sábado, 10 de enero de 2015

Juan Ramón Bonilla el escultor que no hizo un monumento.

Juan Ramón Bonilla. Luis Ferrero.
Prólogo de Carlos Francisco Echeverría.
Editorial Mesén, Costa Rica, 1999.
Un gran artista puede nacer en cualquier sitio, pero para destacarse y dar a conocer su obra, muchas veces es necesario que se desplace a otro. El arte, como todas las actividades humanas, ha tenido y sigue teniendo sus capitales. Son muy respetables los pintores, músicos y escultores de comarca pero, si alguien tiene un talento verdaderamente extraordinario, es una lástima que se quede donde las posibilidades de desarrollar su arte son limitadas. Cuando era niño leí una biografía de Francisco de Goya y la primera anécdota me dejó tan impactado que aún la recuerdo. Goya nació en un pueblito rural y, cuando tenía quince años, tomó un trozo de carbón y se puso a dibujar un cerdo en una pared. Un fraile que pasaba por allí se detuvo para mirar lo que el muchacho estaba haciendo. Cuando Goya terminó de dibujar el cerdo y tiró el carbón al suelo, el fraile le preguntó quién era su maestro. No tenía ninguno, dibujaba solamente para divertirse. El fraile acompañó a Goya a su casa y convenció a sus padres de que lo enviaran a Zaragoza para que estudiara pintura formalmente. Tras una temporada en Zaragoza, Goya se trasladó a Madrid y no hace falta contar el resto de la historia porque todos sabemos quién fue Goya.
La historia de Juan Ramón Bonilla es algo distinta. Nació en Cartago, Costa Rica, en 1882. Mientras cursaba sus estudios en el Colegio San Luis Gonzaga, tuvo su primera aproximación al arte por influencia del padre Santiago Páramo S.J. quien era un hábil pintor colombiano. Como Juan Ramón mostró una facilidad enorme para el dibujo, la pintura y la escultura, la Municipalidad de Cartago propuso su nombre para que el Estado costarricense le concediera una beca para que estudiara en Italia. Costa Rica ya tenía su Escuela de Bellas Artes, fundada y dirigida por Tomás Povedano, pero tal parece que las relaciones de Bonilla nunca fueron buenas con Povedano.
Héroes de miseria. Juan Ramón Bonilla.
Vestíbulo del Teatro Nacional de Costa Rica.
Bonilla primero estudió en Carrara y luego en el Instituto de Bellas Artes de Roma, donde obtuvo su diploma de escultor. Sus años de estudio fueron de 1905 a 1909. Al año de haber llegado, en 1906, el Marqués de Peralta, Embajador de Costa Rica en Europa, publicó un artículo en La Prensa Libre para informar que Bonilla había obtenido un primer premio, dos medallas de plata y dos accesit por sus trabajos. En la LXXXIX Exposición Internacional de Roma, en 1909, en la que participaron destacados escultores, entre los que estaba Rodin, Bonilla ganó la Medalla de Oro con su escultura El caminante.  Ignoro qué habrá sido de esta escultura, de la que desconozco el paradero y nunca he visto ni en fotografías. La escultura que sí es muy conocida es Héroes de miseria, que se encuentra en el vestíbulo del Teatro Nacional. En su momento, algunas personas, Omar Dengo entre ellas, consideró inapropiado que la escultura de una mujer pidiendo limosna con su niño en brazos se ubicara en el vestíbulo del Teatro que era el sitio en que los ricos, vestidos de frac, disfrutaban de la música sinfónica, la ópera y la zarzuela como una forma de hacer vida social. Tal vez suene antipatriótico, pero si Bonilla había ganado premios y buenas críticas en Italia debió haberse quedado allá. ¿Para qué regresar a Costa Rica? En el país solamente había una escuela de Bellas Artes y sus relaciones con el director no eran buenas. Tal vez Bonilla pensó que tendría la oportunidad de hacer monumentos. A principios del Siglo XX ya el gobierno empezaba a erigir monumentos, pero los primeros el Monumento Nacional y el de Juan Santamaría fueron encargados en Europa porque no había un escultor tico que los realizara. El bloque de mármol para Héroes de miseria lo había financiado el Estado costarricense y, tal vez, eso le pareció a Bonilla una buena señal para volver. También estaba en juego una cuestión de honor, ya que todos los becados regresaban. Como botón de muestra, cabe mencionar que Carlos Durán Cartín fue a estudiar medicina en Londres. Resultó ser un estudiante tan destacado que su profesor, médico de la reina Victoria, lo presentó a la soberana. A la reina le simpatizó aquel muchacho costarricense y, cuando se graduó, le ofreció que se quedara a su servicio ya que su médico, el profesor, pronto se jubilaría, pero don Carlos regresó a Costa Rica. La reina dispondría de otros médicos, pero en Costa Rica había muy pocos. Es verdad que en Costa Rica hacían falta médicos pero ¿un escultor?
Juan Ramón Bonilla. 1882-1944.
Bonilla regresó a Costa Rica y, para ganarse la vida, dio clases de dibujo en una escuela primaria de 1910 a 1917. De 1912 hasta 1943, año de su jubilación, fue profesor de Arte en el Colegio San Luis Gonzaga. Mi queridísimo amigo don Claudio Volio Guardia, quien estudió en el San Luis, me contaba que en las clases Juan Ramón Bonilla se desesperaba porque los alumnos eran incapaces de dibujar una naranja. Era un profesor exigente y estricto que se tomaba muy en serio sus clases pero, definitivamente, estaba en el lugar equivocado. Los muchachitos de primaria y secundaria lo admiraban y lo respetaban, hacían su mejor esfuerzo para evitar desilusionarlo pero, la verdad, ninguno de ellos tenía ni habilidad ni interés por el arte.
