viernes, 4 de marzo de 2016

Antología de poemas de un grupo irreal pero posible.

Fragmentos Fantasmas. Cristian Marcelo
MCJD San José, Costa Rica, 2000.
Los poetas costarricenses del hiperbarroquismo, lejos de ser personajes fantásticos fruto de una imaginación desbordada, son caricaturas de seres reales que con frecuencia se dejan ver en nuestro panorama poético.
Una vez recuperado del fuerte impresión de la primera lectura de Fragmentos Fantasmas, tras reflexionar un poco, hube de llegar a la conclusión de que se trataba de una broma. Una broma elegante, ingeniosa y de buen gusto, por cierto, pero una broma al fin y al cabo.
A finales de los años noventa, la oficina de publicaciones del Ministerio de Cultura publicó varios libros de autores poco conocidos. Dentro de esa colección apareció Fragmentos Fantasmas, de Cristián Marcelo, una antología en que se recopilaban las creaciones del grupo R.I.P., que funcionó en Costa Rica en los años ochenta, simultáneamente con el grupo Octubre Alfil 4, el Eunice Odio y el Taller de Chico Zúñiga, y cuyos miembros cultivaban un tipo de poesía a la que denominaban "hiperbarroquismo".
Curiosamente, ningún lector atento a la literatura más inmediata ha oído hablar nunca del grupo R.I.P. ni de su gurú, fundador y maestro, el poeta Francisco Sierra. Con la conciencia de que son totalmente desconocidos, Cristian Marcelo, estudioso de la literatura que se ha ganado una bien merecida fama de ser serio en sus juicios, abre el libro con una introducción en la que explica que, a pesar de haber pasado inadvertidos en el plano local, los poetas del R.I.P. lograron publicar en revistas importantes y de alguna forma significaron un movimiento poético digno de ser tomado en cuenta a la hora de considerar la evolución de la poesía costarricense. Históricamente, los ubica como inmediatamente posteriores a la generación de Osvaldo Sauma, Ana Istarú y Lil Picado. No deja claro si llegaron a publicar individualmente y pasa a dar las coordenadas de su movimiento.
Su propuesta, resumida en máximas de gran abstracción redactadas con solemnidad de proclama, se inclina por la exquisitez, por asumir la poesía como una actividad intelectualmente elevada y estéticamente compleja.
Viene luego la muestra de poemas de cinco miembros del grupo: Francisco Sierra (el líder), Manuel Coto, Carlos Correa, Fernando Marcial y William Zúñiga, cada uno presentado con una breve nota biográfica en que se mencionan su nacimiento, sus estudios y las actividades a las que se dedicaron luego de su breve paso por la poesía. En esa nota se incluye además la opinión que Sierra tenía de la obra de cada uno de sus pupilos.
Si bien cada uno muestra un mínimo de toque personal, todos tienen en común una grandilocuencia añeja y enojosa y unas pretensiones mucho más elevadas que su propia capacidad.
Está claro que los poetas del grupo R.I.P. no son más que una partida de arrogantes, de esos que creen que lo mejor que pudo pasarle a la literatura fue que ellos se hubieran decidido a escribir. Se trata de uno de esos grupos que desconocen las proporciones y que tras eternas y soporíferas habladas teóricas, anuncian que han descubierto algo tan nuevo como la sopa a base de agua.
Un grupo de lectores iniciales que, deslumbrados ante sus primeros hallazgos, abrazan a determinados autores (por lo general extravagantes), los declaran "geniales" y pasan a venerarlos como sus santos patrones.
Este tipo de colectivos, aunque en su época de mayor cacareo hacen el ridículo de la forma más grotesca y proclaman su ignorancia, pedantería y estupidez a los cuatro vientos, por lo general pasan sin pena ni gloria y acaban en el más absoluto olvido.
¿Por qué entonces el interés de alguien serio, como Cristian Marcelo, por rescatar su obra? ¿Por qué publica la edición antológica el Ministerio de Cultura? ¿Cómo es posible que nadie, nunca, haya oído hablar de ellos?
Reflexionando sobre estas cuestiones llegamos a la única conclusión posible: Cristián Marcelo nos ha tomado el pelo, los tales poetas antologados no son más que una obra de ficción en que las referencias de autores, revistas y títulos de libros conocidos y familiares del mundo real, no tienen otro fin que llevarnos dócilmente a creer en la farsa de un grupo que nunca existió.
Hasta lectores cultos y enterados se tragaron el anzuelo.
