El difunto Matías Pascal. Luigi Pirandello. Salvat, España, 1972. |
La vida tiene momentos difíciles, algunos tan angustiantes que uno quisiera volver a empezarla de cero, borrar todo el pasado, perder hasta el nombre y los recuerdos y, con una nueva identidad, intentar hacer las cosas de modo distinto y ser otro distinto al que ha sido. La vida es hermosa, pero a veces se complica y muchos, al descubrir que llevan años caminando en un callejón sin salida, estrecho y oscuro, desean ser otra persona. El suicidio no los tienta. Quieren seguir viviendo, pero no así.
Matías Pascal, el personaje de la novela de Pirandello, tuvo la oportunidad de hacer un paréntesis de dos años en la vida que se le había tornado insoportable.
Existe la creencia equivocada de que El difunto Matías Pascal es la única novela del italiano Luigi Pirandello, quien es más conocido por sus obras de teatro. Pirandello escribió otras novelas y bastante poesía, pero Matías Pascal, publicada en 1904, es la única de sus obras de narrativa que se sigue leyendo.
A Matías, el protagonista, se le complicó la vida. Su padre era rico y dejó una sabrosa herencia que su madre, que era un alma de Dios, bobalicona e inocente, puso en manos de un administrador que le robaba descaradamente. Matías, Berto su hermano y hasta la propia Mamma, estaban conscientes de que los manejos financieros del administrador eran tramposos, pero como nunca les faltó nada y vivían bien, nunca se preocuparon por defender a tiempo su patrimonio. Berto se salvó al contraer un matrimonio ventajoso y largarse del pueblo, pero Matías y su madre quedaron a merced de Malagna, el administrador, al que nunca confrontaron.
La vida de Matías era la de un rico propietario de provincias. No sabía hacer nada, era un vagabundo sin oficio ni beneficio y tenía una bien ganada reputación de idiota, inútil y causante de problemas. Un enredo bastante complicado, enemistó a Matías con Malagna. El asunto fue así: Malagna tenía la ilusión de tener hijos, pero tal parece que era estéril. Matías pretendía a Oliva, una campesina bella, robusta y sana que nunca cedió a sus demandas. Cuando Malagna enviudó, se casó con Oliva con la esperanza de tener hijos, pero siguió sin descendencia. Malagna tenía una sobrina, Romina, que sí cayó en los brazos de Matías. Romina, al quedar encinta, rompió relaciones con Matías e hizo creer a Malagna que el hijo que venía en camino era suyo. Matías entonces, indignado de haber sido utilizado como padrote, sedujo a Oliva, quien ya era esposa de Malagna y también la preñó. Malagna era ladrón, pero no tonto y, al percatarse del doble (o triple o cuádruple) engaño, obligó a Matías a casarse con Romina y ya sin miramientos de ninguna especie, acabó dejando a Matías y su madre en bancarrota.
De ricachón ocioso Matías pasó a convertirse en desempleado hambriento. Su esposa y su suegra lo odiaban. Su madre pasaba encogida sentada en una silla y él no tenía un pan que llevarse que la boca la día siguiente. Para tener al menos con qué comer, consiguió que el municipio le encargara el cuidado de una biblioteca antigua que nadie visitaba. Allí pasaba el día entero soportando el olor a moho, cazando ratas y tratando de hacer un poco de orden en esa babel de libros. En ocasiones se trepaba en una escalera para alcanzar uno de los libros grandes del estante de arriba. Lo dejaba caer sobre lo alto y, al chocar contra la mesa, se levantaba una nube de polvo de la que salían despavoridas varias arañas. Saltaba de la escalera y, con el mismo libro, mataba las arañas y, luego, se sentaba a leer. Su trabajo era absurdo y sus lecturas inútiles, pero al menos en la biblioteca estaba lejos de la mirada de su mujer y su suegra y podía olvidar la triste vida que tenía. Su mujer dio a luz unas gemelitas. Una se murió casi de inmediato y la otra, que era su única alegría en el mundo, murió cuando tenía un año, el mismo día que murió su madre.
Luigi Pirandello. 1867-1936. |
La vida de Matías, si es que aquello puede llamarse vida, no tenía ningún sentido. Su trabajo era ridículo, estar en la casa con su esposa y su suegra le resultaba insoportable, no tenía amigos, ni fortuna, ni amor, ni sueños, ni planes, ni nada. Su hermano Berto, con ocasión de la muerte de la madre, le había enviado un poco de dinero que Matías había escondido en la biblioteca. Un buen día se echó el dinero a la bolsa y tomó el tren. ¿A dónde? ¡A dónde fuera! Simplemente quería huir de su existencia. Lo tenía decidido: llegaría hasta donde pudiera y, en caso de que no encontrara ninguna oportunidad, en cuanto el dinero se le acabara se suicidaría donde nadie lo conociera. Acabó en Mónaco y, para apresurar un desenlace que parecía inevitable, entró al casino de Montecarlo para que fuera la ruleta quien decidiera el momento de su muerte.