Tomás Povedano, el director de la Escuela de Bellas Artes, en cuanta ocasión tenía, criticaba severamente el trabajo de Bonilla.
El presidente Federico Tinoco organizó la Exposición Nacional en 1917 y 1918. Era una feria variopinta en que, además de arte, se exponían artesanías, productos industriales, como los vinos de la Fábrica de Licores y las cervezas de Traube, mosaicos de Doninelli y hasta los artículos farmacéuticos de la Botica Francesa. Entre los artistas participantes estaban Enrique Echandi, Luisa González Feo y su futuro esposo don Adolfo Sáenz González, Juan Rafael Chacón y otros. Juan Ramón Bonilla ganó la Medalla de Oro y fue comisionado para diseñar y elaborar el monumento al educador Mauro Fernández quien era, por cierto, padre de María Fernández Le Capellain y, por tanto, suegro de Tinoco.
Bonilla trabajando en el busto de Juan Rafael
Mora Porras.
El monumento se inauguró el 15 de setiembre de 1917, pero estuvo poco tiempo en pie. El 13 de junio de 1919, un grupo de manifestantes adversos a la dictadura de Tinoco, como parte de las protestas, quemaron el diario La Información, afín al régimen y, de paso, destrozaron la estatua del suegro del dictador, que quedaba a la vuelta. Es irónico que la protesta fue organizada por maestros (liderados por Carmen Lyra) que conocían y respetaban la obra de Mauro Fernández pero, como ya se dijo, no destruyeron el monumento a Mauro Fernández, sino al suegro del tirano que, daba la casualidad eran la misma persona.
Aunque presentó propuestas para los monumentos de Cleto González Víquez, el obispo Thiel y hasta uno que iban a erigirle a Cristóbal Colón en Limón, nunca más Juan Ramón Bonilla recibió el encargo de hacer otro monumento. El de Juan Mora Fernández, frente al Teatro Nacional, lo realizó Verlet en 1921. El del obispo Bernardo Augusto Thiel, al costado sur de la catedral, lo hizo el italiano Adriático Froli en 1923 y el de Juan Rafael Mora, frente al correo se le encargó a Pietro Piraino. Costa Rica tenía un gran escultor nacional pero el Estado, que lo había becado, hacía como si no existiera. De hecho, algunas de sus estatuas en bronce, en poder del Estado, fueron fundidas para darle el material a otro escultor.
Busto en mármol de don Juan Rafael Mora
Porras en la sala de Próceres de la OEA en
Washington. Foto cortesía del Sr. Armando
Vargas Araya.
En el libro Juan Ramón Bonilla, el historiador Luis Ferrero Acosta sostiene que la marginación de Bonilla se debió a sus ideas políticas ácratas. Sin entrar a discutirle a don Luis, creo que más que ácrata (anarquista), a Juan Ramón le pudieron haber cobrado todo lo contrario: haber sido tinoquista. En todo caso, el genial escultor dedicó su vida a dar clases en primaria y secundaria. Aunque no recibió encargos del Estado, a pedido de particulares realizó los bustos de Cecilio Umaña y Rafael Barroeta (que se encuentran en el parque España), así como los de Adolfo Carit, Carlos Durán (el que estuvo a punto de ser médico de la reina Victoria), Rafael Ángel Calderón Muñoz, Manuel María Gutiérrez, León Fernández y otros. Realizó también un busto de Juan Rafael Mora Porras, del que hizo dos copias, una en bronce, que decora la tumba del prócer en el Cementerio General, y otra en mármol que está en la sala de héroes de la Organización de Estados Americanos OEA en Washington D.C.
Don Joaquín García Monge lideró la iniciativa de hacerle un pequeño monumento al maestro Marcelino García Flamenco. El dinero no alcanzó para hacerle una estatua así que lo que se hizo fue una fuente con una placa, cuyo texto redactó el propio don Joaquín, y un friso de unas cabecitas de niños que realizó Juan Ramón Bonilla en 1926.
Juan Ramón no participó en las exposiciones de arte que, en la década de los treinta, organizaba el Diario de Costa Rica, pero en las de 1931 y 1932 fue miembro del jurado que galardonó a Francisco Zúñiga y Juan Manuel Sánchez, jóvenes artistas que llegarían a ser grandes escultores, aunque con destino distinto. Francisco Zúñiga se fue a México y allá logró fortuna y renombre. Juan Manuel Sánchez se quedó en Costa Rica trabajando, al igual que Bonilla, como humilde maestro de arte en un colegio de secundaria.
Además de una injusticia, fue un desperdicio que Juan Ramón, por las razones que fuera, no haya tenido la oportunidad de lucir su talento con grandes obras. La historia es lo que fue y no lo que pudo haber sido. De nada vale suponer un desarrollo de la historia alternativo pero, así sea sin responderlas, hay casos en que es interesante hacerse preguntas como esta: ¿Qué habría sido de Bonilla si se hubiera quedado en Europa? ¿Qué habría sido de Goya si nunca hubiera salido de la comarca?
INSC: 2457
El friso de cabecitas de niños, en el monumento a Marcelino García Flamenco.

