Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia. Elizabeth Burgos. Observen que Burgos aparece como autora y observen la esquina: "Quince años de ediciones ininterrumpidas. |
Un día, tal vez no muy lejano, alguien va a escribir un libro sobre la historia de este libro. La resumo para no hacer el cuento largo. En enero de 1982, Rigoberta Menchú viajó a Europa como vocera del Comité de Unidad Campesina de Guatemala. En París conoció a la venezolana Elisabeth Burgos. En un monólogo maratónico que duró doce días, Menchú le contó su vida a Burgos, quien grabó todo lo dicho. Aquellas grabaciones acabaron convirtiéndose en el libro Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia. El libro tenía un objetivo propagandístico: denunciar la violencia en Guatemala y promover la solidaridad internacional con los grupos insurgentes de ese país. Fue hecho a toda prisa. Las conversaciones grabadas tuvieron lugar en enero de 1982 y el manuscrito definitivo estuvo listo en septiembre de ese mismo año. Casi de inmediato se firmó el contrato con Gallimard y al año siguiente el libro fue publicado en español. En 1984 aparecieron las traducciones al inglés y al francés y, no mucho después, las ediciones en alemán, italiano, holandés, japonés, danés, sueco, noruego y ruso.
El libro es una tragedia de principio a fin. Es la autobiografía, narrada en primera persona, de Menchú, pobre indígena analfabeta, hija de campesinos sin tierra, explotada trabajadora del campo en plantaciones de café y algodón, humillada empleada doméstica en la capital, que por haber nacido en la miseria vio a un hermano morir de hambre y cuya familia indígena era acosada por los terratenientes ladinos. Menchú fue testigo presencial de masacres y asesinatos y en repetidas ocasiones estuvo a punto de perder la vida. Me ahorro los detalles porque los detalles siempre son grotescos, especialmente en este caso.
Cuando alguien habla de sus tragedias, pretende hacerse pasar por héroe o por víctima. En el caso de Menchú, por ambos. Tanto en el papel de héroe como en el de víctima, no hay quien le gane.
El libro cumplió su propósito. El mundo entero quedó, más que estupefacto, horrorizado por las barbaridades que ocurrían en Guatemala. Menchú se convirtió en celebridad y su libro llegó a ser de lectura obligatoria en prestigiosas universidades.
Yo lo leí en 1989, confieso que sin prestarle mucha atención, aunque hubo dos cosas que me hicieron dudar de su veracidad. Una era solamente una sospecha y en la otra estaba totalmente seguro de que Menchú mentía. Me pareció sospechoso que todos los acontecimientos narrados hubieran sido vividos por solo una persona que, además, tenía solamente veintitrés años de edad. Sin embargo, para otorgarle el beneficio de la duda, lo acepté como posible. Lo que definitivamente llegué a considerar absolutamente falso fue la experiencia de Menchú como recolectora de café. Su cuento puede engañar a un europeo que solo ha visto café en su taza, pero no a un costarricense que nació y creció rodeado de cafetales. Cuando leí su descripción de cómo se cosechan los granos me quedó clarísimo que Rigoberta no ha visto una mata de café en su vida.
David Stoll hizo una lectura más detallada que la mía y descubrió que casi toda la autobiografía es falsa. Rigoberta no solo fue a la escuela, sino que estudió en un internado privado, no se le murió ningún hermano de hambre, nunca trabajó ni como empleada doméstica ni en las plantaciones, su padre, el campesino sin tierra, tenía una finca de más de dos mil hectáreas y sus pleitos no fueron con terratenientes ladinos sino con los parientes, también indígenas, de su esposa. Rigoberta, además, nunca estuvo donde dijo que estuvo ni presenció lo que asegura haber visto.
Stoll desenmascaró la farsa con el libro Rigoberta Menchú y los pobres de Guatemala, publicado en 1999, que consiste en entrevistas con parientes, amigos y vecinos de la Menchú. Para evitar ser víctima de una tomadura de pelo, Stoll, a diferencia de Burgos, sí tuvo el cuidado de confirmar la información recibida.
En cuanto se destapó el tamal, surgieron dos enfrentamientos dignos de una telenovela. Los adeptos a la Menchú respondieron fuego con fuego y señalaron inconsistencias y errores en el libro de Stoll. Quien escriba sobre este asunto, de ahora en adelante, ya está advertido de que lo que publique va a ser leído con lupa. Por otra parte, Menchú, para quitarse el muerto de encima, afirmó que la autora del libro no era ella, sino Burgos, quien editó el texto sin consultarla. Burgos por su parte, afirma que conserva las grabaciones y que lo que hizo no fue más allá de poner lo dicho en orden cronológico y corregir el mal uso de algunos tiempos verbales.
Menchú y Burgos, en todo caso, llevaban tiempo distanciadas a causa del dinero. Quien firmó el contrato con la editorial Gallimard fue Burgos. Cuando el libro se convirtió en una verdadera mina de oro, Menchú le pidió a Burgos que renunciara a sus derechos para que ella pudiera hacer sus propios contratos, pero la editorial, que ya había negociado el manuscrito en medio mundo, dijo que un traspaso no era viable. Menchú entonces acusó a Burgos de no darle la mitad de los derechos de autor. Burgos, en respuesta, mostró los recibos firmados por Menchú y luego, indignada por sus declaraciones, dejó de enviarle su mitad.
