Las edades de Lulú. Almudena Grandes. TusQuets. Barcelona. 8 edición. 2002. |
Las edades de Lulú, al menos las relatadas en la novela, se limitan a su juventud. La conocemos siendo una adolescente de quince años y la dejamos cuanto apenas ha cumplido los treinta.
Ingenua y bobalicona, la niña se enamora de Pablo, un amigo de su hermano, bastante mayor que ella, quien no deja escapar la oportunidad de terminar de seducir a la muchachita que, en todo caso, se mostró seducida de antemano.
La iniciación de Lulú en el sexo podría calificarse como una violación o, incluso si consideramos su consentimiento, como un abuso. Inocente como era, supo desde un primer momento que aquellos besos, abrazos y caricias en el cabello no eran más que el preámbulo de una ceremonia de posesión.
Pablo, además de ser su primer amante en la práctica, fue su maestro de sexo también en la teoría y, ciertamente, a juzgar por las consecuencias, la manipulación que hizo de su cuerpo no fue de tan graves consecuencias como la que ejerció sobre su mente.
Para él, utilizar la expresión "hacer el amor", era un galicismo y una cursilada y, con tono didáctico, le dejó claro a la pobre niña que el amor nada tenía que ver con el sexo.
Con semejante iniciación a edad tan temprana, la vida sexual de Lulú va desarrollándose en un torbellino de fetiches, dominación, juegos de control psicológicos y físicos y experimentaciones de todo tipo que a la larga no logran ni satisfacer el deseo ni curar la soledad.
A Lulú le gusta cuando logra hacer enojar a Pablo quizá porque esa es la única reacción emocional que puede provocarle.
Está claro que en materia de preferencias sexuales no hay normas, sino que las de cada persona son, de alguna forma, una excepción. Pero, definitivamente, el caso de Lulú es sin lugar a dudas enfermizo ya que ella, en el sexo, no encuentra alivio sino angustia.
Escrita sin pudor ni rodeos, con lenguaje crudo y chocante, la novela está llena de groserías, no todas ellas sexuales. En determinado momento, Lulú recuerda que Pablo le mencionó a un dependiente que se iba "a Filadelfia un par de semanas, para dar un cursillo sobre San Juan de la Cruz a aquellos pobres salvajes, los indios". Si lo que pretendía era menospreciar a los pueblos indígenas americanos, escogió el peor ejemplo posible. Los indígenas Lenape acogieron de manera pacífica la colonización liderada por William Penn (fundador de Pennsylvania) y Filadelfia es considerada, desde el Siglo XVIII, una ciudad de gran actividad cultural en que los pobres salvajes no abundan.
Pero volvamos al sexo, que es el tema central y único de la novela. Además de sus encuentros cada vez más desbocados, primero con Pablo y luego con otros, Lulú se va involucrando en el mundo de la prostitución. Ella dice que, llegado el caso, preferiría estar del lado de quienes cobran y no de quienes pagan pero reconoce que, en ese mundo, los clientes son los fuertes, ya que son ellos quienes deciden cómo, cuándo, dónde, cuánto y con quién. A la larga, Lulú participará en ambos extremos del negocio.
Son innumerables los encuentros sexuales en que los protagonistas, antes del acto, se miran con desconfianza y hasta con desprecio.
En un instante de lucidez, Lulú descubre que la mitad de su vida ha girado enteramente en torno a Pablo y que ella jamás lograría crecer si continúa a su lado. Su larga carrera de excesos cada vez más arriesgados acaba poniéndola en peligro de perder su vida. El final de la novela, bastante sacado de la manga, es tenso pero, a fin de cuentas, es un final feliz.