viernes, 9 de enero de 2015

El poeta Ernesto Cardenal cumple noventa años.

Epigramas. Ernesto Cardenal. Anamá,
Nicaraga, 1997. El dibujo de la portada
es el retrato que le hizo Francisco
Amighetti a Ernesto Cardenal, en
México en 1947.
El poeta Ernesto Cardenal, nacido en Granada, Nicaragua, el 20 de enero de 1925, próximamente cumplirá noventa años de edad. En otra entrada de este blog me referí a su libro En Cuba. Sus libros de memorias Vida perdida, Los años de Granada y La revolución perdida, brindan valiosas claves para comprender su vida de poeta, sacerdote y revolucionario que está íntimamente ligada, en sus tres facetas, a la historia de su país. Su obra poética es amplia y diversa porque durante más de medio siglo el padre Cardenal no ha dejado de escribir ni de explorar. Sin embargo, como una forma de celebrar sus noventa años, he vuelto a repasar sus poemas más conocidos:  Epigramas y Oración por Marilyn Monroe.
En América Latina, prácticamente todos los jovenes enamorados amantes de la poesía los recitan de memoria. A fin de cuentas, con otros nombres distintos, todos hemos tenido una Claudia que se adueñó de nuestros sueños, pero a la que nunca pudimos conquistar.



Te doy, Claudia, estos versos, porque tú eres su dueña.
Los he escrito sencillos para que tú los entiendas.
Son para ti solamente, pero si a ti no te interesan,
un día se divulgarán tal vez por toda Hispanoamérica...
Y si al amor que los dictó, tú también lo desprecias,
otras soñarán con ese amor que no fue para ellas.
Y tal vez verás, Claudia, que estos poemas,
(escritos para conquistarte a ti) despiertan
en otras parejas enamoradas que los lean
los besos que en ti no despertó el poeta. 

Al perderte yo a ti tú y yo hemos perdido:
yo porque tú eras lo que yo más amaba
y tú porque yo era el que te amaba más.
Pero de nosotros dos tú pierdes más que yo:
porque yo podré amar a otras como te amaba a ti
pero a ti no te amarán como te amaba yo.

Muchachas que algún día leáis emocionadas estos versos
y soñéis con un poeta:
sabed que yo los hice para una como vosotras
y que fue en vano.

Esta será mi venganza:
Que un día llegue a tus manos el libro de un poeta famoso
y leas estas líneas que el autor escribió para ti
y tú no lo sepas.

Tú estás orgullosa de mis versos
pero no porque yo los escribí
sino porque tú los inspirastes tú
y a pesar de que fueron contra ti:
Tú pudiste inspirar mejor poesía.
Tú pudiste inspirar mejor poesía.

A los noventa años, lee en tablet y acaba de abrir su cuenta
de Twitter. 
Aquel joven enamoradizo, según sus propias palabras, nació poeta. Estudió literatura en México y los Estados Unidos y viajó por diferentes países de Europa. Luego de haber visto el ancho mundo, tuvo vocación religiosa y decidió entrar a un monasterio trapense en Kentucky, donde conoció a al monje Thomas Merton, uno de los grandes escritores de espiritualidad del Siglo XX, quien llegaría a ser su principal maestro. Por motivos de salud, Cardenal debe abandonar la trapa y continúa sus estudios eclesiásticos en Colombia. En una clase de Teología, el profesor les comunicó a los seminaristas la muerte de Marilyn Monroe. La oración por el descanso de su alma es una obra maestra de la poesía. Le pide a Dios que acoja el alma de esta mujer conocida en todo el mundo como Marilyn Monroe, aunque ese no era su verdadero nombre. Recuerda que la famosa estrella de cine fue violada a los nueve años y que, en su juventud, fue una empleadita de tienda que soñaba con ser actriz. En la superproducción de su vida, de alguna manera participamos todos y la película terminó sin el beso final. La soledad, la desesperación, el temor, acabaron empujándola a tomar la decisión de quitarse la vida. Tal parece que en sus últimos instantes, trató de llamar a alguien por teléfono pero nunca se supo a quién. En el video, Ernesto Cardenal lee la Oración por Marilyn Monroe, en el Festival Internacional de Poesía de Granada, Nicaragua, 2014.

Además de poeta y sacerdote, Cardenal tuvo una tercera vocación: la de revolucionario. Fundó la legendaria comunidad en la isla de Solentiname y predicó un siempre un cristianismo que anunciaba el Reino de Dios denunciando las injusticias. Cuando cayó la dictadura de Somoza y el Frente Sandinista tomó el poder Cardenal, como Ministro de Cultura, realizó una gran labor en la promoción de la música, el teatro, la pintura, la artesanía y, muy especialmente, de la poesía. En Nicaragua había talleres de poesía no solo en círculos académicos e intelectuales, sino entre campesinos, amas de casa y trabajadores de la ciudad. Mientras su hermano Fernando, sacerdote jesuita, como Ministro de Educación, estaba a cardo de las campañas de alfabetización, Ernesto Cardenal emprendió su campaña de alfabetización poética, gracias a la cual, hoy en día Nicaragua es quizá el único país del mundo en que la poesía es escrita y apreciada por personas de todas las edades, ocupaciones y estratos sociales. 
Como su obra poética, la vida de Ernesto Cardenal es amplia y rica. Ya habrá oportunidad de comentarla cuando reseñe sus libros de memorias. En estos días previos a su cumpleaños número noventa, invito a repasar sus poemas. Siempre joven y siempre activo, Cardenal acaba de abrir su cuenta de twitter @poetacardenalni  por medio de la cual podrán, además de felicitarlo por su cumpleaños el día 20, estar en contacto con el poeta ojalá por muchos años más.


En la entrega del Premio Reina Sofía 2012. Javier Báez, Blanca Castellón, la
reina Sofía, el poeta Ernesto Cardenal y Luz Marina Acosta.



Un bonito recuerdo personal del I Festival de Poesía de Granada, Nicaragua
2005. Estoy sentado entre el poeta Francisco de Asís Fernández Arellano, Presidente
del Festival, y el poeta Ernesto Cardenal.  A la derecha, firmando autógrafos,
el novelista Sergio Ramírez. Aunque no se ven tan claramente como en la foto
con la reina Sofía, atrás aparecen Blanca y Luz Marina.