La farsa debe ser creíble o no ser y, tomando esta verdad en cuenta, hay que aplaudirle a Cristián Marcelo la broma de buen gusto en que nos involucró con humor del fino y pedantería de la buena.
La lectura de Fragmentos fantasmas nos hace reflexionar sobre la fatuidad, el egocentrismo y la solemne charlatanería de algunos grupos de escritores que desconocen por completo la modestia y no tienen ni el más mínimo sentido de las proporciones. De vez en cuando surgenen el mundillo cultural los poetas que son solo pose y el maestro arrogante rodeado de sus acólitos incondicionales. Por la frecuencia de su aparición y por la existencia, incluso larga, de muchos de estos grupos, es que los autores de Fragmentos Fantasmas, pese a ser ficticios, se reconocen como posibles y hasta conocidos y familiares.
INSC: 1430

Un panfleto poco efectivo.

Manual del perfecto idiota
latinoamericano. Carlos Alberto
Montaner. Plinio Apuleyo Mendoza.
Álvaro Vargas Llosa. Plaza & Janés
Barcelona, España. 1996
Los admiradores de este libro lo han calificado como un análisis desmitificador de las ideas socialistas que, pese a ser populares en su momento, a la larga le hicieron daño a América Latina. Están equivocados. El libro ni es analítico ni pretende serlo.
Los detractores le critican la falta de seriedad y la agresión verbal y le reclaman su carencia de objetividad y lo barato de sus argumentos. También se equivocan. Le están pidiendo peras al olmo. 
El mismo Carlos Alberto Montaner reconoce que si hubiera escrito un sesudo análisis titulado Manual del liberalismo latinoamericano, o Las funestas consecuencias del estatismo latinoamericano, ningún editor se lo hubiera publicado y, en todo caso, nadie lo habría leído. Tiene razón. En Costa Rica, hace bastantes años, Miguel Ángel Rodríguez escribió un libro titulado El mito de la racionalidad del socialismo. ¿Alguien ha oído hablar de él?
Esta obra que escribieron en conjunto Montaner, Plinio Apuleyo Mendoza y Álvaro Vargas Llosa, aunque desde el  mismo título parezca ofensiva, en el fondo pretende ser humorística. Su propósito era más la provocación que el análisis. Se trata de un libro propagandísco, panfletario, deliberadamente superficial e hiriente, en que los tres autores pretenden envalentonar a quienes piensan como ellos e incomodar a los del bando contrario. Publicado en 1996, pocos años después de la caída del Muro de Berlín y la desintegración del Bloque Socialista, cuando tanto en Europa como en América Latina hasta los viejos partidos socialistas impulsaban reformas de apertura de mercados, el libro pretende burlarse de las ideas y propuestas de la vieja izquierda latinoamericana.
Los autores, quienes no pudieron resistir las ganas de gritar "¡Siempre hemos tenido la razón!" hacen mofa del pensamiento socialista que entonces parecía iba a ser totalmente abandonado. Los años han demostrado que su triunfalismo fue precipitado. Tras la desaparición de lo que se llamó el "socialismo real", las discusiones sobre la comunidad y el individuo, el papel del Estado, la solidaridad con los menos favorecidos y la distribución de los bienes siguen abiertas.
El libro es una suma de trivialidades y argumentos baratos que evoca las discusiones más bajas que tuvieron lugar en tiempos de la Guerra Fría. Hay un apartado completo dedicado a la revolución cubana y sus disparates. Otro se refiere a la Teología de la Liberación. También hay capítulos extensos sobre el nacionalismo latinoamericano y el antigringuismo de yankee go home.  
Por tratarse de un panfleto propagandístico, dedica buena parte de sus páginas a reseñar diez panfletos de la otra acera. Irónicamente, señalan las imprecisiones, falacias y manipulación arbitraria de datos que hace Eduardo Galeano en Las venas abiertas de América Latina, así como lo absurdo del libro Para leer al Pato Donald, de Ariel Dorfman.
El manual del perfecto idiota latinoamericano es un panfleto, y no lo digo para descalificar el libro sino, simplemente, para clasificarlo. El panfleto es un escrito propagandístico que se caracteriza por ser desmedido, escandaloso, emocional y lapidario. El panfleto no pretende analizar ni convencer con argumentos, sino pregonar con contundencia y estruendo.
