Los mejores reporteros. Edgar Fonseca Editorial Costa Rica, 2001. |
Al terminar de leer Los mejores reporteros, de Edgar Fonseca, no queda claro a qué público pretendía dirigirse. En algunos momentos, por el tono anecdótico, da la impresión de que el libro pretende llegar al público en general; en otros, el empleo del argot profesional hace suponer que se escribió para los colegas y, finalmente, en los apartados en que se pone a dar consejos y fijar reglas, pareciera que estás páginas van dirigidas a quienes nunca han ejercido el periodismo pero aspiran a hacerlo pronto.
Ya se trate de un libro de texto o de una propuesta para todo público, Los mejores reporteros plantea interesantes temas de discusión en cada uno de sus siete apartados.
En la introducción, el autor declara que desea "fomentar en reporteros, en aspirantes y en lector en general, la reflexión que solo un riguroso ejercicio de principios éticos, morales y legales, entiéndase de excelencia, ratifica el liderazgo del periodista y de la prensa como activos agentes de formación y desarrollo de nuestras sociedades".
No es lo mismo un reportero que un periodista y, por ello, una de las primeras cosas que llama la atención, desde el título de la obra, es que haya optado por el término más restringido, en lugar de por el más amplio.
Quizá por referirse al oficio de reportero, el texto es insistente sobre puntos como la comprobación de datos y el equilibrio. Se extiende, además, a la hora de definir y comentar distintas técnicas de investigación. Con particular fluidez, Fonseca salta de la teoría a la carpintería y logra explicarse con claridad. Para explicar el punto que va desarrollando, echa mano de distintos recursos: cuenta anécdotas personales, cita libros de otros autores y recuerda casos de escritores célebres.
Aunque en un inicio el libro parece concentrarse en el trabajo reporteril más inmediato, más adelante se ocupa también de investigaciones profundas y prolongadas. Sin embargo, no llega a adentrarse en el terrono de las interpretaciones. Algo verdaderamente extraño ya que, ante lo inmediato de la cobertura de acontecimientos, todo pareciera indicar que la tendencia es que cada vez en todos los medios de prensa, especialmente los escritos, la prioridad no será tanto informar como analizar.
El propio Fonseca habla del oficio de reportero como algo que pasa "de ser un simple registro de hechos a explicarle a la gente por qué suceden los acontecimientos, cuál es su significado e impacto". Pero no amplía mayor cosa sobre el ejercicio de interpretación que cada vez más los periodistas son llamados a ejercer.
Otro aspecto que se percibe con extrañeza es que a todo lo largo del libro no se marcan diferencias entre los distintos tipos de medios de comunicación (radio, televisión, periódicos, revistas o medios digitales) ni entre los distintos estilos periodístico, ni entre la variedad de temas que se cubren. Se enumeran con rango de autoridad ciertas normas que no podrían considerarse de validez universal. Imaginemos tres reporteros ingleses, uno que trabaja para Times, otro para Telegraph y otro para The Sun. Su trabajo, aunque básicamente sea el mismo, inevitablemente acabaría rigiéndose por distintas reglas. Las normas que vienen marcadas con flechitas en el libro podrían resultar apropiadas para cierto tipo de periodismo, pero inapropiadas para otros.
Precisamente, una de las características más peculiares del libro es su tono normativo. En el texto, además de establecer reglas, se dan consejos y normas. Un ejercicio interesante sería contar cuántas veces aparece en esta obra el verbo "deber". Abierto el libro al azar, en la página 68 apareció cinco veces: "deben ratificarse", "deben saber", "debe tener" y dos veces "debe ser".
Lo curioso es que Edgar Fonseca ha pasado por todos los puestos de la profesión: reportero, editor, enviado especial y director de un medio. Precisamente por su vasta experiencia sorprende que al escribir un libro sobre la actividad a la que se ha dedicado toda la vida, lo haya hecho con la perspectiva de los que debe ser y no de lo que realmente es.
Esa prioridad de lo ideal por encima de lo real, queda de manifiesto en el hecho de que en ninguna parte del libro se le presta atención a la circunstancia, importantísima y determinante, de que los reporteros trabajan contra reloj. Muy por el contrario, el autor sugiere: "Pregúntese al final de cada artículo: ¿Es este el mejor lead? ¿Es esta la mejor historia que pude escribir? ¿Es la más completa? Probablemente si las respuestas a tales inquietudes son de duda, mejor revise, pula, enriquezca el trabajo o descártelo. Mírelo como un sano y necesario ejercicio.
De más está decir que ese sano y necesario ejercicio no podría realizarlo un redactor que escriba al filo de la hora de cierre, con la conciencia de que la página que le asignaron no puede salir en blanco.
Si este libro fuera un manual, podría criticársele el que no se detenga a definir la terminología que utiliza. Dice que los datos deben ser "exactos" (por verdaderos), pero más tarde, también por verdaderos, utiliza los términos "precisos" o "correctos". En momento menciona la necesidad de que los periodistas redacten de manera "clara, sencilla, directa, concreta y concisa". Más adelante cita juntos "incisivo" y "acucioso".
Escribir normas sobre un ejercicio profesional, resulta arriesgado no solo el utilizar una terminología variable sino también dejar la definición de esa terminología al diccionario.
Otra cosa que se le puede reclamar al libro es su falta de concisión, algo verdaderamente extraño en un periodista que, se supone, debe ser capaz de informar con brevedad. Como botón de muestra están las quince páginas que ocupó para decir que los datos deben ser corroborados antes de que se publiquen.
En el libro se habla mucho de esquemas y de establecer prioridades pero, al terminar la lectura, resulta evidente que esta obra no está bien esquematizada y sus prioridades, como su público meta, no son claras. A fin de cuentas, ¿Qué es exactamente este libro? ¿Un repaso de la teoría? ¿El texto de un curso? ¿Un manual de normas? ¿Un análisis de casos? ¿Un anecdotario? ¿Unas memorias personales?
La verdad es que este libro es un poco de todo lo dicho y esa ambigüedad de propósito hace que muchas de las ideas que plantea, acaben interrumpidas e inconclusas.
Al final de libros se rememoran casos de juicios contra periodistas en Costa Rica, seguidos de una semblanza de la legislación que rige la actividad periodística en el país. Pero no se aventura a plantear cuestionamientos ni a analizar el asunto. Es decir, solo reportea.
Esperaba una propuesta más estructurada y focalizada pero me encontré con un manual de periodismo que pregona concisión y claridad, pero que no cumple con lo que predica. Aunque la irregularidad y la dispersión hacen que el libro fracase como conjunto, en sus páginas se encuentran, esporádicamente, algunas reflexiones valiosas sobre el ejercicio del periodismo.
INSC: 1284
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