INSC: 1533 

miércoles, 7 de enero de 2015

Las memorias del Yogui Paramahansa Yogananda, maestro del kriya yoga.

Autobiografía de un Yogui.
Paramanhansa Yogananda. Self
Realization Fellowship, USA, 2006.
No soy aficionado ni al yoga ni a las culturas orientales, pero en una interesante charla que sostuve que mi amiga Anabelle Aguilar Brealey, me mencionó a Paramahansa Yoganda y me recomendó leer sus memorias. Días después, como presente navideño, Anabelle me obsequió el libro. En verdad se lo agradezco, fue una lectura realmente interesante.
Yogananda nació con el nombre de Mukunda Lal Gosh  en la India en 1893. Cambió su nombre al hacerse monge de la orden de los swamis. En 1920 viajó a los Estados Unidos para difundir el Kriya Yoga, una disciplina espiritual para acercar el alma a Dios. Nada tiene que ver con el Hatha Yoga, que son esos ejercicios físicos que se han vuelto tan populares para mantener la salud, la flexibilidad y lograr un envejecimiento lleno de agilidad. Además de dar conferencias por todo el país, Yogananda fundó en Estados Unidos la Self Realization Felowship. Es interesante que en las versiones en español del libro no traduzcan el nombre del grupo. En verdad es algo complicado. Es algo así como la asociación para percatarse, enterarse o darse cuenta de uno mismo. Tienen razón en no traducirlo. Sonaría extraño "autopercatamiento" o "autoenteramiento". 
En 1946 Yoganda publicó sus memorias tituladas La vida de un yogui, que han venido reeditándose y traduciéndose desde entonces. Tal parece que es un libro muy conocido que ha tenido buena crítica y amplia aceptación a lo largo de los años. Yo, lo confieso, nunca lo había escuchado mencionar antes.
Es una lectura amena, sabrosa y entretenida. Más que a otra época, parece que se refiere a otro mundo. Desde niño, Yoganda quiso elevar su alma, por medio de la meditación, hasta alcanzar una estrecha armonía con el mundo espiritual. La idea de Dios, así como las prácticas religiosas que tenemos en occidente, son bastante distintas a  las de la India. Me llamó poderosamente la atención que en India se considere que Dios es una Trinidad, pero más que de distintas personas, de distintas funciones: el Creador, el Protector y el Destructor. El libro, en todo caso, aunque fue escrito para un público occidental y poco conocedor del panteón de deidades indias (que es enorme), no brinda más información que la estrictamente necesaria sobre este tema. Curiosamente, tampoco es amplio al referirse a la formación de Yogananda durante su juventud, ni a las actividades de enseñanza a las que se dedicó en su madurez. Ni siquiera explica qué es el Kriya Yoga, debido a que es algo sobre lo que, según dice, no puede brindar información detallada en un libro destinado a un público amplio y no iniciado. 
El libro, entonces, es una recopilación de episodios de su vida, todos ellos con acontecimientos inexplicables y sobrenaturales: grandes y pequeños milagros, visiones y profecías.  Ignoro si en la actualidad las calles y los mercados de la India seguirán siendo escenario de tan asombrosos portentos, pero tal parece que en durante la juventud de Yoganada abundaban personas con dotes extraordinarias que eran una mezcla de sabios, guías espirituales y espectáculo ambulante. Uno levitaba, otro peleaba con tigres, algún otro detenía los latidos de su corazón. En algún momento, uno se cansa de leer maravillas sobre hechos insólitos.
Yogananda almuerza con Ghandi. Ambos eran vegetarianos
y Yogananda quedó de enviarle a Ghandi unos arbolitos de
aguacate.
El mismo Yogananda llega a cuestionar todo aquel show. Había un hombre que era capaz de perfumar a quienes se le acercaban. El primero salió oliendo a jazmín, el segundo a sándalo y Yogananda a rosas. Cuando llegó a su casa, todavía el perfume era intenso. Definitivamente un hecho asombroso e inexplicable pero el propio Yogananda se preguntaba en qué podía ayudarle a elevar su espiritualidad. Aquellas maravillas eran más un asunto de circo que de templo. "Las prácticas de milagros" dice Yogananda "como los que realizaba el santo de los perfumes, son espectaculares pero inútiles desde el punto de vista espiritual. Su propósito es apenas algo más que un pequeño entretenimiento y, en realidad, desvían de la verdadera investigación de Dios." Pese a estas afirmaciones, Yoganda fue aficionado a los encuentros con este tipo de personas toda su vida. Visitó en Alemania a Teresa Newmann, una campesina a la que le sangraban los ojos los viernes, entrevistó a una ancianita que llevaba décadas sin comer y, en fin, donde hubiera alguien con dotes extraordinarias, allí estaba Yogananda para presenciarlo y documentarlo.
Mucho más que los milagros y los hechos asombrosos, me conmovieron profundamente unas sabias palabras sabias de su padre. El señor trabajaba para la compañía de trenes y había recibido una bonificación millonaria. Cuando un hermano de Yogananda revisó la cuenta bancaria y vio el enorme depósito, fue a preguntarle y él, sin darle importancia al asunto, le contó de la bonificación. Tanto Yogananda como su hermano se asombraron de que su padre no estuviera alegre, pero él les dijo que si uno se alegraba cuando obtenía algo material, se entristecería cuando lo perdiera y aprovechó la ocasión para aconsejarles que, en su vida, no asociaran la alegría ni la tristeza con ganancias o pérdidas materiales. En lo personal, encuentro mayores muestras de una espiritualidad elevada en estas palabras, que en levitaciones o bilocaciones.
