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sábado, 18 de noviembre de 2017

La Universidad de Santo Tomás.

La Universidad de Santo Tomás. Paulino
González. Editorial de la Universidad
de Costa Rica. Costa Rica, 1989
La corta vida de la Universidad de Santo Tomás muestra que, aunque Costa Rica sea en la actualidad un país con amplio acceso a las oportunidades de estudio, históricamente el asunto ha tenido sus altos y bajos. El establecimiento de la Universidad fue un gran logro que, pese al esfuerzo invertido y los frutos alcanzados, solamente funcionó durante cuarenta y cinco años. La Universidad fue creada el 3 de mayo de 1843 y clausurada el 20 de agosto de 1888. 
Al estudiar la historia del país, pocos se detienen a considerar los benificios que brindó a la sociedad costarricense el haber tenido universidad brevemente en el Siglo XIX, así como el daño que significó quedarse sin universidad por más de cincuenta años. 
La tesis de grado del historiador Paulino González, presentada en 1972 y publicada, tras la muerte del autor, en 1989, es un trabajo, breve pero muy completo, sobre la Universidad de Santo Tomás. Además de la reseña histórica propiamente dicha, explica el funcionamiento académico y administrativo de la institución y es tan detallado que hasta consigna lo nombres de los profesores y las cuotas de matrícula. 
La educación formal, en Costa Rica, debió recorrer un largo camino antes de organizarse en forma estructurada. Durante la Conquista y la Colonia eran los misioneros quienes alfabetizaban a los habitantes. El padre Diego Aguilar, considerado el primer maestro en Costa Rica, tenía una escuelita en 1594 y Fray Agustín de Ceballos, alrededor de 1605, llegó hasta a escribir un Catecismo en lengua huetar, pero a lo más que se aspiraba era a que los niños aprendieran la Doctrina y fueran capaces de leer, escribir y contar. En 1782, el obispo Esteban Lorenzo de Tristán quiso establecer en el país una escuela de estudios superiores y un hospital, pero ambas iniciativas fracasaron por resistencia de los propios habitantes, quienes creían que tales instituciones, simple y sencillamente, no hacían falta. 
En forma similar a como ocurrió posteriormente con la Univesidad de Santo Tomás, el Hospital San Juan de Dios, fundado originalmente en Cartago en 1782, funcionó solamente doce años, por lo que tras su cierre, en 1794, y hasta la nueva fundación, esta vez en San José, en 1852, Costa Rica estuvo cincuenta y ocho años sin hospital.
Tras la declaración de Independencia, el primer Jefe de Estado, don Juan Mora Fernández, que era maestro, encargó a las municipalidades la administración de las escuelas e impuso una multa a los padres que no matricularan a sus hijos en ellas. Don Braulio Carrillo fue más allá y en La ley de bases y garantías, estableció que los padres que descuidaran la instrucción de sus hijos perderían su custodia y hasta la nacionalidad. Lo que se enseñaba, en todo caso, seguía siendo lo básico.
El padre Manuel Alvarado, síndico de la Municipalidad de San José, fue el encargado de estructurar la primera institución de estudios formales del país, que abrió en 1814 con el nombre de Casa de Enseñanza de Santo Tomás y tuvo como primer director al Bachiller Rafael Francisco Osejo. En el nuevo centro, los niños y jóvenes estudiaban latín, gramática, filosofía, álgebra, historia y ciencias. Para mantener la disciplina, los profesores estaban autorizados a azotarlos con coyunda o palmeta pero, debido a ciertos abusos, el castigo físico fue suprimido en 1822. En cuanto los estudiantes supieron que los profesores no podían pegarles, aprovecharon para vengarse y empezon a pegarles a ellos, por lo que el permiso a los docentes de dar azotes, tras muchas discuciones, fue restablecido en 1823.
Además de violento, el ambiente era algo confuso. Los estudiantes debían asistir a Misa y rezar el rosario diariamente, pero los textos y las clases eran más bien de tendencia liberal. Los jóvenes pronto se aburrían de las complicadas clases de latín y de las pesadas lecturas de los autores de la Ilustración y optaban por abandonar las aulas y volver al trabajo del campo, que era lo suyo. 
