Fragmentos Fantasmas. Cristian Marcelo MCJD San José, Costa Rica, 2000. |
Los poetas costarricenses del hiperbarroquismo, lejos de ser personajes fantásticos fruto de una imaginación desbordada, son caricaturas de seres reales que con frecuencia se dejan ver en nuestro panorama poético.
Una vez recuperado del fuerte impresión de la primera lectura de Fragmentos Fantasmas, tras reflexionar un poco, hube de llegar a la conclusión de que se trataba de una broma. Una broma elegante, ingeniosa y de buen gusto, por cierto, pero una broma al fin y al cabo.
A finales de los años noventa, la oficina de publicaciones del Ministerio de Cultura publicó varios libros de autores poco conocidos. Dentro de esa colección apareció Fragmentos Fantasmas, de Cristián Marcelo, una antología en que se recopilaban las creaciones del grupo R.I.P., que funcionó en Costa Rica en los años ochenta, simultáneamente con el grupo Octubre Alfil 4, el Eunice Odio y el Taller de Chico Zúñiga, y cuyos miembros cultivaban un tipo de poesía a la que denominaban "hiperbarroquismo".
Curiosamente, ningún lector atento a la literatura más inmediata ha oído hablar nunca del grupo R.I.P. ni de su gurú, fundador y maestro, el poeta Francisco Sierra. Con la conciencia de que son totalmente desconocidos, Cristian Marcelo, estudioso de la literatura que se ha ganado una bien merecida fama de ser serio en sus juicios, abre el libro con una introducción en la que explica que, a pesar de haber pasado inadvertidos en el plano local, los poetas del R.I.P. lograron publicar en revistas importantes y de alguna forma significaron un movimiento poético digno de ser tomado en cuenta a la hora de considerar la evolución de la poesía costarricense. Históricamente, los ubica como inmediatamente posteriores a la generación de Osvaldo Sauma, Ana Istarú y Lil Picado. No deja claro si llegaron a publicar individualmente y pasa a dar las coordenadas de su movimiento.
Su propuesta, resumida en máximas de gran abstracción redactadas con solemnidad de proclama, se inclina por la exquisitez, por asumir la poesía como una actividad intelectualmente elevada y estéticamente compleja.
Viene luego la muestra de poemas de cinco miembros del grupo: Francisco Sierra (el líder), Manuel Coto, Carlos Correa, Fernando Marcial y William Zúñiga, cada uno presentado con una breve nota biográfica en que se mencionan su nacimiento, sus estudios y las actividades a las que se dedicaron luego de su breve paso por la poesía. En esa nota se incluye además la opinión que Sierra tenía de la obra de cada uno de sus pupilos.
Si bien cada uno muestra un mínimo de toque personal, todos tienen en común una grandilocuencia añeja y enojosa y unas pretensiones mucho más elevadas que su propia capacidad.
Está claro que los poetas del grupo R.I.P. no son más que una partida de arrogantes, de esos que creen que lo mejor que pudo pasarle a la literatura fue que ellos se hubieran decidido a escribir. Se trata de uno de esos grupos que desconocen las proporciones y que tras eternas y soporíferas habladas teóricas, anuncian que han descubierto algo tan nuevo como la sopa a base de agua.
Un grupo de lectores iniciales que, deslumbrados ante sus primeros hallazgos, abrazan a determinados autores (por lo general extravagantes), los declaran "geniales" y pasan a venerarlos como sus santos patrones.
Este tipo de colectivos, aunque en su época de mayor cacareo hacen el ridículo de la forma más grotesca y proclaman su ignorancia, pedantería y estupidez a los cuatro vientos, por lo general pasan sin pena ni gloria y acaban en el más absoluto olvido.
¿Por qué entonces el interés de alguien serio, como Cristian Marcelo, por rescatar su obra? ¿Por qué publica la edición antológica el Ministerio de Cultura? ¿Cómo es posible que nadie, nunca, haya oído hablar de ellos?
Reflexionando sobre estas cuestiones llegamos a la única conclusión posible: Cristián Marcelo nos ha tomado el pelo, los tales poetas antologados no son más que una obra de ficción en que las referencias de autores, revistas y títulos de libros conocidos y familiares del mundo real, no tienen otro fin que llevarnos dócilmente a creer en la farsa de un grupo que nunca existió.
Hasta lectores cultos y enterados se tragaron el anzuelo.
La farsa debe ser creíble o no ser y, tomando esta verdad en cuenta, hay que aplaudirle a Cristián Marcelo la broma de buen gusto en que nos involucró con humor del fino y pedantería de la buena.
La lectura de Fragmentos fantasmas nos hace reflexionar sobre la fatuidad, el egocentrismo y la solemne charlatanería de algunos grupos de escritores que desconocen por completo la modestia y no tienen ni el más mínimo sentido de las proporciones. De vez en cuando surgenen el mundillo cultural los poetas que son solo pose y el maestro arrogante rodeado de sus acólitos incondicionales. Por la frecuencia de su aparición y por la existencia, incluso larga, de muchos de estos grupos, es que los autores de Fragmentos Fantasmas, pese a ser ficticios, se reconocen como posibles y hasta conocidos y familiares.
INSC: 1430
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