Yogananda adquirió su formación al lado de su gurú Sri Yukestar. Lamentablemente, de nuevo la información que brinda es principalmente anecdótica. La veneración hacia su gurú, por cierto, llegó a parecerme extrema. El gurú lo sabía todo y lo decidía todo. Era severo con sus discípulos, quienes debían obedecerlo ciegamente. Tras describir ese régimen de control total, Yogananda afirma: "Me encuentro infinitamente agradecido por cada uno de los humillantes golpes que asestó él a mi vanidad."
Me llamó mucho la atención la cantidad de veces que se menciona a Cristo. De hecho, en el libro hay más citas de los Evangelios que del Majabarata. Me pregunto si esta insistencia en mencionar a Cristo se debe que escribió para un público occidental o si Cristo es tan conocido en la India. Es verdaderamente interesante prestarle atención a la forma en que Sri Yukestar explicaba el Evangelio. Por ejemplo, cuando Cristo dijo "Yo soy el camino, la verdad y la vida, nadie viene al Padre sino por mí." En occidente entendemos que el camino es Cristo, pero según Yukestar, el camino es "Yo", es decir, el yo de cada uno. Yukestar sostenía que Dios debe buscarse dentro de uno mismo y Cristo dijo: "Yo soy el camino..." porque él había alcanzado una integración con Dios en su interior. 
El libro, sin embargo, no entra en especulaciones teológicas. La teología, tan practicada en occidente, no goza de prestigio en India. Allá tienen claro que Dios es insondable. Ni siquiera la vida eterna en Su presencia basta para apreciar a Dios en su totalidad.  Por eso, en vez de especular sobre la Divinidad, buscan aproximarse a ella por medio de la meditación y no de la erudición. Me impresionó mucho la forma en que Yogananda concebía el Dharma y la armonía en el universo. Me hizo recordar las palabras que me dijo, hace algunos años, mi gran amiga M.T.: "Cada criatura tiene una forma particular de relacionarse con su Creador."
Yogananda es un escritor amenísimo y su estilo es sereno y elegante.  Sabe contar cada historia con la dosis justa de suspenso y de humor. Interesantísimos son sus encuentros con Jagdish Chandra Bose y Rabindranath Tagore, los primeros Premios Nobel de la India, el primero en Medicina y el segundo en Literatura. Su entrevista con Ghandi, por cierto, presta mucha atención a lo gastronómico y describe en detalle los platos que consumieron. Como ambos eran vegetarianos y Yogananda ya había estado en California, ofreció enviarle al Mahatma unos arbolitos de aguacate, fruto desconocido en India. Yogananda le habló maravillas del aguacate pero también le informó que en Estados Unidos no había mangos.
Entre los personajes inolvidables del libro está un Ford modelo T que Yogananda se trajo de América. En un pueblito remoto le recomendaron dejar el automóvil guardado y realizar la expedición en una carreta de bueyes. Yogananda y sus compañeros de viaje manifestaron que aquel vehículo era el orgullo de Detroit y que sería capaz de llevarlos a cualquier parte. Debieron montarlo en balsas, empujarlo, tirarlo con cuerdas y, en más de una ocasión, alzarlo entre todos. Con gran sentido del humor, Yogananda dice que ellos llevaban al automóvil y no el automóvil a ellos.
Paramahansa Yogananda. 1893-1952
Esta es su última fotografía, poco antes del
Mahasamadhi.
Yogananda enseñaba que el mundo material está supeditado al espiritual, que un alma elevada llega a estar alojada inevitablemente en un cuerpo saludable y que una sociedad de altos valores alcanza la prosperidad y la paz. Llega  a comparar a William Penn, el fundador de Pennsylvania, con el Mahatma Ghandi. Los colonos liderados por Penn, un filósofo y místico, fiel creyente en la libertad, la democracia y la convivencia pacífica, lograron establecer su proyecto colonizador en perfecta armonía con los indios lenape que habitaban aquellos territorios. Tras la muerte de Penn, las nuevas autoridades hicieron a un lado sus valores y vinieron los conflictos.
En 1952, Yogananda disfrutó de un agradable encuentro con sus seguidores. La sociedad que había fundado estaba tomando auge, el número de miembros era creciente y la sede era una mansión amplia y hermosa en una colina californiana. Yogananda disfrutó de la alegre fiesta, comió con buen apetito, conversó con cariño y buen humor con sus amigos, estuvo sonriente y contento toda la velada y, al día siguiente, estaba muerto.
Su final fue interpretado por sus discípulos como un Mahasamadhi, que consiste en que alguien que goza de perfecta salud y tiene un alma elevada, en determinado momento, de manera consciente y voluntaria, decide ascender y abandonar definitivamente su cuerpo. El concepto me parece no solo fascinante sino atractivo. Uno está en este mundo mientras el cuerpo aguante y la vida termina cuando el cuerpo ya no da más. Sinceramente, me parece mucho mejor que la decisión de poner punto final a la existencia la tome el alma y no el cuerpo.
Yogananda me parece un personaje simpático y un escritor notable. Su autobiografía es un libro ameno y agradable que, también, da mucho en qué pensar. Hay quienes leen por puro entretenimiento. Otros leen para que en su mente despierten ideas y reflexiones. Estos dos tipos de lectores suelen leer libros distintos, pero estoy seguro que ambos disfrutarían enormemente con la vida de Yogananda.
INSC: 2706