Rigoberta Menchú y los pobres de Guatemala. David Stoll, 1999. |
Oscar Wilde, genial dramaturgo, decía que las obras de teatro no deben ser muy extensas porque, si se alargan demasiado, las comedias acaban en tragedia y las tragedias terminan dando risa. Eso fue lo que sucedió en este caso. El libro sobre matanzas, torturas y violaciones a los Derechos Humanos acabó convertido en un sainete cómico. Para evitar que la comedia del libro acabara restándole atención a la tragedia vivida por Guatemala en los setentas, se puso a circular la versión de que Menchú lo que había hecho era contar, como si fuera su vida, la vida de todo el pueblo. Uno de sus incondicionales soltó esta perla de la retórica: "Cuando Menchú miente dice la verdad."
Varios críticos literarios (no cito nombres porque no sé quién fue el primero en acuñar el concepto) han calificado el libro de Menchú como: "La mayor broma pesada literaria, intelectual y académica del Siglo XX".
Hubo quienes llegaron a solicitar que a Menchú le fuera retirado el Premio Nobel de la Paz que le fue otorgado. El Comité del Premio Nobel se negó a sancionarla porque, como decía Mark Twain: "Es más fácil engañar a alguien que convencerlo que acepte que ha sido engañado."
Ya para ir cerrando, porque esta entrada se me hizo larga, comparto cinco consideraciones.
1. Si alguien cuenta su vida de viva voz a otra persona que la graba y la escribe, cuando el libro esté listo, el autor es el narrador, no el grabador y transcriptor. En las memorias y autobiografías, el autor no es quien escribe el libro, sino quien lo vivió, porque solo él puede responder por su contenido. Abundan los ejemplos de figuras de la política, de la ciencia, de los negocios, del arte o del deporte, que son muy destacados en su campo, pero que han requerido que alguien con habilidad para escribir convierta sus recuerdos en libro. En ninguno de esos casos, que yo sepa, el colaborador se va a ofrecer el manuscrito a una editorial como si fuera suyo.
2. Desde el primer momento en que surgió la idea de publicar el libro de Menchú, estaba claro que la intención era que sirviera de propaganda a una causa. No se supone que la propaganda sea objetiva. En la propaganda los hechos se acomodan al mensaje pero ¿Hasta qué punto? A un libro propagandístico se le puede disculpar que unos hechos aparezcan subrayados y otros ni siquiera se mencionen, que haya exageraciones y omisiones. Mentir, aceptémoslo, es también una de las herramientas de la propaganda.
3. El Cid, Wilhelm Tell y el rey Ricardo Corazón de León, realmente existieron, pero durante siglos a los hechos reales que vivieron se les han venido añadiendo episodios imaginarios. Hoy, es imposible saber cuánto de lo que se dice de ellos realmente ocurrió y cuánto es inventado. La mezcla de realidad y fantasía los ha convertido en personajes mitológicos. El mito del Cid, de Wilhelm Tell y de Ricardo Corazón de León no fue inventado por ellos, sino por sus pueblos, los españoles, los suizos y los ingleses, a lo largo de cientos de años. Menchú, a los veintitrés años de edad, quiso convertirse, por sí misma, en mito.
3. El Cid, Wilhelm Tell y el rey Ricardo Corazón de León, realmente existieron, pero durante siglos a los hechos reales que vivieron se les han venido añadiendo episodios imaginarios. Hoy, es imposible saber cuánto de lo que se dice de ellos realmente ocurrió y cuánto es inventado. La mezcla de realidad y fantasía los ha convertido en personajes mitológicos. El mito del Cid, de Wilhelm Tell y de Ricardo Corazón de León no fue inventado por ellos, sino por sus pueblos, los españoles, los suizos y los ingleses, a lo largo de cientos de años. Menchú, a los veintitrés años de edad, quiso convertirse, por sí misma, en mito.
4. Conozco a un simpático anciano italiano a quien le gusta hablarme de su vida. Tiene historias maravillosas. Vio a Ava Gardner patear a Frank Sinatra. Tomaba café con Lucky Luciano y jugaba cartas con el rey Faruk de Egipto. Estoy tentado a encerrarme doce días con él, ponerle una grabadora al frente, transcribir las grabaciones y firmar un contrato con Gallimard. En la de menos ahí está mi oportunidad de hacerme millonario.
5. Finalmente, se me ocurre una solución salomónica para todo este caso. En Estados Unidos los libros se clasifican en dos categorías: Ficción y No Ficción. Pues no hay más que hablar, para resolverlo todo solamente hay que cambiar el libro de Menchú de estante en la librería y, para hacerla completa, cambiarle su Premio Nobel de la Paz por un Premio Nobel de Literatura y asunto resuelto.
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