Matías apostó y ganó. Siguió jugando y siguió ganando. Naturalmente se alegró pero, cuando ya tenía un buen montón de fichas frente a sí, en un instante de lucidez recordó su vida y se percató de aquel dinero a la larga también desaparecería y, resignado a poner fin a sus días, empujó el cerro de fichas para apostarlo todo a un solo número. Matías miraba la bolita blanca girar en la ruleta y, al detenerse, escuchó como si fuera un eco lejano la voz del croupier que decía "vingt cinq impair et rouge". Había ganado otra vez.
Matías se hospedó en una pensión cerca del casino y durante varios días fue a jugar a la ruleta. Disfrutaba el vértigo de saber que su vida dependía solamente del azar. Decidió retirarse cuando apareció en el jardín el cuerpo de uno de los apostadores habituales, que se había pegado un tiro en la frente. Al mirar aquel hombre tirado en el suelo, Matías abandonó su idea de dar algún día un espectáculo similar.
En el tren de vuelta a su pueblo, leyó en el periódico una nota titulada "Suicidio" y, al leerla, en vez de encontrarse con el caso del casino, se sorprendió al leer que la noticia se refería a la muerte de Matías Pascal, el bibliotecario, que había sido encontrado ahogado. De primera entrada, quiso correr a desmentir el error, pero luego, ya sereno, se preguntó "¿Para qué?"
Matías se sintió libre, sin ataduras. Había muerto. Su pasado ya no tenía importancia. Tenía la oportunidad de vivir otra vida, inventarse un nombre, un pasado, ser alguien distinto. De rico vagabundo, pobre miserable y jugador al borde de la muerte, Matías Pascal, ahora con el nombre de Adriano Meis, se convirtió en fantasma viviente.
Estoy tentado a contar las andanzas de Adriano Meis en Roma, huésped en la casa de aquel viejito loco don Anselmo, aficionado a las sesiones espiritistas quien, en una ocasión, le causó escalofríos al protagonista de nuestra historia al comentarle que las almas de los suicidas acaban errando sin rumbo fijo por el mundo. También me entran ganas de evocar la dulzura con que nuestro héroe se enamoró de Adriana Paleari, así como de contar el descabellado final de esta historia, pero no quisiera arruinarle la sorpresa a quien aún no haya leído el libro.
En todo caso, esta novela es muchísimo más que la historia que se cuenta en ella. Yo la he leído varias veces a lo largo de los años y me sé el cuento de memoria al derecho y al revés. Sin embargo, cada cierto tiempo me siento llamado a leerla de nuevo. Entre las cosas que más me atraen de este libro está la capacidad de Matías de reírse de sus desgracias. Es una tragedia narrada en clave cómica. Matías, que en las muchas horas muertas que pasó en la biblioteca leyó gruesos libros de filosofía, se hunde con frecuencia en pensamientos profundos y esclarecedores. Su mente da vueltas para encontrarle sentido al absurdo que lo rodea. De hecho, en todo el libro es mucho más interesante lo que ocurre dentro de la mente de Matías que lo que sucede en su entorno. La biblioteca polvorienta en que pasaba el día completamente solo, siempre me ha parecido la alegoría perfecta de esos trabajos sin ningún atractivo que se aceptan por pura necesidad. Hasta la ruleta del casino, que podría considerarse un elemento puramente funcional dentro de la trama, me evoca los periodos en que, a falta de rumbo, nuestra vida ha estado sujeta por completo a los caprichos del azar. Paradójicamente, cuando Matías Pascal se convirte en Adriano Meis, es cuando logra conocerse mejor. Descubre que no es fácil deshacerse del pasado, que hasta la muerte fingida es una muerte real y que, aunque fue interesante al principio, a la larga es insoportable tener que mentir todo el tiempo. Cuando lo dieron por muerto, Matías Pascal alcanzó una libertad total al no tener ningún vínculo con el mundo real, pero esa libertad total lo convirtió en un fantasma errante, en un muerto con vida. Tanto Matías Pascal como Adriano Meis eran unos solitarios, pero la soledad de Adriano era completa, sin infancia, sin recuerdos, sin lugar de nacimiento, sin pasado. Matías Pascal, con toda su tragedia y sus desgracias, era real. Adriano Meis no existía. Adriano se enamora de su tocaya, Adriana Paleari. ¿Cómo explicarle su caso? ¿Cómo decirle que él había sido alguien que ya estaba sepultado? La vida de Matías Pascal no tenía sentido, la de Adriano Meis, al no tener pasado, no tenía futuro.
En esta novela, como en sus obras de teatro, Pirandello nos muestra cómo la vida está llena de incoherencias y cómo los seres humanos, tanto individualmente como en conjunto, somos inexplicables. El difunto Matías Pascal es un libro de humor absurdo y tragedia ridícula en que las reflexiones tienen más pregruntas abiertas que respuestas certeras. Esta novela lleva ya más de cien años de estarse leyendo. ¿Por qué? Pues porque pese a lo descabellado y absurdo de la trama, quienes se han asomado a sus páginas a lo largo de más de un siglo han encontrado algunas o muchas coincidencias con sus propias vidas.
INSC: 0667 / 1596
No hay comentarios.:
Publicar un comentario