que, por alguna u otra razón, lo mencionan. Resulta que Juan Alonso de Guzmán logró hacer amistad con los indígenas que habitaban las faldas del cerro. Levantó un rancho y convocó a una reunión a toda la comunidad. Cuando los tuvo a todos juntos en un solo lugar, con solamente un puñado de soldados, secuestró al pueblo entero, encadenó a los indígenas unos con otros y se los trajo caminando hasta Cartago.
Los viajes largos, en todo caso, tal parece que eran normales en aquella época. Los habitantes de Cartago tenían sus plantaciones de cacao en Matina y el comercio con mulas hacia Panamá se hacía, de Cartago a Chiriquí, pasando por Aserrí, Quepos y Boruca. Los barcos que viajaban con mercancías entre Cartagena y Veracruz, hacían una parada en Talamanca para abastecerse de alimentos y vender artículos cuyo destino final era Cartago.
Cuando llegó la noticia de que el pirata Mansfelt había desembarcado con setecientos hombres y se disponía a incursionar tierra adentro, los cartagos, que eran pocos, hicieron llegar refuerzos de Aserrí y Barba. Curiosamente, aunque fueron al encuentro de los bucaneros, no hubo combate.  El propio don Manuel de Jesús se pregunta por qué, si los piratas eran tan agresivos en otras latitudes, aquí se marcharon antes de la batalla. 
En 1597, otro pirata, Sir Francis Drake, sorprendió al aparecer por el Pacífico. Le había dado la vuelta al Cabo de Hornos y las autoridades españolas, que pensaban que solamente había piratas en el Caribe, temieron por la seguridad de Perú y peinaron la zona en su búsqueda. Nuestro adelantado, don Gonzalo Vásquez de Coronado, tomó un buque y se integró a la persecución. Llegó hasta el puerto de Acapulco, en México, sin encontrarlo. Nadie sabía que la intención de Sir Francis Drake, al rodear el continente, no era atacar las ciudades españolas del Pacífico, sino tomar rumbo a Asia para ser, como lo logró, el primer inglés en dar la vuelta al mundo.
Mientras la comunidad de Esparza, fundada en 1569, crecía, Cartago se despoblaba por una racha de terremotos e inundaciones. La gente empezó a irse de la que llamaban "la ciudad del lodo", hasta el punto en que hubo un momento en que solamente quedaron nueve vecinos bastante separados entre sí. Para 1571, la ciudad se reestableció y volvió a crecer.
Gerónimo de Retes, nacido en Cartago en 1597, oyó hablar que había muchos indígenas que emigraban a tierras situadas detrás del volcán Barba, región que todavía los criollos no habían explorado. En enero de 1640 incursionó en la zona con cuarenta y nueve soldados y cien indígenas aliados. Llegaron hasta las llanuras de Sarapiquí y San Carlos. Quedaron asombrados por la belleza del lugar que, pese a su atractivo, tardaría un par de siglos en ser poblado por criollos.
Manuel de Jesús Jiménez Oreamuno.
1854-1916
Salvador de Torres, nacido en Madrid, fue figura importante durante la conquista. Anduvo por el Chirripó y acompañó a Diego de Sojo y Peñaranda en la fundación de Talamanca. Cuando los indígenas destruyeron la villa y el puerto de Talamanca, Salvador de Torres se instaló en Cartago por un corto tiempo, tras el cual, junto con dos amigos, Francisco Castro y Juan Martínez, acompañados los tres por sus esposas e hijos, decidieron establecerse en un valle deshabitado en el que criaron ganado y sembraron maíz, trigo y caña de azúcar. Estas tres familias fueron las primeras residentes en San José de Costa Rica, actualmente capital de la República. El río Torres, al norte de la ciudad, debe su nombre a este colono. Un descendiente suyo, el padre Manuel Antonio Chapuí de Torres, fue quien regaló a los habitantes de la villa La Sabana de Mata Redonda para que pastara su ganado. Como los habitantes de San José ya no tienen ganado (al menos no en la capital) La Sabana es un parque recreativo y deportivo que, por la generosidad del padre Chapuí, aún les pertenece.
Don Manuel de Jesús Jiménez Oreamuno se permite también revelar algunos detalles familiares. El fierro de marcar ganado de su hermano, don Ricardo, perteneció a Diego de Peláez y data de los primeros tiempos de la conquista.
Leer las Noticias de Antaño es un verdadero deleite para quienes, como su autor, sean apasionados de la historia de Costa Rica que, precisamente, don Manuel de Jesús fue uno de los primeros en investigarla y escribirla.
Inexplicablemente, la Editorial Costa Rica clasificó la ficha del libro como "leyendas" y "folklore" (sic), cuando en realidad se trata de historia. Ese detalle, en el que en todo caso pocos repararán, puede pasarse por alto. Lo que sí es imperdonable es la nota del editor, consignada en el propio libro, que dice: "De las Noticias de Antaño completas, solamente se han dejado por fuera aquellas intrascendentes que se referían a algún pequeño dato genealógico".
¿Quién habrá sido el editor de este libro? ¿Cómo se atreve a calificar de "intrascendentes" los datos genealógicos de don Manuel de Jesús por pequeños que fueran?"
Tal vez en otros países, de gran población, la genealogía sea un pasatiempo de ociosos. Pero en Costa Rica, donde todos los habitantes formaron prácticamente una sola gran familia durante casi cuatrocientos años, desde los primeros conquistadores hasta las inmigraciones ya numerosas, frecuentes y de diverso origen que empezaron a finales del siglo XIX, los estudios genealógicos son una clave fundamental de nuestra historia.
Todos los Jiménez, Bonilla, Solano, Acuña y Pereira, que tanto abundan en Cartago, descienden de los personajes de este libro. El apellido Retes, que por algún motivo ya casi no hay costarricenses que lo lleven, fue uno de los más comunes en la vieja metrópoli incluso hasta el Siglo XVIII.
Manuel de Jesús Jiménez fue, además de historiador riguroso y ameno narrador, un gran genealogista, al punto que fueron sus investigaciones las que inspiraron y sirvieron de base a Monseñor Víctor Manuel Sanabria en su monumental trabajo de elaboración de las genealogías de Cartago. También, dicho sea de paso, don Manuel colaboró con Monseñor Thiel en la conservación de los archivos eclesiásticos, que antes de la llegada del obispo alemán se mantenían en un descuido lamentable, así como con don León Fernández en la fundación de los Archivos Nacionales.
Don Manuel de Jesús Jiménez Oreamuno fue candidato presidencial pero no llegó, como sus dos abuelos, su padre y su hermano, a gobernar este país. A diferencia de sus ilustres parientes, don Manuel de Jesús, en lugar de hacer historia, la escribió.
INSC: 2732
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