Como los muchachos no concluían los estudios, la primera graduación tuvo lugar más de veinte años después de abierta la casa. Vicente Herrera Zeledón fue el primero en recibir el título de Bachiller, el 4 de enero de 1859. Sus compañeros de graduación fueron Ramón Carranza, José Antonio Pinto, Pío Alvarado y Antonio Salazar.
En 1843, el Dr. José María Castro Madriz, ministro general del Jefe de Estado José María Alfaro propuso que la Casa de Enseñanza se convirtiera en Universidad. El decreto de creación se firmó el 3 de mayo de ese año pero, por los preparativos necesarios, la inauguración tuvo lugar en abril del año siguiente con cursos de filosofía, gramática latina y matemáticas. Posteriormente se incluyeron clases de economía, Derecho, ingeniería, Medicina, Farmacia, inglés, francés y alemán. 
En 1853, a petición del gobierno de don Juan Rafael Mora Porras, el Papa Pío IX le concedió a la Universidad el título de Universidad Pontificia. Esta declaratoria le otorgaba al obispo autoridad de aprobar o rechazar profesores, cursos o libros de texto, sin embargo, los profesores gozaron de absoluta libertad de cátedra. La única vez que a un profesor se le llamó la atención fue cuando, en 1875, don Vicente Herrera Zeledón debió exigirle al Dr. Lorenzo Zambrana que no utilizara su clase como tribuna propagandística.
La Universidad de Santo Tomás se ubicaba en avenida segunda
y calle tres. En la foto, al fondo a la izquierda, se aprecia 
una de las torres de la Catedral.
La Universidad de Santo Tomás era verdaderamente autónoma ya que, aunque el trabajo del rector era supervisado por el gobierno, la institución gozaba de recursos propios, es decir, no constituía una carga para el Estado. No como ahora, que las universidades públicas son autónomas en todo menos en su financiamiento, que pesa sobre los hombros de todos los contribuyentes sin que ninguno tenga derecho a exigir cuentas. Ser profesor en la Universidad de Santo Tomás era un honor, no un privilegio. Cuando un profesor obtenía el grado de Catedrático, en vez de ver aumentados sus ingresos, más bien quedaba obligado a donar una cuarta parte de su sueldo a la Universidad. Los profesores podían pensionarse, tras veinte años de servicio, con la mitad de su salario pero, años después y por iniciativa de los propios interesados (si les puede llamar así), se redujo el monto de la pensión a solamente un tercio.
El mayor problema que afrontó la Universidad fue que los jóvenes no tenían interés por matricularse en ella. Ya fueran pobres o ricos, hijos de peones o de cafetaleros, consideraban suficiente lo aprendido en la primaria y, en vez de calentarse los sesos con complicadas lecturas y operaciones matemáticas, preferían dedicarse a la agricultura o el comercio. Con el propósito de ir formando su propio semillero, la Universidad estableció, en 1875, el Instituto Nacional, un colegio de secundaria al que traían niños interesados y capacitados para el estudio. Los inspectores visitaban las escuelas rurales para buscar talentos. Cuando el maestro de pueblo recomendaba a alguno de sus alumnos, el inspector visitaba su casa y, de golpe, le soltaba al padre la pregunta: "¿Usted me da permiso de llevarme a su chiquito a San José para que sea educado en el Instituto Nacional?"
En ese momento, el humilde campesino seguramente quedaba con la boca abierta y, tras reponerse del susto, dirigía una mirada a su hijo descalzo y de cara sucia al que querían hacer un Doctor de esos que saben latín y discuten cosas que nadie entiende.
Los estudios en el Instituto Nacional y la Universidad de Santo Tomás eran cosa seria. Además de latín, debían llegar a dominar al menos otra lengua (inglés, francés o alemán). El estudio de la filosofía, la gramática y la Historia era a un nivel muy profundo y las interminables lecturas eran seguidas por un examen implacable. En la carrera de Derecho, por ejemplo, no se estudiaba la legislación costarricense, que se llegaría a dominar luego en la práctica, sino Filosofía del Derecho, Derecho Romano, Common Law británico y el Código Napoleónico, Es decir, la Universidad de Santo Tomás no graduaba abogados sino, más bien, juristas. 