El género panfletario es pobre en lo literario e ineficaz en lo propagandístico. Aunque hacen ruido en su momento, los panfletos son ignorados y olvidados casi de inmediato. Los del bando no contrario nunca van a leerlos. A los convencidos del bando propio tampoco les parece atractiva la idea de que les repitan al oído con altavoz lo que de por sí ya creen. Y a los moderados o indecisos la lectura de un panfleto acaba resultándoles insoportable. El discurso exaltado no es capaz de convencer a nadie.
Un panfleto solamente resulta atractivo si está escrito con gran ingenio y humor, pero con el Manuel del perfecto idiota latinoamericano, este no es el caso. El libro ni siquiera tiene unidad de estilo, tal vez porque sus tres autores nunca pudieron decidir si pretendían ser cómicos, violentos o convincentes. Intentaron las tres cosas y, en las tres, fracasaron.
Conocí a Carlos Alberto Montaner el día que presentó este libro. Es un hombre cortés y educado que escucha atentamente y habla sin levantar la voz. Accesible, simpático y, cubano al fin, gran conversador, me atendió muy cordialmente.
Montaner se declara liberal, por lo que me atreví a a preguntarle si no le parecía que llamar idiota a quien no piensa como él es, además de descortés, una actitud poco tolerante y liberal.
"Más idiota será usted", me contó que le gritaron en una librería. "En España, donde vivo, el lenguaje es muy duro". Continuó. "Decirle idiota a alguien es común hasta con desconocidos en la fila del supermercado. En Costa Rica, donde la gente es tan amable, tal parece que la palabra idiota es particularmente fuerte."
Hablamos un poco de historia de América Latina. ¿No le parece a usted -le pregunté- que en América Latina el miedo al comunismo hizo más daño que el comunismo?
"Si le preguntas a un cubano, te va a decir que ningún miedo al comunismo es poco". Respondió de inmediato. "En Cuba, en los primeros años de la revolución, apareció en el cine una propaganda en que se veía a un niño jugando con un barquito de papel en un charco. La voz del locutor decía: "¿Qué va a hacer la revolución por este niño?" y alguien, aprovechando la oscuridad, gritó desde atrás: "¡Quitarle el barquito!"
Aunque el chiste me hizo gracia, le mencioné que por miedo al comunismo hubo represión, dictaduras, asesinatos y desaparecidos. Incluso le recordé que por pura paranoia, en su momento fueron perseguidas como comunistas personas que en realidad eran liberales.
"Sí", admitió, "se cometieron muchas imbecilidades."
Su respuesta me dejó perplejo. Si, como él cree, en América Latina la izquierda está compuesta por idiotas y la derecha por imbéciles, no hay esperanza posible. Los extremistas de ambos bandos, en su momento, recurrieron a la violencia pero, pasada esa etapa dolorosa, el debate abierto no es entre idiotas e imbéciles, sino entre personas que, con buena intención, creen en una sociedad solidaria en que el Estado sea protagonista y, por otro lado, personas que, también con buena intención, aspiran a una sociedad liberal sin obstáculos burocráticos para las iniciativas individuales. En ese debate, el libro de Montaner, por su posición extrema, tiene muy poco que aportar.
INSC: 2132

Sobre la labor del reportero.

Los mejores reporteros. Edgar Fonseca
Editorial Costa Rica, 2001.
Al terminar de leer Los mejores reporteros, de Edgar Fonseca, no queda claro a qué público pretendía dirigirse. En algunos momentos, por el tono anecdótico, da la impresión de que el libro pretende llegar al público en general; en otros, el empleo del argot profesional hace suponer que se escribió para los colegas y, finalmente, en los apartados en que se pone a dar consejos y fijar reglas, pareciera que estás páginas van dirigidas a quienes nunca han ejercido el periodismo pero aspiran a hacerlo pronto.
Ya se trate de un libro de texto o de una propuesta para todo público, Los mejores reporteros plantea interesantes temas de discusión en cada uno de sus siete apartados.
En la introducción, el autor declara que desea "fomentar en reporteros, en aspirantes y en lector en general, la reflexión que solo un riguroso ejercicio de principios éticos, morales y legales, entiéndase de excelencia, ratifica el liderazgo del periodista y de la prensa como activos agentes de formación y desarrollo de nuestras sociedades".
No es lo mismo un reportero que un periodista y, por ello, una de las primeras cosas que llama la atención, desde el título de la obra, es que haya optado por el término más restringido, en lugar de por el más amplio. 
