lunes, 10 de noviembre de 2014

Un escalofriante testimonio.

A veinte años, Luz. Elsa Osorio.
Mondadori, Argentina, 1999.
La novela A veinte años, Luz de Elsa Osorio, recrea el drama de quien, en busca de su verdadera identidad, acaba descubriendo todo un mundo de horror y mentiras. 
El asunto es tan crudo que solamente referirse a él resulta difícil. En el transcurso de las últimas décadas, los horrores de la dictadura militar argentina han venido saliendo a la luz pública. Supimos de torturas atroces, de prisioneros anestesiados arrojados al mar desde un avión, de fosas comunes a todo lo largo y ancho del país. Pero cuando creíamos que habíamos llegado al límite del asombro supimos del drama de los hijos de los detenidos que acabaron siendo criados por los verdugos de sus propios padres.
La represión no conocía límites y a los calabozos y salas de tortura llegaban detenidos de toda edad y condición, incluyendo hasta mujeres embarazadas.
No se crea que a estas prisioneras, por su estado, se les brindaba un trato menos brutal. Ellas también eran torturadas, encerradas a oscuras por días y sometidas a todo tipo de humillaciones. Se procuraba, eso sí, que los maltratos que les propinaban no afectaran el desarrollo de la criatura en gestación.
Como se trataba de arrestos ilegales, nadie tenía idea del paradero de estas mujeres y, cuando les llegaba la hora del parto, eran trasladadas en secreto a un lugar apropiado para que nacieran sus hijos. El bebé les era arrebatado y las prisioneras devueltas a los calabozos, en los cuales, ahora sí sin ningún miramiento, eran torturadas y, en muchos casos, asesinadas.
Sus hijos eran entregados a familias cercanas a los mandos militares, que los adoptaron como propios y les ocultaron, no solo las circunstancias de su adopción, sino hasta su adopción misma.
Cuando la verdad empezó a salir a flote, lo más golpeados fueron los hijos que, alrededor de los veinte años de edad, descubrieron de pronto el asesinato de sus verdaderos padres y la complicidad en el crimen de quienes creían su familia.
Hubo reacciones de todo tipo. Desde aquellos que renegaron de su familia de crianza y emprendieron la búsqueda de sus progenitores biológicos, hasta aquellos en los que pudo más el afecto hacia sus padres adoptivos y se declararon incapaces de lamentar la muerte de quienes nunca conocieron.
Definitivamente, un capítulo doloroso de la historia de nuestra América Latina, tan intenso y dramático que no es de sorprender que haya sido novelado.
A veinte años, Luz es el título de la novela en que la destacada periodista Elsa Osorio, recrea el drama de los hijos de los desaparecidos criados por los militares. Publicada en España en 1998, la obra recogió desde su aparición los más entusiastas aplausos de la crítica, así como el favor del público.
El libro relata la historia de Luz, una de las niñas nacidas en cautiverio y robada a sus verdaderos padres que, poco antes de ser madre, ella misma descubre que no es hija de Mariana y Eduardo, quienes la criaron (con mucho cariño, hay que decirlo), sino de dos militantes de izquierda: Liliana, asesinada poco después de haber dado a luz, y Carlos, quien vive en España.
Luz decide reconstruir toda su historia y la novela arranca cuando ella, en Madrid, llama por teléfono a quien podría ser su padre. Se citan ese mismo día y empiezan a hablar.
Luz quiere repasarlo todo, conocer detalles, reconstruir los hechos. Carlos, terriblemente herido, más bien quisiera no tener que acordarse nunca de todo aquello y hasta llegar a olvidar que es argentino.
Conversan y, mediante una técnica narrativa, si bien es cierto nada novedosa pero definitivamente efectiva en este caso, la novela nos hace movernos en dos planos separados. Nos hundimos entonces en la realidad de veinte años atrás, con el privilegio de poder mirar los hechos desde la perspectiva de todos los involucrados y, de repente, como en un retorno a la actualidad, aparecen intercaladas en letra cursiva las palabras de la discusión que tiene lugar en Madrid.
Habría que ser de piedra para no conmoverse ante esta novela. Su valor literario, propiamente dicho, así como su factura estética podrían discutirse, pero el profundo drama que retrata hace que todas las consideraciones formales acaben sobrando.
A veinte años, Luz es un libro doloroso, en ocasiones resulta hasta difícil avanzar por lo intenso del drama pero, a pesar del trago amargo que significa, para cualquier persona con sentimientos, enterarse en detalle de acontecimientos tan terribles, el libro es cautivante de principio a fin.
No sea crea, sin embargo, que estamos frente un libro morboso que explota la curiosidad del público para vender una historia de teñida de sangre y lágrimas. Nada de eso. A pesar de lo crudo del drama, el libro mantiene un tono de cierta delicadeza que, lejos de atenuar la barbarie, más bien la subraya.
Lo mejor de esta novela es la construcción y definición de los personajes. Totalmente ajena a cualquier intención panfletaria, ningún personaje aparece caricaturizado, idealizado o desfigurado con el propósito de fortalecer un discurso. Todos los personajes, a ambos lados de la represión, son retratados como seres humanos llenos de contradicciones y matices. Aquí no hay un confrontación entre blanco y negro o bueno y malo, sino un drama que atrapó a los protagonistas y los envolvió en una maraña confusa de la que todos salieron heridos.
Hasta "El Bestia", el sargento cuyo apodo lo dice todo, es presentado como un hombre de múltiples facetas, capaz tanto de las mayores atrocidades como de gestos y acciones realmente nobles.
Conocer a fondo a todos los personajes, desde lo interno de sus contradicciones, es lo que permite que el lector viva el conflicto de forma realmente intensa, como una realidad que toca directa y fuertemente la piel y las entrañas de alguien que se conoce bien.
En toda la novela no se mencionan las altas esferas de poder ni se trata de plantear un cuestionamiento ético o histórico de los hechos. ¿Para qué? Lo verdaderamente importante ocurrió en el plano personal y doméstico. Hasta la mayor tragedia, considerada a nivel social, acaba siendo poco más que una estadística. Es en el nivel individual, el más inmediato, donde los dramas se pueden palpar en toda su magnitud y todo su dolor. En este nivel, el personal, es en el que se desarrolla el libro.
Lo más impactante de la novela es que no solo trata de un drama de la vida real, sino que ese drama fue reciente y repetido. Son muchos los argentinos que, como Luz, la protagonista, tuvieron que afrontar que un acto criminal afectó su vida desde el momento mismo en que empezó.
En las páginas de A veinte años, Luz se palpa el amor, la desesperación, la ilusión por la maternidad, el dolor de la separación y lo agobiante que es tener dudas respecto a la propia persona.
En este libro descubrimos que es imposible decir una sola mentira, porque una siempre trae otras, y que la la verdad, por dolorosa que sea, acaba siempre saliendo a flote.
INSC: 1119 

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