El bachillerato y la licenciatura se obtenían aprobando exámenes orales ante un tribunal, pero para alcanzar el título de Doctor había que presentar una tesis. El sistema era muy severo. Al candidato se le presentaban varios papeles doblados y debía escoger uno al azar, en que estaba escrito el tema sobre el que debería presentar su tesis. Inmediatamente lo encerraban en una habitación con todos los libros que quisiera llevarse de la biblioteca y ahí debía permanecer, sin pan ni agua, hasta que terminara de escribir su tesis. Cuando salía, leía su escrito ante los catedráticos, quienes luego lo acribillaban con preguntas y objeciones. Lo duro del caso es que los examinadores ya se habían preparado sobre el tema, mientras que el aspirante debía salir del paso con lo que  ya sabía o lo que acababa de repasar.  
Quienes, incluso sin llegar a graduarse, pasaron por las aulas de la Universidad de Santo Tomás, inevitablemente adquirieron una amplísima cultura general. Eso explica el alto nivel tanto literario como de contenido, de los periódicos y los debates políticos en la segunda mitad del Siglo XIX. Aunque buena parte de la población seguía siendo analfabeta, el país contaba con grandes intelectuales, no todos ellos, por cierto, de familias adineradas. Don Cleto González Víquez, don Máximo Fernández Alvarado y don Pedro Pérez Zeledón, por citar algunos, tenían orígenes muy humildes. Mucho se ha hablado de las diferencias sociales entre ricos y pobres, entre dones y descalzos, entre levas y chaquetas, pero, más allá del dinero, en cualquier sociedad la cultura tiene también su peso. Hubo grandes finqueros, dueños de beneficios y exportadores de café que nunca metieron la cuchara en los debates nacionales, mientras que los hijos de campesinos que tuvieron la oportunidad de estudiar en la Universidad de Santo Tomás llegaron a ser influyentes en la toma de decisiones.
Antes de que se fundara la Universidad de Santo Tomás, para obtener un grado académico había que trasladarse a Nicaragua o a Guatemala, como hicieron don Florencio del Castillo, Fray Antonio de Liendo y Goicoechea, Mons. Anselmo Llorente Lafuente, don Carlos y don Julián Volio, el Dr. Jesús Jiménez o el propio Dr. Castro Madriz. El dinero obtenido por las exportaciones de café le permitió a los hermanos Mariano y José María Montealegre estudiar en Europa. Pero mantener a un hijo en el extranjero durante años no era algo que estuviera al alcance de todas las familias.
El rostro Mauro Fernández Acuña (1843-1905), quien dejó a
Costa Rica sin universidad aparecen en los billetes de dos mil
colones.
El cierre de la Universidad de Santo Tomás, en 1888, devolvió el país a esa situación ya superada. Durante los cincuenta años que Costa Rica estuvo sin universidad, solamente los hijos de familias ricas tuvieron oportunidad de estudiar afuera. 
Mauro Fernández Acuña, Ministro de Educación durante el gobierno de Bernardo Soto, fue el proponente y ejecutor de la clausura de la Universidad. Según él, "Costa Rica no podía tener una universidad", afirmación verdaderamente absurda puesto que ya la tenía. Y, en todo caso, ¿por qué Costa Rica no podía y Nicaragua y Guatemala sí?
Don Mauro argumentaba también que había que hacer a un lado los estudios filosóficos y puramente teóricos, para sustituirlos por la formación técnica que era lo que el país necesitaba. Pero dentro de las carreras que la Universidad ofrecía estaban, no solamente Medicina e Ingeniería, sino también contabilidad y agrimensura.
Más allá de sus justificaciones, tal parece que don Mauro era uno de esos genios que, cuando se sienta en su escritorio a formular un plan, destruye todo lo que no calce con él. Quiso reestructurar y unificar la educación pública y, para lograrlo, tal parece que necesitó echar mano de los recursos, que ya eran considerables, de la Universidad.