Quizá por referirse al oficio de reportero, el texto es insistente sobre puntos como la comprobación de datos y el equilibrio. Se extiende, además, a la hora de definir y comentar distintas técnicas de investigación. Con particular fluidez, Fonseca salta de la teoría a la carpintería y logra explicarse con claridad. Para explicar el punto que va desarrollando, echa mano de distintos recursos: cuenta anécdotas personales, cita libros de otros autores y recuerda casos de escritores célebres.
Aunque en un inicio el libro parece concentrarse en el trabajo reporteril más inmediato, más adelante se ocupa también de investigaciones profundas y prolongadas. Sin embargo, no llega a adentrarse en el terrono de las interpretaciones. Algo verdaderamente extraño ya que, ante lo inmediato de la cobertura de acontecimientos, todo pareciera indicar que la tendencia es que cada vez en todos los medios de prensa, especialmente los escritos, la prioridad no será tanto informar como analizar. 
El propio Fonseca habla del oficio de reportero como algo que pasa "de ser un simple registro de hechos a explicarle a la gente por qué suceden los acontecimientos, cuál es su significado e impacto". Pero no amplía mayor cosa sobre el ejercicio de interpretación que cada vez más los periodistas son llamados a ejercer.
Otro aspecto que se percibe con extrañeza es que a todo lo largo del libro no se marcan diferencias entre los distintos tipos de medios de comunicación (radio, televisión, periódicos, revistas o medios digitales) ni entre los distintos estilos periodístico, ni entre la variedad de temas que se cubren.  Se enumeran con rango de autoridad ciertas normas que no podrían considerarse de validez universal. Imaginemos tres reporteros ingleses, uno que trabaja para Times, otro para Telegraph y otro para The Sun. Su trabajo, aunque básicamente sea el mismo, inevitablemente acabaría rigiéndose por distintas reglas. Las normas que vienen marcadas con flechitas en el libro podrían resultar apropiadas para cierto tipo de periodismo, pero inapropiadas para otros.
Precisamente, una de las características más peculiares del libro es su tono normativo. En el texto, además de establecer reglas, se dan consejos y normas. Un ejercicio interesante sería contar cuántas veces aparece en esta obra el verbo "deber". Abierto el libro al azar, en la página 68 apareció cinco veces: "deben ratificarse", "deben saber", "debe tener" y dos veces "debe ser".
Lo curioso es que Edgar Fonseca ha pasado por todos los puestos de la profesión: reportero, editor, enviado especial y director de un medio. Precisamente por su vasta experiencia sorprende que al escribir un libro sobre la actividad a la que se ha dedicado toda la vida, lo haya hecho con la perspectiva de los que debe ser y no de lo que realmente es.
Esa prioridad de lo ideal por encima de lo real, queda de manifiesto en el hecho de que en ninguna parte del libro se le presta atención a la circunstancia, importantísima y determinante, de que los reporteros trabajan contra reloj. Muy por el contrario, el autor sugiere: "Pregúntese al final de cada artículo: ¿Es este el mejor lead? ¿Es esta la mejor historia que pude escribir? ¿Es la más completa? Probablemente si las respuestas a tales inquietudes son de duda, mejor revise, pula, enriquezca el trabajo o descártelo. Mírelo como un sano y necesario ejercicio.
De más está decir que ese sano y necesario ejercicio no podría realizarlo un redactor que escriba al filo de la hora de cierre, con la conciencia de que la página que le asignaron no puede salir en blanco.
Si este libro fuera un manual, podría criticársele el que no se detenga a definir la terminología que utiliza. Dice que los datos deben ser "exactos" (por verdaderos), pero más tarde, también por verdaderos, utiliza los términos "precisos"  o "correctos". En momento menciona la necesidad de que los periodistas redacten de manera "clara, sencilla, directa, concreta y concisa". Más adelante cita juntos "incisivo" y "acucioso".
Escribir normas sobre un ejercicio profesional, resulta arriesgado no solo el utilizar una terminología variable sino también dejar la definición de esa terminología al diccionario.
Otra cosa que se le puede reclamar al libro es su falta de concisión, algo verdaderamente extraño en un periodista que, se supone, debe ser capaz de informar con brevedad. Como botón de muestra están las quince páginas que ocupó para decir que los datos deben ser corroborados antes de que se publiquen.
En el libro se habla mucho de esquemas y de establecer prioridades pero, al terminar la lectura, resulta evidente que esta obra no está bien esquematizada y sus prioridades, como su público meta, no son claras. A fin de cuentas, ¿Qué es exactamente este libro? ¿Un repaso de la teoría? ¿El texto de un curso? ¿Un manual de normas? ¿Un análisis de casos? ¿Un anecdotario? ¿Unas memorias personales?