Presentada desde su aparición como una novela erótica, Las edades de Lulú es, más bien, una novela pornográfica. Cada acto sexual, cada orgía, cada aproximación de cuerpo a cuerpo, vienen descritos en detalle exhaustivamente con las palabras más soeces y ordinarias. No hay, en todo el libro, ni una sola insinuación que obligue al lector a imaginar la escena. Todo es explícito, tosco, burdo, brutal. Esta característica de la novela puede ser estimulante y atractiva para unos y fastidiosa para otros. No creo, sin embargo, que a estas alturas de la historia este libro sea capaz de escandalizar a nadie. Los lectores curtidos no se escandalizan y los pocos escandalizables que quedan ni siquiera se aproximan a este tipo de literatura.
Las escenas de sexo explícito pueden ser motivo para que unos adquieran el libro y otros se abstengan de leerlo. En marketing, como se sabe, el sexo vende. El libro apareció en 1989 y para 1998 ya contaba con veintitrés ediciones en La Sonrisa Vertical. El ejemplar que tengo es la octava edición de la colección Fábula de TusQuets.
Tantos años, tantas ediciones y tantos lectores después, las opiniones que ha generado este libro se dividen en dos extremos. Para unos, es una novela provocativa y cruda que explora los aspectos más escabrosos de la sexualidad. Para otros, un relato pornográfico sin mayor valor literario.
Debo decir que a mí la novela me pareció bastante aburrida por ser monotemática. ¿Es que acaso toda la vida de Lulú se reducía a su entrepierna? ¿No había alguna otra realidad en su vida, ajena al sexo, que mereciera la pena mencionar? Definida por un solo aspecto, Lulú es un personaje plano, unidimensional y sin matices. Pablo, su hermano y los demás personajes son apenas sombras sin personalidad ni aspectos relevantes. No hay, en toda la novela, personajes que el lector sea capaz de amar o de odiar, de admirar o despreciar, por la simple razón de que no se logra conocer a fondo a ninguno. No hay diálogos que despierten interés, no hay tramas paralelas, no hay ni siquiera pequeñas historias intercaladas. Se trata, simple y llanamente, de pornografía. Directo, de una vez a lo que vinimos, porque en este género el argumento no suma sino que resta.
La pornografía, como es sabido, mucho antes que con fotografías o películas, empezó por la literatura. Los primeros autores que cultivaron el género no quisieron, sin embargo, que firmar sus obras con su nombre. Tal vez preferían permanecer en el anonimato por pudor personal o social o, quizá, no querían que el haber escrito una obra de este tipo afectara su reputación futura como literatos de alto vuelo. Por esa razón, en las novelas pornográficas del Siglo XIX, en lugar del nombre del autor, aparecía simplemente XXX. De ahí viene la costumbre de calificar como "tres equis" a este tipo de material.
Para Carlos Porras con la esperanza de que esta historia te gane para mí como lector. Un beso. |
Cuando conocí a Almudena Grandes, le confesé, un tanto apenado, que no había leído ninguno de sus libros. El único que encontré disponible en librerías fue, precisamente, Las edades de Lulú, en el que Almudena tuvo la gentileza de escribirme la siguiente dedicatoria: "Para Carlos Porras con la esperanza de que esta historia te gane para mí como lector. Un beso".
Lo del beso se cumplió, porque en Costa Rica, a diferencia de España, saludamos con un beso y no con dos. Ahora bien, lo de que el libro sirviera para que Almudena me ganara como lector, debo confesar que, no solamente no funcionó, sino que generó una reacción totalmente inversa. Soy consciente de que es injusto juzgar a un autor por uno solo de sus libros, especialmente por uno de características tan particulares como éste. Tengo claro también que la obra narrativa de Almudena Grandes es amplia y diversa, pero aún no me atrevido a leer otro libro suyo. Espero hacerlo pronto y tengo el propósito de que mi lectura sea desprejuiciada. Me he prometido a mí mismo aproximarme a otro libro de Almudena como si nunca hubiera leído Las edades de Lulú.
No es por puritanismo ni por mojigatería, sino por puro prestigio literario, que he llegado a la conclusión de que lo más conveniente para el autor es que las novelas pornográficas vengan firmadas con tres equis.
INSC: 1459
No hay comentarios.:
Publicar un comentario