Manual del perfecto idiota latinoamericano. Carlos Alberto Montaner. Plinio Apuleyo Mendoza. Álvaro Vargas Llosa. Plaza & Janés Barcelona, España. 1996 |
Los admiradores de este libro lo han calificado como un análisis desmitificador de las ideas socialistas que, pese a ser populares en su momento, a la larga le hicieron daño a América Latina. Están equivocados. El libro ni es analítico ni pretende serlo.
Los detractores le critican la falta de seriedad y la agresión verbal y le reclaman su carencia de objetividad y lo barato de sus argumentos. También se equivocan. Le están pidiendo peras al olmo.
El mismo Carlos Alberto Montaner reconoce que si hubiera escrito un sesudo análisis titulado Manual del liberalismo latinoamericano, o Las funestas consecuencias del estatismo latinoamericano, ningún editor se lo hubiera publicado y, en todo caso, nadie lo habría leído. Tiene razón. En Costa Rica, hace bastantes años, Miguel Ángel Rodríguez escribió un libro titulado El mito de la racionalidad del socialismo. ¿Alguien ha oído hablar de él?
Esta obra que escribieron en conjunto Montaner, Plinio Apuleyo Mendoza y Álvaro Vargas Llosa, aunque desde el mismo título parezca ofensiva, en el fondo pretende ser humorística. Su propósito era más la provocación que el análisis. Se trata de un libro propagandísco, panfletario, deliberadamente superficial e hiriente, en que los tres autores pretenden envalentonar a quienes piensan como ellos e incomodar a los del bando contrario. Publicado en 1996, pocos años después de la caída del Muro de Berlín y la desintegración del Bloque Socialista, cuando tanto en Europa como en América Latina hasta los viejos partidos socialistas impulsaban reformas de apertura de mercados, el libro pretende burlarse de las ideas y propuestas de la vieja izquierda latinoamericana.
Los autores, quienes no pudieron resistir las ganas de gritar "¡Siempre hemos tenido la razón!" hacen mofa del pensamiento socialista que entonces parecía iba a ser totalmente abandonado. Los años han demostrado que su triunfalismo fue precipitado. Tras la desaparición de lo que se llamó el "socialismo real", las discusiones sobre la comunidad y el individuo, el papel del Estado, la solidaridad con los menos favorecidos y la distribución de los bienes siguen abiertas.
El libro es una suma de trivialidades y argumentos baratos que evoca las discusiones más bajas que tuvieron lugar en tiempos de la Guerra Fría. Hay un apartado completo dedicado a la revolución cubana y sus disparates. Otro se refiere a la Teología de la Liberación. También hay capítulos extensos sobre el nacionalismo latinoamericano y el antigringuismo de yankee go home.
Por tratarse de un panfleto propagandístico, dedica buena parte de sus páginas a reseñar diez panfletos de la otra acera. Irónicamente, señalan las imprecisiones, falacias y manipulación arbitraria de datos que hace Eduardo Galeano en Las venas abiertas de América Latina, así como lo absurdo del libro Para leer al Pato Donald, de Ariel Dorfman.
El manual del perfecto idiota latinoamericano es un panfleto, y no lo digo para descalificar el libro sino, simplemente, para clasificarlo. El panfleto es un escrito propagandístico que se caracteriza por ser desmedido, escandaloso, emocional y lapidario. El panfleto no pretende analizar ni convencer con argumentos, sino pregonar con contundencia y estruendo.
El género panfletario es pobre en lo literario e ineficaz en lo propagandístico. Aunque hacen ruido en su momento, los panfletos son ignorados y olvidados casi de inmediato. Los del bando no contrario nunca van a leerlos. A los convencidos del bando propio tampoco les parece atractiva la idea de que les repitan al oído con altavoz lo que de por sí ya creen. Y a los moderados o indecisos la lectura de un panfleto acaba resultándoles insoportable. El discurso exaltado no es capaz de convencer a nadie.
Un panfleto solamente resulta atractivo si está escrito con gran ingenio y humor, pero con el Manuel del perfecto idiota latinoamericano, este no es el caso. El libro ni siquiera tiene unidad de estilo, tal vez porque sus tres autores nunca pudieron decidir si pretendían ser cómicos, violentos o convincentes. Intentaron las tres cosas y, en las tres, fracasaron.
Conocí a Carlos Alberto Montaner el día que presentó este libro. Es un hombre cortés y educado que escucha atentamente y habla sin levantar la voz. Accesible, simpático y, cubano al fin, gran conversador, me atendió muy cordialmente.
Montaner se declara liberal, por lo que me atreví a a preguntarle si no le parecía que llamar idiota a quien no piensa como él es, además de descortés, una actitud poco tolerante y liberal.
"Más idiota será usted", me contó que le gritaron en una librería. "En España, donde vivo, el lenguaje es muy duro". Continuó. "Decirle idiota a alguien es común hasta con desconocidos en la fila del supermercado. En Costa Rica, donde la gente es tan amable, tal parece que la palabra idiota es particularmente fuerte."
Hablamos un poco de historia de América Latina. ¿No le parece a usted -le pregunté- que en América Latina el miedo al comunismo hizo más daño que el comunismo?
"Si le preguntas a un cubano, te va a decir que ningún miedo al comunismo es poco". Respondió de inmediato. "En Cuba, en los primeros años de la revolución, apareció en el cine una propaganda en que se veía a un niño jugando con un barquito de papel en un charco. La voz del locutor decía: "¿Qué va a hacer la revolución por este niño?" y alguien, aprovechando la oscuridad, gritó desde atrás: "¡Quitarle el barquito!"
Aunque el chiste me hizo gracia, le mencioné que por miedo al comunismo hubo represión, dictaduras, asesinatos y desaparecidos. Incluso le recordé que por pura paranoia, en su momento fueron perseguidas como comunistas personas que en realidad eran liberales.
"Sí", admitió, "se cometieron muchas imbecilidades."
Su respuesta me dejó perplejo. Si, como él cree, en América Latina la izquierda está compuesta por idiotas y la derecha por imbéciles, no hay esperanza posible. Los extremistas de ambos bandos, en su momento, recurrieron a la violencia pero, pasada esa etapa dolorosa, el debate abierto no es entre idiotas e imbéciles, sino entre personas que, con buena intención, creen en una sociedad solidaria en que el Estado sea protagonista y, por otro lado, personas que, también con buena intención, aspiran a una sociedad liberal sin obstáculos burocráticos para las iniciativas individuales. En ese debate, el libro de Montaner, por su posición extrema, tiene muy poco que aportar.
INSC: 2132
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