La verdad es que este libro es un poco de todo lo dicho y esa ambigüedad de propósito hace que muchas de las ideas que plantea, acaben interrumpidas e inconclusas.
Al final de libros se rememoran casos de juicios contra periodistas en Costa Rica, seguidos de una semblanza de la legislación que rige la actividad periodística en el país. Pero no se aventura a plantear cuestionamientos ni a analizar el asunto. Es decir, solo reportea.
Esperaba una propuesta más estructurada y focalizada pero me encontré con un manual de periodismo que pregona concisión y claridad, pero que no cumple con lo que predica. Aunque la irregularidad y la dispersión hacen que el libro fracase como conjunto, en sus páginas se encuentran, esporádicamente, algunas reflexiones valiosas sobre el ejercicio del periodismo.
INSC:  1284

miércoles, 2 de marzo de 2016

Rubén Darío Periodista.

Rubén Darío Periodista. Ministerio de
Educación. Nicaragua. 1964.
Para poder ganarse la vida, todos los poetas tienen otro oficio. En el caso de los narradores, si llegan a ser populares, es posible que los derechos que perciban por la venta de sus obras les permitan, no solo vivir dignamente, sino incluso hasta hacerse ricos. Pero ningún poeta puede vivir de sus versos. En cualquier sociedad, los aficionados a la lectura son una minoría y los lectores de poesía, a su vez, son una minoría dentro de la minoría. 
Hasta los poetas más célebres y admirados se han visto en apuros para cubrir sus necesidades. El caso de Rubén Darío llega a ser hasta conmovedor. El príncipe de las letras castellanas, el renovador de la expresión poética cuyo estilo fue referencia a ambos lados del Atlántico durante medio siglo, pasó su vida entera agobiado por apremiantes necesidades económicas. Para vivir, trabajó desde muy joven como periodista. A los catorce años de edad, ya era el redactor estrella de La Verdad, periódico de León, Nicaragua. Su talento era reconocido y apreciado en cualquier sitio al que llegara y, como no disponía de otras herramientas de trabajo además de su pluma, ejerció el periodismo en Chile, Argentina, Guatemala, El Salvador, Costa Rica, Uruguay, España y Francia. 
La vida de un colaborador de periódico no es fácil. No todos los días se reciben encargos y no todos son bien pagados. La única manera de medio rebuscarse ingresos decentes es tomar lo que ofrezcan sin mucho miramiento. Durante la permanencia de Rubén Darío en Costa Rica, por ejemplo, el poeta, que ocupó la dirección de La Prensa Libre y colaboró con El Heraldo de Pío Víquez, publicó naturalmente cuentos, poemas y artículos sobre literatura, pero también realizó entrevistas, escribió editoriales, reseñó acontecimientos y hasta redactó notas sobre deporte y salud. 
El Doctor Emilio Mitre, propietario del diario La Nación, de Buenos Aires, Argentina, contrató a Darío como redactor y corresponsal. Gracias a este trabajo, Darío pudo contar con un ingreso estable. Estuviera donde estuviera, París, Madrid, Roma, New York, Río de Janeiro o La Habana, Darío enviaba semanalmente crónicas y reportajes a Buenos Aires. El Dr. Mitre, por su parte, nunca le falló y le hacía llegar su salario puntualmente. El pago que recibía del periódico argentino, era el sustento de su familia. 
Darío se veía muy elegante con su traje de embajador, pero el gobierno de Nicaragua le atrasaba los sueldos y, en más de una ocasión, Darío debía tomar dinero de sus ingresos personales como periodista para cubrir los gastos de la Embajada. Se topó también, lamentablemente, con personas inescrupulosas que lo explotaban. Organizadores de giras de conferencias que le daban una parte mínima de lo recaudado o revistas y editoriales que, además de aprovecharse de su nombre y su prestigio, lo ponían a trabajar jornadas extenuantes y le pagaban menos de lo que merecía.
Con todo y sus penurias, Darío disfrutaba el periodismo. Se estima que el grueso de su producción escrita son artículos publicados en periódicos y revistas. Hasta las semblanzas de escritores de su libro Los Raros fueron publicadas originalmente como artículos periodísticos. Algunos especialistas darianos sostienen que dos terceras partes de la obra de Darío fueron notas de periódico y solamente un tercio lo constituyen poemas y cuentos. Hay quienes estiman que la proporción es mucho mayor. Es difícil determinarlo porque, como ya se dijo, Darío escribió en muchos periódicos de distintos países y su obra, a un siglo de su muerte, sigue sin contar con un índice exhaustivo.