Quienes lo defienden, dicen que cerró la Universidad pero fortaleció la educación media al fundar el Liceo de Costa Rica, el Colegio Superior de Señoritas y el Instituto de Alajuela. Sin embargo, el Instituto Nacional, para varones, existía desde 1871 y la Escuela de Niñas. En Alajuela el Instituto de Educación Secundaria que existía desde 1878 estaba cerrado y don Mauro se opuso a que fuera reabierto.. Con el Liceo de Costa Rica y el Colegio de Señoritas, al cambiarle el nombre a instituciones ya existentes, quedó como fundador de instituciones nuevas. En el caso del Instituto de Alajuela, se le atribuye la fundación de un centro de estudios abierto contra su voluntad. Afortunadamente no se metió con el Colegio San Luis Gonzaga de Cartago, fundado en 1869, ni con el liceo de Heredia, originalmente llamado San Agustín, fundado en 1875.
Por increíble que parezca, esos cinco centros de enseñanza fueron las únicas instituciones públicas que impartían educación secundaria hasta que don Pepe Figueres y su ministro Uladislao Gámez empezaron a fundar liceos en otras regiones del país. Durante más setenta años, los jóvenes que vivían lejos de San José, Cartago, Heredia o Alajuela, al obtener el diploma de sexto grado no continuaban estudiando, aunque quisieran y pudieran, simplemente porque no había un colegio cerca.
Profesores y alumnos intentaron evitar el cierre de la Universidad de Santo Tomás pero, a pesar de múltiples protestas, apelaciones y hasta ruegos, la clausura se concretó el 20 de agosto de 1888.
Todos los activos de la Universidad, incluyendo el edifio, en avenida segunda, pasaron a manos del Estado. Don Miguel Obregón Lizano, bibliotecario de la Universidad, logró que la amplia colección de la biblioteca de la Universidad sirviera para fundar la Biblioteca Nacional.
Solamente se mantuvieron abiertas las escuelas de Derecho y de Farmacia. En 1897, el pintor Tomás Povedano fundó la Escuela de Bellas Artes y, en 1926, por iniciativa de don Arturo Volio, el gobierno estableció la escuela de Agronomía.
La intención de reabrir la Universidad fue un anhelo constante y, en 1940, el Dr. Rafael Angel Calderón Guardia y el Lic. Luis Demetrio Tinoco Castro fundaron la Universidad de Costa Rica, en la que unieron las escuelas ya existentes, Derecho, Farmacia, Bellas Artes y Agronomía junto con una nueva, de Filosofía y Letras. Aunque, al momento de la fundación de la Universidad de Costa Rica se insistió en dejar bien claro que no se trataba de la reapertura de la Universidad de Santo Tomás, la nueva institución adoptó el mismo escudo (un girasol) y el mismo lema (LUCEM ASPICIO) de la anterior.
En la Biblioteca Carlos Monge Alfaro, de la Universidad de Costa Rica, se conservan los dos enormes retratos al óleo del Dr. José María Castro Madriz y de su tío el padre Juan de los Santos Madriz, fundador y primer rector, respectivamente, de la Universidad de Santo Tomás.
INSC: 1952
Fachada de la Universidad de Santo Tomás.

martes, 14 de noviembre de 2017

Adolphe Marie periodista en Costa Rica de 1849 a 1856.

Pinceladas periodisticas de la Costa
Rica del Siglo XIX por Adolphe Marie.
Jeannette Bernard Villar. Ministerio
de Cultura Juventud y Deportes.
Costa Rica, 1976.
Cuando, en 1852, el escritor alemán Wilhelm Marr estuvo en Costa Rica y manifestó su interés por conocer a los personajes notables del país, le recomendaron que asistiera a las peleas de gallos, puesto que allí los encontraría a todos. La descripción que dejó escrita en la crónica de su viaje es en verdad pintoresca.
A las tres de la tarde del domingo, tras pagar un real como derecho de entrada a un galerón desvencijado, se encontró con una bulliciosa multitud en que se mezclaban "dones y descalzos", interactuando con absoluta igualdad. El presidente de la República, anotó, "no tiene escrúpulos en apostar sus pesos contra los del último peón."
