sábado, 5 de marzo de 2016

El poeta debutante.

El columpio entre las hojas.
Eugenio Redono. Perro Azul.
Costa Rica, 2003.
Muy pocos poetas debutan con el pie derecho.  Por lo general, el primer libro de poemas que publica un autor nuevo suele ser una amplia y casi exhaustiva muestra de todas las búsquedas emprendidas, tanto de las acertadas como de las fracasadas.
Además, casi siempre ocurre que el primer libro es también el menos reposado. Las ansias de publicar pronto juegan en contra y acaban haciendo que el poeta saque los papeles de la gaveta y los entregue sin mayor depuración ni sentido de conjunto al editor.
En el primer poemario lo que se aplaude es el esfuerzo, el atrevimiento de romper por primera vez el silencio y el valor de declararse poeta. Pero, a decir verdad, de los primeros poemarios en el mejor de los casos lo que se rescata son un par de páginas ya que la gran mayoría de los poemas presentados se quedan en el puro intento.
Los lectores de poesía están acostumbrados a ver cómo, en el primer poemario, el poeta debutante se deja vencer por diversas tentaciones tales como la demostración de habilidad verbal, el juego sin medida, la arrogancia desbocada o, en el extremo opuesto, por la chambonada grotesca y el experimento de vanguardias infantiles. El poeta debutante, como el músico que empieza a travesear un instrumento, se dedica a explorar posibilidades y no se atreve a renunciar a ninguna de las que se topa en el camino.
La depuración de estilo, la búsqueda de un lenguaje propio y el abandono a ciertas formas a cambio del abrazo sostenido a otras es algo que suele ocurrir, si es que ocurre, a partir del segundo libro.
Pero leer primeros poemarios no deja de ser un ejercicio interesante, sobre todo porque de vez en cuando, muy de vez en cuando, aparece una voz nueva que demuestra que los primerizos no están necesariamente desorientados.
Cuando Eugenio Redondo dio el paso, su rostro era familiar en los recitales de poesía, pero no desde la mesa de lectura sino desde las últimas filas del público. En una de las Lunadas Poéticas del año 2002, un tanto nervioso por cierto, leyó por primera vez en público sus poemas. Poco después presentó El columpio entre las hojas, su primer libro.
Aunque muchas páginas evidencian que se trata de una opera prima, el libro muestra una depuración y una composición tan cuidadosas que lo salvan de caer en los defectos típicos de las obras iniciales. Numerosos poemas, además, están muy bien logrados.
Inteligentemente estructurado, el libro se desarrolla alrededor de diferentes preocupaciones. Una de ellas, quizá la más hermosamente planteada y resuelta, es la del hombre que quise ser y no fui, la vida que quise tener y no tuve. Ese otro yo que habita dentro del mundo de fantasía que llevamos dentro y que es cantado y descrito por quien, como dice el maestro Sauma, está cansado de no vivir como en sus sueños.
La vida real no es suficiente. Para alcanzar cierto grado de felicidad es necesario complementarla con una vida imaginaria que, en algunos aspectos, puede llegar a ser más importante que la real.
Un hombre metódico, de vida y salario estables, que deseó en su juventud convertirse en filósofo, pero que acabó renunciando al sueño intimidado por lo grueso de los libros.

Debí haber sido filósofo
de bastón y levita
pero los extensos tratados
me alejaron de una vida azarosa
y casi entregada a la caridad pública.

En el libro, el poeta reflexiona sobre su propio oficio y lo hace, paradójicamante, con un atrevimiento tímido o una timidez atrevida, como si el poeta debutante, al mismo tiempo en que se declara poeta, manifiestara su propia duda y recelo por esa declaración.
Un poema, titulado precisamente Poeta debutante,  reza que, tras la lectura, habrá que retirarse rápido, con los papeles en la mano, eludir la tentación de los basureros y situarse en otra parte.
En otro poema, titulado también muy a propósito El silencio necesario, afirma que la poesía no anida en la garganta ni conoce la medida en la página sino que, para que aflore, es preferible dejar de escribirla.
Hay otros segmentos dedicados a la mujer como objeto de anhelos y una sección compuesta por poemas dedicados a obras de arte, dentro de la cual, el poema dedicado a las Señoritas de Avignon de Picasso es sin duda uno de los mejor logrados.
Pero el gran mérito de El columpio entre las hojas está en su reflexión en torno al poeta y la poesía, que es verdaderamente profunda y clara. Son  pocos los poetas debutantes que, como Eugenio Redondo, han llegado a conocer la importancia del silencio necesario. Algunos poetas reconocidos y premiados están todavía sin descubrirla.
Quizá por comprender la importancia de ese silencio, que es donde surge la poesía, es que, pese a escribir desde muchos años atrás, se tardó en publicar ese primer libro con el que rompería el silencio. Un libro limpio, conciso, depurado, libre de trucos fáciles e imitaciones evidentes y sin la más mínima voluntad de estridencia.
A diferencia de la gran mayoría de poetas debutantes, Eugenio Redondo no hizo uso de la palabra ni para demostrar su habilidad o erudición, ni para deslumbrar con juegos elaborados, ni en busca del reconocimiento de genialidad, ni en procura de establecer una reforma abrupta, sino muy convencido de que no hay que inventar el agua tibia ni ponerse a la zaga de maestros ya que ambos caminos conducen al descrédito.
El columpio entre las hojas, muestra una voz poética todavía en busca de sí misma. En el libro están presentes todas las evidencias de un lenguaje aún en formación, pero tiene el mérito de venir salpicado, y muy abundantemente además, de grandes aciertos.
Eugenio Redondo, como poeta todavía temeroso de declararse como tal, evidencia en su primer libro una gran timidez, pero, paradójicamente, es esa timidez lo que le da más firmeza.
INSC: 1753

Poeta debutante


Supongo que hay que transcribir un epígrafe
para pasar como erudito
al margen de toda constatación y luz.

No sé si habrá que modular la voz
o adquirir el hábito de la sordina.
Quizás esa tentativa de míseras palabras
que con tanta pretensión algunos llaman poema
deberá ser dicha por otro, no por mí.

No habrá derecho a comer
ni a saludar con cerveza
la mirada desamparada de este aspirante anonadado
que cae de hinojos ante el pronombre "yo".

No habrá, tampoco, que sorprenderse
ante el dramatismo de ese comediante
que enhebra vocablos sin cesar
para no morir de tortura y aflicción.

Supongo, pues, que al concluir
habrá que retirarse rápido
caminar con los papeles en la mano
eludir la tentación de los basureros
y sentir que la poesía se desvanece
para situarse allá, en otra parte.

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