Curiosamente, su obra periodística no es muy conocida. Azul, Cantos de vida y esperanza y selecciones de sus cuentos y poemas están presentes casi en cualquier librería. La publicación de artículos suyos, en cambio, es esporádica y escasa. Ignoro si en Argentina, donde Darío publicó más en la prensa, habrá mayor facilidad de encontrar recopilaciones de sus crónicas y reportajes. Un hecho confirmado por los estudiosos es que, desde 1889, año en que empezó a colaborar con el periódico, hasta su muerte, en 1916, ningún otro redactor o colaborador de La Nación de Buenos Aires publicó más notas que Darío.
En 1964, con motivo del aniversario número cuarenta y ocho de la muerte del poeta, el Ministerio de Educación de Nicaragua editó el libro Rubén Darío Periodista, en que reúne una pequeña muestra de los artículos que Darío enviaba a La Nación
Su prosa es cautivante, podría decirse que hipnótica. Las descripciones que hace de su paso por Barcelona, Madrid, París, Roma, Londres y Berlín brindan un retrato profundo de esas ciudades en que se combina tanto la información histórica y social, como el dato curioso y las impresiones personales.  Notas de este tipo, hoy en día, vendrían acompañadas con fotos. Pero como en aquella época la fotografía se usaba poco en los periódicos, los artículos son extensos ya que hasta el aspecto visual debía ser escrito. Dicen que una imagen vale por mil palabras, pero las imágenes creadas con palabras son las más impresionantes. Me imagino a los argentinos de principios del Siglo XX viajando con la imaginación por las capitales europeas mientras leían aquellas columnas de letra diminuta.
Particularmente emotivo es el relato de su encuentro con el Papa León XIII, a quien llamó "Beatísimo Padre y querido colega", ya que Gioacchino Pecci (su nombre real) escribió bellísimas poesías, tanto en italiano como en latín. Aunque su público era hispanoparlante, Darío cita, en su nota, los versos del papa en su lengua original. De haberlos traducido, se habría perdido el ritmo y la musicalidad. Darío, que apreciaba la poesía tanto por el contenido como por el sonido, jamás habría contribuido a opacar el brillo de un poema. 
En todo caso, supongo que debió haber pensado, en Argentina había ya entonces numerosos inmigrantes italianos que podrían explicarle el significado al vecino gallego.
Además de crónicas de viaje, el libro incluye artículos sobre nuevas teorías educativas y sobre los bailes tradicionales de Nicaragua. Darío hace una exposición clara, profunda y didáctica sobre El Güegüense.
Dominar diferentes estilos es como hablar varios idiomas. El reportaje sobre el conflicto entre los gobiernos británico y nicaragüense por la región de Bluefields es conciso, objetivo, concentrado en reseñar los hechos y analizar su posible desarrollo y consecuencias. La prosa es pura y estrictamente  periodística: escrito de manera impersonal, con recuento total del contenido al inicio, párrafos y oraciones breves, citas de fuentes consultadas, tono imparcial, nada de opinión, nada de especulación, nada de ornamentación. Este reportaje de hace más de un siglo podría servir hoy, y por muchos años más, como modelo de estilo para periodistas que deban escribir sobre temas polémicos y complejos.  La pluma del Darío poeta es totalmente distinta a la del Darío periodista. La norma de que el estilo debe ajustarse a lo que se escribe y no a quien lo escribe, es una noción que algunos periodistas tardan años en aprender y la gran mayoría ni siquiera la logra comprender nunca.                                                                       
Aunque las referencias de nombres, compañías y proyectos corresponden a otra época, el artículo sobre el canal interoceánico, eterno tema de Nicaragua, es tan actual que pudo haber sido escrito esta mañana.
Darío, el gran poeta, narrador y literato, fue también un gran periodista. Para él, el periodismo y la literatura son una sola cosa. Sobre este punto, cito sus palabras textualmente:

"Hoy y siempre, un periodista y un escritor se han de confundir. Séneca, Montaigné y de Maitre son periodistas en un amplio sentido de la palabra. Todos los observadores y comentadores de la vida han sido periodistas. Ahora, si os referís simplemente a la parte mecánica del oficio moderno, quedaríamos en que tan solo merecerían el nombre de periodistas los reporters comerciales, los de los sucesos diarios; y hasta ellos pueden ser muy buenos escritores que hagan sobre un asunto árido una página interesante. Hay editoriales políticos escritos por hombres de reflexión y de vuelo, que son verdaderos capítulos de libros fundamentales. Hay crónicas, descripciones de fiestas o ceremoniales escritas por reporters que son artistas, las cuales, aisladamente, tendrían cabida en obras antológicas. El periodista que escribe con amor lo que escribe, no es sino un escritor como otro cualquiera. Solamente merece la indiferencia y el olvido aquel que, premeditadamente, se propone escribir, para el instante, palabras sin lastre e ideas sin sangre."