domingo, 4 de enero de 2015

Poesía de Quijongo de Max Jiménez.

Quijongo. Max Jiménez. Espasa Calpe,
España, 1933.
Además de dibujante, escritor, pintor, grabador, escultor y poeta,  Max Jiménez fue, a su manera, un filósofo y un místico. Tanto don Paco Amighetti como don Joaquín Gutiérrez dejaron escritos testimonios acerca de la conflictiva y dramática personalidad de Max. Puede decirse que era un incomprendido y un solitario. Su creatividad se encauzó por todas las vías posibles. En la plástica, hay quienes dicen que tuvo mayores méritos como pintor que como escultor y, en la literatura, algunos afirman que fue mejor narrador que poeta.  Es verdad que la obra narrativa de Max tiene más audacias formales que su poesía, pero no deja de ser una majadería acercarse su obra literaria con el fin de etiquetarla o evaluarla. Detrás de toda la obra de Max (la literaria y la plástica) siempre he vislumbrado un mundo enigmático, solitario y triste pero, eso sí, luminoso y atractivo. Un mundo al que vale la pena asomarse para intentar comprenderlo al menos un poco. 
Sus libros de poesía siempre me han parecido misteriosos. Hasta me atrevo a decir que prefiero sus escuetas y contundentes Candelillas
En 1919, poco después de terminar la secundaria, su padres lo enviaron a Londres para que estudiara Economía y Negocios pero, a los dos años, Max decidió cambiar de ciudad y de carrera y se dedicó al arte en París. En 1924 realizó sus primeras exposiciones de pintura en la capital francesa con muy buenas críticas. En París publicaría también, en 1929, Gleba, su primer libro de poemas. Sonaja y Quijongo, su segundo y tercer poemario, fueron publicados en España en 1930 y 1936 respectivamente. En 1936 publicó sus otros dos libros: Poesía en Costa Rica y Revenar en Santiago de Chile con la Editorial Nascimento.
He vuelto a leer Quijongo y, una vez más, el triste mundo de Max me ha conmovido e intrigado. Encuentro, en muchos de los poemas de este libro, un contraste violento entre un alma sensible y delicada que sufre al tener que existir en un ambiente ruidoso, amenazante y grosero. La paz, la calma, la serenidad, solo se disfruta momentáneamente. Es en Quijongo, por cierto, donde está incluido el famoso poema El mal del tiempo, que en Costa Rica se ha vuelto un verdadero clásico. Con cierta crueldad, cada vez que uno descubre que el proceso de envejecimiento no perdona a nadie, se repite el estribillo: "¡Qué daño el de los años!"
En el libro están también dos poemas, de tono y factura muy distintas, dedicados a dos ciudades también bastante diferentes: Nueva York y Toledo. Max escribe fascinado sobre Toledo, a la que entró con "cuatro siglos sobre el hombro", mientras que se refiere a Nueva York como "un hueso sin carne que perdió en las alturas el contacto con lo humano".
Uno de los pocos poemas alegres se titula En las bodas, en que se refiere al milagro de convertir el agua en vino. "El vino hace la fiesta..." "...que esta agua/ se torne en la alegría/ de estas gentes./ Que salga de la tierra/ la embriaguez que necesitan/ para lograr conciencia de la vida."
Salvo escasas excepciones, el libro es bastante doloroso. Max menciona "El ánimo sin jugo, cuando todo es lo mismo... Cuando el sol nada prende ni la noche hace noche; cuando vamos con cáscara que no siente pulpa." Y, tras lamentar la ausencia de un amigo, se declara: "Cansado de futuro: la ley de ir adelante, allá el fondo es obscuro, el pasado, brillante".
Como un asomo al mundo de Max, comparto estos dos poemas de Quijongo.

En la primera página del libro,
publicado en Madrid en 1933,
Max explica qué
significa quijongo:
"El quijongo, de mi patria, es un
instrumento musical sencillo:
un arco con una jícara adherida
 a la madera, la cual, manejada con
la mano izquierda, convierte en voces
los golpes dados sobre la cuerda."
"Es simple, y tiene el encanto de los
instrumentos que solamente pueden
ser tocados con el alma."

Mi fastidio

Como entrar en un túnel que no tiene salida,
como si el mundo fuera de un solo color,
sin que nadie se ausente eterna despedida
de mi propio fastidio cansado espectador.

Un no encontrar salientes en la rocosa vida
que justifique en algo nuestra razón de ser,
Empeño en llenar odres que no han de dar medida;
jornada eternamente, desde antes de nacer.

Hachazos oigo en el árbol: severo he de caer.




Una oración

Señor, no puedo ya en la vida soportar este fardo;
me has dado más tristezas de las que yo puedo llevar.
Yo ha mucho, mucho, mucho, que cultivo sólo el cardo.
Señor Omnipotente, yo quiero que me dejes un rato descansar.

Yo he oído que el mundo que Tú hiciste de lodo,
y que, seguramente, Tú has amasado en llanto,
a más de noche obscura diste la luz solar,
del huerto de tus penas ya me has dado el acanto.
Señor Omnipotente, yo quiero descansar.







viernes, 2 de enero de 2015

Vida, muerte y mito del Dr. Ricardo Moreno Cañas.