Tal parece que don Juan Rafael Mora Porras, el presidente, no le causó buena impresión. Lo describe como un señor de pequeña estatura y cara llena y astuta, vestido de frac negro y pantalones amarillos. Consigna en su escrito que le dijeron que don Juanito "tan solo se ocupa en los asuntos del gobierno cuando está en juego su interés personal, y deja la política menuda en manos de su ministro Carazo, en tanto que un francés, Monsieur Adolphe Marie, atiende la alta política, es decir, la correspondencia con las naciones extranjeras."
Haya sido cierto o no lo que le dijeron, la leyenda de que, durante la presidencia de don Juanito, Manuel José Carazo gobernaba y Adolphe Marie escribía. fue repetida tanto por amigos como enemigos de su administración. A Adolphe Marie se le atribuye hasta la redacción de las dos proclamas de don Juanito contra los filibusteros de William Walker, que contienen, por cierto, expresiones que remiten a la Marsellesa, himno nacional de Francia. De la enorme cantidad de documentos que aparecen firmados por don Juanito, hay unos de expresión simple y redacción atropellada, mientras que otros son de giros complejos, vocabulario elevado y elegante prosa. Muchos han supuesto que esta disparidad se debe (tomando en cuenta el hecho de que don Juanito no cursó estudios superiores) a que los primeros son obra enteramente suya, mientras que los segundos debieron haber sido redactados por su colaborador francés. Si no se los escribía, al menos se los corregía, porque la prosa de don Juanito desmejoró mucho a partir de 1856, año de la muerte de Adolphe Marie.
No hay muchos datos sobre la vida de Adolphe Marie. Se supone que nació en Francia en 1816, pero se desconocen el lugar y la fecha exacta. Tampoco se sabe cuándo ni por qué motivo decidió emigrar a América. Arribó a Costa Rica en 1848 en compañía de Juan José Flores, el militar venezolano que fue tres veces presidente de Ecuador. Se ignora también a qué se dedicó el francés durante su primer año en Costa Rica. Su nombre se hizo notar cuando, el 26 de mayo de 1859, publicó un artículo en el periódico El costarricense, que fue muy apreciado por la alta sociedad josefina.
El debut de Adolphe Marie en la prensa costarricense, de la que se convirtiría en figura principal casi inmediatamente, no fue, como los que escribiría luego, un editorial político, ni una nota humorística, ni una crónica social, ni una traducción de un artículo europeo, sino, simple y sencillamente, un obituario. Escribió la nota necrológica de Manuela Escalante, hija de Manuel García Escalante y María López del Corral y Nava, que nació el 16 de julio de 1816 y falleció el 25 de mayo de 1849,  poco antes de cumplir los treinta y tres años de edad. Manuelita, que era soltera e hija de familia rica, dedicaba sus interminables horas de ocio a estudiar los clásicos latinos y griegos, dominaba la filosofía de Aristóteles y era una gran lectora de las obras de Cornelio Tácito, a quien consideraba "el escritor más profundo de todos los siglos y el que más conoció el corazón humano."
La finada Manuelita era hermana de Rafael García Escalante, tatarabuelo de mi gran amigo don Roberto Trejos Escalante y en alguna ocasión comenté con él que tal parece que su lejana pariente era una mujer de amplia cultura y clara inteligencia. Lamentablemente sus escritos no se conservaron.
Adolphe Marie se convirtió en redactor de El Costarricense y, en 1850 fundó el periódico El guerrillero, donde hizo gala de un agudo estilo satírico. Dos años después, en 1852, fundó El Eco. Ese mismo año Adolphe Marie se convirtió en colaborador cercano de don Juanito Mora, quien lo nombró redactor de La Gaceta y funcionario de confianza en las carteras de Educación y Relaciones Exteriores. Llegó incluso a representar al país en misiones internacionales. Marie dirigió también un periódico llamado El compilador, en 1853.
Algunos han dicho, equivocadamente, que Adolphe Marie fue el primer profesor de francés de la Universidad de Santo Tomás. Es verdad que Marie dio clases de francés en la Universidad durante el curso de 1855, pero el primer profesor de francés de esa institución fue don Lucas Alvarado en 1844.