Rubén Darío (1867-1916) Además de poeta y narrador, prolífico periodista.
Publicó en periódicos y revistas de Nicaragua, Chile, El Salvador, Guatemala,
Costa Rica, Uruguay, España y Francia. Pero su relación más estable y duradera
fue con el diario La Nación, de Buenos Aires, Argentina, con el que colaboró
más de veinte años.
INSC: 2402

martes, 1 de marzo de 2016

Poesía política nicaragüense.

Poesía política nicaragüense. Francisco
de Asís Fernández (compilador).
Ministerio de Cultura. Nicaragua. 1986.
Los poetas y los políticos suelen ignorarse recíprocamente. Los políticos, ocupados como están en pelear entre ellos, no prestan mayor atención si aparecen unos versos a propósito de sus actuaciones. En la mayoría de los casos, ni se enteran. Los poetas, por su parte, rara vez consideran que el gobierno de su país sea un tema al que valga la pena referirse.
Como todas, esta regla tiene también sus excepciones. En Nicaragua, país en que la poesía está presente en todos los aspectos de la vida, la política se ha discutido en verso a todo lo largo de su historia. Los poemas, que en Nicaragua se publican en periódicos, circulan en hojas sueltas o son transmitidos de boca en boca, captan mayor atención, generan más debates y llegan a ser recordados por mucho más tiempo que los artículos de opinión.
Desde el Dr. Zelaya, no ha habido gobernante nicaragüense que no haya sido blanco de versos satíricos. Durante la prolongada dictadura de la familia Somoza, un poema pasado de tono podía llevar a su autor a la cárcel. El general Anastasio Somoza García, fundador de la dinastía, murió a causa de los disparos de Rigoberto López Pérez, un poeta.
Rubén Darío, cuya poesía está llena de cisnes, ornamentación versallesca y personajes mitológicos, incluyó en Cantos de vida y esperanza su poema antiimperialista A Roosevelt. Antes del nacimiento de Darío, los marines de Estados Unidos habían en tres ocasiones distintas en Nicaragua. La cuarta ocupación, que fue también la más compleja y prolongada, tuvo lugar diez años después de la muerte del poeta, por lo que no le tocó ver su país invadido. Mientras Augusto César Sandino, conocido como el General de los hombre libres, desarrollaba su guerra de guerrillas contra el invasor, numerosos autores anónimos hacían circular coplas, poemas y canciones en apoyo a su gesta. 
Tras el asesinato de Sandino los marines se retiraron pero dejaron en su lugar a la recién creada Guardia Nacional, dirigida por Anastasio Somoza García, quien no tardó en ocupar la presidencia del país.
Durante su prolongada dictadura, Tacho Somoza el viejo, logró sofocar los pocos y esporádicos intentos armados que pretendían derrocarlo. Ni él, ni su hijo Luis, ni el puñado de presidentes civiles que hubo durante el largo ejercicio de poder de su familia, debieron enfrentarse a una lucha armada sostenida. Solamente en los últimos años de Anastasio Somoza García el conflicto alcanzó las dimensiones de guerra civil.
Aunque los disparos solamente sonaron con fuerza y frecuencia en los últimos años de la dictadura, las palabras estuvieron presentes siempre. Los poetas, ya fuera en forma sutil y con timidez o de manera abiertamente confrontativa, escribieron versos en que lamentaban las injusticias que presenciaban y soñaban con un futuro distinto para su patria. Los poetas de la Vanguardia Granadina, y esta es mi opinión muy personal, mantuvieron una actitud un tanto ambigua ante Somoza. En sus poemas hay, naturalmente, numerosas páginas de denuncia pero están escritas con cierta prudencia. Alberto Ordoñez Argüello y Salomón de la Selva fueron más frontales contra Somoza, pero ellos escribían desde fuera de Nicaragua.