Vida, muerte y mito del Dr. Moreno
Cañas. Eduardo Oconitrillo García.
Editorial Costa Rica, 1985.
En este libro encontramos un personaje que fue médico en la I Guerra Mundial y, de regreso a su país, se destacó como cirujano y estuvo involucrado en intrigas políticas. Murió asesinado por un antiguo paciente una noche de triple homicidio. Su muerte desató todo tipo de especulaciones que apuntaban a una conspiración fraguada en las más altas esferas. Mientras su asesino, encerrado en una jaula como un animal de zoológico, se convertía en una atracción morbosa para los visitantes que iban exclusivamente a verlo, el fantasma del médico asesinado continuaba visitando a sus pacientes en el hospital. De cirujano destacado y líder político frustrado, acabó convertido en un santo popular, a quien sus fieles le piden curaciones milagrosas o lo invocan en sesiones espiritistas. Con aventuras, intriga, política, drama, crimen, asesinatos, detectives, conspiración, hechos sobrenaturales y fenómenos inexplicables y misteriosos, a este libro no le faltan ganchos para atraer lectores. Pero no se trata de una novela escrita por un autor de imaginación desbordada, sino de una biografía fruto de la investigación seria que se limita a consignar los hechos.
Vida, muerte y mito del Dr. Moreno Cañas de Eduardo Oconitrillo García, como lo indica el título, presenta una semblanza de su vida, un recuento de las extrañas circunstancias de su asesinato y un asomo al culto popular de su figura tras su muerte. Digo asomo, porque la devoción a su memoria es el aspecto menos investigado del libro pero, en todo caso, el surgimiento de creencias sobrenaturales no es un asunto del que se ocupen los historiadores.
Dr. Ricardo Moreno Cañas. 1890-1938.
Ricardo Moreno Cañas nació en San José de Costa Rica el 8 de mayo de 1890, hijo de don Inocente Moreno Quesada y doña Clara Cañas Alvarado. Hago un paréntesis para incluir una información que, aunque no tiene ninguna importancia, no consta en el libro. Una vez, en una conversación casual, don Beto Cañas me comentó que la pandilla de niños de Barrio Amón, de la que él formaba parte, se burlaba de los nombres de los padres del Doctor, doña Clara y don Inocente, a quienes llamaban, a sus espaldas, por supuesto, doña Oscura y don Culpable. El dato es irrelevante, naturalmente, pero lo menciono porque a mí me sirvió para que no se me olvidaran nunca esos nombres.
Ricardo Moreno Cañas, aunque era un gran fumador (fumaba hasta en la sala de operaciones), fue también un gran deportista: corrió la primera maratón realizada en Costa Rica y en su juventud fue uno de los que introdujeron en el país, a inicios del siglo XX,  un nuevo deporte llamado fútbol. Estudió en el Colegio Seminario y obtuvo una beca para cursar la carrera de medicina en Suiza. A mitad de los estudios, por razones que el libro no explica, le quitaron la beca y debió recurrir a un préstamo para cubrir sus gastos hasta graduarse. Años después, cuando abrió su consultorio en Costa Rica, tuvo tantos pacientes que pudo pagar rápidamente la deuda. Antes de regresar al país, y ya con el título de médico, sirvió a Francia durante la I Guerra Mundial. Las cirugías que realizó, en circunstancias tan difíciles que no hace falta describir ya que son fáciles de imaginar, le merecieron numerosas condecoraciones, incluida la Legión de Honor. 
Instalado de vuelta en Costa Rica, fue cirujano en el Hospital San Juan de Dios. Tenía también su consultorio privado, cerca del Correo, donde atendía una amplia clientela. A los que podían pagarle, les cobraba cuatro colones. A los pobres, les regalaba la consulta y hasta les daba las medicinas. Además de ser un hombre conocido y respetado, su reputación alcanzó proporciones de héroe de leyenda en 1934. El día de año nuevo, un marido celoso atacó a balazos a dos amigos de su mujer. Uno murió en el acto, pero el otro llegó al hospital seriamente herido. La radiografía mostraba que la bala estaba alojada justo al lado de su corazón. El Dr. Moreno Cañas le abrió el tórax y, detrás del órgano herido, pudo ver el proyectil. Coordinando el movimiento de sus manos con el palpitar del corazón, logró sacar la bala, suturar las lesiones  internas causadas por el disparo y salvarle la vida al paciente. Fue la primera operación de corazón abierto en Costa Rica. El Doctor fue condecorado y el poeta Rogelio Sotela le dedicó una poesía muy hermosa que escribió a propósito del hecho.
Moreno Cañas era un hombre sencillo. Leía a Rubén Darío y a José Santos Chochano. Disfrutaba cazar y pescar, cultivaba orquídeas, tenía buenos perros, coleccionaba los paisajes campesinos que pintaban Fausto Pacheco y Teodorico Quirós y llevaba una vida apacible con su esposa y sus hijas. Aunque era tímido y de pocas palabras, fue uno de los fundadores de la Liga Cívica en 1928 y llegó a ser diputado en 1931. No fue un parlamentario distinguido, leía sus discursos y no presentaba iniciativas. Don Ricardo Jiménez Oreamuno bromeaba diciendo que Moreno Cañas debía estar donde hubiera lesiones o huesos fracturados, pero no en el Congreso. Sin embargo, no faltaban quienes veían en él un candidato ideal a la presidencia.
En las elecciones de 1936, Moreno Cañas apoyó la candidatura de Octavio Beeche. León Cortés, el otro aspirante al cargo, le parecía peligroso por su autoritarismo y sus simpatías pro nazis. Beeche, un abuelito de bigote y cabello blanco que era un distinguido jurista, habría sido un gran presidente, pero no era un buen candidato y Cortés ganó las elecciones.
Beltrán Cortés Salazar. 1908-1984.
Condenado por el asesinato de Moreno Cañas.
Inspiró al personaje Ciriaco, de la novela  La isla
de los hombres solos
 de José León Sánchez.
