La caja negra. Elena Gutiérrez. Ediciones Perro Azul, Costa Rica, 2001. |
La bailarina y coreógrafa Elena Gutiérrez sorprendió, en el año 2001, al incursionar en la poesía. En La caja negra, su primer libro de poemas, con lenguaje depurado y expresión contenida, esta artista plantea una profunda mirada introspectiva como autointerrogatorio en que las preguntas con frecuencia revelan más que las respuestas. La perspectiva femenina e infantil de cada página, hace que el lector se sienta guiado por una niña curiosa durante todo el texto.
El libro es pequeño, los temas profundos y el lenguaje claro y directo. Tras una vida entera dedicada al escenario, Elena Gutiérrez, al menos por esta vez, ha decidido que su fuerza expresiva no se manifestara en las tablas, sino en el papel.
Resulta palpable que las reflexiones que llenan La caja negra no fueron fruto de la improvisación sino del repaso continuo de divagaciones acariciadas durante años que logran, admirablemente, retratar una vida en menos de un centenar de páginas.
Los poemas vienen separados en cinco apartados temáticos y la obra cierra con el cuento titulado La fiesta del velorio. Muy interesante resulta el hecho de que los poemas aparezcan sin título, como si fueran solamente una fracción de un texto más amplio.
El primer tema que plantea es la existencia. Allí vienen once poemas que, a partir de imágenes cotidianas y, solo aparentemente diminutas, plantean interrogantes sobre el sentido de la vida. Hay una mirada curiosa y una voz insistente que no deja de preguntarse sobre la esencia, el origen y el destino de todo lo que la rodea y, antes de dejarse vencer por sollozos, admite que debe fortalecer las murallas. El sentido trágico de la soledad se manifiesta contundentemente: Has nacido y has muerto./ nadie lo sabrá/ es un secreto.
Pero haciendo a un lado tantas dudas sin respuesta, la protagonista ofrece abrir la caja negra que encierra los motivos de su canto.
Viene entonces De la niña, una serie de poemas que conmueven por lo indefensa que se muestra la voz de la protagonista. Es una voz inocente que mira el vacío dentro de otro vacío, que se pregunta si ella misma será otra dentro del espejo y quien, ante el mar, experimenta la frustración de no haber nacido sirena.
Estos poemas son todo un canto a la inocencia y candidez infantiles que, una vez perdidas, ya nunca se recuperan. La mujer, se nos dice más adelante, jugó, danzó, cantó y amó como una niña, pero sus ojos crecieron grandes y de sus ojos escapó la pena.
El poeta Osvaldo Sauma ha dicho: "De La caja negra me encanta especialemente esa niña que recorre todo el libro. Siempre está presente una mirada femenina e inocente, infantil, que dialoga con el lector y consigo misma y que siempre toca puntos medulares de toda existencia como el amor que no se alcanza o el dolor que no se acaba."
Precisamente, la tercera sección, titulada Del amor, trata de la eterna lucha por interrumpir, así sea momentáneamente, la soledad que sufren todos los que han perdido la inocencia. Los poemas de amor de Elena Gutiérrez no están llenos de suspiros ni palabras dulces. Son más bien poemas dolorosos, con un cierto toque de frustración y denuncia. Se supone que alcanzar el amor es fundamental para que una vida sea completa, pero establecer puentes con el ser amado es siempre una tarea compleja.
Retoma entonces el tema de la existencia, esta vez con un tono más amargo que curioso, pero sin caer en el derrotismo. La vida, para quien la asume a plenitud, llega a ser, como el amor, un trabajo duro.
Esa sensación de lucha desigual, a pesar del despliegue de energía y fortaleza que uno sea capaz de lograr, sigue presente en el último grupo de poemas titulados con la frase de Pablo Neruda "Para nacer he vivido."
Allí el poema, después de recordarnos que el llanto tiene voz de llanto, nos confiesa: "Caminé/ descalza/ huérfana/ adormecida./ A donde Dios me llevara./ Los infantiles días- un huevo podrido/ revuelto en el basurero."
Tras una mirada final sobre el entorno contemporáneo, los poemas cierran con la idea de que los finales existen gracias a los principios.
El libro termina con un cuento breve titulado La fiesta del velorio, que nos permite adentrarnos en el universo particular de una niña que crece rodeada de sombras y dudas. A pesar de las gigantescas presencias de su padre y de su novio, a pesar de su intensa pasión por todo lo que hacía y a pesar de al menos otro ser que habitaba dentro de ella misma, la niña crece, madura y envejece marcada por la inseguridad y sintiéndose desprotegida.
Ese sentimiento de desproporción entre el individuo y el mundo que lo rodea es, precisamente, el queda más marcado en el lector a la hora de cerrar el libro. No se crea sin embargo que se trata de un libro autocompasivo. Nada de eso. Elena Gutiérrez ha podido retratar los temores e inseguridades que en algún momento nos han envuelto a todos, así como la fuerza y determinación con las que todos también debimos hacerles frente.
Leer La caja negra, con su profunda mirada introspectiva, constituye toda una experiencia de autoexamen de la propia realidad, que viene acompañada con una simbología tan sugerente como sutil. El libro es capaz de contener todo un universo en sí mismo, así como de sostener un diálogo intenso en el que, tanto el texto como el lector, están permanente interrogándose y contestándose.
El enfrentamiento con el mundo se plantea con grandes dosis de desilusión y desencanto, pero salpicado por buenos toques de cinismo.
En cuanto a la forma, resulta admirable el lenguaje depurado y el lirismo contenido que favoreció la concreción de un libro sólido como una roca.
INSC: 1048
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