Desde Rubén Darío, el padre Azarias Pallais y Alfonso Cortés, no hubo un solo poeta nicaragüense que no incursionara en la poesía política. Pablo Antonio Cuadra, José Coronel Urtecho, Joaquín Pasos, Manolo Cuadra y Luis Alberto Cabrales, de la Vanguardia. Ernesto Mejía Sánchez, Carlos Martínez Rivas, Enrique Fernández Morales, Fernando Silva y el padre Ernesto Cardenal de la generación siguiente. En las décadas de los sesenta y  los setenta surgen nuevos grupos literarios de diversa sensibilidad artística pero, independientemente de la estética que cultiven, ninguno deja de referirse a la situación social y política del país.
Aunque la historia de Nicaragua es un tema muy serio, en su momento circularon algunas bromas. Se dijo que gracias a Somoza se habían escrito poemas memorables y, cuando la dictadura fue derrocada, no faltó quien afirmara que los poetas nicaragüenses se habían quedado sin tema.
Además de mal gusto, estas bromas son injustas. La poesía política nicaragüense va más allá de la protesta y la denuncia. Había, por supuesto, obras panfletarias y propagandísticas, pero el grueso de la producción tiene méritos que sobrepasan lo puramente referencial. Los poemas de Ricardo Morales Avilés y Leonel Rugama, jóvenes poetas guerrilleros, demuestran que se puede escribir sobre el amor con profunda emotividad incluso cuando se empuñan las armas. 
A finales de 1950, Ernesto Mejía Sánchez, mientras residía en México, compiló una antología de poesía política nicaragüense, pero esa obra actualmente es verdaderamente difícil de conseguir. De hecho, no tengo claro si la compilación de Mejía Sánchez fue publicada o no. En 1979, el poeta Francisco de Asís Fernández publicó en México una antología que siete años después, en 1986, fue editada masivamente en Nicaragua. Pese a lo amplio del tiraje, este libro es hoy en día inconseguible.
Poesía política de Nicaragua brinda la oportunidad de escuchar voces de distintas generaciones que compartieron la esperanza de que su país lograra cambiar. El dolor, la frustración y el sentimiento de impotencia, tal vez generen rabia pero no pesimismo. En el fondo está claro que los momentos dolorosos pueden ser prolongados pero en algún momento habrán de terminar. No todo, hay que destacarlo, son lamentos por la situación presente y suspiros por la redención anhelada que se espera próxima. Muchos poetas recurren a la ironía y el sarcasmo, por lo que la lectura del libro genera, una que otra vez, alguna sonrisa de sabor amargo. 
Entre los numerosos poetas antologados, uno se encuentra con las grandes figuras conocidas y con nombres que nunca ha oído mencionar. Me sorprendió que el libro no incluyera ningún poema de Carlos Fonseca Amador, fundador del Frente Sandinista de Liberación Nacional, quien escribía desde muy joven y fue quien convirtió en versos la carta de despedida de Rigoberto López Pérez a su madre. Creo que también debieron ser incluidas las coplas y canciones anónimas dedicadas a Sandino, así como algunas de las composiciones de Carlos Mejía Godoy. Verdaderas rarezas (en el sentido de poco comunes) me parecieron los poemas de Sergio Ramírez Mercado, quien es reconocido como narrador, así como de Daniel Ortega y su esposa Rosario Murillo. Sabía que la señora Rosario escribía poesía, pero los cuatro poemas de Daniel Ortega incluidos en el libro son los únicos de que tengo noticia. Me pregunto si habrá publicado más.
Tras la caída de Somoza, en 1979, el padre Ernesto Cardenal, nombrado Ministro de Cultura del nuevo gobierno, estableció un programa de talleres literarios en todo el país. Amas de casa, campesinos y trabajadores de las más distintas actividades, empezaron a escribir poesía. Mientras su hermano, el padre Fernando Cardenal S.J., lideraba la campaña de alfabetización, el padre Ernesto se ocupaba de la alfabetización poética, gracias a la cual Nicaragua ha de ser hoy el país con mayor número de poetas per capita del mundo. La política en Nicaragua sigue siendo un tema candente, pero la poesía política, durante la época de  gobiernos electos, bajó la frecuencia y el tono.
En todo caso, creo que en ningún otro país del mundo, si se hiciera una antología de poesía política, se podrían reunir tantos poemas valiosos de tantos autores destacados.
INSC: 2391
José Coronel Urtecho. Ernesto Cardenal. Pablo Antonio Cuadra. Julio Valle Castillo.
Juan Velásquez. Francisco de Asís Fernández. Beltrán Morales. Napoleón Fuentes.

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...