Estudiosos de la historia costarricense, como don Cleto González Víquez, Monseñor Víctor Manuel Sanabria Martínez, Francisco Montero Barrantes o Luis Felipe González Flores manifestaron en algún momento el valor literario de la obra periodística de Adolphe Marie que, con el paso de los años, acabó siendo desconocida para el gran público.
En 1973. Jeannette Bernard Villar obtuvo en Francia su Doctorado con una tesis sobre Adolphe Marie, periodista en Costa Rica. Tres años después, el Ministerio de Cultura Juventud y Deportes publicó Pinceladas periodísticas de la Costa Rica del Siglo XIX por Adolphe Marie, antología compilada por la Dra. Bernard. En el prólogo, la investigadora declara que, en su recopilación de documentos, no pudo dar ni con un ejemplar suelto de El Eco, por lo que esa parte de la obra de Marie tal parece que se ha perdido. La producción periodística de Marie que se conserva, en todo caso, es bastante amplia.
Adolphe Marie no siempre firmaba los artículos que escribía con su nombre completo, ya que en ocasiones solamente ponía sus iniciales: A.M. También utilizaba el pseudónimo de Fantasio, por lo que algunas de sus notas aparecen firmadas también por una F. En el libro se incluyen largas disertaciones políticas, así como notas jocosas sobre la vida josefina. Apasionado defensor de la unión centroamericana, con frecuencia polemizaba sobre este tema y se refería a publicaciones aparecidas en periódicos de otros países del Istmo. Para dar a conocer el pensamiento y figura de los escritores de su país natal, no solo publicó notas sobre Lamartine, Girardin, Chateaubriand y Víctor Hugo, sino que reprodujo, traducidos al español, artículos escritos por ellos.
Marie escribía en broma y en serio. Su extenso tratado sobre la importancia de la cortesía tiene guiños humorísticos y la crónica de la pelea de gallos entre el Paperas y el Pinto, deja muy claro la pasión que despertaba este entretenimiento entre los costarricenses de aquella época. Con un breve diálogo, Marie muestra que, mientras los dos animales se batían a muerte, no había fuerza en el mundo capaz de hacer que los asistentes abandonaran su sitio.

—Mira que arde tu casa.
—¡Que arda!
—Que te roban a tu mujer.
—¡Que se la roben!
—Que se muere tu hijo.
—¡Que se muera!

Ninguna emergencia de la Patria, dice Marie, habría podido reunir en quince días la cantidad de oro que se jugó en apenas unos minutos sobre esa pelea.
Teatro Mora, primera sala de espectáculos en Costa Rica. La foto es de
1870, cuando era llamado Teatro Municipal de San José.
Para ofrecer espectáculos más refinados que los de las galleras, el 11 de abril de 1850 inició la construcción del primer teatro en San José que, en honor al Presidente, fue llamado Teatro Mora. El edificio, que se encontraba en avenida segunda y calle seis, fue diseñado por Alejandro Escalante, usando como modelo un pequeño teatro de Lima. La inauguración tuvo lugar el 1 diciembre de 1850. Un tenor italiano de apellido Ghizzoni, interpretó canciones de Rossini, Verdi y Donnizzetti. También cantó la sueca Jenny Lind, gran amiga del escritor danés Hans Christian Andersen. La parte divertida, estuvo a cargo de un mago.
Antes de la construcción de este edificio, con platea en forma de herradura, amplio patio de butacas, espacioso escenario y palcos elevados, las únicas representaciones teatrales que había habido en Costa Rica habían tenido lugar en galerones a los que los asistentes debían llegar cargando su propia silla. Un grupo de aficionados, entre los que había costarricenses y españoles, montaron varias obras cómicas y dramáticas en el Teatro Mora, pero la primera compañía profesional en presentarse fue la del francés Mateo Fournier, que se encontraba de gira en Panamá y fue invitada a venir a Costa Rica. Debutó el 13 de diciembre de 1851 y llegó a presentar doce funciones.
Pese al esfuerzo de los promotores, el teatro no llamó mucho la atención. Adolphe Marie se quejaba de que los ticos preferían el billar, los toros y las peleas de gallos. Cuando llegó a San José un circo que, entre los saltimbanquis, tenía uno que caminaba en la cuerda floja, atrajo a su carpa una verdadera multitud,  mientras que el teatro quedó vacío.