El 23 de agosto de 1938, el Dr. Moreno Cañas leía el periódico después de cenar, cuando la empleada doméstica le anunció que lo buscaba un visitante. El hombre entró a la sala y le disparó tres balazos. El tiro que le dio en la cabeza fue el mortal. El asesino, Beltrán Cortés, tenía experiencia. En 1935 había matado a un policía, pero de los cinco años de cárcel a los que fue condenado solamente cumplió dos y lo dejaron libre. Beltrán Cortés, además, había sido operado cinco veces por Moreno Cañas entre 1928 y 1932, con miras a corregirle un problema del hueso en uno de sus brazos. Como Beltrán era un hombre pobre, las cinco operaciones fueron por el servicio de caridad del hospital. 
Tras asesinar a Moreno Cañas (que vivía en Barrio La California), Beltrán Cortés corrió hasta Barrio Amón. Tocó a la puerta de la casa del Dr. Carlos Manuel Echandi Lahmann, cirujano graduado en Yale y, cuando el galeno salió a atenderlo, también lo mató de un balazo en la cabeza. En la calle le disparó a tres personas más: Arthurd Maynar (tiro en la frente y muerte instantánea), Egérico Vargas (la bala le dio en el pecho y se alojó en un pulmón) y Rodolfo Quirós (herido en una mano). Vargas y Quirós sobrevivieron.
Cuando Beltrán fue arrestado, León Cortés, el Presidente de la República, fue a interrogarlo por varias horas. En el juicio, Beltrán fue condenado por cinco asesinatos, aunque en realidad solo hubiera matado a tres y herido a dos. Su pena fue de noventa y nueve años de cárcel que debía cumplir en la isla de San Lucas. Por orden del propio presidente Cortés, se construyó en el penal una jaula de dos metros de largo por dos metros de ancho (apenas del tamaño de una cama), con techo de concreto, en que Beltrán debía permanecer aislado. Inspirado en Beltrán, el escritor José León Sánchez creó al personaje Ciriaco, de la novela La isla de los hombres solos
Los turistas que pasaban sus vacaciones en el puerto de Puntarenas, solían tomar una lancha para visitar la isla de San Lucas, conocer el presidio, comprar artesanías y ver a Beltrán Cortés, a quien llamaban "monstruo", encerrado en su jaula. "Yo no soy monstruo. Monstruos son los que me tienen encerrado así", gritaba Beltrán. Once años estuvo Beltrán sufriendo calor en el día y frío en la noche en aquella jaula. Cuando salió, por acción humanitaria del presidente Otilio Ulate, prácticamente debió volver a aprender a caminar. 
Las teorías conspirativas circulaban. ¿Por qué el Presidente Cortés, enemigo de Moreno Cañas, interrogó a Beltrán la noche de su arresto? ¿Por qué la condena de cinco asesinatos si solamente murieron tres? ¿Por qué condenarlo a noventa y nueve años de cárcel en una jaula? ¿Pretenderían acaso que muriera pronto? Se manejaron todo tipo de hipótesis. Beltrán llegó a afirmar que a él le encargaron matar a los dos médicos y le ofrecieron sacarlo de la cárcel pronto, pero sus versiones eran muchas y contradictorias. El libro incluye una entrevista del autor a Beltrán Cortés, realizada cuando Beltrán ya era un anciano y estaba senil. Su mente, en todo caso, tal parece que nunca estuvo clara. El libro no lo menciona, pero existe también la teoría de que Beltrán no haya sido el asesino, sino que hubo más de un sicario. Se necesitaría ser un verdadero atleta para desplazarse corriendo del barrio La California al barrio Amón en el tiempo en que supuestamente lo hizo Beltrán. Según esta teoría, Beltrán, por su demencia, su antecedentes como asesino de un policía y su condición de paciente de Moreno Cañas, sería el chivo expiatorio perfecto.
En 1970, una nueva ley dispuso que la pena máxima de cárcel no podía pasar de treinta años. Como Beltrán llevaba ya treinta y dos preso, quedó en libertad. Se dedicó a vender lotería, obtuvo una modesta pensión y vivió sus últimos años en casa de una hermana. Durante el tiempo que estuvo en la cárcel, los visitantes creían que era de buena suerte tocarle el brazo que había sido operado por Moreno Cañas, pero cuando vendía lotería, quienes lo reconocían preferían no comprarle porque podría ser de mala suerte.
Oración al Dr. Moreno Cañas que se vende en el
Mercado Central de San José.
Recién muerto el Dr. Moreno Cañas, pacientes internados en el hospital San Juan de Dios empezaron a asegurar haberlo visto visitando enfermos. Se habló de curaciones milagrosas, personas operadas en sueños y apariciones. El alma del Doctor empezó a ser invocada en sesiones espiritistas y muy pronto se popularizó una devoción que consistía en poner, ante un retrato del Doctor, una vela encendida y un vaso de agua. Antes de dormir, se hacía una oración invocando el poder curativo de Moreno Cañas y, a la mañana siguiente, se bebía el agua como medicina. Las estampitas con la imagen del Doctor se vendían, como era de esperarse, frente al San Juan de Dios. Todavía en los años noventa era común mirar la foto del médico asesinado publicada en un aviso en el periódico junto con la leyenda "Doy gracias al Dr. Moreno Cañas por un favor recibido" seguida de unas iniciales. Pese a la extendida devoción a su memoria, la Iglesia costarricense nunca inició su proceso de beatificación, quizá porque no aprobaba un culto surgido a partir de visiones de un fantasma y sesiones espiritistas. 
En 1949, Ricardo Moreno Cañas fue declarado Benemérito de la Patria. La escuela de Zaragoza de Palmares lleva su nombre, así como la Clínica del Seguro Social al sur de la capital. Frente a la clínica, por cierto, está su monumento, obra del escultor Juan Rafael Chacón. La práctica de rezarle ha venido desapareciendo, así como el recuerdo de su extraordinaria vida y su misteriosa muerte. En la actualidad son cada vez menos quienes saben algo de Ricardo Moreno Cañas, pese a ser uno de los personajes más interesantes de nuestra historia.
INSC: 2495
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...