Para colmo de males, el obispo Anselmo Llorente Lafuente, no miró con buenos ojos la apertura del teatro y mandó a los católicos que se abstuvieran de asistir a él. Para Monseñor Llorente, el teatro "constituía un peligro para la moral social y era aliciente estimulador a la conquista de ideas antirreligiosas y disociadoras."
Adolphe Marie que, entre otros cargos públicos que desempeñaba, era el censor oficial de espectáculos, defendió el teatro desde las páginas de La Gaceta. Le recordó al obispo que en la propia Roma, gobernada por el Papa, había teatros que ofrecían funciones incluso durante la Cuaresma e invitó al obispo a asistir a alguna de las funciones para que confirmara, por sí mismo, que el espectáculo no estaba reñido con la moral y las buenas costumbres y que, más bien, contribuía al enriquecimiento cultural de la población. Llorente, como era de esperar, ni aceptó la invitación ni cambió de criterio.
Por la posición del obispo, la compañía Fournier se marchó de Costa Rica. El único que se quedó fue Emilio Segura, quien se dedicó al periodismo al lado de Monsieur Marie. Pese a la amarga primera experiencia, en años posteriores la compañía Fournier se presentó dos veces más en Costa Rica y, finalmente, todos acabaron residiendo en el país. Don Mateo Fournier Hecht, hijo de Mateo Fournier, el director teatral, contrajo matrimonio con Pacífica Quirós Morales y fue el fundador de la familia Fournier en Costa Rica. Don Mateo y doña Pacífica son los abuelos de don Rodrigo Fournier Guevara y los bisabuelos del Presidente Rafael Angel Calderón Fournier.
Durante la Campaña Nacional de 1856-1857 y la peste del cólera, el teatro se mantuvo cerrado. En 1858 se reabrió con una obra teatral sobre la guerra contra los filibusteros. Tras la caída y posterior fusilamiento de don Juanito Mora, el recinto pasó a llamarse Teatro Municipal y estuvo activo unos años más.
Adolphe Marie prestó servicios importantes durante la Campaña Nacional como diplomático. Tuvo una misión muy delicada en Guatemala que tal parece fue exitosa.
Uno de los artículos de Chateaubriand que Adolphe Marie tradujo y publicó en Costa Rica trataba de la peste del cólera, que se estima que causó más de cuarenta millones de muertes en Asia, Africa, Europa y América durante el Siglo XIX. La epidemia, según el escrito de Chateaubriand, empezó en la India en 1817 y de allí se extendió por todo el mundo. En Rusia, Inglaterra y Francia, el cólera aniquiló poblaciones enteras. En Francia, por cierto, los cadáveres, en vez de ser enterrados, eran arrojados a los ríos. Entre las víctimas del cólera en Estados Unidos estuvo Ellen Galt Martin, la novia de William Walker en New Orleans.
Hoy, hasta los niños de escuela saben que el cólera lo provoca una bacteria, pero en aquellos años, cuando no se sabía de la existencia de microorganismos, Chateaubriand se preguntaba: "¿Qué es el cólera? ¿Será un viento mortal?"  El Dr. Carl Hoffmann, jefe de los servicios médicos del ejército costarricense durante la Campaña Nacional, creía que la enfermedad se podía curar frotándose con alcanfor. William Walker, que era médico, suponía por su parte que el contagio se debía a la posición que se adoptaba al dormir. Definitivamente, estaban a ciegas ante el mal y los que se salvaron del contagio lo deben a un puro milagro.
Adolphe Marie publicó el artículo de Chateabriand sobre el cólera en La Gaceta, el 31 de agosto de 1850. No pudo haber imaginado que, seis años después, la epidemia llegaría Costa Rica y él sería una de sus víctimas. La vida de Adolphe Marie fue breve. Vivió solamente cuarenta años, los ocho últimos en Costa Rica. Su figura y su obra periodística, pese al esfuerzo de la Dra. Villar, continúa siendo desconocida para el gran público.
INSC: 1709
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